Resumen Latinoamericano
Por Claudio Katz, Resumen Latinoamericano
Trump se dispone a iniciar su segundo mandato al frente de la primera potencia y Milei
cumplió un año como presidente de un país periférico. Se ubican en las antípodas de la estructura
económica y geopolítica mundial, pero forman parte de la misma oleada ultraderechista que
captura gobiernos en todo el planeta. Observar qué tienen en común y qué los diferencia,
contribuye a caracterizar al principal enemigo del momento y a definir cómo enfrenarlo.
PENETRACIÓN DEL DISCURSO DERECHISTA
Tanto en Estados Unidos como Argentina, el avance de corrientes reaccionarias se
consumó en contextos críticos, pero no catastróficos. Su éxito no derivó de la existencia de
situaciones límites, coyunturas inmanejables o escenarios desbordados.
Trump consiguió un resultado electoral significativo en todos los sectores sociales y
amplió la base de apoyo de su primer mandato, pero con baja participación de votantes. El
malestar con la inflación y el pesado endeudamiento de las familias fue determinante de su éxito,
en un marco de magro crecimiento habitual y empleo de baja calidad. Logró convertir
nuevamente a los inmigrantes en el gran chivo expiatorio, en un contexto de menor aluvión de
indocumentados.
El magnate no consiguió el trofeo de la presidencia cabalgando sobre algún problema
candente o cómo gran salvador ante una crisis superior a la usual. Volvió a imponerse por la
previa penetración del discurso derechista en una gran porción de la sociedad norteamericana.
Esa incidencia le permitió potenciar los prejuicios ya instalados y repetir la demagogia
proteccionista, que promete recomponer los ingresos populares incrementando los aranceles.
Culpó a los inmigrantes por el deterioro de los salarios, blanqueando a los capitalistas y ocultó
que los trabajadores de otras nacionalidades contribuyen al crecimiento y generan importantes
ingresos fiscales.
El patrón discursivo de Trump es el mismo que utilizan otros líderes de la ultraderecha
para desparramar vacuas promesas. Milei obtuvo una sorpresiva victoria con la misma fórmula.
Su latiguillo económico no fue el proteccionismo sino la dolarización, que enalteció como un
remedio mágico para la inflación.
El anarcocapitalista argentino aprovechó el descontento con la economía, en una
situación de crisis acotada y distante de las catástrofes de 1989 o 2001. Al igual que su referente
norteamericano se montó en la aceptación del discurso derechista y por eso pudo culpabilizar a
una indefinible casta política de todas las desgracias del país. Captó el voto transversal de
múltiples sectores y la simpatía de los jóvenes pauperizados.
Al cabo de un año de gobierno ha provocado un tremendo deterioro del nivel de vida
popular. Destruyó medio millón de puestos de trabajo, expandió la pobreza y degradó a la clase
media con impagables aumentos de tarifazos y cuotas de la medicina prepaga. Incrementó
además la precarización laboral, con crecientes despidos en la administración pública y dinamitó
1 Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es:
www.lahaine.org/katz
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el acervo cultural, con un recorte del presupuesto que asfixia a la universidad pública y recrea la
fuga de cerebros.
Para justificar semejante devastación Milei utiliza argumentos disparatados, cifras
inventadas y razonamientos contrafácticos. Afirma que los salarios crecen, las jubilaciones se
recuperan y el crecimiento se afianza, luego de controlar una fantasmagórica inflación del
17.000%. Sólo la penetración lograda por la ideología derechista en importantes capas de la
población explica su auditorio para semejantes desvaríos, al cabo del duro sufrimiento que ha
generado en el grueso de la sociedad.
FRUSTRACIONES Y DESENGAÑOS
La principal razón del avance ultraderechista es la generalizada decepción con las
experiencias previas. En Estados Unidos, Trump canalizó el malestar con el neoliberalismo
progresista, que aprobó todas las modas del multiculturalismo, el ecologismo y los derechos
LGBTQ, convalidando al mismo tiempo los modelos económicos regresivos de privatizaciones y
desigualdad. El discurso cosmopolita de respeto a las minorías coexistió con el apuntalamiento
de una brecha social, que empobreció a las mayorías y enriqueció a los dueños del poder (Fraser,
2019). La demagogia del magnate logró enorme receptividad entre los trabajadores afectados (o
indignados) con esa duplicidad.
