La socialdemocracia: ¿la “pata izquierda” del sistema?1 

Correo
Facebook
Telegram
Twitter
WhatsApp

Thomas Álvarez Alvis2

“La socialdemocracia es, objetivamente, el ala moderada del fascismo”.

Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, 1924.

Con el desplome del muro de Berlín, la desintegración de la URSS y la caída de los regímenes marxistas de Europa del Este, el mundo se enfrascó en una percepción casi generalizada de la “derrota” del comunismo y de las ideas planteadas por Karl Marx y los pensadores que se acogieron bajo su corriente. Sin embargo, el siglo XXI fue escenario de todo un boom de movimientos, partidos e iniciativas, que, abanderados en un espectro “contrario” a la hegemonía neoliberal y capitalista, y además englobados por un linaje socialdemócrata, comenzaron a crecer y a dar forma a una nueva ola de la izquierda bajo profundas diferencias con el marxismo ortodoxo y los proyectos socialistas del siglo anterior. Este fenómeno no fue particular de una zona determinada, sino que se ha desarrollado en varios rincones del globo y ha tenido diversos resultados respecto a su finalidad. Las dinámicas que abarcan esta seguidilla política son mucho más complejas que un simple acontecimiento social y político, y se encuentran enmarcadas por toda una red sistemática que se cierne sobre ellas; es en este punto que resulta fundamental y necesario analizar el comportamiento de estos movimientos y su existencia frente al capitalismo y el Estado que toma forma a través de este.

Las siguientes páginas pretenden demostrar cómo la socialdemocracia, en tanto corriente, se explica como un mecanismo propio del capitalismo y el Estado capitalista para asegurar su permanencia y perpetuidad al adaptar y eliminar las expresiones capaces de poner en jaque su existencia. Para ello, es menester declarar que, se utilizarán primordialmente las teorías políticas de los autores Nicos Poulantzas y Antonio Gramsci, con la salvedad que, en términos de la apuesta reflexiva de este texto, se desarrollará un uso exclusivo de sus productos analíticos para distanciarse de sus apuestas propositivas y redirigir las herramientas teóricas obtenidas hacia el propósito señalado. Lo anterior se enmarca en el objetivo de reorientar al marxismo contemporáneo hacia la primigenia finalidad de la emancipación política y humana respecto al establecimiento estructural del capitalismo, con el eje fundamental de fabricar una suerte de equilibrio entre el análisis heterodoxo y la multiplicidad de aristas que funcionan en tanto teoría, y la ortodoxia con su anhelo revolucionario por la transformación y el progreso histórico.

Durante los años treinta del siglo XX, la Internacional Comunista (Komintern) declaró que el mundo se encontraba ya en una “tercera fase” donde el principal enemigo del comunismo era la socialdemocracia y sus movimientos afines. Destacan aquí personajes como Grigori Zinóviev (prominente bolchevique que ocupó importantes cargos administrativos en los Soviets y llegó a dirigir el comité ejecutivo de la Komintern desde 1919 hasta 1926) y la del propio Iósif Stalin (secretario general del КПСС3 desde 1922 hasta 1952), quienes emprendieron una campaña en contra de los socialdemócratas al desarrollar la teoría del socialfascismo (Dimitrov, 1938)4. Si se considera entonces que la socialdemocracia es el ala moderada del fascismo, tal y como sostiene Stalin5, es capaz de describir efectivamente el funcionamiento de la socialdemocracia en tanto movimiento reaccionario, y cobra especial vigencia en los días que corren al elevar a esta doctrina desviacionista a, no solo la pata izquierda del fascismo, sino del sistema capitalista en su conjunto.

