Oportunismo y feminismo: breve historia de un matrimonio contrarrevolucionario (II)

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V. Epílogo: marxismo y feminismo aquí y ahora

Tal y como hemos dicho, el feminismo se ha instalado plenamente en el sentido común del imperialismo. Ya es la forma normal de pensar acerca de la situación social del sexo femenino. Y, por ser la normal, también es el marco espontáneo de pensamiento para todas las clases. La ideología dominante es la ideología de la clase dominante. Esta tesis, que es el abecé del marxismo, demuestra la inanidad de pretender encontrar un “feminismo de clase” proletaria en el hecho de que haya mujeres de la clase obrera que se vean arrastradas por el torrente del movimiento feminista. Igual que, aun en las condiciones de efervescencia espontánea del movimiento obrero, su desarrollo inercial sólo podía generar conciencia burguesa, la espontaneidad de las mujeres trabajadoras que se rebelan contra lo que particularmente las oprime no puede ir más allá de la ideología burguesa.[87] Parafraseando a Marx, podemos decir que cuando el proletario no ve en sí mismo más que al obrero, no podrá devenir otra cosa que sindicalista: vendedor de su fuerza de trabajo que pugna por un precio mejor para su transacción; en el mismo sentido, cuando la proletaria no ve en sí misma más que a la mujer, será incapaz de llegar a ser algo distinto que feministaactivista de género, vagón de cola y carne de cañón de la lucha de las mujeres burguesas por sus cuotas de poder en la sociedad burguesa.[88]

Parecen muy lejanos los tiempos en los que, desde el activismo radical, se acusaba a la Línea de Reconstitución de poco menos que de fascista, simplemente, por no transigir con la ideología feminista. Tal y como ha quedado demostrado (no creemos que se nos pueda acusar de aportar pocas pruebas), nuestra oposición frontal al feminismo es sólo una fidelidad radical al comunismo. Pero se nos comparaba, de cuando en cuando, con Ciudadanos, por entonces la bestia negra del izquierdista medio, menos profundo que un charco. Esa demagogia se agotó rápido, pues Ciudadanos abdicó de la parte de su liberalismo que le enfrentaba al feminismo y se subió al carro, esto es, al consenso burgués patrio.[89] No obstante, los evidentes excesos del feminismo a nivel ideológico, político y legislativo han creado también cierta oposición entre los outsiders de la política burguesa, tanto en los representantes de ciertas fracciones capitalistas[90] como en los marginales representantes aspiracionales de la aristocracia obrera radicalizada. El feminismo, que para encuadrar el movimiento femenino burgués en los Estados imperialistas ha tenido que promover la subversión de los principios del igualitarismo republicano –una de las más importantes conquistas de la burguesía revolucionaria–, también ha creado (como hemos visto antes en lo relativo a la lucha de sexos) un tipo de discurso sexista incompatible con cualquier proyecto político que pretenda apoyarse en el principio de la lucha de clases. Esta circunstancia, sumada a que el movimiento feminista de masas que creció de manera espectacular en el último lustro parece haber tocado techo y estar cómodamente encauzado por sociatas y podemitas, seguramente ha promovido un alejamiento discursivo del revisionismo más obrerista de la propaganda abiertamente feminista. Organizaciones como el Partido Comunista de los Trabajadores de España (PCTE) o Reconstrucción Comunista (RC), “feministas de clase” hasta hace bien poco, están recogiendo cable viendo, entre otras cosas, que con ese invento ecléctico no se puede pescar nada más que conflictos internos. El feminismo está atado y bien atado al Estado burgués. El PCTE nos servirá, aquí, como ejemplo de en qué medida el revisionismo, aun intuyendo un problema con el feminismo, participa de su marco ideológico y, sobre todo, de su movimiento político. El movimiento obrero burgués es incapaz de emanciparse del movimiento femenino burgués… ¡porque el feminismo “rojo” es el oportunismo en el frente de la mujer!

Suponemos que tras algún toque de atención griego y aprovechando el cisma que dio luego lugar al PCTE para renovarse, esta organización realizó recientemente un intento por clarificar su posición respecto a la cuestión de la mujer[91]. Aunque terminan su texto con la ambigua afirmación de que «el sujeto llamado a integrarse en las filas de la alianza social no es el movimiento o movimientos feministas, sino las mujeres de extracción obrera y popular y sus organizaciones», esta generalidad crea más preguntas que respuestas: si existe un sujeto-mujer autónomo que deba integrarse en esa alianza social, ¿significa que el sujeto revolucionario no es universal, sino que se compone de sujetos parciales?; ¿cuáles son las “organizaciones” de las mujeres de extracción obrera y popular llamadas a integrarse en susodicha alianza? Al margen de las respuestas a estos interrogantes, que luego trataremos de responder, el planteamiento del PCTE permite inferir que su ideal para el «actual» «movimiento por la emancipación de las mujeres en España» (nos preguntamos: ¿cuál?) es que las organizaciones de mujeres de extracción obrera y popular ya existentes (nos preguntamos: ¿cuáles?) sean dirigidas, o al menos influidas, por el PCTE. Ninguna sorpresa: el revisionismo siempre se ha representado la revolución como estiramiento de la espontaneidad por mor de su intervención en los frentes de masas tal y como vienen dados. Nuestra interpretación, de hecho, se ve explícitamente confirmada algo antes, cuando el PCTE se lamenta de que «[l]a presencia comunista en el movimiento es sumamente débil, sin llegar a jugar un papel dirigente en las organizaciones y plataformas existentes salvo en ocasiones y lugares puntuales». ¿En qué movimiento es tan débil la presencia comunista? Indudablemente, en el movimiento femenino burgués. No existe, hoy en día, otro. El PCTE lo reconoce al decir que «el movimiento por la emancipación de las mujeres lleva años inmerso en una seria crisis». ¿Por qué? Porque:

«El papel específico de la mujer trabajadora y los planteamientos de clase son prácticamente inexistentes o se encuentran en una situación muy minoritaria en el seno del movimiento en el que predominan posiciones de matriz pequeñoburguesa.»[92]

