Fuentes: Voces del Mundo [Foto: Amigos y familiares del periodista palestino Samer Abu Daqqa, camarógrafo muerto durante ataques aéreos israelíes, lloran al lado su cuerpo en el sur de la Franja de Gaza en diciembre de 2023 (EFE/Haitham Imad)]
Hay unos 4.000 reporteros extranjeros acreditados en Israel para cubrir la guerra. Se alojan en hoteles de lujo. Asisten a espectáculos orquestados por el ejército israelí. En raras ocasiones, pueden ir escoltados por soldados israelíes en visitas relámpago a Gaza, donde se les muestran supuestos depósitos de armas o túneles que, según los militares, son utilizados por Hamás. Asisten obedientemente a conferencias de prensa diarias. Reciben instrucciones extraoficiales de altos funcionarios israelíes que les proporcionan información que a menudo resulta ser falsa. Son los propagandistas involuntarios, y a veces intencionados, de Israel, taquígrafos de los arquitectos del apartheid y el genocidio, guerreros de habitación de hotel. Bertolt Brecht los llamó ácidamente los portavoces de los portavoces.
¿Y cuántos reporteros extranjeros hay en Gaza? Ninguno.
Los reporteros palestinos en Gaza que llenan el vacío pagan a menudo con sus vidas. Son blanco de asesinatos, junto con sus familias. Al menos 128 periodistas y trabajadores de los medios de comunicación de Gaza, Cisjordania y Líbano han muerto y 69 han sido encarcelados, según el Comité para la Protección de los Periodistas, lo que supone el periodo más mortífero para los periodistas desde que la organización comenzó a recopilar datos en 1992.
El viernes, Israel bombardeó en el sur del Líbano un edificio que albergaba siete medios de comunicación, matando a tres periodistas de Al Mayadeen y Al Manar e hiriendo a otros quince. Desde el 7 de octubre, Israel ha matado a once periodistas en el Líbano.
El cámara de Al Jazeera Fadi al-Wahidi, que a principios de mes recibió un disparo en el cuello de un francotirador israelí en el campo de refugiados de Jabalia, en el norte de Gaza, se encuentra en coma. Israel le ha denegado el permiso para recibir atención médica fuera de Gaza. Como la mayoría de los periodistas atacados, entre ellos su colega asesinada Shirin Abu Akleh, llevaba un casco y un chaleco antibalas que le identificaban como periodista.
El ejército israelí ha calificado de «terroristas» a seis periodistas palestinos de Gaza que trabajan para Al Jazeera.
«Estos 6 palestinos se encuentran entre los últimos periodistas que sobreviven a la embestida israelí en Gaza», ha declarado la Relatora Especial de Naciones Unidas para los Territorios Palestinos Ocupados, Francesca Albanese. «Declararlos ‘terroristas’ suena a sentencia de muerte».
La escala y el salvajismo del asalto israelí a los medios de comunicación empequeñece cualquier cosa que haya presenciado durante mis dos décadas como corresponsal de guerra, incluso en Sarajevo, donde los francotiradores serbios apuntaban regularmente a los reporteros. Veintitrés periodistas fueron asesinados en Croacia y Bosnia-Herzegovina durante las guerras yugoslavas entre 1991 y 1995. Veintidós fueron asesinados cuando yo cubría la guerra de El Salvador. Sesenta y ocho periodistas murieron en la Segunda Guerra Mundial y 63 en Vietnam. Pero a diferencia de Gaza, Bosnia y El Salvador, los periodistas no solían ser el blanco de los ataques.
El asalto israelí a la libertad de prensa no se parece a nada que hayamos vivido desde que William Howard Russell, el padrino del periodismo de guerra moderno, enviara despachos desde la guerra de Crimea. Su ataque contra los periodistas pertenece a una categoría aparte.
El representante James P. McGovern y 64 miembros de la Cámara de Representantes enviaron una carta al presidente Joseph Biden y al secretario de Estado Antony Blinken en la que pedían a Estados Unidos que presionara para que Israel permitiera el acceso sin trabas de los periodistas estadounidenses e internacionales. En julio, más de 70 medios de comunicación y organizaciones de la sociedad civil firmaron una carta abierta en la que pedían a Israel que permitiera la entrada de reporteros extranjeros en Gaza.
Israel no ha cedido. Sigue prohibiendo la entrada de periodistas internacionales en Gaza. Su genocidio sigue adelante. Cientos de civiles palestinos mueren y resultan heridos a diario. En octubre, Israel mató al menos a 770 palestinos en el norte de Gaza. Israel difunde sus mentiras e invenciones, desde que Hamás utiliza a los palestinos como escudos humanos hasta las violaciones masivas y los bebés decapitados, a una prensa cautiva que las amplifica servilmente. Cuando las mentiras salen a la luz, a menudo semanas o meses más tarde, el ciclo mediático ha cambiado y pocos se dan cuenta.
La censura generalizada y el asesinato de periodistas por parte de Israel tendrán consecuencias nefastas. Erosiona aún más las pocas protecciones que alguna vez tuvimos como corresponsales de guerra. Envía un mensaje inequívoco a cualquier gobierno, déspota o dictador que pretenda enmascarar sus crímenes. Anuncia, como el propio genocidio, un nuevo orden mundial, en el que se normalizan los asesinatos en masa, se permite la censura totalitaria y los periodistas que intentan sacar a la luz la verdad tienen una esperanza de vida muy corta.
Israel, con el apoyo incondicional del gobierno de Estados Unidos, está destripando los últimos restos de libertad de prensa.