Sobre la socialdemocracia

La socialdemocracia como fenómeno no es algo propio del siglo XX y mucho menos del XXI, sino que puede rastrearse, incluso, en los años anteriores y también activos de Marx. En un primer momento y a modo de antesala, es necesario destacar que dentro del pensamiento de izquierda a principios del siglo XIX era fundamentalmente dominante el llamado socialismo utópico, el cual era defendido por pensadores como Charles Fourier, Robert Owen, Saint-Simon, y también por pensadores como Gabriel de Mably y Étienne-Gabriel Morell, entre otros. Sin embargo, previo a entrar a detallar sobre el socialismo utópico, es necesario mencionar a la llamada Conspiración de los iguales (1796). Paralelo al desarrollo histórico de la Revolución francesa, la corriente del babouvismo, representada por François-Noël Babeuf (1760-1797), la Conspiración es reconocida como uno de los ejes clave en la conformación de teorías revolucionarias a niveles macro, pues plantea no solo la necesidad de una vía revolucionaria política, sino socio-económica y de organización multinivel en representación de los sectores más pauperizados y radicales de su época. Esta organización, encabezada por Babeuf, fue pionera en lo que posteriormente se enunciaría como una “dictadura del proletariado”, que comprende de esta forma los conceptos de igualdad, de sometimiento de una clase subyugada hacia la dominante, de prácticas contrarrevolucionarias, y también de estamentos sociales y sus consideraciones respecto a los medios de producción (Mackenzie, N. I., y Aparicio, 1969). La Conspiración de los iguales sentó un precedente al ubicar en la misma mesa tanto al sujeto ilustrado como a aquel que no lo era, una interacción que fijó las diferencias de clase y que pretendió trascender de una práctica revolucionaria meramente aburguesada hacia todo estamento social de carácter rebelde (artesanos, campesinos, obreros, aristócratas divergentes, etc.). Sus proposiciones y objetivos se posicionaron como un escalón fundamental hacia los desarrollos teóricos y conceptuales respecto al socialismo, al comunismo, y a las metodologías sociopolíticas y económicas de la revolución, a la par que, a los análisis de las sociedades y sus organizaciones económicas, por lo que fue influyendo de esta forma no solo a Karl Marx y a Friederich Engels, también a un importante número de anarquistas, socialistas y demás vertientes afines.

Dicho lo anterior, compete ahora sintetizar lo que posteriormente fue el denominado socialismo utópico (nombre acuñado por Engels6 (Marx, K., y Engels. F, 1969), el cual pretendió, a grandes rasgos, bosquejar una sociedad distinta a partir de las injusticias y complejidades socioeconómicas que el capitalismo comenzaba a denotar, las cuales desde su perspectiva debían ser mejoradas y desarrolladas en aras de un desempeño equitativo y cooperativo del sistema económico. A pesar de las profundas distensiones que existían entre los diferentes autores enmarcados en esta corriente, el común denominador era una crítica a la concepción liberal imperante sobre la propiedad y la desigualdad que apuntaba a un progreso que fuese paulatinamente corrigiendo estos errores para llegar a su objetivo. En este punto hubo varios proyectos, como los de Robert Owen, quien buscó la creación de comunidades cooperativas que lograran reformar el modelo capitalista para conseguir uno más justo y llevadero; sin embargo, sus iniciativas terminaron por fracasar. Cabe destacar que, por lo general, los denominados socialistas utópicos rechazaban la lógica de la lucha de clases y, por ende, la vía revolucionaria. Lo que resulta importante es la inserción de un camino reformista, pacifista y progresivo para la consecución de un modelo diferente, más ajustado en términos de la justicia social.

Con la aparición del socialismo marxista (distinto del uso del término dado por Proudhon), de la mano de Karl Marx y Engels, los utopistas recibieron un fuerte golpe y sus teorías fueron criticadas desde varios ángulos. El socialismo establecido por estos dos pensadores buscó diferenciarse de los demás para llevar a cabo un análisis estructural del capitalismo y su funcionamiento basado en la construcción metodológica de Marx y conocida posteriormente (ya que fue una terminología utilizada años después por el teórico y revolucionario ruso Georgui Plejánov) como materialismo histórico. Este era, grosso modo, una visión explicativa sobre la historia de la humanidad, en donde los modos, medios y relaciones de producción son los factores que condicionan la existencia de la estructura económica de la sociedad, la cual a su vez condiciona a la llamada superestructura, el conjunto de elementos ideológicos, jurídicos y políticos provenientes de la conciencia social7 (Marx, K., y Engels. F, 1969). El posterior desarrollo teórico de Marx y Engels influyó en una concepción distinta al cambio social y al desarrollo del sistema capitalista, a partir de la dialéctica de la lucha de clases y, por ende, en una vía opuesta a la progresión pacífica de los utopistas, una vía revolucionaria. Tanto fue así que, en el seno del socialismo europeo, la Primera Internacional de los Trabajadores del año 1864 (donde ambos eran colaboradores asiduos junto con Mikhail Bakunin) fue capaz de hegemonizar gran parte de este movimiento (Novack, 1977).