Está escrito negro sobre blanco, aunque el autor seguramente ni se da cuenta de ello: el PCTE cree que su labor es extender la influencia de su “comunismo” en el movimiento femenino realmente existente, esto es, en el movimiento femenino burgués. Quiere, literalmente, reformar este movimiento. Como cree en las esencias de clase, cree que las mujeres obreras que hoy participan prácticamente del feminismo querrán repentinamente revolución en cuanto la presencia del PCTE se haga notar. En su empirismo político, el revisionismo es incapaz siquiera de concebir mentalmente otro movimiento que no sea el espontáneo. Pero, dada cierta disonancia cognitiva, se lamenta de que lo espontáneo se dirija naturalmente hacia cauces burgueses. ¡Habrá que repasar el ¿Qué hacer?, amigos! El cacao es tal que, de soslayo, han comprado el segregacionismo feminista, y dicen que «para la toma del poder» es necesaria «la alianza de las capas oprimidas. Entre esas capas oprimidas se encuentran las mujeres de la clase obrera y del pueblo [¿de qué clases del pueblo?], llamadas a integrar la alianza social que estamos construyendo (…)». Piénsese por un momento en el silogismo, lógicamente correcto pero políticamente reaccionario: hay que aliarse con las capas oprimidas + las mujeres de la clase obrera y del pueblo están oprimidas = hay que aliarse con las mujeres de la clase obrera y del pueblo. El “Partido Comunista” de la clase obrera… tiene que “aliarse”… ¡con las mujeres obreras! ¿Cómo se alía uno consigo mismo? ¿O es que las mujeres de la clase obrera y del pueblo son otra cosa, y no parte integrante del Partido de su clase? Al final la mujer obrera sí resulta ser un sujeto particular que, al lado de otros sujetos particulares (los hombres de la clase obrera y del pueblo, suponemos… ¿alguno más?), conforman una alianza. ¡Jodo! La cosa empeora, pues el PCTE también asevera que la mujer obrera «debe jugar un papel dirigente en el movimiento general por la emancipación de la mujer» (la negrita es nuestra). Se cerró el círculo: el movimiento femenino burgués, que por lo visto está luchando por «la emancipación de la mujer»[93], debe pasar a ser dirigido por la mujer obrera, que tejerá alianzas con las mujeres burguesas, ahora destronadas del timón del movimiento general de las mujeres (sí, ese movimiento general de las mujeres que según las históricas comunistas que hemos citado más arriba no puede existir… salvo como derrota absoluta del proletariado). Pero como uno sólo puede aliarse con aquel al que reconoce como contraparte, como igual, es decir, como clase, la alianza social que propone el PCTE es, entonces, un llamado a la colaboración de clases menchevique… ¡al menos entre las mujeres! ¡No hacían falta tantas alforjas para semejante viaje!

De nuevo, no le pedimos peras al olmo. El PCTE es, aquí, del todo coherente con su concepción general de ese “proceso revolucionario” para el cual carece de estrategia. Pero repasar sus concepciones al respecto de la cuestión de la mujer ilustra bien la dependencia del revisionismo del pensamiento político burgués, que no puede salir de la dialéctica masas-Estado: el secreto está en las masas; concretamente, en la organización y dirección de su movimiento espontáneodado. Y aunque el PCTE se esfuerza en romper al menos en su propaganda teórica con el feminismo, es absolutamente incapaz: en el texto que hemos analizado, nos alecciona sobre la inexistencia del patriarcado, pero al mismo tiempo nos ilustra acerca de la «ideología patriarcal» del capitalismo.[94] De hecho, en un reciente informe político de su comité central, se han animado a decir que «el género debe ser abolido»[95], tesis abiertamente feminista radical. Curiosa forma la suya de no compartir y no utilizar «una serie de categorías analíticas y políticas que nuestro Partido no comparte y no utiliza.»[96]

El PCTE, como el resto del revisionismo, es incapaz de proponer una verdadera alternativa proletaria al movimiento femenino burgués, al feminismo, porque es incapaz incluso de imaginarla. Tiene una concepción menchevique del Partido y de la revolución. Por lo tanto, la mera idea de un movimiento femenino proletario, organizado desde el marxismo y contra el movimiento femenino burgués, como movimiento escindido del espontáneo discurrir de la sociedad y parte integrante del Partido Comunista en cuanto revolución organizada, le parecerá una quimera “izquierdista”. Para siquiera concebir semejante horizonte, habría que empezar por portar la concepción del mundo comunista, reconocer su crítico estado presente y trazar un plan político para reconstituirla ideológica y políticamente, es decir, para que primero la propia vanguardia y después las masas de hombres y mujeres del planeta vuelvan a sentirse interpelados por el objetivo –digno de conseguir a cualquier precio– de una sociedad sin clases sociales. Pero esto implicaría comprender el contenido histórico de la nueva dialéctica vanguardia-Partido que reclama el relanzamiento de la RPM, a saber: que ni las masas organizadas al modo burgués en los sindicatos ni las masas organizadas al modo burgués por el feminismo van a resolver, facilitar ni a empujarnos hacia las tareas que necesita acometer el proletariado comunista si quiere volver a ser una clase revolucionaria independiente que moldee el mundo a su imagen y semejanza. Si la vanguardia no traza el sendero de la revolución, podemos estar seguros de que nadie lo hará.

***

Hemos dicho que la derrota de la GRCP, de algún modo, anticipó el final de todo el Ciclo. Pero también inspiró a revolucionarios como los comunistas peruanos, que para la década de 1980 habían reconstituido su Partido e iniciado la Guerra Popular en su país. Este último ejemplo de heroica consecuencia, aunque no lograse triunfar, nos deja un elocuente ejemplo de la verdadera relación que existe entre el marxismo y el feminismo, un antagonismo entre cuyos polos no caben medias tintas.

María Elena Moyano era una mujer negra, pobre y de izquierdas, feminista y dirigente del movimiento burgués de mujeres y, durante algún tiempo, teniente de alcalde de un distrito limeño por la oportunista Izquierda Unida peruana. Hoy sería enarbolada por el activismo pequeñoburgués como súmmum de la interseccionalidad si su figura fuera más conocida. La Angela Davis suramericana, podrían decir. Pero ya la homenajea, en su lugar, toda la burguesía de habla hispana. Moyano, que por sus posiciones contrarrevolucionarias hacía propaganda abierta contra la Guerra Popular liderada por el Partido Comunista del Perú (PCP), pensaba que «la revolución no es muerte ni imposición ni sometimiento ni fanatismo»[97] y, naturalmente, achacaba estos males totalitarios a los comunistas. Suponemos que ella también quería feminizar la política y terminar con esa pulsión de muerte típicamente masculina. Por su activo papel reaccionario, correa de transmisión entre el Estado peruano y las masas –especialmente las mujeres–, un comando de aniquilamiento, íntegramente compuesto por mujeres comunistas, la ejecutó en 1992. En estricta aplicación del terror rojo revolucionario –que, como es natural, no hizo distingos por el negro de su piel ni por el morado de su ideología, ante los que cualquier revisionista tendría reparos políticamente correctos–, su cuerpo sin vida fue radicalmente deconstruido en plena calle por la acción de cinco kilos de explosivos, fuera de la casa donde dejó de respirar. Cuatro días después de su sepelio, su tumba fue igualmente dinamitada por el PCP.[98] Éste es el verdadero epítome del antagonismo ideológico y político entre el marxismo y el feminismo, es decir, entre el movimiento obrero revolucionario y el movimiento femenino burgués: la guerra civil entre las dos clases que ha producido el moderno modo de producción.

¡Abajo el feminismo! ¡Viva la emancipación revolucionaria de la mujer!

¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!

Comité por la Reconstitución
Diciembre de 2020


Notas:

[1] Introducción a la edición rusa de las Directrices del Movimiento Internacional de Mujeres Comunistas. Cfr. ZETKIN, C. Einleitung zur russischen Ausgabe der Richtlinien zur internationalen kommunistische Frauenbewegung; en Die Kommunistische Internationale. Zeitschrift des Exekutivkomitees der Kommunistischen Internationale, nº 16, 1921, pp. 664-671 (la traducción es nuestra –N. de la R.).

