¿Sabías que durante la dictadura fueron sometidos a la censura cuentos infantiles como «Pinocho», «David Copperfield», de Charles Dickens, «Corazón», de Edmundo de Amicis, «La cabaña del Tío Tom» o Pipi Cazaslargas?
La censura franquista controló durante décadas la literatura infantil en España, alterando obras para ajustarlas a estrictos criterios religiosos y patrióticos. Mientras tanto, en colegios y seminarios, salían a la luz abusos sexuales sistemáticamente encubiertos por la Iglesia. Este artículo explora la hipocresía de un sistema que moldeó generaciones bajo el control ideológico y moral del régimen.
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
Durante el Régimen franquista en España (1939-1975), la censura fue un pilar central del aparato represivo de la dictadura, ejerciendo un control férreo sobre las producciones culturales, especialmente en la literatura infantil y juvenil.
A través de este mecanismo, el Estado y la Iglesia Católica a dúo trataron de moldear a las nuevas generaciones en los valores del nacionalcatolicismo, limitando el acceso a textos considerados subversivos o peligrosos para la moral y el orden establecidos.
En este artículo analizamos de manera sumaria, las motivaciones ideológicas que se parapetaban tras la censura, los casos más insólitos, la influencia desempeñada por la Iglesia católica, algunos de los textos oficiales con los que se intentaba justificar estas prácticas y los efectos en generaciones enteras de lectores.
LAS MOTIVACIONES DETRÁS DE LA CENSURA
La censura durante el franquismo trataba de autojustificarse bajo una retórica de protección moral y educativa. Las autoridades del Régimen argumentaban que era necesario proteger a los niños de contenidos «deseducativos» que pudieran poner en peligro su formación católica y patriótica. .
El Estatuto de Publicaciones Infantiles y Juveniles de 1967, una de las normativas clave de esta política, establecía que los textos debían reflejar principios acordes con la moral cristiana, el respeto a la autoridad y la exaltación de los valores patrióticos. Así, se prohibían o modificaban aquellos libros que incluyeran críticas a la religión, irreverencia hacia figuras de autoridad, lenguaje considerado inapropiado o contenidos que promovieran la autonomía intelectual y emocional de los niños.
Paradójicamente, mientras la dictadura y la Iglesia exigían pureza en la literatura infantil, en las instituciones educativas religiosas gestionados por la Iglesia Católica, centenares de sacerdotes pedófilos abusaban de menores, hechos que solo décadas después, la propia Iglesia se vería obligada a reconocer públicamente.
La censura durante el franquismo trataba de autojustificarse bajo una retórica de protección moral y educativa.Las autoridades del Régimen argumentaban que era necesario proteger a los niños de contenidos «deseducativos» que pudieran poner en peligro su formación católica y patriótica.
Otro de los objetivos principales era consolidar una identidad nacional homogénea. Esto se manifestaba, por ejemplo, en la censura de textos que promovieran la diversidad cultural o lingüística. La literatura infantil escrita en catalán, gallego o euskera fue particularmente afectada, ya que la política franquista consideraba estas lenguas como amenazas a la unidad nacional. Libros publicados en lenguas cooficiales muchas veces fueron prohibidos o relegados a una difusión limitada, con el objetivo de hacer desaparecer su uso en el ámbito público y educativo.
La censura durante el franquismo trataba de autojustificarse
bajo una retórica de protección moral y educativa. Las autoridades del Régimen argumentaban que era necesario proteger a los niños de contenidos «deseducativos» que pudieran poner en peligro su formación católica y patriótica.
CASOS INSÓLITOS DE CENSURA EN LIBROS INFANTILES
El celo censor dio lugar a episodios que hoy resultan sorprendentes por su arbitrariedad y falta de lógica. Un ejemplo destacado es el de «Pinocho», de Carlo Collodi, cuya publicación fue autorizada en 1969 solo después de que se eliminaran ciertos pasajes y se modificaran ilustraciones consideradas “negativas” o “deseducativas” para los niños más pequeños.
También resulta llamativo el caso de «Los cuentos de Perrault», en los que se suprimieron pasajes relacionados con la violencia o la magia que no encajaban con la moral nacionalcatólica.
Otro ejemplo absurdo fue la censura de “Angelino y Demoniete en un viaje en apuros”, en la que las ilustraciones de un enfrentamiento con el monstruo de las nieves fueron consideradas “truculentas” y se obligó a realizar
modificaciones para obtener la autorización. Incluso libros clásicos de la literatura como «David Copperfield», de Charles Dickens, fueron censurados en su traducción al español por “falta de respeto hacia los mayores”.