Mientras esta confrontación teórica tenía lugar, en Europa acontecían numerosos hechos que influyeron en el desarrollo del socialismo. La irrupción de las revoluciones burguesas del siglo XIX (en particular las ocurridas entre 1840 y 1860) terminaron por reforzar aún más el capitalismo en el viejo continente y las formaciones de Estado que dependían de este. Estas transformaciones implicaron un importante cambio en ciertos movimientos socialistas: los objetivos de dichos movimientos comenzaron a tornarse cortoplacistas e inmediatos, desplazando, por ejemplo, la conquista proletaria del poder a otros planos menos fundamentales. Es así como en varios países se conformaron movimientos obreros caracterizados por “sus metas mucho más limitadas y de escaso alcance: mejora de la situación inmediata, sindicatos, reformas democráticas” (Pannekoek, 1927, p. 3). Bajo estas premisas, estos movimientos confiaban en la aplicación de una democracia para las masas, y en un Estado que desempeñara labores encaminadas al bienestar social. Es decir, la aplicación de la reforma que sea capaz de conducir a la clase obrera al poder utilizando las herramientas dadas por el propio sistema y excluyendo la posibilidad de una toma violenta del poder político y sistémico. Casos como el de Ferdinand Lassalle en Alemania dieron cuenta de estas motivaciones al denominarse socialdemócratas. Lassalle, junto con otras agrupaciones y otros militantes marxistas, fundó el SDAP8 (posteriormente renombrado en 1875 como SPD9) en el año 1869, centrado, entre otras cosas, en la:

Supresión de los privilegios de clase, de propiedad, de nacimiento y de culto, apoyo estatal al cooperativismo y crédito estatal para las cooperativas libres de producción bajo garantías democráticas, separación entre la iglesia y el Estado y entre la escuela y la iglesia. (Marx, 1977, p. 23)

Como una de las principales figuras de la socialdemocracia en su momento, Lassalle emprendió diversas campañas sociales para un desarrollo cooperativista bajo el auspicio y regulación del Estado, y esto lo hizo mediante el fortalecimiento de su concepción de democracia (“poder de las masas sobre el Estado”) y, en general, para conseguir una “democracia con finalidad social”. Todo esto se enmarcó en un desplazamiento formalizado de la vía revolucionaria para dirigirse con mayor énfasis a causas inmediatas y para entrar de lleno en el sistema capitalista, con el fin de reformarlo poco a poco y desde adentro.

De esta forma la práctica socialista quedó nuevamente fragmentada, y, a raíz de ello, las distensiones en torno a los métodos para la consecución de los objetivos obreros florecieron ampliamente. Sin embargo, en el siglo XX con la aparición de la Revolución rusa, la perspectiva revolucionaria fue nuevamente capaz de tomar fuerza para llevar a cabo la primera revolución socialista exitosa de la historia de la mano de los bolcheviques, principalmente, de la figura de Vladímir Lenin y los pensadores eslavos. Esto no significó la desaparición de la socialdemocracia, que seguía siendo fuerte, por ejemplo, en Alemania era representada por el Partido Socialdemócrata, aquel fundado por Lasalle y dirigido por el presidente de la República de Weimar, Friedrich Ebert.