[2] El escenario actual y el combate contra el revisionismo; en LA FORJA, nº 35, octubre de 2006, p. 3. Los camaradas del Partido Comunista Revolucionario describieron con absoluta nitidez este clima de postración ideológica que carcome a la vanguardia: «La ideología burguesa marca el paso, indica las claves a utilizar después de haberlas popularizado y haber conseguido retirar del campo de batalla las claves denostadas y, por ello, políticamente incorrectas, esto es, las marxistas. La mayoría de las organizaciones revolucionarias se afanan en difundir supuestos discursos alternativos y originales sin ausentarse, ni por un instante, del libro de estilo del pensamiento dominante, sin realizar el esfuerzo de detenerse y pensar sobre el verdadero discurso que difunden. Algunos, apercibiéndose despistadamente de ello, como si de una apreciación extrasensorial se tratara, introducen a veces, con calzador, conceptos, frases, modos marxistas de manera suelta, aislada, creyendo con ello que mantienen su conexión con el origen del que probablemente provienen, pero del que su lento y continuado divorcio durante décadas les ha incapacitado para reconocer en qué momento saltaron del tren de la revolución para volver marcha atrás, hasta ser engullidos por la abigarrada charca enfangada del revisionismo, avanzadilla burguesa dentro de las filas proletarias.» Ibídem (la negrita es nuestra –N. de la R.).

[3] HARTMANN, H. Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo; en ZONA ABIERTA, nº 24, 1980. Naturalmente, este “reconocimiento” se verbalizaba a modo de acta de acusación feminista contra el marxismo.

[4] El Capital, libro primero, volumen 2; en MARX, K.; ENGELS, F. Obras de Marx y Engels. Ediciones Grijalbo. Barcelona, 1979, volumen 41, pp. 393-394. Por su parte, Kollontai resumió con sencillez esta tesis central del marxismo en el ciclo de conferencias que impartió en la Universidad Comunista Sverdlov (1921): «Con la aparición de la producción industrial disminuye la significación de la economía familiar. Una función tras otra se disuelve. Unas tareas que antaño habían sido importantes para la economía familiar y constituían entonces elementos inseparables del trabajo casero caen en desuso y desaparecen. Ya no es necesario, por ejemplo, que la mujer pierda un tiempo precioso zurciendo medias, fabricando jabón, o cosiendo ropa, cuando estos artículos se encuentran con profusión en el mercado. (…) Con este proceso el trabajo familiar de la mujer se vuelve cada vez más superfluo, tanto desde el punto de vista de la economía nacional como desde el punto de vista familiar.» Los orígenes de la “cuestión de las mujeres”; en KOLLONTAI, A. Sobre la liberación de la mujer. Editorial Fontamara. Barcelona, 1979, p. 161.

[5] El desarrollo del capitalismo en Rusia; en LENIN, V. I. La emancipación de la mujer. Akal Editor. Madrid, 1975, p. 15 (la negrita es nuestra –N. de la R.).

[6] EVANS, J. R. Las feministas. Los movimientos de emancipación de la mujer en Europa, América y Australasia (1840-1920). Siglo XXI. Madrid, 1980, pp. 22-25.

[7] Los fundamentos sociales de la cuestión femenina (extractos); en KOLLONTÁI, A. Mujer y lucha de clases. El Viejo Topo. Barcelona, 2016, pp. 78-79 (la negrita es nuestra –N. de la R.). Justo antes, Kollontai describía las circunstancias económicas que ya hemos señalado: «La cuestión de la mujer adquirió importancia para las mujeres de las clases burguesas aproximadamente en la mitad del siglo XIX: un tiempo considerable después de que la mujer proletaria hubiera llegado al campo del trabajo. Bajo el impacto de los monstruosos éxitos del capitalismo, las clases medias de la población fueron golpeadas por olas de necesidad. Los cambios económicos hicieron que la situación financiera de la pequeña y mediana burguesía se volviera inestable, y que las mujeres burguesas se enfrentaran a un dilema de proporciones alarmantes, o bien aceptar la pobreza o conseguir el derecho al trabajo. Las esposas y las hijas de estos grupos sociales comenzaron a golpear a las puertas de las universidades, los salones de arte, las casas editoriales, las oficinas, inundando las profesiones que estaban abiertas para ellas. El deseo de las mujeres burguesas de conseguir el acceso a la ciencia y los mayores beneficios de la cultura no fue el resultado de una necesidad repentina, madura, sino que provino de esa misma cuestión del “pan de cada día”.» Ibídem.

[8] Manifiesto del Partido Comunista; en MARX, K.; ENGELS, F. Obras de Marx y Engels. Editorial Crítica. Barcelona, 1978, volumen 9, pp. 138-139 (la negrita es nuestra –N. de la R.).

[9] Ibídem, p. 139.

[10] «Su desigualdad legal [de la mujer –N. de la R.], que hemos heredado de condiciones sociales anteriores, no es causa, sino efecto, de la opresión económica de la mujer.» ENGELS, F. El origen de la propiedad privada, la familia y el Estado; en Obras Escogidas. Editorial Progreso. Moscú, 1976, tomo III, p. 261 (las negritas son nuestras –N. de la R.). Como es patente en las condiciones del capitalismo desarrollado, esa desigualdad legal ha desaparecido sin llevarse consigo la opresión social de la mujer.

[11] La contribución de la mujer proletaria es indispensable para la victoria del socialismo; en ZETKIN, C. La cuestión femenina y la lucha contra el reformismo. Editorial Anagrama. Barcelona, 1976, p. 101.

[12] Esta afirmación no puede sorprender a ningún marxista, pues debería saber que la sociedad burguesa se caracteriza precisamente por poner en movimiento a las masas y, paralelamente, organizarlas. Como dijeron Marx y Engels en La Sagrada Familia: «Pero antes que la crítica crítica nadie mencionó “la organización de la masa” como un problema a resolver. Por el contrario, se señaló que la sociedad burguesa, la descomposición de la vieja sociedad feudal, es esta organización.» Cfr. En la encrucijada de la historia: la Gran Revolución Cultural Proletaria y el sujeto revolucionario; en LÍNEA PROLETARIA, nº 0, diciembre de 2016, p. 64.

[13] Como hemos dicho, hablando con propiedad, feminismo es el nombre de la ideología burguesa del movimiento femenino burgués. Sea como fuere, mientras se tenga presente esta diferencia conceptual ya señalada, nos parece legítimo usar en adelante la coloquial metonimia que permite escribir feminismo cuando se quiere decir movimiento femenino burgués. La agilidad del texto, así como nuestro paciente lector, lo agradecerá.

[14] VV.AA. Feminismos. Debates teóricos contemporáneos. Alianza Editorial. Madrid, 2008, pp. 45 (la negrita es nuestra –N. de la R.).

[15] Semejante generalidad, acientífica de los pies a la cabeza, ha permitido que los ideólogos de la burguesía hayan pergeñado excentricidades tales como, por ejemplo, la teología feminista, esa sensata estupidez que… ¡cree sinceramente encontrar argumentos empoderantes en las maternales virtudes de la zoófila o concupiscente (que elija el devoto) virgen María! Las necesarias imprecisiones que comporta este uso alegre del concepto de feminismo son, en cualquier caso, el precio a pagar por una consciente política de clase: la burguesía lleva décadas intentando convertir en feminismo todo discurso relativo a la mujer, principalmente, para que las proletarias olviden –y nunca puedan volver a saber– que el movimiento obrero fue pionero en la defensa independiente y radical de sus derechos y en la lucha por un mundo donde la mujer estuviera emancipada de las relaciones e instituciones sociales que particularmente la oprimen. La burguesía sabe que, si consigue hacer de las dirigentes comunistas del proletariado revolucionario (como Zetkin, Kollontai, Armand, Krupskaya o hasta Rosa Luxemburgo) simples feministas, meras activistas de género, habrá logrado una importante victoria ideológica: borrar de la historia cualquier recuerdo de que las mujeres, como los hombres, estuvieron un día enfrentadas a muerte en función de su clase… y, de paso, promover entre las asalariadas una preocupación exclusiva y excluyente por sus cosas de chicas, estrechez que, desde luego, no padeció ninguna de las mujeres comunistas antes citadas, plenamente partícipes de los combates del proletariado en todos y cada uno de los frentes de la lucha de clases, incluido, naturalmente, el de la mujer. ¿Acaso se puede dudar de cuán funcional es el feminismo a la burguesía?