Ese antecedente coincidió con la impotencia de la rival Demócrata de Trump. Harris
adoptó la agenda de su adversario, se mimetizó con su competidor y desplegó una
campaña republicana light, avalando el clima de antiinmigración, eludiendo la batalla por el
aborto y desechando las demandas del movimiento afroamericano. Su total convalidación
del genocidio en Gaza potenció el desengaño de los sectores progresistas que optaron por faltar a
las urnas (Selfa; Smith, 2024).
Kamala tan solo repitió convocatorias vacías a ¨defender la democracia¨ que no
suscitaron ningún eco, porque fueron correctamente interpretadas como mensajes hipócritas.
Trabajó para Wall Street y abandonó a la clase obrera, con discursos formateados para los
sectores acomodados. Frente a semejante amoldamiento al status quo, Trump pudo perfeccionar
con facilidad su imagen de rebelde.
El caso argentino ofrece un ejemplo más contundente de la decepción con el progresismo.
La presidencia de Milei se explica por el monumental fracaso de Alberto Fernández, que
encabezó la gestión más fallida de la historia del peronismo. No solo convalidó todas las
exigencias económicas de los poderosos, sino que renunció a librar alguna batalla política contra
el desconocido charlatán derechista, que despuntaba con una pequeña formación. Milei
pavimentó su camino a la presidencia en la resignación de sus contrincantes.
La gran audiencia de su campaña anti estatista se nutrió de esa impotencia. Fernández
demolió la imagen positiva de la actividad pública, abandonó a los trabajadores informales, se
sometió al agronegocio y capituló ante el FMI.
Desde el sillón de la presidencia, Milei acumula mayores réditos con esa impotencia del
justicialismo. Impone su programa reaccionario con el sostén de una pequeña minoría de
legisladores, frente a la pasividad del grueso del peronismo y la complicidad de sus sectores más
conservadores. No solo absorbió a la derecha amigable, sino que neutralizó también al segmento
que proclama su rechazo al rumbo actual.
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Esa inacción le permite mantener el inconsistente relato que justifica sus atropellos.
Atribuye todos los ajustes a una carga heredada, ocultado que su política económica impuso un
sufrimiento autoinfligido al grueso de la población.
La pasividad del progresismo frente a la audacia provocadora de la ultraderecha no es una
exclusividad argentina. Fue anticipada en Brasil con la quietud de Dilma frente al despunte de
Bolsonaro. La misma dinámica se repitió en Perú durante la frustrada experiencia de Castillo,
que incumplió sus promesas en una gestión caótica.
Estos antecedentes constituyen una seria advertencia para Chile. Boric ha convalidado el
tiránico manejo del poder militar y el control de la economía por parte de una pequeña elite de
millonarios. La decepción que ya generó su gobierno prende una luz roja sobre los procesos que
conservan la confianza popular.
La prioridad de la paz y las tibias reformas que propicia Petro en Colombia no impedirán
el retorno de la derecha, si no cumple con la expectativa de cambios que lo llevaron al gobierno.
Tampoco el acotado desahogo económico que introdujo Lula en Brasil, alcanzará para contender
el visible resurgimiento del bolsonarismo. El extraordinario sostén electoral que logró Scheiman
en México se pondrá rápidamente a prueba, si Trump confirma la virulenta andanada que
anunció contra su vecino.
REVERTIR CONQUISTAS DEMOCRÁTICAS
Trump y Milei convergen en su reacción contra las conquistas democráticas obtenidas en
las últimas décadas. Encarnan la típica respuesta conservadora contra los derechos logrados por
distintos movimientos y repiten lo ocurrido en situaciones semejantes del pasado. Con esa
operación reaccionaria diabolizan los denominados “temas woke”, un término peyorativo que
utilizan para estigmatizar cualquier logro progresista (Vergara; Davis, 2024).
El feminismo es frontalmente atacado para revertir los avances obtenidos por el
movimiento de mujeres. Las versiones más exóticas de esa campaña presentan al hombre como
un damnificado por la ¨ideología de género¨. Utilizan ese descalificativo para burlarse del respeto
hacia la mujer, que fue conquistado en muchos países al cabo de una intensa lucha. También
batallan contra el derecho al aborto, reflotando los viejos y desgastados argumentos
confesionales.
El contraataque derechista contra la diversidad sexual es más furibundo. Incluye una
homofobia brutal, que combina lugares comunes con invocaciones bíblicas, para aterrorizar a las
familias con fantasmagóricos peligros (¨los niños retornarán de la escuela con el género
invertido¨).