Durante el transcurso del siglo hubo una amplia polémica dentro del espectro izquierdista-marxista en torno a la socialdemocracia. Los más ortodoxos no dudaron en señalarla como una de las mayores problemáticas del movimiento obrero, mientras que otros defendían su proceder frente al socialismo revolucionario imperante en Europa del Este y en algunos países de Asia, África y América Latina. Posteriormente, a finales de siglo, con la caída del “Telón de Acero”, la izquierda mundial sufrió un duro golpe al considerar dicho acontecimiento como el “fracaso” de sus ideales y propósitos. Sin embargo, esto no impidió que la socialdemocracia revitalizada por la hegemonía neoliberal y con sus consecuencias socioeconómicas y políticas en varias partes del globo irrumpiera nuevamente en el panorama político con aires de transformación y renovación, y con la supuesta capacidad de ponerle frente al sistema que, a sus ojos, estaba siendo causante de enormes injusticias sociales y del aumento de la inequidad mundial, entre otros males contemporáneos. Tanto fue así que, incluso los partidos comunistas de varias naciones comenzaron a desarrollar prácticas y lineamientos específicos propios de la socialdemocracia, como el PCE10 o el КПРФ11 (que mediante congresos y resoluciones abandonaron la metodología plenamente revolucionaria para integrarse de lleno en el sistema político del Estado y aceptar sus “reglas de juego”), entre muchos otros, con lo cual se fue dejando atrás el carácter profundamente antisistema y revolucionario del marxismo más ortodoxo. Ambos, precisamente por su radical cambio de metodología y enfoque, merecen ser analizados y mínimamente comprendidos en su composición para decir cómo pudieron haber virado hacia la socialdemocracia.

El PCE fue fundado como escisión del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en el año 1921, en contravía a la deriva socialdemócrata de este último pretendía responder al llamado internacional de una organización comunista global —hecho desde el bolchevismo en voz de Vladímir Lenin—. Fue declarado ilegal durante la dictadura de Primo de Rivera en 1923 y volvió a ver la luz pública con la proclamación de la II República. Tuvo una participación e influencia notable en la guerra civil Española (1936-1939) con la creación de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC) y de varias convergencias sindicales. Con la victoria sublevada de los franquistas, el PCE pasó nuevamente a la clandestinidad, la persecución y tortura de sus miembros, a la par que al establecimiento de pequeños focos de resistencia armada como lo fueron en gran medida “los maquis”12. No obstante, con el fomento de posturas como la de Santiago Carrillo dentro del partido, las vertientes más revolucionarias fueron desplazadas por otras más conciliadoras y en profunda disonancia con la solución armada, para plantear finalmente como doctrina oficial, a la llamada reconciliación nacional, en la que abandonaron definitivamente la vía revolucionaria (defendida férreamente por otros importantes dirigentes comunistas del partido como Enrique Líster, político y militar que fue combatiente tanto en la guerra civil Española (en el bando republicano) como en la Segunda Guerra Mundial, donde llegó a ser general del Ejército Rojo) para pretender entrar de lleno en el sistema político y electoral (Jiménez, 2009). En el año 1986, el partido se inscribió a la plataforma política Izquierda Unida, en la cual convergen diversos movimientos y sectores políticos que se enmarcaban a sí mismos dentro de la izquierda política. Con este acto, el PCE reforzó su deriva socialdemócrata y desviacionista compartiendo militancia con movimientos de diversa índole, desde los independentistas regionalistas hasta movimientos ecologistas.

Por su parte, el КПРФ surgió como el autodenominado sucesor del Partido Comunista de la Unión Soviética (КПСС). Fundado en 1993 y dirigido desde entonces por Guennadi Ziugánov (otrora militante del КПСС y crítico acérrimo del dirigente soviético Mikhail Gorbachov), se empujó a sí mismo al nacionalismo y se distanció del marxismo-leninismo revolucionario13, suscrito al recién promulgado sistema político ruso, se presentó ante las elecciones y se enmarcó en los procesos parlamentarios (March, 2002). Es notable también que, a pesar de haberse declarado en oposición a todos los gobiernos desde su entrada al legislativo (donde se ha mantenido como la segunda fuerza política luego del otrora partido del presidente Vladímir Putin, Rusia Unida), el Partido Comunista de la Federación Rusa ha llegado a apoyarse en otros partidos de otras vertientes ideológicas contrarias y ha sido denominado incluso como de “oposición controlada”.