[16] El sufragismo; en AMORÓS, C.; DE MIGUEL, A. (Eds.). Teoría feminista: de la ilustración a la globalización, 1. De la ilustración al segundo sexo. Minerva Ediciones. Madrid, 2007, p. 258.

[17] Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850; en ENGELS, F.; MARX, K. Obras Fundamentales. Fondo de Cultura Económica. México D. F., 1989, volumen 5 (Las revoluciones de 1848), p. 333.

[18] Y decimos democrático-liberales porque la democracia plebeya revolucionaria, mientras estuvo vigente, por ejemplo, en la Francia revolucionaria, ofreció a las mujeres del pueblo una verdadera participación democrática en la res pública –a través de las secciones, las asambleas de base y las sociedades populares– a pesar de no gozar de derechos electorales formales. Esta democracia revolucionaria quedaba, naturalmente, fuera del horizonte mental de las finas damas burguesas.

[19] Las tres citas de este párrafo se encuentran respectivamente en El voto femenino y la lucha de clases y La proletaria. Ambos recogidos en AUBET, M. J. (Ed.) El pensamiento de Rosa Luxemburg. Ediciones del Serbal. Barcelona, 1983, pp. 284 y 288. A la compiladora, una intelectual feminista, hay que reconocerle su rigurosidad intelectual. Al presentar algunos de los pocos textos que la revolucionaria polaca dedicó a la cuestión de la mujer, señala que «hay que empezar por admitir que Rosa Luxemburg no fue nunca una feminista en el sentido moderno del término» pues «es evidente que la lucha feminista actual no es deudora en absoluto de su obra, y puede afirmarse que existe “a pesar” de Rosa Luxemburg». Ibídem, p. 278. Es tal el panorama de omnipotente revisionismo histórico –que quiere hacer (y, a ojos tanto del gran público como de gran parte de la vanguardia, ha hecho) de las históricas dirigentes comunistas simples feministas– que casi sentimos el deseo de viajar en el tiempo para agradecer a esta intelectual burguesa, simplemente, que dijera lo evidente. Este efluvio sentimental se nos disipa al pasar la página, cuando la autora, comentando que Luxemburgo –como todo verdadero marxista– tenía una «concepción de la revolución como un proceso “omniabarcador”, esto es, capaz de acabar con todas las opresiones existentes», tilda de «utópico» este punto de vista. ¡No se le pueden pedir peras al olmo!

[20] Cfr. EVANS: Op. cit., 191.

[21] FRENCIA, C.; GAIDO, D. El marxismo y la liberación de las mujeres trabajadoras, de la Internacional de Mujeres Socialistas a la Revolución Rusa. Ariadna Ediciones. Santiago de Chile, 2016, pp. 33-34.

[22] Ibídem.

[23] Basamos todo el párrafo anterior en la descripción de Ibíd., p. 34.

[24] Concerning the women’s rights petition; en ZETKIN, C. Selected Writings. International Publishers. New York, 1984, pp. 62-63 (la traducción y la negrita es nuestra –N. de la R.).

[25] Ibídem, p. 63 (la traducción es nuestra –N. de la R.).

[26] Cfr. Ibíd., p. 188 (la traducción es nuestra –N. de la R.).

[27] Naturalmente, aunque por motivos obvios nos estamos centrando en las miserias del oportunismo, ninguna de las partes de este idilio puede considerarse pasiva. Las feministas alemanas más radicales de la época también trataron de crear organizaciones para reformar a las trabajadoras, «[p]ero su intención al hacerlo era conseguir que las mujeres trabajadoras renegaran del socialismo, o conseguir que los propios socialistas renegaran de su creencia en la revolución y adoptaran en cambio una política de reformismo moderado. Intentaban que el feminismo traspasara la barrera de las clases. Criticaban a las socialistas como Clara Zetkin que predicaban el “odio de clase”. Lo que buscaban en vez de esto era la cooperación entre las clases.» EVANS: Op. cit., p. 174.

[28] Cabe señalar que, informado de la polémica, el viejo Engels aplaudió con entusiasmo la posición de Zetkin.

[29] EVANS: Op. cit., pp. 1-2.

[30] Ibídem., p. 190.

[31] MEYER, A. G (Ed.). Selected Writings on feminism and socialism, by Lily Braun. Indiana University Press. 1987, p. XI (la traducción es nuestra –N. de la R.).

[32] FRENCIA; GAIDO: Op. cit., p. 49.

[33] Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata de 1891; en ENGELS, F.; MARX, K. O.E., v. III, p. 450.

[34] FRENCIA; GAIDO: Op. cit., pp. 49-51.

[35] Las raíces de este antifeminismo proletario, como lo han llamado con poco acierto algunos historiadores (en todo caso habría que hablar de antifeminismo artesano, y no seríamos del todo rigurosos), se encuentran en el apego reaccionario –en un sentido económico-histórico, no moral– de los obreros manufactureros a las viejas condiciones de sus talleres y familias patriarcales. De hecho, durante el siglo XIX, fueron los representantes de este viejo artesanado residual –habitualmente reconvertidos en trabajadores cualificados bien pagados, columna vertebral de la aristocracia obrera– los que se opusieron al trabajo femenino en todas sus formas, a la organización de las asalariadas y, en general, a que las mujeres salieran del hogar. Desde la AIT, Marx combatió contra estas ideas retrógradas remarcando el carácter históricamente progresista del trabajo productivo de mujeres y adolescentes, condición, según él, para un desarrollo sano y socialmente provechoso del individuo. Lenin sigue la estela de su pensamiento, de manera bastante explícita, en la cita que hemos recogido en la nota 5. Bebel, que como marxista luchó contra los lasallanos –quienes portaban este ideario patriarcal-artesano– en el Congreso de Gotha (1875), defendió siempre la necesidad del sufragio femenino igualitario. El feminismo miente descaradamente cuando dice que el marxismo no se preocupó de la emancipación de las mujeres, pero necesita esa infamia demagógica para vender su mercadería burguesa entre las mujeres que se rebelan contra su opresión. De cualquier modo, las dificultades que aquí o allá existieron para que los Partidos proletarios aplicasen una política revolucionaria en el frente de la mujer son equiparables a las reticencias que podían existir ante cualquier otra expresión de la línea revolucionaria. Baste recordar lo que le costó a Lenin vencer las resistencias del Comité Central bolchevique ante su propuesta de tomar el poder. ¡El marxismo revolucionario siempre se impuso mediante la lucha!

[36] HEINEN, J. De la 1ª a la 3ª Internacional: la cuestión de la mujer. Editorial Fontamara. Barcelona, 1978, p. 50 (la negrita es nuestra –N. de la R.).

[37] Como la comunista revolucionaria que era, fiel defensora de los principios doctrinales del marxismo, la propia Zetkin comentaba que fue «acusada de ser demasiado teórica» (Cfr. FRENCIA, GAIDO: Op. cit., p. 48), y sus «cursos para mujeres dejaron de funcionar con el tiempo precisamente porque fueron considerados “demasiado intelectuales”» (EVANS: Op. cit., p.193) por la dirección del partido. ¿De qué nos suenan estos reproches?