La ultraderecha embiste con la misma brutalidad contra las minorías tradicionalmente
hostilizadas en cada país. En Estados Unidos recrea el viejo patrón racista e intenta desbaratar el
movimiento de Black Lives Matters, que forjaron los afroamericanos para detener la violencia
policial.
Trump combina esa arremetida con el nacionalismo chauvinista. Convoca a ¨engrandecer
nuevamente a Estados Unidos¨, reflotando la imaginaria esencia blanca, patriarcal y protestante
de esa nación. Sus pares de Europa utilizan la misma fórmula para denigrar a los inmigrantes de
África y del mundo árabe, enalteciendo la identidad cristiano-occidental del Viejo Continente.
Con esas campañas, la ultraderecha actualiza la antigua receta de dividir a los pueblos en
antagonismos artificiales para consolidar su dominación. Potencia las diferencias étnicas y
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acentúa las tensiones religiosas, para transformar el miedo en odio de los propios desposeídos
contra sus hermanos de clase.
Los prejuicios racistas contra los pueblos vecinos (paraguayos, bolivianos), forman parte
también del recetario ultraderechista en Argentina. Pero Milei ha centrado su embestida
antidemocrática en otros dos objetivos. El primero es revertir la gran conquista que condujo a los
genocidas de la dictadura a la prisión. Motorizó una campaña por la desmemoria que enaltece a
Videla y cuestiona el emblema de los 30 mil desaparecidos, para forzar el indulto de los militares
que cumplen condenas. El grupo que propaga sus ideas (Laje, Márquez) se forjó en una cruzada
contra ese extraordinario logro democrático (Saferstein, 2024).
El segundo propósito de Milei es modificar las relaciones sociales de fuerzas imperantes
en el país para destruir los sindicatos, arrasar las cooperativas y quebrantar las organizaciones
democráticas (Katz, 2024: 305-322). Cuenta con el sostén de las clases dominantes, que toleran
todos sus exabruptos y aceptan su caótica gestión del Estado en manos de impresentables
personajes. Los medios de comunicación y los jueces le perdonan todos los bochornos
imaginables, porque esperan lograr con el gobierno actual su anhelada meta de pulverizar las
organizaciones populares.
REMODELACIÒN BELIGERANTE
Tanto Trump como Milei llegaron al gobierno como un resultado de la propia
transformación interna que procesó la ultraderecha. Esa vertiente sustituyó su viejo perfil elitista,
conformista y conservador por una actitud disruptiva, con disfraces rebeldes y poses contestarias.
Ha copiado las posturas de la izquierda con propósitos contrapuestos (Urbán, 2024). Utiliza el
maquillaje desobediente para apuntalar la explotación capitalista, incentivar la persecución de las
minorías e imponer la desmovilización de los trabajadores.
Con esa cosmética rupturista de gestos contraculturales amplió su gravitación en las
clases medias y consiguió una novedosa incidencia entre los asalariados y los empobrecidos.
Aprovechó la crisis de la credibilidad de la comunicación tradicional, para extender su influencia
en las redes con el sostén de connotados multimillonarios. En un marco de gran disconformidad
con el periodismo convencional impuso el uso desfachatado del universo digital. Perfeccionó esa
manipulación, con las mentiras que instalan sus trols para fijar la agenda política cotidiana.
El cambio de clima en ese ámbito está a la vista en la sustitución de personajes
renombrados. La filantropía neoliberal de Bill Gates -que se auto erigió como consejero para
resolver todos los problemas de la humanidad- ha perdido peso. Ahora prevalece la brutalidad de
Elon Musk, que no disimula su narcisismo y desprecio por cualquier causa noble. Transformó a
twitter en una cloaca de discursos de odio, ataques antifeministas e insultos racistas. Se dispone a
reforzar ahora su negocio de privatización del espacio cósmico, desde el alto cargo público que
le asignó Trump.
Milei no solo comparte esos hábitos de la nueva derecha, sino que está empeñado en
conceptualizarlos, para convertirlos en los temas dominantes de la política internacional. Por eso
invierte tantas energías en la batalla cultural contra el progresismo. Estima que el neoliberalismo
ya derrotó a esa vertiente en el plano económico al universalizar los principios de competencia,
mercado y beneficio. Pero no consiguió ese mismo éxito en el campo del pensamiento, los
valores y las actitudes. Para lograr esa segunda victoria encara una ¨lucha por la hegemonía¨,
utilizado términos del vilipendiado marxista Gramsci.
