
Cómo las prácticas empresariales de las grandes Corporaciones enegéticas españolas reflejan la dinámica marxista de la explotación
Según el autor de este artículo, las prácticas de las Compañías energéticas, respaldadas por las políticas gubernamentales, reflejan la tangible vigencia de «la lucha de clases». Pero con una desalentadora matización: que, hoy por hoy, y gracias a la desorganización de los asalariados, son «los de arriba» los que la están ganando.
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
En el curso de los últimos dos años, las familias y empresas españolas han sufrido una carga económica gigantesca en sus facturas de luz y gas, pagando la friolera de los 12.000 millones de euros de más.
Este «sablazo» multimillonario, lejos de ser un incidente aislado, en realidad es un clarísimo reflejo del sistema económico vigente, en el que las grandes Corporaciones energéticas actúan como agentes de acumulación de capital, por el procedimiento de asaltar los bolsillos de los asalariados y otros consumidores para tratar de maximizar sus ganancias.
Las Compañías energéticas, al aplicar cargos regulados excesivos, evidencian cómo el Sistema está estructurado para beneficiar a la burguesía, -en este caso, a los propietarios y accionistas de estas empresas-, a costa de los asalariados, que en este contexto son el grueso de los consumidores ordinarios.
Lo más llamativo de esta cuestión es que estos «asaltos» se realizan en plena luz del día, sin que en sus tropelias los asaltantes se sientan obligados a esgrimir ningún tipo de argumentos que justifique la ejecución de tales «subidones». Mientras, el conjunto del aparato del Estado, es decir, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, silbatean distraídamente como si la cosa no fuera con ellos.
La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) ha revelado que solo entre enero y octubre del año pasado, la desviación transitoria entre ingresos y costes fue de más de 3.435,3 millones de euros. Un superávit que clama a los cuatro vientos como las grandes Corporaciones energéticas están acumulando capitales ingentes, sin que nadie sea capaz de decirles «ni pío». Por no decir, ni siquiera aquellos que desde dentro del sistema presumen de boquilla en haberse convertido en los más «radicales», son capaces de mentar el término nacionalización, ni por equivocación. Una prueba evidente de que a ellos también los tienen bien asidos por la entrepierna.
A todas luces, en todo este fenómeno paranormal de las Eléctricas se está poniendo en evidencia de que la complicidad del aparato del Estado en estas operaciones es total. No podría ser de otra manera. Mientras que, según algunos, serían los Gobiernos los deberían actuar como mediadores en este brutal conflicto de clases, está sucediendo justamente lo contrario. El actual Ejecutivo de la coalición, que ufanamente, se empeña en autoproclamarse «de izquierdas», establece normativas que facilitan a las grandes Corporaciones estos sobrecargos, fallando estrepitosamente no solo en la protección de millones de consumidores se refiere, sino facilitando también la acumulación de ingentes capitales a los protagonistas de los asaltos.
Por si fuera poco, la desproporción existente entre los cargos a los que se enfrentan los hogares en comparación con los que soporta gran industria, pone igualmente de relieve otro aspecto clave de este tema: la desigualdad inherente al capitalismo. Mientras que las grandes empresas disfrutan de cargos significativamente menores, los hogares, especialmente los de la clase trabajadora, se ven desproporcionadamente afectados, exacerbando así la brecha brutal de desigualdad económica.
Las desproporcionadas facturas en los recibos de luz y gas en España es un claro ejemplo de cómo las dinámicas capitalistas y la «lucha de clases» -un concepto del que las clases dominantes y sus representantes políticos huyen como gatos escaldados-, se manifiestan claramente en la vida cotidiana. Las prácticas de las compañías energéticas, respaldadas por las políticas gubernamentales, reflejan la tangible vigencia de «la lucha de clases». Pero con una desalentadora matización: que, hoy por hoy, y gracias a la desorganización de los asalariados, son los de arriba los que la están ganando.