[38] THÖNNESSEN, W. The Emancipation of Women. The Rise and Decline of the Women’s Movement in German Social Democracy (1863-1933). Pluto Press.1976, p. 118.

[39] Protesta de los socialdemócratas de Rusia; en LENIN, V. I. Obras Completas. Moscú, 1981, tomo 4, p.177.

[40] FRENCIA, C; GAIDO; D. Feminismo y movimiento de mujeres socialistas en la revolución rusa. Ariadna Ediciones. Santiago de Chile, 2018, p. 26.

[41] Ibídem, p. 37.

[42] Ibíd., pp. 37-38.

[43] Cfr. Ibíd., p. 37.

[44] Ibíd., p. 44 (la negrita es nuestra –N. de la R.).

[45] Ibíd., p. 45.

[46] Ibíd., p. 99.

[47] Ibíd., p. 98.

[48] HEINEN: Op. cit., p. 9.

[49]  El ciclo político de la revolución burguesa española (1808-1874); en LÍNEA PROLETARIA, nº 3, diciembre de 2018, p. 38 (la negrita es nuestra –N. de la R.).

[50] A pesar de lo cual, la resolución que en Seneca Falls expresaba que «es deber de las mujeres de este país asegurarse el sagrado derecho del voto» fue «la única que no consiguió la unanimidad» en las votaciones… ¡por ser demasiado radical para algunas mujeres burguesas! VV.AA.: Feminismos…, p. 44.

[51] La batalla por el derecho de voto dará a la mujer proletaria consciencia política de clase; en ZETKIN: Op. cit., pp. 115-116 y 113.

[52] Ibídem, p. 118.

[53] Carta a Heleen Ankersmit; en Ibíd., p 123.

[54] EVANS: Op. cit., p 259.

[55] Ibídem, p. 284.

[56] De hecho, Zetkin se quedó corta: el capital occidental se emancipó completamente de sus lastres preburgueses a través de la Gran Guerra, ingresando en su fase imperialista, no sólo concediendo el voto a las mujeres burguesas sino otorgándoselo a todas ellas, e integrando tanto a las organizaciones de mujeres como a las obreras en el sistema de eslabones del Estado burgués imperialista. El viejo temor que la burguesía tenía al sufragio universal se vio compensado por el creciente corporativismo, que permitía a la clase dominante vincularse colectivamente a determinados sectores de la población organizándolos no como individuos libremente asociados ni, por supuesto, como clases, sino como particulares grupos de presión.

[57] Otro historiador amigo del feminismo comenta: «En tales procesos se produjo simultáneamente una nacionalización de la mujer como sujeto y objeto de las nuevas preocupaciones de los estados. (…) En este contexto, salvo voces aisladas de pacifismo, las organizaciones feministas se situaron en la primera línea de apoyo al combate en su respectivo país. Dejaron de exigir derechos y se lanzaron a exaltar sus deberes como patriotas y a cumplirlos incluso con vehemencia.» SISINIO, J. Historia del feminismo. Catarata. Madrid, 2018, pp. 120 y 125. Celia Amorós, seguramente una de las feministas más inteligentes que ha dado el Estado español, reconoce: «La colaboración de las feministas británicas en la causa bélica les valió por fin la concesión del voto, algo así como a título de premio al patriotismo.» AMORÓS, C. El feminismo como proyecto filosófico-político; en Ciudad y ciudadanía. Senderos contemporáneos de la filosofía política. Editorial Trotta. Madrid, 2008, p. 80.

[58] Para un estudio detallado de la revolución china y de la GRCP en particular: En la encrucijada de la historia: la Gran Revolución Cultural Proletaria y el sujeto revolucionario; en LÍNEA PROLETARIA, nº 0, diciembre de 2016.

[59] Lo personal es político: el surgimiento del feminismo radical; en AMORÓS, C.; DE MIGUEL, A. (Eds.). Teoría feminista: de la ilustración a la globalización, 2. Del feminismo liberal a la posmodernidad. Minerva Ediciones. Madrid, 2010, p. 39 (la negrita es nuestra –N. de la R.).

[60] Ibídem, p. 40.

[61] HEINEN: Op. cit., p. 9. La autora –trotskista y feminista separatista ya citada– se jacta, naturalmente, de esta imposición.

[62] DE BEAUVOIR, S. El segundo sexo. Volumen 1. Los hechos y los mitos. Ediciones Cátedra/Universitat de València/Instituto de la Mujer. Madrid, 2002, p. 122.

[63] MILLETT, K. Política sexual. Ediciones Cátedra/Universitat de València/Instituto de la Mujer. Madrid, 1995, p. 226.

[64] Ibídem, p. 27.

[65] Ibíd., p, 77.

[66] Conviene señalar, en relación con la categoría de patriarcado, que su acientífica revisión unilateral por parte del feminismo no ha podido pasar desapercibida para algunas de sus ideólogas. La antropóloga Gerda Lerner, por ejemplo, manifiesta: «El problema con la palabra patriarcado, que muchas feministas utilizan, es que su sentido es estricto y tradicional –y no necesariamente el que le dan las feministas–. Por lo que respecta a su significado estricto, patriarcado hace referencia al sistema (…) en el que el cabeza de familia de una unidad doméstica tenía un poder legal y económico absoluto sobre los otros miembros, mujeres y varones de la familia.» Aunque la autora matiza tímidamente esa definición en sentido feminista, admite que, desde el punto de vista estricto (que es el punto de vista científico del marxismo, como hemos podido ver), el patriarcado «terminó en el siglo XIX con la concesión de los derechos civiles a las mujeres». LERNER, G. La creación del patriarcado. Editorial Crítica. Barcelona, 1990, p. 340. En la misma página, Lerner se hace eco de otras alternativas feministas para el problemático concepto de patriarcado: «El sistema de sexo-género es un término muy práctico, introducido por la antropóloga Gayle Rubin, que ha encontrado amplia aceptación entre las feministas.» En su manual de feminismo para dummies, que fue, al menos en el Estado español, la verdadera Biblia del activismo feminista juvenil hasta hace escasos años, Nuria Varela dice: «No todas las teóricas feministas utilizan el término patriarcado. Algunas prefieren usar “sistema de género-sexo”. Para Celia Amorós, son expresiones sinónimas (…).» VARELA, N. Feminismo para principiantes. Ediciones B. Barcelona, 2005, p. 179. La creadora del concepto, Gayle Rubin, admite haberlo manufacturado a partir de una «exégesis», «libremente interpretativa», de la obra de Freud y Levi-Strauss, y motivada por la supuesta «necesidad de ese concepto [«sistema de sexo/género»] examinando el fracaso del marxismo clásico en cuanto a la plena expresión o conceptualización de la opresión sexual.» El tráfico de mujeres: notas sobre la “economía política” del sexo; en El género, la construcción cultural de la diferencia sexual. LAMAS, M. (Comp.) Bonilla Artiga Editores. México, D. F., 2015, p. 38 (la negrita es nuestra –N. de la R.). ¡Aquellas limitaciones de partida del marxismo respecto a “la cuestión de género” que obsesionaban al feminismo “rojo” liquidacionista! Curiosamente, la propia autora criticó su «sistema sexo-género» una década después de formularlo, pues… ¡temía naturalizar el sexo! Se ve que el sexo también es una de esas construcciones sociales, categoría-comodín en la que todo cabe y nada queda explicado. El meollo del asunto, lo denominen las feministas patriarcadosistema sexo-géneromodo de reproducción o de cualquier otro modo, es la intención de construir teóricamente un mundo dual, tríplice o infinitamente dividido en sistemas (pues esta operación deconstructiva es virtualmente interminable, y lo mismo puede construir un sistema “capacitista” que “gordófobo”), en la que el marxismo sólo pueda explicar la “opresión de clase”, el feminismo la opresión de la mujer, y los “racializados” se ocupen de sus cosas de non-whites. Como hemos dicho, este descuartizamiento reaccionario de la realidad es el reflejo mental del separatismo político de las feministas contemporáneas (y el nacionalismo negro, etc.), cuyo corporativismo se racionaliza teóricamente en todas las universidades del mundo. Celia Amorós, citando a Chantal Mouffe –la conocida teórica populista que ha inspirado a figuras de la talla de Errejón–, confiesa: «”(…) Por otra parte, es evidente que hay que abandonar la problemática del sujeto revolucionario privilegiado que, gracias a una característica cualquiera dada a priori, tendría vocación de universalidad y la misión histórica de liberar a la sociedad. Una vez que se ha aceptado que todo antagonismo es necesariamente específico y limitado y que no existe una fuente única de todos los antagonismos sociales, es preciso admitir que el sujeto revolucionario socialista será el resultado de una construcción política que articula todas las luchas contra todas las formas de dominación (…).”» Marxismo y feminismo; en AMORÓS, C. Hacia una crítica de la razón patriarcal. Anthropos. Barcelona, 1985, pp. 309-310. Esta bazofia indigesta, de hecho, termina siendo, además de antiproletaria, bastante misógina y racista. Mientras no intenten difundirlas entre el proletariado, que la degusten cuantos quieran. Bon appétit!