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Pero esa disputa de ideas es poco afín a la ultraderecha, que se maneja con más
naturalidad en la pugna por el poder con el uso de la fuerza. Aunque mencione sin entender la
noción gramsciana de la hegemonía, su comportamiento sigue guiado por los principios
schmittianos de autoridad, decisión y definición de un enemigo a enfrentar. Con ese bagaje,
aprovecha la impotencia de sus opositores y la pasividad de sus adversarios, para imponer sus
códigos en cada confrontación (Sztulwark, 2024).
Trump ha utilizado los mismos criterios para construir poder con fanfarronería y
prepotencia. Proclamó con total desparpajo su intención de impugnar cualquier resultado
electoral que no fuera su propio triunfo y preparó un ejército de seguidores para esa sublevación.
Con esa actitud se presenta como el líder celestialmente destinado a resucitar el liderazgo
mundial de Estados Unidos.
Ese mismo estilo bravucón, utiliza la ultraderecha en otros países para neutralizar la
gravitación de sus viejos socios del conservadurismo tradicional. Define la agenda y permea todo
el debate, fijando las prioridades del sistema político. Ese avance coincide con la renovada
incidencia de teóricos del liberalismo extremo (Hayek), en desmedro de sus colegas
convencionales (Aron). También empalma con el agotamiento del consenso neoliberal, que en
las últimas décadas aseguraba la alternancia de las fuerzas tradicionales en la gestión del mismo
orden capitalista (Merino, 2023).
Trump sostiene ese giro reaccionario en la tradición forjada por la ¨revolución
conservadora¨ que inauguró Reagan y consolidó el Tea Party. Ha recreado la vasta red de
millonarios, medios de comunicación e iglesias que coparon el Partido Republicano y aportan
personal y base militante a su próximo gobierno.
Milei no cuenta con el partido, las congregaciones y el entretejido financiero de su
padrino yanqui. Llegó al gobierno en forma improvisada, sin la tropa adicta que forjó su jefe de
la Casa Blanca. Por eso invirtió gran parte de su primer año de mandato en crear ese sustento.
Gobierna radicalizando acciones y subiendo la apuesta para gestar un movimiento identificado
con su figura.
Los resultados de ese operativo son hasta ahora exiguos. Está embanderado con una
versión anarcocapitalista ajena a la tradición liberal criolla y profesa un credo distante del viejo
nacionalismo reaccionario. Sus gurúes han intentado la fusión de su minoritario dogma
ultraliberal austríaco con el catolicismo conservador de sus allegados (Johannes, 2022). Pero ese
coctel de libertarianos y tradicionalistas no suscita hasta ahora gran acompañamiento. En los
hechos salió airoso de su primer año más por el auxilio de la oposición, que por la consolidación
de una fuerza propia.
UNA MATRIZ NEOLIBERAL RADICALIZADA
Un importante cimiento de Trump y Milei es la regresión ideológica generada por cuatro
décadas de neoliberalismo. En ese período fueron introducidos todos los mitos que actualmente
exacerba la ultraderecha. La inserción de esas falacias les permite a los líderes reaccionarios
capitalizar el descontento suscitado por el modelo que los precedió. Son al mismo tiempo un
producto de ese esquema y una reacción frente a sus consecuencias.
Durante la prolongada etapa de preeminencia neoliberal -que inauguró el thatcherismo y
consolidó la implosión de la Unión Soviética- la ideología de la competencia, el mercado y el
individualismo penetró en vastos sectores de la población. Ese impacto desbordó su tradicional
gravitación entre las elites y su conocida incidencia en los sectores medios, para capturar
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significativas franjas populares. Esa influencia creó las condiciones para qué irrumpieran en la
última década, las creencias ultraderechistas que radicalizan la matriz neoliberal.
Ese viraje hacia formas extremas del mismo cimiento explica la erosión de la solidaridad
entre los propios trabajadores. El neoliberalismo generalizó la presunción individualista que el
asalariado es culpable de sus penurias. Postula que esa responsabilidad deriva de su ineficiencia
cuando está empleado y de su reducida capacitación cuando está desocupado.
Ese mito ha sido desmentido por la desigualdad, los bajos ingresos y la precarización
laboral, que expandieron los capitalistas para incrementar su rentabilidad bajo el neoliberalismo.