Así como varios partidos comunistas que previamente se guiaban por la vía revolucionaria y que luego viraron definitivamente a la socialdemocracia, un sinfín de otros movimientos y partidos nacieron directamente con esta bandera, como el caso de Podemos (fundado en 2014, actualmente denominado Unidas Podemos, en coalición de este partido con Izquierda Unida y Catalunya en Comú) en España, el Morena14 en México o el PDI-P15 en Indonesia. Este tipo de partidos y movimientos se atrincheran en una perspectiva que pretende mostrarse como desafiante frente al sistema económico, político y social, en aras de transformarlos “democráticamente” mediante los resultados electorales y el apoyo popular en las urnas16. De igual forma, a pesar de que suelen recurrir a un discurso de clase y a una metodología analítica más relacionada con la tradición marxista, desde su seno niegan la lucha de clases y, por ende, la confrontación dialéctica entre contrarios que sucede en las sociedades. De hecho, llegan a cabalgar las contradicciones hasta el punto de invisibilizarlas y retener a las clases populares en la ilusión del reformismo para evitar a toda costa que rebroten los antagonismos. De este modo la socialdemocracia ha sido capaz de reducir los conflictos de clase, a una mera cuestión de conflicto de opiniones y de “tolerancia” política, y resulta en un proceso que es homogeneizador mientras va dejando de lado las concepciones reales de mundo, y va enfocándose en cuestiones menos trascendentales, más inmediatas y cortoplacistas.

Dentro del espectro político de la izquierda contemporánea, no fueron precisamente pocas las tensiones entre una y otra corriente, esto se evidenció en un profundo conflicto que enfrentó a aquellos marxistas de corte más ortodoxo renovados con el leninismo y la revolución bolchevique, frente a los eurocomunistas con sus críticas al modelo soviético y su aceptación del modelo parlamentario, lo que resultó en una marea de escisiones y confrontaciones teóricas y materiales respecto a cómo debe darse la acción política y cómo debe proponerse (como la afamada confrontación entre Líster y Dolores Ibárruri “La pasionaria”17 por las reformas del PCE). Ante dichos acontecimientos, resultó inevitable la revitalización de la socialdemocracia que se configuró como una tercera posición enrutada hacia la supuesta superación de los conflictos entre sus coetáneos y a la consecución de logros “reales” en la defensa del obrero.

El Estado capitalista y su funcionamiento

Uno de los autores más destacados de la posición marxista heterodoxa y de su estilo de análisis es el sociólogo político greco-francés Nicos Poulantzas, quien desempeñó una parte significativa de su vida teórica al entendimiento sobre el funcionamiento de las clases sociales, el Estado y el capitalismo, además de disentir finalmente de la vía revolucionaria para dar fin a este sistema. Sin embargo, es precisamente su análisis, más que su propuesta final, lo que resulta útil para este texto. Su obra estuvo dirigida a un desarrollo mucho más profundo de las concepciones marxistas clásicas sobre dichos tópicos, y a encaminar la teoría de Marx y Engels al contexto del siglo XX.

En una de sus obras, titulada Poder político y clases sociales en el estado capitalista (2001), Poulantzas desarrolla un análisis del comportamiento del Estado bajo el sistema capitalista y su accionar frente a las clases sociales, el contexto de lucha de clases y el funcionamiento de la política bajo estas circunstancias. En este punto, el autor disiente de las concepciones marxistas que toman e interpretan al Estado capitalista como una sola unidad compacta, y que simplemente se dedica a funcionar como una herramienta opresora utilizada por una clase social contra otra. Para él, el Estado capitalista es todo un cuerpo de unidades distintas entre sí con comportamientos independientes de la estructura como tal. Asimismo, considera que el Estado actúa como un condensador de las clases sociales, es decir, un organismo encargado de mantener la cohesión de las distintas clases existentes en un contexto de constante lucha entre ellas. Bajo estos términos, cada fracción del Estado posee funciones específicas y distintas de las demás (políticas, económicas, ideológicas, etc.). Es decir, cada fragmento del Estado goza de una “autonomía relativa” frente a sus semejantes, y es capaz de actuar, en términos del modo de producción específico, para cohesionar las contradicciones entre la clase dominada y la clase dominante. El hecho de que el Estado capitalista se comporte sistemáticamente de esta manera, cierra totalmente la posibilidad de que los dominados tengan capacidad de cambiar su estatus y sus condiciones por vías políticas, por vías que estén contempladas desde la misma estructura orgánica del Estado. Según Poulantzas (2001), entonces, el Estado se comporta como el “factor de cohesión de la unidad de una formación, es también la estructura en la que se condensan las contradicciones de los diversos niveles de una formación” (p. 44)18. Para él, el Estado es mucho más que solamente un engranaje útil a la configuración sistémica del capitalismo. Sin embargo, este ha conseguido llevarlo hasta dicha categoría de factor de cohesión y de estructura condensadora, con fines útiles, de perpetuación y de funcionamiento prácticamente automatizado, además de renovarlo mientras se refuerza a sí mismo en procesos cíclicos.

