UN ANÁLISIS DEL FAI SOBRE LAS ELECCIONES LEGISLATIVAS EN VENEZUELA

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«La imagen de Venezuela como una dictadura está firmemente asentada en el mundo occidental»

Las elecciones legislativas de este 6 de diciembre en Venezuela tienen -explican desde el Frente Antiimperialista Internacionalista – una especial transcendencia, no sólo porque pueden cambiar el signo político de la Asamblea Nacional (AN), sino porque serán utilizadas como un instrumento de injerencia por EE.UU. y sus aliados (…).

POR EL FRENTE ANTIIPERIALISTA INTERNACIONALISTA PARA CANARIAS SEMANAL

    Las elecciones legislativas de este 6 de diciembre en Venezuela tienen una especial transcendencia, no sólo porque pueden cambiar el signo político de la Asamblea Nacional (AN), sino porque serán utilizadas como un instrumento de injerencia por EE.UU. y sus aliados.


    Para comprender su significado no es suficiente interpretar sus resultadoses necesario entender el papel que juegan los procesos electorales en la estrategia imperialista.


    La oposición al chavismo logró una clara victoria electoral en las legislativas de diciembre de 2015, y desde la constitución de la Asamblea de mayoría opositora, su trabajo no fue legislar en beneficio del país y colaborar con el ejecutivo, tal y como establece la constitución, sino colaborar con potencias extranjeras para derribar al gobierno.

    En palabras de su presidente Ramos Allup, tenían seis meses para el “cambio de régimen”, consigna central de la administración norteamericana.


    En la primera ocasión que se le presentó, la Asamblea incurrió en desacato; fue en el mismo momento de su constitución: Existían denuncias por fraude electoral de varios representantes del estado de Amazonas por la compra de votos. Una vez realizada la investigación, el Tribunal Superior de Justicia (TSJ), dictó sentencia el 30 de diciembre de 2015 en la que se recogía: “incuestionable vulneración del derecho al sufragio de los ciudadanos”.

     Este tribunal solicitó la entrega de las actas de los imputados y la AN desafío la legítima autoridad del tribunal y se negó a hacerlo. Como la mayoría de los asambleístas no quedaba afectada por la entrega de esas actas, la cuestión se centró en deslegitimar a este tribunal.


    Las reglas del juego quedaron establecidas: la denominada oposición no reconocería ninguna actuación del Estado y utilizaría la AN como un instrumento para desestabilizar y deslegitimar, por cualquier vía, al presidente Nicolás Maduro, a su gobierno y a las instituciones del Estado; una actitud golpista que se intentó camuflar haciendo constantes declaraciones sobre el carácter democrático de la AN, su apego a la Constitución y mostrándose siempre como víctima de la “dictadura chavista”.


   Nada de esto es comprensible sin situarlo en un contexto más amplio: el de la Guerra Mundo, la guerra por cualquier medio contra todo el que impida o dificulte la expansión imperial de Estados Unidos.


   Desde la II Guerra Mundial hasta la década de los 80, el modelo de dominación imperialista contemplaba todo tipo de agresiones y todo tipo de desenlaces siempre que fueran favorables a los intereses estadounidenses; eso dio lugar a guerras, invasiones y golpes de estado que en la mayoría de los casos desembocaron en dictaduras, esencialmente militares.


    En la década de los 80 cambió el modelo. Las dictaduras darán paso a democracias formales y serán la nueva justificación para derribar gobiernos que no se sometan de buen grado a renunciar a su soberanía. El imperio se convirtió en el gran defensor de la democracia y en su nombre continuará con la misma tarea de dominación y expolio, se seguirán invadiendo países, declarando guerras, impulsando golpes de estado… todo ello en nombre de la democracia.


    La democracia es el dogma del que se apropia el imperio y de paso se hace propietario de la voluntad popular. Estados Unidos decidirá, como buen inquisidor, quien es dictador y quien es demócrata, los métodos para reconvertir al ateo, o como eliminarlo y quien es el indicado para ocupar su puesto.


    Las amenazas de guerra, los atentados, las acciones de extrema violencia, generarán miedo; la falta de suministros básicos, déficits de todo tipo, incertidumbre y merma de la confianza en las autoridades. La propaganda, como síntesis de la acción del complejo comunicacional, confundirá y tratará de debilitar las conciencias de los y las venezolanas. Todo ello con el objetivo de deslegitimar a quienes dirigen el país, a su ideología y a las instituciones del estado.


    La imagen de Venezuela como una dictadura y lo que conlleva de criminalidad, está firmemente asentada en el mundo occidental. Se ha construido con un complejo comunicacional en el que intervienen, la clase política, las instituciones, la academia, las industrias culturales y la práctica totalidad de los sistemas y medios de comunicación. Todos ellos comparten un mismo discurso: Venezuela es una dictadura, su presidente Nicolás Maduro un tirano. Apuntalarán esta idea, sin fundamentarla, con todo tipo de comentarios y declaraciones interesadas cada uno en su ámbito y serán los medios quienes se encargarán de difundirla.


