
Denuncia la organizacion «Medicos sin fronteras»
La tragedia en Gaza ha alcanzado un nuevo nivel de brutalidad. Ya no basta con bombardear: ahora, el hambre se usa como arma, y la ayuda humanitaria como cebo. Dos textos recientes, uno de Médicos Sin Fronteras y otro de análisis crítico, exponen la dimensión más siniestra del conflicto: la alimentación como instrumento de guerra y espectáculo.
POR CARLOS SERNA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
En los conflictos modernos, la violencia no siempre se presenta con misiles o balas. A veces, se cuela en forma de ayuda humanitaria y se disfraza de asistencia.
En Gaza, hoy, miles de personas hacen largas filas para conseguir algo de comida bajo el sol abrasador. Pero lo que podría parecer un gesto de solidaridad ha terminado por convertirse en una trampa mortal.
“Matar de hambre, grabarlo y presentarlo como asistencia: esa es la pedagogía del horror.”
Así lo denuncian dos informaciones que abordan el horror desde dos ángulos distintos pero complementarios:
– por un lado, la crítica frontal de Médicos Sin Fronteras (MSF) a la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF);
– por el otro, un análisis crudo del uso del hambre como innovación militar y como espectáculo global.

Este artículo trata ambos temas por separado, pero sin perder de vista que forman parte de una misma lógica: la del poder que decide quién come, quién muere y quién mira.
“NO ES AYUDA, SON ASESINATOS ORQUESTADOS”: LA DENUNCIA DE MÉDICOS SIN FRONTERAS
La organización Médicos Sin Fronteras no se anduvo con rodeos. En su informe más reciente, afirma que los puntos de reparto de comida de la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF) —una organización financiada por Estados Unidos y vinculada a contratistas israelíes— no son centros de ayuda, sino trampas de muerte.
Con testimonios médicos y pacientes atendidos en clínicas de MSF, se denuncia una violencia selectiva y sistemática: los gazatíes, ya debilitados por meses de hambre, se acercan a estos centros buscando comida y encuentran fuego cruzado, represión y humillación. Según MSF, esto no es un accidente. Es una política deliberada.
Lo más alarmante es que, mientras se presentan como actos de caridad, estos repartos son en realidad espacios de control militarizado. En lugar de distribuir ayuda, distribuyen desesperación. MSF pide el cierre inmediato de estos centros y exige que el reparto de alimentos vuelva a estar bajo supervisión de la ONU, en un intento de proteger mínimamente la dignidad humana.
Un aspecto clave aquí es el uso de la “ayuda humanitaria” como una extensión del dominio político y militar. Esta lógica no es nueva. Desde la colonización, quienes dominan territorios también controlan la comida y los suministros básicos. Pero lo que ocurre hoy en Gaza lleva ese control a un nivel de cinismo escandaloso: las víctimas son presentadas como beneficiarias, y sus asesinos, como filántropos.
LA HAMBRUNA COMO INNOVACIÓN MILITAR: UN HOLOCAUSTO PEDAGÓGICO
Mientras MSF denuncia las condiciones inhumanas de los centros de reparto, el artículo “Gaza: la hambruna como innovación militar” nos invita a mirar más allá del hecho concreto para entender el modelo detrás. Según esta mirada, la hambruna en Gaza no es una consecuencia, sino un instrumento.
La crisis alimentaria forma parte de una estrategia de control que mezcla castigo colectivo con espectáculo mediático. Gaza no solo es bombardeada o cercada. También es observada. Las imágenes de niños famélicos y largas filas bajo el sol no solo circulan: se programan. Se difunden para producir un doble efecto: escandalizar a una parte del mundo y, al mismo tiempo, alimentar una pedagogía cruel donde los oprimidos aprenden a temer y los espectadores se acostumbran al horror.
Este fenómeno tiene nombre en la historia: la guerra de hambre. Desde el cerco a Leningrado hasta las hambrunas provocadas en la India colonial, la negación de comida ha sido un arma poderosa. Lo que es nuevo aquí es el uso combinado de tecnología militar, medios de comunicación y gestión humanitaria para producir una experiencia total de sometimiento.
Lo que está transcurriendo ante nuestros ojos nos está poniendo también de manifiesto que esta táctica no solo destruye cuerpos. También destruye vínculos sociales. Donde hay hambre, hay desesperación. Y donde hay desesperación, se rompe la solidaridad. Así, el objetivo final no es solo matar personas, sino destruir un tejido social entero, borrar una cultura, una historia, una comunidad.
Ya no se trata solo de bombas cayendo del cielo, sino de algo más lento, más cruel y más invisible: la normalización de la muerte a través de la asistencia, la planificación del hambre como técnica de guerra, la deshumanización de los cuerpos que sufren.
Lo que ocurre en Gaza no es una “crisis humanitaria” en el sentido neutral del término. Es una política de exterminio cuidadosamente gestionada, donde los verdugos aparecen como salvadores y los hambrientos como estadísticas.
Frente a este escenario, el silencio no es neutral. Asistimos a una pedagogía del terror, un holocausto lento que se presenta como espectáculo y que se sostiene, en parte, por la pasividad del público global. Como si ver fuera suficiente. Como si la compasión sin acción no fuera también complicidad.