En términos prácticos, todo lo anterior se traduce en que el Estado capitalista puede revestirse de las contradicciones de clase presentes dentro de este (que serían capaces de poner en riesgo su hegemonía y funcionamiento), para asegurar su permanencia, perpetuidad y correcto orden. A partir de su funcionamiento en áreas específicas, este Estado imposibilita cualquier participación política que cambiase el statu quo de la organización social que incluye dentro de sí mismo para defender el modo de producción dominante y edificador, y por tanto actuar como manto protector del capitalismo.

La socialdemocracia y la autonomía relativa del Estado

La casi total hegemonía del modelo neoliberal en el mundo en los años que corren ha reforzado la idea de que cada vez resulta más complejo reformar y acabar con el capitalismo. Sin embargo, la socialdemocracia moderna, con expresiones como el progresismo o los demócratas de izquierda, se ha alzado con la suposición de llevar a cabo estos objetivos. Resulta importante entonces realizar una pregunta central: ¿son estos movimientos socialdemócratas capaces de transformar el sistema económico, social y político, en contravía del establishment capitalista?

La respuesta a esta pregunta, a ojos de quien escribe y desde la teoría de Poulantzas que resulta útil para explicar el porqué es negativa. La socialdemocracia que desiste de asemejarse a la izquierda más radical y revolucionaria, busca, o supone buscar, de una u otra forma, un capitalismo distinto al imperante con un enfoque social, equitativo y contrario al salvajismo propio del neoliberalismo. No obstante, a sabiendas de que las expresiones profundamente revolucionarias sí fueron capaces de suprimir el modelo capitalista para el desarrollo de uno nuevo, las socialdemócratas presuponen un mantenimiento de las condiciones existentes, con ligeros cambios que no son capaces de transformar de manera tajante a la estructura capitalista y siguen, de cierta manera, con el funcionamiento de esta. Si esto es así, ¿por qué la socialdemocracia persiste en ser considerada como un mecanismo capaz de subsanar las problemáticas del capitalismo mientras defiende su mantenimiento?

En este punto resulta fundamental analizar el comportamiento del Estado capitalista. Como se explicó anteriormente, el Estado goza de múltiples mecanismos para la defensa del sistema detrás de este, y si se entiende que las revoluciones obreras fueron capaces de acabar con el sistema capitalista en sus lugares de aplicación (sin entrar a polemizar sobre el correcto o incorrecto funcionamiento de estas alternativas alcanzadas), resulta entonces visible que las distintas instancias del Estado capitalista desarrollaron las medidas pertinentes para asegurarse de que esto no vuelva a ocurrir, y aquí es central el papel de la socialdemocracia. Si se parte del hecho de que el Estado es capaz de permearse de las contradicciones de clase para así asegurar una permanencia del modelo capitalista, la socialdemocracia se configura como la herramienta perfecta al incluir dentro de sí a ciertas reivindicaciones de la clase dominada frente a la dominante, pero que al mismo tiempo no pongan en peligro la hegemonía económica predispuesta en una suerte de articulación de las contradicciones sociales, la cual ha incluido a los enemigos de clase en un mismo entramado sistémico. 