El caso de la serie televisiva y literaria «Pippi Calzaslargas» ilustra bien claro hasta dónde podían alcanzar los prejuicios del Régimen. La protagonista, una niña irreverente y autosuficiente, fue vista como una amenaza por su carácter transgresor frente a las normas tradicionales. Aunque la serie logró emitirse a finales del franquismo, fue objeto de ácidas críticas y polémicas en la prensa conservadora, reflejando la resistencia a aceptar modelos femeninos alejados de la sumisión y el recato.
LA IGLESIA CATÓLICA: EL GRAN MOTOR DE LA CENSURA
La Iglesia Católica jugó un papel determinante en el diseño y aplicación de las políticas de censura. Durante la posguerra, recuperó el control de la educación y ejerció una influencia directa en la selección de lecturas escolares. Entidades como la Asociación de Mujeres de Acción Católica, a través del «Gabinete de Lectura Santa Teresa», elaboraron listas de libros recomendados que seguían estrictamente los valores cristianos. Este control permitió que clérigos y asociaciones vinculadas a la Iglesia vetaran obras que no consideraban adecuadas para los niños.
Un ejemplo ilustrativo es el informe sobre «Corazón», de Edmundo de Amicis, cuya publicación fue aprobada únicamente después de que se incluyeran «conceptos cristianos positivos» en los pasajes señalados por los censores.
Del mismo modo, la obra «La cabaña del Tío Tom», de Harriet Beecher Stowe, fue objeto de modificaciones porque contenía referencias críticas al papel de la religión en la esclavitud. Estas intervenciones demuestran cómo la Iglesia moldeaba los contenidos literarios según sus propios intereses doctrinales.
TEXTOS OFICIALES QUE LEGITIMARON LA CENSURA
La censura franquista no se limitó a ser un mecanismo informal; fue respaldada por un sólido marco legal. La Ley de Prensa e Imprenta de 1966, promulgada por el ministro Manuel Fraga Iribarne, estableció un régimen de control en el que, aunque se eliminaba la censura previa para publicaciones generales, se mantenía para libros infantiles y juveniles. Esta ley consolidó la obligación de que todas las obras dirigidas al público infantil fueran aprobadas por la Administración antes de su publicación.
Otro instrumento clave fue la Junta Superior de Censura, que revisaba y autorizaba todas las publicaciones. Esta institución emitía informes detallados en los que se especificaban las razones por las cuales un libro debía ser modificado, prohibido o aprobado. En estos documentos se observan expresiones recurrentes como “lenguaje inapropiado”, “irreverencia” o “falta de ejemplaridad”.
NOTORIOS INQUISIDORES / AS
Entre los nombres que se destacaron por su ferocidad en la aplicación de la censura se encuentra Gabriel Arias-Salgado, ministro de Información y Turismo entre 1951 y 1962, quien fue una de las figuras más influyentes en el diseño de la política cultural del Régimen. Conocido por su fervor católico, Arias-Salgado promovió un sistema censor que protegía a la juventud de influencias consideradas perniciosas.
También fue destacable el papel desempeñado por la censora Montserrat Sarto, quien participó activamente en la revisión de libros infantiles, como en el caso de «La cabaña del Tío Tom», insistiendo con contumacia en la eliminación de pasajes específicos.
TEXTOS OFICIALES QUE LEGITIMARON LA CENSURA
El impacto de la censura franquista en la literatura infantil fue profundo y duradero. Generaciones enteras de niños crecieron con una visión restringida del mundo, privada de diversidad cultural e ideológica. La falta de acceso a obras críticas, innovadoras o simplemente diferentes limitó el desarrollo del pensamiento crítico y la creatividad. Además, la imposición de un modelo literario homogéneo y moralizante reforzó estereotipos de género, roles sociales y una visión rígida de la autoridad.
Muchos autores optaron por la autocensura para evitar el rechazo de sus obras, lo que redujo la calidad y variedad de la literatura disponible. Por otro lado, libros prohibidos o censurados en su momento, como las obras de Astrid Lindgren o Gloria Fuertes, resurgieron con fuerza tras la dictadura y se convirtieron en referentes de la literatura infantil, demostrando el daño causado por la represión cultural.
La censura de la literatura infantil durante el franquismo fue mucho más que una política cultural; fue un instrumento de control ideológico que buscó consolidar el modelo autoritario de un Régimen político totalitario. Al imponer restricciones en los contenidos literarios y manipular la imaginación de los más jóvenes, se coartaba la posibilidad de construir una sociedad plural y crítica.
El impacto de estas políticas en la memoria colectiva y en la formación de varias generaciones continúa siendo hoy objeto de reflexión.
Fuentes consultadas: