Sobre el genocidio

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Enrico Tomaselli

PALESTINOS QUE COMPLACEN AL CÓMPLICE OCCIDENTE

Desde hace un año y medio se está produciendo un genocidio apoyado por los gobiernos –criminales e imperialistas– de nuestros países con el suministro de armas, cobertura diplomática y complicidad mediática a Israel. Complicidad astutamente sostenida por los grandes periódicos occidentales y el coro de aduladores de la televisión dispuestos a promover, normalizándola, la masacre de un pueblo.
Aunque la crónica de los hechos es más o menos conocida, lo que realmente actúa como pegamento de las narrativas más tóxicas es la reivindicación de un presunto realismo que se alimenta de viejos estereotipos. Basta, de hecho, prestar una atención, aunque sea fugaz, a los titulares de nuestra prensa impresa, que se hacen eco del recorrido indicado en el extranjero por el New York Times, respecto a las tensiones internas en Gaza, reduciéndolas –con paternalismo– al engaño instrumental de “la población palestina con Hamás” . Un esquema conveniente porque proyecta todo el debate en un plano de condescendencia: como si los palestinos, retratados como víctimas de sí mismos y no de una potencia militar feroz, sólo tuvieran que tener la iluminación de rebelarse internamente, para luego sucumbir definitivamente.

Este marco mediático no hace más que reproducir la vieja matriz orientalista: los árabes, irracionales, están dominados por pasiones sectarias o por milicias internas y la solución a todos sus problemas se encontraría en el intento de parecerse más a Occidente, quizá a través de una potencia proclive a negociaciones interminables, como tapadera para una colonización sistemática. Pero si miramos los acontecimientos actuales, los dieciocho meses de sangre, las familias exterminadas y las infraestructuras arrasadas, la distorsión instrumental que propone este enfoque es dramáticamente evidente: el corazón de la tragedia no es otro que el proyecto sionista y la indiferencia de quienes, desde fuera, lo han respaldado y apoyado continuamente.
El pueblo palestino resiste sobre el terreno contra la máquina de matar más moderna y brutal de Asia occidental y las protestas y manifestaciones –en medio de un asedio inhumano– representan una exigencia de dignidad irreductible a cálculos convenientes, a esquemas de poder y sobre todo a estereotipos sobre el caos en Medio Oriente.

Así, surge en Occidente el discurso según el cual los palestinos deberían levantarse de manera ordenada (es decir, aceptable para los patrocinadores internacionales), tal vez junto a la Autoridad corrupta que, durante años, ha colaborado con la ocupación israelí en términos de inteligencia y control territorial.

La paradoja es clara: aquellos que ignoraron y/o toleraron el genocidio en curso, cómodamente ajenos al horror de un asedio asfixiante, ahora se erigirían en maestros morales, pontificando sobre cómo y contra quién deberían rebelarse los palestinos. Ignorando el verdadero equilibrio de poder, la colaboración activa de varios gobiernos occidentales con la ocupación israelí y el hecho de que la situación en Gaza no es una disputa familiar, sino el resultado de un plan preciso de aniquilación.
Si bien es cierto que algunos, por conveniencia, delegan la cobertura de la cuestión palestina a sus propagandistas profesionales (periódicos tradicionales, comentaristas de televisión), lo que parece más devastador es la apatía generalizada con que se ve el genocidio. La consecuencia es que el valor más profundo de la resistencia palestina —concreto, cotidiano, de una comunidad que sobrevive al horror y abre todas las vías de rebelión— ha quedado relegado a un segundo plano.

La lección más intensa, a menudo eludida, es precisamente la que la resistencia palestina –incluso en condiciones extremas de lucha por el agua, la luz y la supervivencia física– sigue transmitiendo al mundo entero: hay un horizonte de dignidad humana que no puede ser domesticado por los discursos oficiales y que no acepta la lógica del colonizado complaciente. Mientras los análisis occidentales sigan inculcando la idea de que es necesaria una intervención externa para educar a los palestinos hacia una rebelión justa o aceptable, perpetuaremos la misma violencia simbólica que se ha vertido, durante décadas, sobre un pueblo privado de su libertad y de su tierra.
Defender la dignidad de Gaza significa, ante todo, reconocer las conexiones entre el imperialismo occidental y el colonialismo israelí. Es un reconocimiento necesario que derriba el estereotipo orientalista del que se valen los grandes medios de comunicación en procesión y que plantea a cada uno de nosotros la reflexión moral más acuciante: ¿queremos seguir siendo cómplices de un crimen histórico como espectadores, o estamos dispuestos a desenmascarar los mecanismos de poder que lo generan y lo justifican?
Ésta es la verdadera línea divisoria. Si no nos oponemos a la complicidad de nuestros gobiernos y de nuestros aparatos mediáticos, cada palabra sobre las tensiones internas en Gaza no será más que humo y espejos, capaces de distraernos de un crimen en el que participamos. Y así, mientras muchos persiguen una orientación moralista y superficial sobre la corrección o no de ciertas formas de resistencia, la vida cotidiana palestina sigue siendo un acto de supervivencia y de lucha obstinada: una máquina de guerra deleuziana que podría enseñarnos la fuerza de un pueblo en revuelta.

FuenteGiubbe Rosse

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