COUNTERPUNCH: LOS MECANISMOS QUE HACEN POSIBLES LOS GENOCIDIOS POR MICHAEL SCHWALBE(*) / COUNTERPUNCH

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¿Están las universidades de EE.UU. siendo cómplices de un genocidio global?

Segun la revista estadounidense Counterpunch Las Universidades de EE.UU. se están viendo envueltas en acciones que rozan lo distópico. Arrestos y violencia policial se desata contra estudiantes que se atreven a cuestionar el silencio cómplice ante la destrucción en Gaza. La parálisis social inducida, como ecos de tiempos sombríos, amenaza las bases mismas de la libertad académica y la justicia.

POR MICHAEL SCHWALBE(*) / COUNTERPUNCH

     Ahora, en los EEUU, estamos presenciando cuál es el mecanismo que sirve para desencadenar los holocaustos. Estamos contemplando, en directo, cómo quienes se atreven a hablar en contra de la violencia estatal masiva, en este caso contra los estudiantes universitarios que protestan contra el brutal asalto de Israel en Gaza, son golpeados y arrestados a instancias de las autoridades universitarias, que a su vez se está prestando a actuar como agentes del gobierno de EEUU, aliado con Israel.

    Después de que 35.000 palestinos, en su mayoría niños y otros civiles, hayan sido asesinados, después de que todas las Universidades de Gaza fueran arrasadas y sus hospitales bombardeados, y ahora, también, cuando más de un millón de gazatíes se enfrentan la muerte por inanición forzada, los administradores universitarios de las Universidades de nuestro país están haciendo arrestar a sus estudiantes por instalar carpas y pedir un diálogo acerca de por qué razón los establecimientos educativos están siendo cómplices de un genocidio .

     Así es como se induce a la parálisis social que facilita que los holocaustos se produzcan. Al desalojar y arrestar a los manifestantes en los campus universitarios, se está enviando un mensaje claro a otros simpatizantes de este tipo de manifestaciones que todavía no se han llegado a sumarse: manténganse calladosacepten las cosas como sonno se salgan de la línea o ustedes también sufrirán el efecto contundente de la represión. No será necesario que los detengamos a todos; nos basta con realizar los suficientes arrestos para resultar ejemplarizantes.

   La mayoría de las personas, temerosas de poder ser detenidas y de las consecuencias subsiguientes, serán menos propensas a protestar, incluso menos propensas a llegar a expresar sus puntos de vista. Esa es la razón por la que muchos de ellos evitan visualizar la violencia protagonizada por su Gobierno. Evitan autointerrogarse sobre cómo es posible que las Universidades, supuestamente los guardianes institucionales de los valores humanos de la sociedad, pueden estar siendo cómplices de la violencia. Luego, después de que muchos inocentes hayan sido asesinados, esgrimirán la justificación de la ignorancia sobre lo que ha sucedido ante sus propios ojos.

     En los Estados Unidos, la supresión de la disidencia tiene ciertas dificultades porque existen leyes que protegen la libertad de expresión, de reunión y de prensa. Por eso, la supresión de la disidencia en los campus universitarios resulta aún un poco complicada por el hecho de que existe en la sociedad la idea ampliamente aceptada de que los recintos universitarios son lugares de tolerancia, en los que, incluso, dice fomentarse la confrontación de ideas. Arrestar, pues, a estudiantes que participan en protestas pacíficas, empaña esa imagen autocomplaciente que se exhibe de las Universidades estadounidenses, como si se tratara de bastiones de la libertad intelectual.

   La contradicción entre la libertad de expresión y la represión violenta de las protestas obliga a las autoridades universitarias a presentar justificaciones que desafían tanto el sentido común como la evidencia contundente de los millones de personas que han sido testigos de las brutales actuaciones policiales.

   En UNC–Chapel Hill, el canciller interino Lee Roberts y el provost Chris Clemens afirmaron, en una declaración pública sobre los recientes arrestos de estudiantes, que se vieron obligados a llamar a la policía porque el «campamento de solidaridad» estaba interrumpiendo la utilización del campus para otras actividades, y desde el mismo se estaba amenazando a los estudiantes y   “destruyendo” propiedad universitaria.

   Ni que decir tiene que esos argumentos carecen absolutamente de sentido, como lo han atestiguado observadores de primera línea y los periodistas allí presentes. Un presentador de noticias de una TV local contemplaba incrédulo la transmisión de un video de los arrestos policiales de esta forma:

      «Hemos permanecido siguiendo esta protesta durante cinco días, -dijo-, y esta es la primera vez que hemos visto violencia».

    Otros presentadores de noticias hicieron observaciones similares sobre protestas realizadas en otros puntos del país.

   El mejor truco, sin embargo, para tratar reconciliar la contradicción existente entre afirmar que se respeta la libertad de expresión mientras, en realidad, se la suprime, es este: editar una serie de normas que se deben respetar en las protestas, y luego afirmar que la represión está justificada porque los estudiantes han roto esas mismas las reglas. Las autoridades universitarias de todo el país han adoptado esta estrategia desde el 7 de octubre de 2023. Normas de las que nunca antes se había tenido constancia cobran abruptamente vigencia para reprimir las protestas contra el bombardeo genocida de Israel en Gaza.

    Inventar normas y luego enviar a la policía militarizada cuando dicen que los estudiantes las han violado es otra táctica que genera por sí misma su propia justificación. O usar a la policía para convertir una protesta pacífica en un caos y luego afirmar que la policía es necesaria para restaurar el orden.


    La historia nos enseña que los holocaustos se producen porque la gente sigue órdenes permanece ciegamente indiferente ante un mal mayor al que ellos mismos están contribuyendo. 

     Invocar normas irrelevantes con objeto de poder aplastar las protestas estudiantiles es algo peor que violar los derechos de libertad de expresión y de reunión.  Nos pone, como nación, en el camino de convertirnos en cómplices de un crimen contra la humanidad, sobre el cual los futuros historiadores tendrán que preguntarse: ¿cómo fue posible que esto haya sucedido nuevamente?

(*) Michael Schwalbe es profesor emérito de sociología en la Universidad Estatal de Carolina del Norte y colaborador en la revista CounterPunch. En sus artículos, Schwalbe se enfoca en temas como la violencia, el contexto social de la misma y la importancia de entender la historia y las circunstancias subyacentes para abordar conflictos y resistencias?. Además, ha discutido sobre los desafíos que enfrentan los profesores y las universidades bajo las presiones económicas y políticas actuales, reflexionando sobre cómo estas fuerzas conservadoras impactan la academia y la capacidad de los académicos para actuar como intelectuales públicos

https://canarias-semanal.org/art/36150/counterpunch-los-mecanismos-que-hacen-posibles-los-genocodios

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