[67] FIRESTONE, S. Dialéctica del sexo. Editorial Kairós. Barcelona, 1976, p. 12.

[68] Ibídem. Esta parcialidad era, por descontado, producto de «la predisposición de Marx en contra de las mujeres» (p. 15).

[69] El feminismo, como la burguesía, ha transitado del universalismo ilustrado-liberal al pluralismo posmoderno… pasando por esta suerte de estructuralismo que dividía la vida social en “sistemas de opresión” independientes o “esferas” autónomas.

[70] Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo; en LENIN, V. I. Obras Completas. Editorial Progreso. Moscú, 1984, tomo 23, pp. 41-42.

[71] EINSENSTEIN, Z. R. (Comp.) Patriarcado capitalista y feminismo socialista. Siglo XXI. México D. F., 1980, p. 16. Lise Vogel, otra autora clásica del feminismo socialista, empieza su más conocido artículo declarando una intención semejante y abiertamente ecléctica: «El movimiento feminista y la izquierda tienen ante sí una urgente tarea política, el desarrollo de una teoría de la opresión de la mujer y de su liberación que sea marxista y feminista a la vez.» Marxismo y feminismo; en MONTHLY REVIEW, nº 4, noviembre de 1979, p. 43.

[72] Cfr. Una aproximación a la brisa liquidacionista del feminismo “rojo”; en LÍNEA PROLETARIA, nº 1, julio de 2017, p. 66.

[73] Como comenta una de las feministas “socialistas” contemporáneas que ha propuesto recientemente un feminismo para el 99%, en Inglaterra, el país de la aristocracia obrera, «el feminismo burgués mantuvo cierto diálogo con el movimiento de los trabajadores y de las trabajadoras y éste se mostró parcialmente más abierto que otros a la lucha feminista. Sin embargo, las razones de esta posibilidad de encuentro residieron por un lado en la moderación del movimiento sindical inglés, en el cual las posiciones marxistas y revolucionarias eran muy minoritarias, y por otro en el ascendiente ejercido por un socialismo basado, más que nada, en la condena moral de la alienación de las relaciones humanas bajo la sociedad capitalista. Por consiguiente, las trabajadoras estuvieron más expuestas a la hegemonía del feminismo burgués (…).» ARRUZZA, C. Las sin parte. Matrimonios y divorcios entre feminismo y marxismo. Editorial Sylone. Barcelona, 2018, p. 33 (la negrita es nuestra –N. de la R.).

[74] EVANS: Op. cit., p. 204.

[75] Ibídem, pp. 204-205.

[76] Ibíd., p. 205.

[77] WATERS, M. A. Marxismo y feminismo. Editorial Fontamara. Barcelona, 1977, p. 34. La frase, atribuida desde tiempos inmemoriales y de manera apócrifa a Rosa Luxemburgo en el todo vale de los unos y ceros, es de Louise W. Kneeland. La autora del libro citado (Waters), otra trotskista-feminista-separatista, recoge cómo defendía otro socialista americano del PSA el uso del concepto feminismo: «El término “feminismo” nos ha sido impuestoHará lo mismo que cualquier otra palabra… Significa la lucha de la mujer por la libertad.» Ibídem (la negrita es nuestra –N. de la R.). ¡Eso son principios, sí, señor! Más adelante, Waters se ofrece a deshacer el «malentendido» que, según ella, «dificulta la comunicación» entre marxistas y feministas: «Para nosotros [los norteamericanos –N. de la R.] feminista es cualquier mujer que reconoce que la mujer está oprimida como sexo y desea llevar a cabo una lucha intransigente por poner fin a esa opresión. Así decimos que la feminista más consecuente ha de ser socialista.» Ibíd., p. 52. Este uso subjetivista de los conceptos, que intenta hacer pasar por cuestiones culturales lo que no es más que una correlación de fuerzas de clase, en la que el socialismo es reformista y, además, está sobrepasado por un movimiento femenino burgués que impone su lenguaje –como reconocía el tipo antes citado–, constituye un absurdo idealista. Por lo demás, parece que Mariátegui, seguramente el único marxista de cierta importancia que habló en alguna ocasión de feminismo proletario, usó esta fórmula probablemente influido por el clima estadounidense, país que visitó antes de haber asentado su marxismo. Si el feminismo “rojo” fuera más hábil utilizaría este verso suelto de la literatura marxista en vez de contentarse, como hace el maoísmo juvenil occidental –infecto de corrección política por ser una extensión del liberalismo anglosajón–, con apócrifas entradas de blog atribuidas falsamente a la maoísta india Anuradha Ghandy.

[78] Towards a History of the Working Women’s Movement in Russia; en KOLLONTAI, A. Selected Writings. London, 1977, p. 51. Kollontai usa esta gráfica expresión para referirse al período de 1905-1906, cuando, según su relato, «el veneno del feminismo infectó no sólo a los mencheviques y a los social-revolucionarios, sino incluso a algunos activos bolcheviques.» La traducción es nuestra, así como la cursiva y la negrita –N. de la R.

[79] HARTMANN: Op. cit. (la negrita es nuestra – N. de la R.).

[80] YOUNG, I. Marxismo y feminismo, más allá del “matrimonio infeliz” (una crítica al sistema dual), p. 16 (la negrita es nuestra –N. de la R.). Consultado en: http://www.democraciasocialista.org/wp-content/uploads/2014/03/139104361-Young-Marxismo-y-feminismo.pdf

[81] WEINBAUM, B. El curioso noviazgo entre feminismo y socialismo. Siglo XXI. Madrid, 1984, p. 20.

