
Un análisis del historiador e investigador cubano Jesús Arboleya
En un artículo publicado en Cubadebate, y titulado “La ‘maldita’ inmigración”, Jesús Arboleya, historiador e investigador cubano, especialista en relaciones entre Cuba y EE.UU., analiza de forma contundente el tratamiento inhumano que reciben los inmigrantes en Estados Unidos (…).
REDACCIÓN CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
En un artículo publicado en Cubadebate, y titulado “La ‘maldita’ inmigración”, Jesús Arboleya, historiador e investigador cubano, especialista en relaciones entre Cuba y EE.UU., analiza de forma contundente el tratamiento inhumano que reciben los inmigrantes en Estados Unidos, revelando las raíces profundas de este fenómeno, ligadas a la lógica del sistema económico imperante.
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«En los últimos años, hemos visto cómo la inauguración de cárceles ha pasado de ser un acto vergonzoso a una celebración mediática. Bukele en El Salvador lo hizo primero; después, Trump, en el sur de la Florida, repitió el gesto, en una escena que parece salida de una distopía. Las imágenes de grandes tiendas de campaña en medio de un pantano, bajo un sol abrasador y rodeadas de caimanes, cobras y mosquitos, no son parte de una novela de terror. Son la realidad de los centros de detención para inmigrantes, conocidos cínicamente como el “Alcatraz de los caimanes”» -explica Arboleya.
La pregunta que plantea Jesús Arboleya es directa y demoledora: ¿quién merece un castigo tan cruel? La respuesta no deja de estremecer: personas que migran, que huyen del hambre, la violencia y la desesperación, buscando una vida digna.
El autor cubano recuerda que la historia de Estados Unidos no puede comprenderse sin el papel central que ha jugado la inmigración. Apenas un 1,5 % de la población desciende de los pueblos originarios, mientras que cerca de 100 millones de personas llegaron en oleadas sucesivas, formando la sociedad más diversa del planeta. Sin embargo, en lugar de ser reconocidos por su aporte, los inmigrantes son tratados como amenaza, como enemigos internos.
EXPLOTACIÓN SIN RECONOCIMIENTO
La contradicción es evidente. Como explica Arboleya, la economía de EE.UU. no solo ha necesitado históricamente a los inmigrantes, sino que ha prosperado gracias a ellos. Han sido mano de obra clave en el campo, las fábricas, la construcción y los servicios. No obstante, el sistema capitalista impone una condición cruel: esa mano de obra debe mantenerse en las peores condiciones posibles. Cuanto más desesperado esté el trabajador migrante, más se abarata su fuerza de trabajo y mayores son las ganancias de los empresarios. De ahí que la inmigración sea tolerada, pero solo bajo condiciones de explotación extrema.

De acuerdo a lo expresado por el autor, este mecanismo se basa en una cultura que ha sido educada para idolatrar al empresario y culpar al más débil. En lugar de responsabilizar a quienes concentran el capital y el poder, se señala al inmigrante como el culpable de todos los males: del desempleo, de la inseguridad, del “declive moral” del país. Este relato ha sido tan efectivo que incluso personas de origen inmigrante, con experiencias recientes de migración en sus familias, terminan asumiendo el discurso dominante y apoyando políticas antiinmigrantes, como las de Trump.
Una de las ideas más poderosas que expone Arboleya es que el rechazo al inmigrante no es solo cultural o ideológico, sino profundamente económico. La presencia de inmigrantes en sectores donde no se requieren altas calificaciones genera una competencia desigual con los trabajadores locales. Pero no porque estos últimos no quieran esos empleos, como a veces se dice, sino porque el valor de su fuerza de trabajo exige condiciones mínimas de dignidad que el inmigrante, forzado por la necesidad, no puede permitirse exigir. Así, los patrones aprovechan esa desigualdad para erosionar derechos y debilitar a toda la clase trabajadora.
Cuando los inmigrantes logran legalizar su situación y obtener derechos similares a los del resto de la población trabajadora, como ha sucedido históricamente en EE.UU., cambia el juego. Pueden organizarse, negociar mejores salarios, votar, y convertirse en sujetos políticos.
Por eso, según el autor, existe tanta resistencia a facilitar la legalización de los indocumentados o a mejorar el estatus de quienes ingresan de forma regular. El sistema necesita que sigan estando “muy jodidos”. La lógica del capital exige una mano de obra vulnerable, sin derechos ni poder de negociación.
EL MIEDO COMO POLÍTICA DE ESTADO
El artículo señala, asimismo, que la retórica contra los inmigrantes es el reflejo del deterioro económico de EE.UU. y del miedo de sectores como la clase media blanca, que teme perder sus privilegios. La «cruzada» de Trump, lejos de ser una locura aislada, cuenta con apoyo masivo y se consolida en todas las estructuras del poder: el Congreso, el aparato judicial, y en especial, la Corte Suprema. No se necesita ser un “blanco fascista” o un racista declarado para caer en esa trampa ideológica. Basta con que el sistema enseñe que el inmigrante es el culpable de tus frustraciones, y no quien decide tus condiciones de vida.
Arboleya concluye con una frase demoledora, citando irónicamente a Bill Clinton: “Es la naturaleza del sistema, estúpido”.
La criminalización de la inmigración no es un error, ni un exceso. Es parte del diseño estructural que necesita enemigos internos para funcionar, dividir a la clase trabajadora y proteger los intereses de quienes lucran con la desigualdad.