Al retomar de nuevo a Marx en su texto Sobre la cuestión judía19 (publicado por primera vez en el año 1843), se observa que los proyectos que pretendan emancipaciones políticas de cualquier sujeto social dentro de un Estado y un sistema determinados, pese a la posibilidad de tener éxito, alejan las posibilidades de conseguir una emancipación humana, y, por el contrario, son herramientas útiles a aquel Estado, quien tiene la oportunidad de replantearse, reasegurarse, y evolucionar y fortalecerse (Marx y Engels, 1969). Es así que puede entenderse también a los proyectos socialdemócratas como proyectos que pretenden emancipaciones meramente políticas (no están dispuestos a ir a la raíz de cada problemática, sino que, por el contrario, se concentran en reformas y en cambios que se ubican dentro de las “reglas de juego” del Estado), en tanto le brindan a un Estado en constante reformulación, la oportunidad perfecta para transformarse en aras de potenciar su permanencia y su presencia.

Por otro lado, el mismo Marx, en el texto 18 de brumario de Luis Bonaparte (publicado por primera vez en 1852), expone claramente cómo la burguesía fue capaz de articularse con las clases dominadas con el fin de alcanzar sus objetivos mostrando con ello sus capacidades oportunistas de pactar con cualquier tipo de fuerza cuando es necesario. De modo similar, también habla de las pretensiones demócratas y las define al decir que: “creen estar por encima del antagonismo de clases en general” (Marx y Engels, 1969, p. 127)20, con lo cual intentan sobreponerse a este, y negarlo con el fin de lograr un espacio donde ambos convergen para acometer así los fines de una clase determinada, en este caso, la clase burguesa. Este análisis resumido en la ya acontecida unión entre dominantes y dominados y su facilitación mediante la intercesión de los demócratas, es el vivo ejemplo de la socialdemocracia y el capitalismo, un mecanismo canalizador de la lucha de clases bajo la directriz del sistema económico y que busca perpetuarse a través del tiempo.

Por otro lado, resulta relevante la inserción de Gramsci (1980)21 en la cuestión del Estado, capaz de codearse con la de Nico Poulantzas en ciertos sentidos específicos que también parte inevitablemente de las consideraciones de Karl Marx. En este sentido, el autor formula una ecuación que reza así:

Estado = (Sociedad política + Sociedad civil) 

De esta manera, el autor plantea nuevamente una visión extendida respecto al funcionamiento y composición del Estado, en lo que llama una “hegemonía revestida de coerción”, donde se incluyen los elementos represivos propios del Estado, y también los factores conocidos como “medios de producción ideológica”, aquellos que por su propia naturaleza y composición tienen la facultad de influir ampliamente sobre la clase social dominada, y construyen un hecho que resulta extremadamente útil en el sostenimiento del sistema de superposición de clases, el consenso. Para Gramsci, el consenso es el medio que posee la estructura dominante y realmente existente para reafirmarse a sí misma y fortalecerse gracias a la subordinación ideológica de los dominados, y su implícita aprobación del establecimiento. En términos de este trabajo, los medios ideológicos pueden ser también los partidos políticos, quienes, en su poder representativo son capaces de cooptar a la masa y de dirigirla por unos u otros caminos. De la mano va la autonomía relativa de Poulantzas, ya que al hablar de un Estado capitalista con fracciones independientes pero enfiladas al mismo objetivo (perpetuar y defender la configuración sistémica establecida), es concluyente que los partidos y demás movimientos políticos son una pieza clave del funcionamiento de esta maquinaria, mientras elevan a carácter electoral la que debería ser la representación de los antagonismos de clase, pero en cambio tomándolos por inexistentes para canalizar las contradicciones sociales. Asimismo, sirven como el eje que, por parte de la clase dominada, refrenda el sistema político del Estado que maneja la clase dominante.

Conclusiones

El Estado capitalista ha sido capaz de revestirse de los clamores sociales que son consecuencia de la aplicación de su sistema, y se ha hecho partícipe de los procesos culturales e ideológicos dentro de este. Al cerrar dentro de sí mismo cualquier posibilidad de cambio político a través de sus mismas instituciones contempladas y, al reforzar el beneplácito de la clase social subyugada hacia el establishment, el capitalismo ha sido experto en adaptar las luchas obreras para su propio beneficio, y dar la impresión de que estas están siendo escuchadas y tienen la posibilidad de conseguir transformaciones políticas a través de la socialdemocracia, cuando en realidad son una misma estrategia política fraguada para evitar que se ponga en cuestión el entero funcionamiento del sistema. Las teorías utilizadas en el desarrollo de este texto, al redirigirlas tácitamente hacia conclusiones diferentes a las que originalmente llegaron sus autores, son el material analítico que posee las capacidades de demostrar que el sistema bebe de aquellas expresiones divergentes para así configurarlas bajo su servicio y “contaminar” las posibilidades emancipatorias.