[82] ZETKIN: Op. cit., p. 105.

[83] La proletaria; en AUBET (Ed.): Op. cit., p. 289.

[84] Cfr. HEINEN: Op. cit., p. 7.

[85] No es un dato anecdótico que buena parte de las principales feministas de los 70 y los 80 tenían, para finales de siglo, las posaderas bien acomodadas, principalmente, en instituciones académicas. Alguna procedía de ahí, y muchas otras se hicieron un hueco a raíz de su activismo. Otras continuaron desarrollando su cómoda vida pequeñoburguesa, como la artista multidisciplinar Kate Millett.

[86] Esta descripción vale para entender la base social del resurgimiento del feminismo. Para afinar el análisis, podemos valernos de Engels: «Pero en el mundo industrial el carácter específico de la opresión económica que pesa sobre el proletariado no se manifiesta en todo su rigor sino una vez suprimidos todos los privilegios legales de la clase de los capitalistas y jurídicamente establecida la plena igualdad de las dos clases (…) Y, de igual modo, el carácter particular del predominio del hombre sobre la mujer en la familia moderna, así como la necesidad y la manera de establecer una igualdad social efectiva de ambos, no se manifestarán con toda nitidez sino cuando el hombre y la mujer tengan, según la ley, derechos absolutamente iguales. Entonces se verá que la manumisión de la mujer exige, como condición primera, la reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad.» El origen… ; en MARX, ENGELS: O.E., v. III, pp. 261-262. Con esa igualdad legal básicamente conquistada tras décadas de derecho al sufragio, la segunda posguerra reveló que había un problema que no tiene nombre, como diría la feminista Betty Friedan. Iguales derechos políticos, mujeres con estudios universitarios y posibilidades profesionales… pero, aún, desigualdad social incluso entre las mujeres de las clases medias, que seguían siendo mayoritariamente amas de casa. Como adelantó Engels, estos derechos absolutamente iguales revelaban que para emancipar realmente a la mujer hacía falta una revolución social. Pero, dada la crisis del marxismo y de la idea misma de revolución social (que fue sustituida por quimeras tales como la revolución feminista, que ni las feministas saben en qué consiste exactamente… y las que tuvieron alguna idea, como Firestone, sólo idearon una distopía tecnológica), el reconocimiento de este problema sin nombre –que no era consecuencia de la falta de derechos sino de la organización social que se deriva del modo de producción capitalista, muy particularmente de la institución familiar– revitalizó la estrecha lucha feminista. Sólo que ahora no se luchaba por el derecho a estudiar, el derecho a trabajar fuera de casa o el derecho a ser elegida como representante política, sino que se exigía una presencia profesional y política inmediatamente igual a la del hombre. De hecho, la escisión del nuevo feminismo respecto a la matriz común de The Movement fue provocada, en buena medida, por la negativa a conceder el 51% de la representación del mismo a las mujeres, que se erigían en portavoces de toda la población femenina. Esta reivindicación fundamental queda fuera de los límites de la democracia burguesa (que sólo puede ser formal), por lo que en vez de orientar la crítica de la desigualdad material a la revolución social… se encauzó a la reforma corporativa del imperialismo.

[87] «Puesto que ni hablar se puede de una ideología independiente, elaborada por las propias masas obreras en el curso mismo de su movimiento, el problema se plantea solamente así: ideología burguesa o ideología socialista. No hay término medio (pues la humanidad no ha elaborado ninguna “tercera” ideología; además, en general, en la sociedad desgarrada por las contradicciones de clases nunca puede existir una ideología al margen de las clases ni por encima de las clases). Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo lo que sea separarse de ella significa fortalecer la ideología burguesa. Se habla de espontaneidad. Pero el desarrollo espontáneo del movimiento obrero marcha precisamente hacia la subordinación suya a la ideología burguesa, sigue precisamente el camino trazado en el programa del Credo, pues el movimiento espontáneo es tradeunionismo (…), y el tradeunionismo no es otra cosa que el sojuzgamiento ideológico de los obreros por la burguesía. De ahí que nuestra tarea, la tarea de la socialdemocracia, consista en combatir la espontaneidad, en apartar el movimiento obrero de este afán espontáneo del tradeunionismo, que tiende a cobijarse bajo el ala de la burguesía, y enrolarlo bajo el ala de la socialdemocracia revolucionaria.» ¿Qué hacer?; en LENIN: O.C., volumen 6, pp. 42-43. Creemos que la extensión de la cita está justificada por su elocuencia. Basta cambiar tradeunionismo por feminismo, y todo el meollo de la cuestión de la mujer queda explicado con nitidez.

[88] Es muy interesante comprobar cómo, defendiendo la necesidad de una agitación concreta entre las masas de mujeres, Zetkin señalaba: «Y hago estas observaciones como camarada de partido y no como mujer.» ZETKIN: Op. cit., p. 107.

[89] Para un breve vistazo al panorama de este consenso feminista, véase,  por ejemplo, este ilustrativo reportaje hecho con motivo del último 8-M: La guerra de los feminismos [https://www.larazon.es/espana/20200308/3l3fqomrc5e5bhwdbrfet3flna.html]. Sorprendentemente, Andrea Levy, representante del PP, acierta a decir unas lúcidas palabras acerca del lugar político del feminismo: «En el partido estamos plenamente comprometidos con la igualdad y el que diga lo contrario, miente, porque solo hace falta ver la cantidad de mujeres preparadísimas en puestos de responsabilidad, tanto en gobiernos como en el propio partido. El feminismo no es una cuestión ideológica, tal y como nos quieren imponer algunos. El feminismo forma parte de los valores fundamentales de la democracia y de cualquier sociedad y es una lucha general y global (la negrita es nuestra –N. de la R.).» En plata: feminismo como integración corporativa de la mujer en la sociedad burguesa; feminismo no como cuestión de principios ideológicos, sino como movimiento político que constituye, hoy, un pilar de la democracia burguesa a nivel global. ¡Gracias, Andrea!

[90] Es el caso, en el Estado español, de VOX. Contrariamente al sentido común del progresismo –que tiene consignas en lugar de ideas, tabúes en vez de argumentos, y pareciera ser cada día más infantil en lugar de madurar–, VOX no se opone al feminismo por ser un partido fascista, sino por ser, a este respecto, profundamente liberal. Todas sus campañas antifeministas se fundamentan en una idea: están en contra de la colectivización de las mujeres, es decir, de que las feministas pretendan tener el monopolio de la representación de la mitad de la población. Oponen, de facto, liberalismo político a corporativismo. Sí: en este mundo esquizofrénico y sin rumbo, un partido protofascista se dedica a combatir el corporativismo feminista defendido con uñas y dientes por la izquierda. En cualquier caso, la fuerza gravitatoria del feminismo es tan potente que hasta VOX se ha visto obligado a tontear, puntualmente, con el significante vacío del feminismo. Su campaña para el último 8 de marzo era «un alegato por el verdadero feminismo y contra la imposición de los postulados liberticidas del feminismo radical». La noticia se puede consultar en: https://www.abc.es/espana/abci-lanza-campana-mujer-video-contra-feminismo-radical-202003041903_video.html

[91] El carácter de clase de la lucha por la emancipación de la mujer en el capitalismo. La situación en España; en REVISTA COMUNISTA INTERNACIONAL, nº 8, marzo de 2018. Todas las citas subsiguientes, hasta que se indique lo contrario, pertenecen a la versión digital del texto. Por su formato, nos es imposible indicar la página correspondiente. El artículo se puede consultar en: https://www.iccr.gr/es/news/El-caracter-de-clase-de-la-lucha-por-la-emancipacion-de-la-mujer-en-el-capitalismo.-La-situacion-en-Espana/

[92] Más abajo: «Las organizaciones de carácter estatal son correas de transmisión de algunos partidos políticos, tal y como sucede en el caso de Fundación Mujer respecto al PSOE o del Movimiento Democrático de Mujeres, recuperado por el PCE a lo largo del año 2013 sin una realidad organizativa de consideración.» Dejamos a los lectores que comparen este quejido con la quejumbre menchevique recogida más arriba, que lamentaba el partidismo del movimiento de mujeres y lo quería lindo, libre e independiente.