Pero esa evidencia no redundó en un resurgimiento de la conciencia socialista, sino en un
proceso inverso de captura ultraderechista del malestar popular.
Esas vertientes transformaron el principio neoliberal de responsabilidad del propio pueblo
por sus desgracias, en un criterio beligerante de culpabilidad de los sectores más sumergidos. El
yerro individual fue reemplazado por la denigración de los más oprimidos, pero sin alterar nunca
la absolución de los capitalistas. La campaña contra los inmigrantes, los pobres y los informales
se asienta en décadas de creencias neoliberales, que eximen a los millonarios y acusan a los
desamparados por las desventuras que afronta la sociedad.
Trump se monta en esa inversión de la realidad para denigrar a los inmigrantes y Milei
recurre a la misma falacia para atacar a los piqueteros precarizados. En los dos países aprovechan
la internalización de la fabulas competitivas del neoliberalismo, para contraponer a los pobres
con los más pobres.
Esa misma radicalización de la matriz ideológica neoliberal se verifica en otros planos.
La exaltación de la desregulación, el elogio a las privatizaciones y la adulación de mercado han
derivado en apologías al capitalismo que enaltecen la desigualdad social. Los elogios a los
emprendedores han desembocado, a su vez, en una glorificación mayor de los patrones.
El neoliberalismo utilizó durante décadas la alabanza al capitalista para denigrar el
socialismo, proclamar ¨el fin de la historia¨ y decretar el entierro de cualquier proyecto de
igualdad. Montada en ese cimiento, la ultraderecha despliega un anticomunismo delirante.
Trump ubica a Biden en la proximidad de esa perdición y Milei denuncia irradiaciones del
mismo mal en Petro, Lula y López Obrador.
Ciertamente el universo de redes gobernadas por la mentira ha contribuido a potenciar
esos delirios. Desde la pandemia se instaló un espectro de visiones paranoicas y conspiraciones
malignas, con fuertes condimentos de terraplanismo y antivacunación. Esos desvaríos prosperan
por el campo fértil de creencias que introdujo el neoliberalismo y reformula la ultraderecha.
ADVERSIDADES SOCIALES Y POLITICAS
La ultraderecha canaliza el descontento con el neoliberalismo en todo el mundo por la
debilidad de la izquierda. Todas las vertientes anticapitalistas continúan afectadas por la crisis de
credibilidad en el proyecto comunista, que inauguró el derrumbe de la Unión Soviética. Ese
golpe a la conciencia socialista no es un dato invariable, ni eterno, pero ha sido recreado por las
desalentadoras experiencias del progresismo.
La oleada marrón también se asienta en la transformación social regresiva, que introdujo
el neoliberalismo con la segmentación de la clase obrera, la expansión de la precarización
laboral, el aumento del desempleo y la creciente informalidad del trabajo. Esa ruptura de la
cohesión social del proletariado facilita la erosión de las tradiciones cooperativas y debilita la
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organización sindical. Ha creado un campo fértil para la impugnación derechista de la acción
colectiva.
Pero el principal soporte de la derecha proviene de los resultados de la lucha de clases.
Varias adversidades recrearon escenarios negativos de gran incidencia global. La trágica derrota
de la Primavera Árabe -con dictaduras, destrucción de países y preeminencia de la brutalidad
yihadista- tuvo ese impacto.
A otra escala ha sido también relevante el reflujo de movimientos que despertaron
esperanzas en Europa, como los indignados de España, los militantes de Grecia y los chalecos
amarillos de Francia. Dos sectores gravitantes como el feminismo y el ambientalismo afrontaron,
además, serias obstrucciones.
En el éxito electoral del Trump influyó el retroceso acumulativo de las luchas populares.
Ese repliegue no fue revertido por las movilizaciones más recientes de mujeres, afroamericanos,
sindicatos y jóvenes por Palestina. El despunte que tuvo Bernie Sanders (y la corriente de los
Demócratas por el Socialismo) se estancó, antes de alcanzar la incidencia requerida para disputar
franjas significativas del electorado.
En Argentina, Milei llegó al gobierno montado en un reflujo de luchas sociales y afrontó
inicialmente una gran resistencia popular, con dos paros generales y una extraordinaria marcha
educativa. Pero logró posteriormente forzar el declive de la movilización, mediante la
intimidación represiva, la presión del desempleo y el aumento de la pobreza.