Los que hacen la guerra, cualquier guerra, tratan de moldear la opinión pública. Cortejan a los periodistas que pueden domesticar, los que se postran ante los generales y, aunque no lo admitan abiertamente, tratan de mantenerse lo más lejos posible del combate. Son los «buenos» periodistas. Les gusta «jugar» a ser soldados. Ayudan con entusiasmo a difundir propaganda disfrazada de reportaje. Quieren aportar su granito de arena al esfuerzo bélico, formar parte del club. Lamentablemente, constituyen la mayoría de los medios de comunicación en las guerras que cubrí.
Todos los periodistas de la CNN que informan sobre Israel y Palestina deben someter su trabajo a la revisión de la oficina de la cadena en Jerusalén antes de su publicación, una oficina que está obligada a acatar las normas establecidas por los censores militares israelíes.
Estos periodistas y organizaciones de noticias domesticados son, como señaló Robert Fisk, «prisioneros del lenguaje del poder». Repiten como loros obedientemente el léxico oficial: «terroristas», «proceso de paz», «solución de dos Estados» y «derecho de Israel a defenderse».
The New York Times, escribe The Intercept, «dio instrucciones a los periodistas que cubren la guerra de Israel contra la Franja de Gaza para restringir el uso de los términos “genocidio” y “limpieza étnica” y “evitar” el uso de la frase “territorio ocupado” al describir la tierra palestina, según una copia de un memorando interno obtenido por The Intercept».
«El memorando también instruye a los reporteros a no usar la palabra Palestina ‘excepto en casos muy raros’ y a mantenerse alejados del término ‘campos de refugiados’ para describir áreas de Gaza históricamente asentadas por palestinos desplazados y expulsados de otras partes de Palestina durante anteriores guerras árabe-israelíes», señala The Intercept. «Las zonas están reconocidas por Naciones Unidas como campos de refugiados y albergan a cientos de miles de refugiados registrados».
«No hay batalla entre el poder y los medios de comunicación», señaló Fisk. «A través del lenguaje, hemos pasado a convertirnos en parte de ese poder».
El general retirado David Petraeus, uno de los autores del Manual de Contrainsurgencia de 2006 utilizado por las fuerzas estadounidenses y de la OTAN en Afganistán, sostiene que persuadir al público de que se está ganando -incluso si, como en Afganistán, se está atrapado en un atolladero- es más importante que la superioridad militar. Los medios de comunicación domesticados son vitales para perpetrar este engaño.
Luego están los verdaderos periodistas. Ellos esclarecen la maquinaria del poder. Dicen la verdad, porque como dijo el poeta Seamus Heaney, «Existe la verdad y se puede decir». Hacen públicas la crueldad, la mendacidad y la criminalidad de los poderosos. Desenmascaran la colaboración de los medios de comunicación domesticados.
Para los poderosos, los que hacen la guerra y los medios domesticados, estos verdaderos periodistas son el enemigo. Esta es la razón por la que Julian Assange fue acosado y perseguido sin piedad durante 14 años. WikiLeaks publicó un documento de 2.000 páginas del Ministerio de Defensa en el que funcionarios del gobierno británico equiparaban a los periodistas de investigación con terroristas. La animosidad no es nueva. Lo que es nuevo es la escala del asalto israelí al periodismo.
Israel no ha derrotado a Hamás. No ha derrotado a Hizbolá. No derrotará a Irán. Pero debe convencer a su propio público, y al resto del mundo, de que está ganando. La censura y el silenciamiento de los periodistas que exponen los crímenes de guerra de Israel y el sufrimiento que Israel inflige a los civiles es una prioridad israelí.
Sería tranquilizador decir que Israel es un caso atípico, una nación que no comparte nuestros valores, una nación a la que apoyamos a pesar de sus atrocidades. Pero, por supuesto, Israel es una extensión de nosotros mismos.
Como dijo el dramaturgo Harold Pinter:
La política exterior estadounidense podría definirse mejor de la siguiente manera: bésame el culo o te parto la cabeza. Así de simple y así de crudo. Lo interesante es que tiene un éxito increíble. Posee las estructuras de la desinformación, el uso de la retórica, la distorsión del lenguaje, que son muy persuasivas, pero en realidad son una sarta de mentiras. Es una propaganda muy exitosa. Tienen el dinero, tienen la tecnología, tienen todos los medios para salirse con la suya, y lo hacen.
Al aceptar el premio Nobel de literatura, Pinter dijo: «Los crímenes de Estados Unidos han sido sistemáticos, constantes, despiadados, brutales, pero muy poca gente ha hablado realmente de ellos. Hay que reconocerlo. Ha ejercido una manipulación bastante clínica del poder en todo el mundo mientras se hacía pasar por una fuerza del bien universal. Es un acto de hipnosis brillante, incluso ingenioso, de gran éxito».
El impedimento más importante a la hipnosis de masas de Israel son los periodistas palestinos de Gaza. Por eso la tasa de asesinatos es tan alta. Por eso los funcionarios estadounidenses no dicen nada. Ellos también odian a los verdaderos periodistas. Ellos también exigen que los reporteros se domestiquen para correr como ratas de un evento de prensa coreografiado al siguiente.
El gobierno de Estados Unidos no dice ni hace nada para proteger a la prensa porque respalda la campaña de Israel contra los medios de comunicación, al igual que respalda el genocidio de Israel en Gaza.
Hay que extinguirlos a todos, a los palestinos, a los periodistas.
Chris Hedges es un escritor y periodista ganador del Premio Pulitzer. Fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times.
Texto original The Chris Hedges Report, traducido del inglés por Sinfo Fernández.
Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2024/10/29/la-guerra-de-israel-contra-el-periodismo/