[93] Esta aseveración revela cierta ignorancia histórica acerca de las nociones de opresión y emancipaciónEl movimiento femenino burgués podía luchar efectivamente (¡en el siglo XIX!) contra la opresión política que sufría el género femenino en la medida en que su desigualdad jurídica respecto al varón y su dependencia ante él era un eco verdaderamente patriarcal de un modo de producción anterior. Pero el capitalismo desarrollado emancipa políticamente a todos los individuos mientras los oprime socialmente. Por eso el comunismo opuso siempre el concepto de revolución social a la limitada revolución política burguesa. Obviamente el feminismo contemporáneo, plenamente imperialista, no lucha por ninguna clase de emancipación. Sencillamente, no puede. Conceder eso es transigir con la más reaccionaria propaganda feminista, que se autoerige en representante general de las mujeres de todas las clases. El único sujeto que puede luchar por la única emancipación pendiente, la emancipación plena de la sociedad del automatismo de la producción capitalista, es el proletariado revolucionario.

[94] Ni su mecanicismo superestructural les salva del error. Si no hay nada parecido a una estructura patriarcal, ¿cómo pueden existir superestructuralmente sus reflejos más que como residuo de otra época? Es mucho más correcto hablar, como hace el Partido Comunista Revolucionario, de «la cultura machista que impregna esta sociedad en todas sus esferas». El feminismo que viene; en LA FORJA, nº 34, abril de 2006, p. 65. Cultura machista que es el prejuicioso reflejo ideológico de las relaciones sociales burguesas que aseguran a la mujer una posición subordinada en la producción social por mor de su esclavitud doméstica. El PCTE, que hasta aquí llega, parece haber elegido el adjetivo patriarcal por mero oportunismo teórico. Sabe que su militancia fue educada, a este respecto, por la Comisión Feminista que existió hasta el XI Congreso Extraordinario… y quizá ha decidido conceder una mijita a sus juventudes con tendencias feministas.

[95] Informe Político aprobado por el X Pleno del Comité Central – 18 y 19 de julio 2020, p. 30. Cualquier consigna acerca de abolir el género (o performarlo, lo mismo nos da) parte de considerar, como hace el PCTE, que el «concepto de género como constructo social, una de las principales elaboraciones de la teoría feminista (…) es útil analíticamente» (p. 29). El Informe es consultable en: https://www.pcte.es/comunicados-centrales/informe-politico-aprobado-por-el-x-pleno-del-comite-central-18-y-19-de-julio-2020/

[96] Ibídem, p. 28. Nótese que, para el caso de RC, y a pesar de toda la parafernalia discursiva de su líder-youtuber a través del Frente Obrero, en el número 11 de De Acero, su revista (no nos atrevemos a llamarla teórica), dicen que: «El feminismo de clase solo puede ser aceptado por nosotros si es el feminismo marxista» (p. 44). Es en este mismo número donde aún negaban la existencia de la nación española, a la que ahora ensalzan, por lo que tampoco podemos asegurar que en el futuro no vayan a girar 180 grados y a insultarse implícitamente a sí mismos por posmodernistas. De hecho… ¡algo así han hecho en el último libro de Vaquero! A pesar de renegar de la palabra feminismo… ¡siguen comprando, como el PCTE, el concepto de patriarcado y el de género! Esta esquizofrenia tiene algo de común con la de VOX: como outsiders y “políticamente incorrectos” necesitan hacer ruido contra los lugares comunes del discurso dominante feminista; como insiders de la ideología dominante, no pueden moverse fuera de sus marcos de pensamiento.

[97] A los partidos políticos que se sienten comprometidos con nuestro pueblo; en María Elena Moyano. Perú, en busca de una esperanza. Ministerio de Asuntos Sociales. Madrid, 1993, p. 42. Esta breve recopilación de escritos –editada, no por casualidad, por el Gobierno de España– resulta realmente ilustrativa para comprobar cómo el discurso oportunista, con su matraca acerca de la «democracia desde abajo» que «exige» al gobierno de turno tal o cual reformita, no tiene que variar ni un ápice para organizarse prácticamente contra la revolución. De la lucha por las reformas dentro del Estado capitalista a su defensa armada (Moyano promovió las rondas vecinales paramilitares para hacer frente al PCP) hay un paso: concretamente, el decisivo paso que debe dar el proletariado comunista desde la fase política de la revolución a la fase militar. De hecho, Moyano no oculta esta tendencia socialfascista: «En este país, la única fuerza que puede, de alguna manera, derrotar a Sendero, es la izquierda. Porque frente a las propuestas de la derecha, con las que el pueblo no se identificaba, la única alternativa era la izquierda.» Ibídem, p. 36. La izquierda como último dique de contención burgués contra el proletariado insurgente; la izquierda en cuanto última fuerza democrática que puede movilizar a masas contra la revolución. A los pocos años de escribir Moyano esas líneas, Fujimori descartó esta fracasada vía democrática para luchar contra el PCP, y condujo dictatorialmente la dictadura de la burguesía.

[98] Una comentarista burguesa, que dice criticar al PCP «su sed de matanza, sus ideales totalitaristas», relata el simbólico episodio –representativo de un enfrentamiento que empieza por la ideología y la decisión de atreverse, y que la burguesía quisiera poder esconder bajo la alfombra– visiblemente sorprendida y abrumada: «Pero Moyano y su aún anónima atacante no podían sorprenderse sino de sus similitudes. Una y otra de piel oscura, ambas mujeres, las dos pobres. Vivían en la misma cultura, compartían la historia. Sin embargo, la experiencia las hizo enemigas a muerte. Esa escena, la que muestra a Moyano en el momento en que su atacante rompe el cerco de mujeres que la protegían en la fatal “pollada”, no puede resumirse simplemente diciendo que la senderista estaba loca, o había sido embaucada o engañada por un hombre. Tampoco el feminismo moderno tiene espacio para ello. Sacó su arma y disparó contra la carne viva de Moyano. De hecho, el perfil de esta senderista es un alter ego, una fotografía en negativo de la mujer ideal imaginada por las feministas actuales: independiente, decidida, quizá con un doble papel en la vida –madre de día, subversiva de noche. (…) Pero, al mismo tiempo, las feministas no pueden ignorar o rechazar la existencia de estas mujeres, comprometidas con una causa que consideran satisface sus deseos de un mundo más justo, que incluye igualdad para todos.» KIRK, R. Grabado en piedra. Las mujeres de sendero luminoso. Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 1993, pp. 10-11 (la negrita es nuestra –N. de la R.).

FUENTE: RECONSTITUCION.NET

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