El anarcocapitalista utiliza esos recursos para atacar a los sindicatos estatales y contener
la lucha de los jubilados. Ha contado con la complicidad de la burocracia sindical y con el sostén
del Congreso para aprobar las leyes del ajuste. Ese respaldo lo envalentó para multiplicar sus
agresiones.
Pero esa andanada podría ser frenada, si la acción de los educadores recobra energías y
deriva en un movimiento perdurable, como el protagonizado por el estudiantado chileno. La
lucha educativa cuenta con gran acompañamiento social por el prestigio de la universidad
pública, que tradicionalmente concentró la mayor expectativa de ascenso social. Esa institución
continúa despertando esperanzas entre las familias empobrecidas, como un ámbito de gratuidad
que permitiría revertir el desplome de sus ingresos.
Milei corona su primer año de gobierno con triunfalismo y en un clima de cierta
estabilidad. La principal explicación de ese resultado se encuentra en el reflujo que impuso al
movimiento popular. Como el propósito central de su mandato es doblegar a los trabajadores, ese
indicador es el principal barómetro de su gestión.
Si en los próximos meses resurge la resistencia social, Milei podría afrontar la misma
derrota en las calles que signó el destino de Macri en el 2018. Si, por el contrario, logra
consolidar el repliegue de esa lucha (y consigue proyectar ese dato a un buen resultado electoral),
podría situarse cerca del éxito contra las huelgas que logró Menem, para iniciar la
convertibilidad.
OTRO ESCENARIO ECONÓMICO
Trump y Milei emergen en el mismo contexto de crisis de la globalización neoliberal,
inaugurada en el 2008 con el gran colapso y rescate de los bancos. Ese impacto definió dos
períodos muy distintos del modelo capitalista actual. La gran expansión inicial de la
mundialización financiera, productiva y comercial quedó sustituida por el proteccionismo y la
reorganización actual de las cadenas de valor.
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Esta remodelación alienta la proximidad de los suministros (nearshoring) y reubica
plantas en localidades cercanas a las casas matrices (friendshoring), para reducir el riesgo de un
corte de los abastecimientos (derisking), en el tenso escenario de bloques comerciales en
conflicto.
Actualmente se debate si esa reestructuración desacelera la mundialización
(slowbalisation) o la revierte (desglobalización). Pero la ascendente internacionalización se ha
frenado y ese giro facilita la sustitución del globalismo neoliberal por el nacionalismo
ultraderechista.
Ese viraje incluye una creciente intervención de los Estados, ya no para socorrer a los
bancos en la emergencia, sino para sostener la marcha de la economía con las regulaciones que
intentó eliminar el neoliberalismo. El modelo en curso continúa el esquema previo, pero con
formas diferentes a su matriz inicial y en convivencia con políticas neokeynesianas.
En esa ambigüedad navega la ultraderecha, que en algunos temas apuntala el
intervencionismo y en otros extrema el neoliberalismo. La fuerte presencia estatal para lidiar con
el resurgimiento de la inflación y el descontrol de la deuda pública es un ejemplo del primer
libreto.
Esas acciones intentan prevenir la repetición del estallido financiero del 2008, que puso
en peligro la subsistencia de los siete principales bancos de Occidente y la consiguiente
continuidad del capitalismo. Esa crisis dejó una perdurable sensación de temor, que se verifica en
el desliz de pánico que acompaña a cada temblor de Wall Street. Nadie sabe si esos sacudones
forman parte de la rutina bursátil o reanudan la convulsión del sistema financiero.
Gran parte del programa económico de Trump es coherente con este nuevo escenario de
intervención estatal. Pero su injerencia está motivada también por la pérdida de competitividad
de la economía estadounidense frente al rival chino y ese declive no se corrige con simples
regulaciones o aumentos de aranceles. Esas medidas tan solo ilustran la improvisación defensiva
de una potencia, que no logra contener el deterioro de su productividad (Roberts, 2024).
En otros terrenos, Trump recrea las desregulaciones más extremas del neoliberalismo.
Esa inclinación se verifica en el negacionismo climático. Promociona un extractivismo petrolero
que potencia la destrucción del medio ambiente y el consiguiente incremento de las sequías, las
inundaciones y las oleadas de frío polar o calor tropical. Ese auspicio obedece a su estrecha
asociación con las empresas petroleras y el complejo industrial-militar. Por eso alienta la fantasía
antiverde de resolver el desastre climático con alguna respuesta espontánea del mercado. Entre
sus allegados pululan incluso los personajes que relacionan la crisis ambiental con castigos
divinos a los pecadores que se apartaron de la religión (Seymour, 2024).
