Una reflexión crítica sobre el concepto de violencia de género
Se acerca – recuerdan desde la publicación Trinchera – el 25 de noviembre, día de la violencia contra las mujeres y desde Trinchera no queríamos dejar pasar esta fecha señalada para hacer una reflexión y una denuncia de una situación insostenible desde hace demasiados años ya (…).
EQUIPO DE REDACCIÓN DE TRINCHERA.-
Se acerca el 25 de noviembre, día de la violencia contra las mujeres y desde Trinchera no queríamos dejar pasar esta fecha señalada para hacer una reflexión y una denuncia de una situación insostenible desde hace demasiados años ya.
En 1981 la ONU estableció esta efeméride para la erradicación de la violencia contra las mujeres. Hace casi cuarenta años que se reconoce desde el ámbito institucional este tipo de violencia, considerando como tal “todo acto de violencia que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada”, tal como queda recogido en la declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer de Naciones Unidas de 1991. En el mismo documento se recogen una batería de medidas dirigidas en general a los Estados que tienen por fin erradicar la violencia contra las mujeres según la definición antes mencionada.
A pesar de todas las leyes aprobadas en este sentido, las tasas de violencia machista siguen siendo extremadamente altas y han sufrido un aumento desde el comienzo de la pandemia, las subsecuentes medidas de confinamiento y recortes de derechos y la explosión en marzo de este año de la terrible crisis económica que venía siendo anunciada ya desde finales del año pasado.
Podemos decir entonces dos cosas:
1.- Que la violencia contra las mujeres, incluso según el concepto estrecho mencionado antes, está vinculada a una realidad, que incluye la organización económica, política y social en la que estamos inmersos y que no sólo pretende “la subordinación de las mujeres respecto de los hombres”.
Y, consecuentemente:
2.- Que la mera denuncia y las medidas generalmente legislativas y represivas en contra la violencia machista propuestas por la ONU y recogidas por múltiples organizaciones y la mayoría de Estados del llamado primer mundo, al estar planteadas erróneamente, son inútiles para erradicar los abusos y agresiones.
Una reflexión crítica sobre el concepto de violencia de género
Hoy, en medio de una violencia institucional, represiva y económica brutal, vemos que la violencia que sufrimos las mujeres es mucho más amplia que la que recoge el concepto instalado en el sentido común desde el poder. La violencia nos rodea desde que nacemos y surge de las raíces de la organización social capitalista. Un sistema que se basa en que siempre habrá ricos y pobres y que no deja a la gran mayoría de la población, las y los trabajadores, más opción que trabajar para vivir o morir en la miseria. Pero no está en nuestras manos el poder trabajar, el paro es una herramienta de control social que nos obliga a aceptar condiciones laborales extenuantes y denigrantes.
Incluso aquellos trabajadores “privilegiados” que disfrutan de mejores salarios y condiciones, sufren en sus puestos de trabajo la subordinación total a la patronal, una falta de democracia en la empresa que no deja ninguna decisión en manos de quienes somos imprescindibles para mantener la sociedad a todos los niveles y la incertidumbre de no saber hasta cuando se mantendrá la fuente de sus ingresos. La virulencia de esta organización social injusta es tal que no debería sorprendernos que el resto de relaciones sociales esté impregnada de agresividad.
Podemos decir entonces que hay una violencia fundante que se propaga en todas direcciones, entre otras, hacia las mujeres, por razones históricas que tienen que ver con las organizaciones sociales anteriores al capitalismo. La forma concreta en que se fue instaurando la propiedad privada de los medios de producción por parte de una clase dirigente, es decir, el nacimiento de la sociedad de clases fue un largo proceso durante el que la posición social de las mujeres se fue degradando, aunque manteniendo grandes diferencias en lo que esa subordinación suponía para las mujeres de clase dirigente y el resto de las mujeres. De hecho, las teorías más avanzadas hoy a este respecto consideran un hecho que las mujeres de esa clase dirigente en gestación fueron corresponsables de la degradación de su género, al anteponer el beneficio de su clase al de su sexo.
Este hecho no debería sorprendernos. Históricamente los intereses de clase se anteponen siempre a cualquier otra consideración, ya sea el origen nacional, el patriotismo, la raza o la religión. El género no es una excepción. Hay miles de ejemplos de cómo las mujeres de la clase dominante hacen frente común con los hombres de su clase para mantener la explotación y opresión de las mujeres del resto de clases. No hace falta irse muy lejos. Hoy vemos como las mujeres de clase burguesa y las que están a su servicio, desde la patronal, la policía y los cuerpos represivos, la judicatura, etc, defienden recortes de derechos, ejecutan desahucios, imponen despidos, empujan a la prostitución y la miseria y en general legitiman y aplican la violencia que sufrimos las mujeres de la clase trabajadora.
En la declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer de Naciones Unidas que citábamos antes se afirma que “la violencia contra la mujer es uno de los mecanismos sociales fundamentales por los que se fuerza a la mujer a una situación de subordinación respecto del hombre“ y que “la violencia contra la mujer en la familia y en la sociedad se ha generalizado y trasciende las diferencias de ingresos, clases sociales y culturas”. Sin negar que las mujeres de clase burguesa sufren parte de esa violencia de género, ellas son al mismo tiempo beneficiarias del grueso de las medidas que nos ponen a las mujeres trabajadoras entre la espada y la pared.
Luchar por erradicar la violencia contra las mujeres no puede por tanto separarse de la lucha contra el sistema capitalista irracional que nos lleva permanentemente a la desesperación, la enfermedad y la muerte. Y en la lucha contra este sistema criminal, es necesario unir fuerzas entre trabajadores. La subordinación de las mujeres trabajadoras no beneficia por tanto a los hombres trabajadores, sino a los hombres y las mujeres burguesas.
Entonces, ¿cómo luchar contra la violencia contra las mujeres?
Hoy vivimos en la debacle, sufrimos las consecuencias del desmantelamiento de un sistema de salud ya precario, de la destrucción paulatina del sistema educativo y en general de lo poco que quedaba de ese Estado de bienestar que tanto nos han vendido. La situación económica es terrible y todo apunta a que se va agudizando. Mientras, nos arrancan libertades conseguidas con tanto esfuerzo y tanta sangre y se refuerza el aparato represivo. La aparición de la pandemia, con toda su gravedad no puede servir para paralizarnos mientras nos expropian de los pocos derechos que nos quedan. Es necesario defender el empleo, defender el salario y el acceso a la vivienda imperativamente. Para poder sobrevivir como mujeres trabajadoras, para combatir la violencia permanente que sufrimos, para poder construir una vida digna para nosotras, nuestros compañeros, nuestras hijas e hijos, necesitamos de los hombres trabajadores tanto como ellos nos necesitan a nosotras.
La clave para luchar contra la violencia de género parte de la organización masiva de las trabajadoras en las organizaciones de nuestra clase. Desmontar la demonización interesada de nuestros compañeros de clase en la práctica, en la lucha. En los sindicatos, las organizaciones frentistas de base, los partidos revolucionarios, los únicos lugares en que podemos construir nuestra liberación y la de los nuestros. ¡En esos lados, tenemos que estar todas!
¡Por la única lucha posible contra la violencia machista!
¡Por la libertad y la igualdad!
¡Por el socialismo!