
«El rechazo de la OTAN al ingreso de Rusia: ¿Fue una humillación premeditada o una estrategia de poder global?
Desde el cambio de milenio, la figura de Vladimir Putin ha dominado el escenario político ruso, pero ¿representó su ascenso simplemente la culminación de un esfuerzo por estabilizar a un país sumido en el caos? ¿O hay algo más en trayectoria hacia el poder? Tras la caída de la URSS, Rusia se sumergió en una era de privatizaciones brutales y de cambios radicales. Pero, ¿cómo afectó esto a su pueblo y a su posición en el mundo? Con una política exterior ambiciosa, pero frustrada, especialmente en su relación con la OTAN, este artículo trata de explorar la complejidad de una nación reconstruida sobre las ruinas de un esplendoroso pasado socialista, buscando entender no solo el papel que le ha tocado desempeñar a Putin como figura política, sino también a la nueva Rusia que ha emergido bajo su liderazgo.
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Desde que comenzó el nuevo milenio, la figura de Vladimir Putin ha sido central en la política rusa. Al menos esa es la referencia que utilizan los comentaristas internacionales a la hora de referirse a él.
Sin embargo, Putin representa mucho más que a sí mismo. En la Rusia de la década de los 90 se produjo una perfecta sintonía de intereses entre los antiguos gestores de las antiguas empresas soviéticas y una parte importante de la burocracia estatal. El objetivo de tal coincidencia consistió en desmontar la formación social socialista, tratando de reconstruir sobre sus ruinas el sistema capitalista.
Los 10 primeros años de ese proceso de privatización fueron agudamente turbulentos. Repentinamente, los pueblos que constituían la URSS, la segunda potencia mundial, no solo se vieron gravemente fragmentados, sino igualmente sumidos en una miseria y una represión de las que aún hoy no disponemos de una narrativa veraz que describa con precisión aquella enorme hecatombe social.
A principios de la década de los 90 del siglo pasado, como consecuencia de la deliberada desintegración del Partido Comunista, el país quedó insólitamente en manos de Boris Yeltsin, un alcohólico irresponsable que pretendió vender a precio de retales los restos de la economía de un país que había llegado a ser la segunda potencia mundial del planeta. La Unión Soviética, primero, y Rusia después, sufrieron posiblemente una de las peores catástrofes sociales conocidas en los últimos siglos, al margen de aquellas que por su propia naturaleza provocan los conflictos bélicos o civiles. En la Union Soviética no se había producido ni lo uno, ni lo otro.
Boris Yeltsin, aquel payaso ridículo, borrachín y pendenciero, que entre tranca y retranca, se empeñaba en vender a su país al mejor postor, posiblemente temeroso por el desastre que su propia gestión había generado, nombró como sucesor a Vladimir Putin, un joven burócrata, miembro de los Servicios de la Inteligencia soviética, ambicioso e ideológicamente adscrito a cualquier corriente que pudiera contribuir a promocionar su ascenso en las instituciones del Estado.
Con el consentimiento de la nueva oligarquía rusa, resultante de aquel proceso contrarrevolucionario que acabó con la propiedad colectiva, Putin se dispuso a «estabilizar» con puño de hierro al país, después de una década de intensas turbulencias y de consecutivos desastres.
Al igual que sucediera dos siglos atrás con la Revolución Francesa, la nueva «clase ascendente» rusa le encargó a Vladimir Putin la «bonapartización» de la sociedad rusa. O sea, «poner orden», confirmar la hegemonía de la nueva clase ascendente en Rusia, como en su época procediera a hacer con la burguesía francesa Napoleón Bonaparte, en la Francia revolucionaria de principios del siglo XIX,
En una sociedad como la rusa, que había sido brutalmente quebrada por un proceso de incautación feroz de la propiedad colectiva, doblegar a aquellos que pudieran ofrecer resistencia y encauzar los intereses de una ambiciosa e inexperta nueva oligarquía, se convirtió en la tarea prioritaria de Putin.
LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUTIN
Simultáneamente, en política exterior, Putin trató, desde los primeros momentos de su mandato, de cerrar filas junto a los antiguos enemigos occidentales de la URSS. Para los intereses de la nueva oligarquía rusa, tenía lógica que así lo hiciera. El nuevo orden social que se había impuesto después de la implosión de la Unión Soviética era ya perfectamente homologable con el resto de los países que se regían por las leyes del mercado. En verdad, esos deseos primigenios del presidente Putin eran, desde su óptica, perfectamente coherentes . La Unión Soviética había sido liquidada. El sistema capitalista se había impuesto arrolladoramente en toda la geografía del país. La “nueva Rusia», que no por casualidad había recuperado los viejos símbolos del Imperio zarista, reclamaba ahora, en correspondencia con su categoría de potencia mundial, un lugar entre los países que disfrutaban de la hegemonía económica y política en el planeta.
Para ello, una de sus primeras gestiones consistió en pedir el ingreso de la nueva Rusia capitalista en la OTAN. ¿Qué sentido tenía ahora que Rusia continuara figurando como «un enemigo a batir» en el imaginario occidental, cuando su nuevo sistema social se había reconvertido en un clónico de las sociedades de mercado de EE.UU. y de Europa?