Otra conexión con el neoliberalismo puro se observa en el entrelazamiento del trumpismo
con la economía digital de Elon Musk. Ese favoritismo tiende a acentuar la preeminencia de un
sector que navega en la frontera de la sobreinversión. Si la descontrolada expectativa en los
negocios que abriría la Inteligencia Artificial continúa atrayendo capitales superiores a la
rentabilidad que genera esa rama, tomará cuerpo el peligro de una burbuja tecnológica.
Un estallido de ese tipo (crisis de las Punto.com) sacudió a todos los mercados a principio
del nuevo siglo. El trumpismo no puede sustraerse de esa repetición, porque potencia varios
desequilibrios que introdujo el neoliberalismo sin corregir los restantes. En última instancia
gestiona el mismo sistema capitalista que suscita esas tensiones.
En ese terreno económico Milei contrasta frontalmente con su mandante. Despliega una
retórica ultraliberal y anti estatista muy contrapuesta con el declamado intervencionismo de
Trump. No solo la apertura comercial de Argentina choca con el proteccionismo estadounidense.
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También las privatizaciones y el desmantelamiento de la obra pública en el Cono Sur se ubican
en las antípodas de las subvenciones que apuntala el magnate del Norte.
Por ese radical contrapunto, la economía argentina ha quedado muy desguarnecida frente
al giro americanista en curso. El país será un vertedero de las mercancías sobrantes en el mundo,
si comienza la guerra de aranceles que propicia Trump. Es muy improbable que el proteccionista
de la Casa Blanca exceptúe a la Argentina de las murallas comerciales.
Mucho más peligrosas son las potenciales consecuencias del incremento de las tasas de
interés, que impondrían los reguladores financieros de Estados Unidos (FED), para atemperar la
inflación desatada por el conflicto arancelario. Si esa medida repite la usual salida de capitales
hacia el Norte, el actual veranito financiero de Argentina podría naufragar abruptamente.
Los especuladores que ingresan fondos del exterior para lucrar con el altísimo
rendimiento de los bonos y las acciones locales, afrontarían la tentación de poner fin a la
bicicleta, para proteger sus ganancias retornando al refugio estadounidense. Esa secuencia
precipitó los estallidos financieros que en las últimas décadas desmoronaron a la economía
argentina.
Es cierto que ese eventual desplome está atemperado por un blanqueo, que premia por
enésima vez a los grandes evasores. A mediano plazo, el novedoso excedente comercial que
generarán las exportaciones de petróleo y minería podría también contrarrestar la falta de
dólares. Milei espera estabilizar su modelo, relanzando el endeudamiento y supone que Trump
facilitará esa hipoteca apuntalando un nuevo crédito del FMI.
Pero ninguna de esas hipótesis diluye el peligro de una convulsión financiera, precipitada
por algún imprevisto local o internacional. Esos cisnes negros desataron los desmadres de 1982,
1989, 2001 y 2018. Milei ha fragilizado como nunca a la economía argentina frente a esos
peligros, al recrear el modelo de plata dulce y dólar barato que incentiva el endeudamiento,
disuade la inversión, despilfarra las divisas y destruye el aparato productivo. Mientras los socios
del país devalúan para afrontar la tormenta que prepara Trump, Argentina se encarece en dólares
y se apresta a repetir una variante de la Convertibilidad, mucho más dañina que la padecida en
los años 90.
El país es una gran vidriera de los experimentos internacionales de la ultraderecha. Pero
comprender el significado de ese ensayo requiere evaluaciones conceptuales, que abordaremos
en el próximo texto.
27-12-2024
RESUMEN
La ultraderecha se expande por múltiples causas que asemejan y diferencian a Trump de
Milei. Captura el desengaño con sus rivales convencionales y la desilusión con las experiencias
progresistas. Motoriza una reacción conservadora contra las conquistas democráticas, sustituye el
lenguaje elitista por la demagogia y se ha instalado en el universo digital. Radicaliza, además, las
falsas creencias que implantó la ideología neoliberal y usufructúa tanto de los resultados
adversos de la lucha social, como de las dificultades de la izquierda para erigir alternativas.
Estados Unidos y Argentina se ubican en las antípodas en el escenario de mayor regulación
económica que sucedió a la crisis financiera del 2008.
REFERENCIAS
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