Lo que está surgiendo es una división de poder entre las potencias imperialistas. Trump ya ha señalado que utilizará el alto el fuego como herramienta para presionar a Zelenski a aceptar una rendición parcial, cediendo el control de las regiones del este de Ucrania a Rusia y otorgando a Estados Unidos acceso privilegiado a reservas de minerales críticos y tierras raras, esenciales para las industrias militar y tecnológica.

El presidente ultrarreaccionario de Estados Unidos (EE.UU.), Donald Trump, recibe este viernes (17/10) en la Casa Blanca al presidente de Ucrania, Volodmir Zelensky, para tratar el futuro de la guerra y el envío de armas a Kiev.
La reunión se produce justo un día después de que Trump hablara por teléfono con el presidente ruso, Vladimir Putin, con quien acordó una «futura reunión» en Budapest, Hungría. El gesto pone de relieve los esfuerzos de Washington y Moscú por forjar un acuerdo que ponga fin al conflicto, incluso a costa de la soberanía y la división territorial de Ucrania.
Zelenski llega a Washington para pedir nuevas armas, especialmente los misiles de crucero Tomahawk, fabricados por la empresa monopolista Raytheon, que tienen un alcance de más de 1.600 kilómetros y capacidad para alcanzar objetivos estratégicos dentro de Rusia.
El dilema ucraniano es la financiación. Estos proyectiles cuestan alrededor de 2,5 millones de dólares cada uno y representan una de las principales demandas del gobierno ucraniano desde el comienzo de la guerra, ya que son capaces de atacar bases militares e instalaciones energéticas rusas.
Sin embargo, Trump desestimó la posibilidad de liberar las armas tras su conversación con Putin. El líder estadounidense declaró que «nadie quiere que le disparen con Tomahawks» y que «Estados Unidos también necesita sus propios arsenales». Esta declaración es una clara señal de que el imperialismo estadounidense no pretende arriesgarse a una confrontación directa con el imperialismo ruso, y prefiere negociar el curso de la guerra en lugar de intensificarla.
Tras la retórica de «paz» y «estabilidad», lo que emerge es una división de poder entre las potencias imperialistas. Trump ya ha señalado que utilizará el alto el fuego como herramienta para presionar a Zelenski a aceptar una rendición parcial, cediendo el control de las regiones del este de Ucrania a Rusia y otorgando a Estados Unidos acceso privilegiado a reservas de minerales críticos y tierras raras, esenciales para las industrias militar y tecnológica.
Estos recursos se concentran precisamente en las regiones mineras de Donbás y Zaporiyia, las mismas que Moscú reclama como parte de su territorio. The Guardian y Foreign Policy informaron que, desde agosto, diplomáticos estadounidenses y rusos han estado explorando un «acuerdo de estabilización» que incluiría una compensación económica y acceso a los recursos naturales ucranianos.
Aunque nadie mencionó explícitamente «compartir la exploración», se sugirió que se está considerando la posibilidad de acuerdos comerciales paralelos a las negociaciones de paz, acuerdos que incluirían compartir el acceso a la exploración de estos minerales estratégicos, consolidando la división económica de Ucrania.
Presentada como un «pacto de paz», la operación tiene menos que ver con la finalización del conflicto que con la reorganización de las fuerzas para reducir la presión militar y financiera de ambas partes. El imperialismo estadounidense busca despejar el campo de batalla europeo para centrar sus esfuerzos en el Indopacífico, donde el socialimperialismo chino está ganando influencia económica y militar. La colusión entre Washington y Moscú contribuiría así a este objetivo estadounidense.
Zelensky, lacayo del imperialismo yanqui
Desde el comienzo de la guerra, Zelenski ha desempeñado el papel de un lacayo obediente del imperialismo, subordinando el destino del país a los dictados de la OTAN y la Casa Blanca. En lugar de movilizar a las masas para una auténtica guerra de resistencia nacional y organizar un frente unido, criminalizó a las organizaciones populares y prohibió los partidos de oposición, concentrando el poder bajo el dominio yanqui.
Cuando el pueblo ucraniano intentó resistir la invasión rusa de forma autónoma, creando milicias populares locales y comités de defensa, el gobierno de Kiev intentó disolverlos o sofocar su iniciativa, subordinándolos al mando central del gobierno lacayo estadounidense. En nombre del «orden», Zelenski desarmó al pueblo y lo apostó todo a la ayuda militar extranjera, creyendo que el imperialismo estadounidense y las potencias europeas de segunda fila salvarían a su gobierno.
Ahora, se encuentra abandonado por quienes lo utilizaron como peón. Trump habla de un «acuerdo duradero», pero lo que está sucediendo es la legitimación del control ruso sobre vastas áreas del territorio ucraniano y la entrega de recursos naturales a monopolios yanquis. El imperialismo ruso, por su parte, se presenta como un «liberador», practicando el mismo saqueo colonial. Y el pueblo, que paga el precio de la guerra con millones de muertos, mutilados y refugiados, es traicionado una vez más.
La situación confirma los análisis ya publicados por AND , que dejan claro que el presidente ucraniano pronto aceptará la división de su territorio, ya que no podrá hacer nada con su servilismo y abyección hacia los yanquis, con la entrega de las tierras ya conquistadas por Putin al estado imperialista ruso. Aunque se ponga a patalear y gritar en alguna reunión para intentar preservar su imagen ante las masas ucranianas.
Se afirma además que «al entregar la defensa nacional de Ucrania a la OTAN y al imperialismo yanqui, sin movilizar ni armar a las masas, Zelenski firmaba una capitulación nacional, pues los yanquis venderían la nación a cambio de sus propios intereses. Las masas ucranianas exigen, y condicionan su movilización en la lucha de clases, a la resolución del problema territorial».