No obstante, pese a tratar de hacer lo indecible para que se le otorgara un lugar en el «Club de los países del capitalismo mundial», tal “privilegio” le fue denegado siempre que lo solicitó. Ese rechazo obligó a la oligarquía rusa a reorientar sus pasos en política exterior y aprender a andar por sus propios senderos, en sintonía con los intereses de su propia oligarquía que, como sucede en el Occidente capitalista, es la que controla última ratio los auténticos resortes del Poder.
LAS “DESILUSIONES” DE VICTORIA NULAND
Viene este extenso y necesario exordio a responder a las recientes declaraciones efectuadas a la CNN por la subsecretaria interina de los Estados Unidos, Victoria Nuland, en las que se permitió aseverar que «la Rusia de Vladimir Putin no es la Rusia que nosotros deseábamos».
«Francamente, esta no es la Rusia que queríamos» —dijo Nuland a Christiane Amanpour de CNN el pasado jueves. «Queríamos un socio que se occidentalizara, que fuera europeo. Pero eso no es lo que hizo Putin».
Nuland agregó que lo que Estados Unidos esperaba un líder que orientara a Rusia hacia una mayor «occidentalización», algo que, según sus propias palabras, no se había materializado en Rusia bajo la Administración de Putin.
Los argumentos esgrimidos por Nuland sobre el pretendido deseo estadounidense de que Rusia se «occidentalizara» resultan tan endebles como falsos. EEUU jamás ha sentido la menor inclinación porque sus aliados se «occidentalicen» necesariamente. Ese no es precisamente el requisito que la Administración americana exige de sus comparsas. Nos bastaría con recordar qué tipo de países y regímenes políticos han sido y continúan siendo aliados de Washington para que tal afirmación resulte sonoramente desmentida.
En una última entrevista a Vladimir Putin realizada por el periodista, y ex empleado de la Cadena FOX, Tucker Carlson, ampliamente difundida por los medios de comunicación rusos y que adjuntamos en esta misma página, el propio Putin describe, con tanto lujo de detalles como verosimilitud, la humillante insistencia con la que llegó a rogarle a sus homólogos estadounidenses que permitieran a Rusia ocupar un discreto lugar en el «Club de la hegemonía mundial». Las negativas por parte de los sucesivos presidentes estadounidenses, se reiteraron tantas veces como para llegar a avergonzar a cualquiera.
LAS RAZONES DE UNA NEGATIVA
¿Cuáles pudieron ser los motivos por los que los equipos de estrategas y diseñadores de la política exterior norteamericana le estuvieron negando a la oligarquía rusa el pan y la sal? Muy posiblemente estas denigrantes negativas se debieron a múltiples factores y objetivos. Pero algunos de ellos son fácilmente deducibles.
En primer lugar, Rusia cuenta con inmensos recursos naturales y económicos de todo tipo. Estrategas estadounidenses, como el celebérrimo Zbigniew Brzezinsk, han especulado públicamente acerca de la suculenta tajada que supondría para la agotada economía estadounidense acceder —como en parte ya han hecho con determinados países ex miembros de la antigua URSS— a esa suerte de «cuerno de la fortuna» que ofrecería una Rusia desintegrada y socialmente maltrecha.
Un segundo factor viene determinado por el giro copernicano que se ha producido en el panorama mundial tras la desaparición de la Unión Soviética. Después del final de la II Guerra Mundial, la competitividad interimperialista dejó de existir. A partir de 1945, los Estados Unidos se convirtieron en el único eje de la competencia comercial mundial. Inglaterra, Alemania o Francia pasaron de ser imperios y potencias coloniales a países subalternos, meras comparsas adscritas al ámbito estricto de los intereses comerciales y estratégicos de los Estados Unidos.
En el curso de esa andadura en solitario, la oligarquía rusa ha ido encontrando compañeros de viaje e infortunios. Pero ya no está sola. Tiene a su lado la reconfortante compañía de los multimillonarios chinos, cuya economía compite ventajosamente en múltiples rubros con los Estados Unidos de América, expandiendo sus tentáculos alrededor de todo el planeta. Rusia – y su oligarquía —, aporta un gigantesco arsenal militar, construido a lo largo de decenios por el pueblo soviético, con titánicos sacrificios, para su propia autodefensa y la preservación del proyecto social y político colectivo.
La cuestión clave es que es ahora cuando la Historia está empezando a retomar el cauce que el final de la II Guerra Mundial había dejado en suspenso, las luchas interimperialistas que tan certeramente Lenin describiera en 1916 se han reanudado.
En estas pugnas los pueblos no cuentan con auténticos aliados. Las clases sociales cuyos litigios comerciales las provocan no pueden constituir una referencia por la que luchar. Sus movimientos y alineaciones solo responden a sus intereses de clase. Y es que, al igual que sucediera en el curso de la Primera Guerra Mundial, los amigos de los pueblos no se encuentran entre tales contendientes.
VÍDEO RELACIONADO: Entrevista de Tucker Carlson al presidente ruso Vladimir Putin