    Esa imagen construida para criminalizar a un supuesto enemigo, es la pieza clave para producir una inversión: Deslegitimar a la víctima y legitimar al criminal.


   Para que las víctimas sean consideradas merecedoras de un cruel castigo y el agresor legitimado, es necesario criminalizar a la víctima, despojarle de cualquier virtud y atribuirle todo tipo de crímenes, lo que para simplificar se resuelve llamándole dictador y tirano.


    Este proceso es el habitual cuando se decide acabar con un líder, un gobierno, un Estado; eso se hizo con Milosevic en Yugoeslavia, con Sadam Husein en Irak, con Gadafi en Libia y tantos otros, y en otra medida con Lula, Dilma, Evo y sobre todo con Nicolás Maduro, sin dejar de mencionar a Fidel Castro que la mayor parte de su vida fue demonizado y aun hoy en día continua siendo la encarnación de la maldad.


    La legitimación de los agresores sigue el mismo proceso, pero en dirección opuesta: Leopoldo López es un criminal, juzgado y condenado por delitos tipificados como terrorismo con pruebas contundentes y las imágenes de su participación en el intento de golpe de estado del 30 de abril de 2019 dieron la vuelta al mundo. Pero su perfil de víctima y héroe ya estaba construido por los medios y avalado por las instituciones españolas y europeas: relatos de su sufrimiento en la cárcel, su acogida en la embajada española.


     Otro tanto sucede con Juan Guaido, un golpista autoproclamado presidente, que se ha apropiado de bienes públicos arrebatándolos a su país, que pide la intervención de fuerzas extranjeras y que firma contratos con organizaciones mercenarias de EEUU para secuestrar y probablemente asesinar al legítimo presidente de Venezuela, todo ello difundido universalmente. Sin embargo, este criminal ha sido reconocido por más de 50 países, todos ellos alineados con EEUU y sus socios europeos, creando así una imagen de legitimidad al aceptarlo como si de un presidente electo se tratara.


     La criminalización del chavismo y de su gestión del país la expresa así el exalcalde de Caracas Antonio Ledezma:

“Venezuela está invadida”…”agredida por efectivos castristas, rusos, iraníes, ejércitos paralelos, grupos parapoliciales”.

     Ledezma utiliza un lenguaje brutal para describir una imagen del infierno que ya hemos conocido en otros casos en los que se había decidido devastar y saquear un país.


     2019 despierta con la autoproclamación de Juan Guaido el 23 de enero; el 23 de febrero se produce el intento de invasión desde Colombia bajo una burda excusa de entrega de ayuda humanitaria; el 30 de Abril se intenta una sublevación militar en la base militar de La Carlota y el huido de la justicia Leopoldo López es acogido como invitado en la embajada del Reino de España.


     En 2020 continúan las agresiones de la guerra multiforme: el 26 de marzo, EEUU pone precio a la captura o asesinato de Nicolás Maduro y de Diosdado Cabello; el 3 de mayo se lleva a cabo la operación Gedeón para secuestrar y asesinar al Presidente, operación en la que intervienen la CIA, el gobierno colombiano y mercenarios de EEUU y en la que está involucrado directamente Juan Guaidó; el 5 de mayo se prorroga el decreto presidencial de EEUU que declara a Venezuela como amenaza inusual y extraordinaria. Nada de esto va a impedir que se cumpla el mandato constitucional de celebrar las elecciones legislativas en el plazo establecido de 5 años, con fecha el 6 de diciembre de 2020. EEUU y sus aliados consideran que los resultados no les serán favorables; ya han tratado de deslegitimar al Presidente venezolano y a su gobierno, ahora tratan de deslegitimar a la próxima Asamblea Nacional, que previsiblemente dejaran de controlar tras estas elecciones, bajo ese principio elemental de “si no me sirven, no las reconozco”.


     En 18 de septiembre comenzó el ataque frontal para deslegitimar las elecciones; el eje será, una vez más, los DDHH. Ese día se publica la noticia de una masacre en la localidad de Macuto en la que han asesinado a varios policías, atribuyéndole la autoría al gobierno. Una vez más, nada sostiene esa noticia. Ese mismo día, la UE condiciona el envió de observadores a que las elecciones se retrasen seis meses.


     Este relato de cómo funciona la guerra contra Venezuela y su democracia nos ayuda a entender cuáles son los mecanismos de injerencia, cómo operan sirviéndose de todas las armas a su alcance, pero especialmente, el papel que cumplen los momentos electorales elegidos por el imperio para desestabilizar y derrocar gobiernos. Pero el pueblo venezolano y su gobierno bolivariano han aceptado el reto de defender su país y su revolución en todos los campos en los que se ha desatado la guerra contra ellos.

   Por eso, el pueblo venezolano se ha declarado en pie de paz y defiende su derecho a elegir libremente a sus representantes cumpliendo el mandato constitucional. Desde el Frente Antiimperialista Internacionalista consideramos que es nuestra responsabilidad apoyar y defender la voluntad del pueblo venezolano.

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