El fraude de la vacunación y la ‘erradicación’ de la viruela

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Redacción

Si alguien viniera a usted y quisiera cortar el brazo de su hijo con un cuchillo, y luego usar agujas de marfil no esterilizadas (que pueden haber sido usadas en cientos de personas ya) para poner una mezcla séptica no esterilizada de gérmenes, mezclados con glicerina y pústulas de animales muertos, es muy probable que se niegue a ello, sin embargo, esta es la realidad de más de 100 años de vacunación contra la viruela.

Si bien la metodología se ha refinado (se considera que una aguja de un solo uso es la única forma segura de inyectarse fármacos), lo cierto es que esta práctica médica fue constante durante décadas, precisamente en períodos históricos en los que abundaron enfermedades como la sífilis y la lepra. En 2001, la OMS llegó a reconocer que más de un millón de personas muere cada año en todo el mundo por inyecciones «descontroladas», según un artículo publicado en The Lancet el 8 de diciembre de 2001.

Guerra biológica con la viruela: el caso de Filipinas

Uno de los casos de genocidio más graves en la historia de la vacunación contra la viruela fue tras la conquista de Filipinas por parte de los Estados Unidos. En Filipinas, poco antes de que el Ejército norteamericano tomara el poder en 1905, la mortalidad por casos de viruela era de alrededor del 10%. En 1905, luego del inicio de la vacunación sistemática impuesta por las nuevas autoridades coloniales, se produjo una epidemia en la que la mortalidad de los casos osciló entre el 25% y el 50% en diferentes partes de las islas.

En 1918-1919, con más del 95 % de la población vacunada, se produjo la peor epidemia en la historia de Filipinas, con una tasa de mortalidad del 65%. El porcentaje más alto ocurrió en la capital, Manila, el lugar más vacunado. El porcentaje más bajo se dio en Mindanao, el lugar menos vacunado por prejuicios religiosos.

Cuando las Filipinas fueron tomadas por los Estados Unidos, en 1898, las islas se convirtieron en un escaparate para la venta de vacunas. Habían tenido muchas vacunas, por supuesto, bajo el dominio español, pero los estadounidenses comenzaron a limpiar el lugar, y las diferentes figuras de la viruela hicieron una gran aparición, como era de esperar, y los distribuidores de vacunas hicieron grandes reverencias, como de costumbre” (Archie Kalokerinos).

La venta de vacunas fue enorme y la pagaron los filipinos. Sin embargo, cuando llegó la inevitable epidemia, en 1918-20, de una población de 10.000.000, las más de 71.000 muertes fue más que igualado por otras tantas epidemias durante los mismos tres años. La malaria se llevó 93.000, la influenza 91.000, la tuberculosis 80.000, mientras que la disentería, el cólera y el tifus juntos se llevaron otros 70.000. Se verá, por lo tanto, que durante una de las peores epidemias de toda la historia, las muertes por viruela fueron muy inferiores al 1 por ciento de la población.

El mito de la ‘alta contagiosidad’

Otro gran mito difundido por la industria farmacéutica es que la viruela es «altamente infecciosa y contagiosa». De hecho, el Ministerio de Sanidad español ya ha dictado solución para enfrentar la viruela de mono: confinar a los casos «sospechosos».

Todas las autoridades médicas están de acuerdo en que el riesgo de entrar en una habitación en la que hay casos de enfermedades infecciosas es infinitesimalmente pequeño para el individuo sano; y que incluso cuando una persona realmente ayuda a trasladar a un paciente enfermo de un trastorno infeccioso a otro habitáculo o a un medio de transporte, si bien el riesgo es mayor, en realidad es muy pequeño para quien está en condiciones sanas.

Por regla general, ha sido muy raro encontrar enfermeros afectados por casos de viruela que viven durante horas y días en el mismo ambiente con los enfermos, y que al mismo tiempo hacen uso de las más simples precauciones. Todavía es más raro oír hablar de médicos que enferman de enfermedades infecciosas contraídas en su práctica, y es bien sabido que los médicos nunca, o muy raramente, llevan la infección de tales enfermedades a sus hogares.

Lo cierto es que es absurdo que la OMS mantenga a día de hoy que el mundo «venció a la viruela» gracias a las campañas de vacunación, cuando menos del 10% de la población mundial fue inoculada de estas vacunas. La obsesión respecto a esta enfermedad ha llevado a los gobiernos a ignorar la verdadera causa de la mortalidad por viruela: sanidad deficiente, malos alimentos, hacinamiento y hábitos tóxicos.

mpr21

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