La gestualidad teórica de emplazar tanto a Poulantzas como a Gramsci en una dirección propositiva distinta, resulta entonces en la estructuración de un punto de encuentro entre el eurocomunismo y su carácter heterodoxo del análisis de las sociedades y el Estado bajo el modo de producción dominante, con la concepción profundamente crítica de la ortodoxia marxista con el sistema político capitalista y su cooptación de los antagonismos de clase. A la par, el punto de encuentro se halla en el discurso de liberación y confrontación de clases con el reconocimiento tácito de la imposibilidad de conseguir finalmente la superación del capitalismo mediante una acepción y participación de sus propias “reglas de juego”, con reformas a corto y mediano plazo que no son capaces de revertir las condiciones sistémicas establecidas y hegemónicas. De este modo la socialdemocracia emerge, efectivamente, como la pata izquierda del capitalismo.

Referencias

Dimitrov, G. (1938). The United Front, The Struggle Against Fascism and War. Londres, Lawrence & Wishart. Recuperado de: https://resistir.info/livros/dimitrov_the_united_front.pdf

Gramsci, A., y Pérez, J. L. M. (1980). Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Buenos Aires, Argentina: Nueva Visión.

Jiménez, F. V. (2009). La diáspora comunista en España. Historia Actual Online, (20), 35-48. Recuperado de: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3150134.pdf

Mackenzie, N. I., y Aparicio, J. F. (1969). Breve historia del socialismo. Barcelona, España: Labor.

March, L. (2002). The communist party in post-Soviet Russia. Manchester, Reino Unido: Manchester University Press.

Marx, K., y Engels. F. (1969). Obras escogidas. Moscú, Rusia: Progreso.

Marx, K. (1977). Crítica del programa de Gotha. Moscú, Rusia: Progreso.

Novack, G. (s/a). La Primera Internacional (1864-76). Recuperado de: https://www.marxists.org/espanol/novack/1977/1inter.htm

Pannekoek, A. (1927). Socialdemocracia y comunismo. Recuperado de: https://www.marxists.org/espanol/pannekoek/1927/comunismo.htm

Poulantzas, N. (2001). Poder político y clases sociales en el Estado capitalista. Madrid, España: Siglo XXI.

Ruiz Sanjuan, C. (2016). Estado, sociedad civil y hegemonía en el pensamiento político de Gramsci. Revista de Filosofía y Teoría Política, 47. Recuperado de: https://www.rfytp.fahce.unlp.edu.ar/article/view/RFyTPe002

Stalin, I. V. (1953). Obras, tomo VI (1924). Moscú, Rusia: Editorial Lenguas Extranjeras. Recuperado de: https://marxists.architexturez.net/espanol/stalin/obras/oe15/Stalin%20-%20Obras%2006-15.pdf

https://www.javeriana.edu.co/papelpoliticoestudiantil/dossier-socialdemocracia.php

Nuestro periodismo es democrático e independiente . Si te gusta nuestro trabajo, apóyanos tú también. Página informativa sobre eventos que ocurren en el mundo y sobre todo en nuestro país, ya que como dice nuestro editorial; creemos que todo no está perdido. Sabemos que esta democracia está presa sin posibilidad de salvarse aunque su agonía es lenta. Tenemos que empujar las puertas, son pesadas, por eso, necesitamos la cooperación de todos. Soñamos con una patria próspera y feliz, como idealizó el patricio Juan Pablo Duarte. necesitamos más que nunca vuestra cooperación. Haciendo clic AQUÍ ó en el botón rojo de arriba
Correo
Facebook
Telegram
Twitter
WhatsApp

Noticas Recientes

Opinión