EL ANTIIMPERIALISMO Y LA IZQUIERDA EN MEDIO ORIENTE

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«No resulta fácil distinguir las tendencias progresivas y regresivas»

La interpretación meramente geopolítica de los conflictos en la región resalta el choque entre un bloque agresivo unipolar y otro defensivo multipolar. Remarca la prioridad de confrontar con el enemigo principal, pero razona con criterios conspirativos y no toma en cuenta el protagonismo popular. Por el contrario, la mirada neutralista desconoce la incidencia de las confrontaciones globales sobre las relaciones de fuerza y las consiguientes luchas de los pueblos. Lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial brinda parámetros para posicionarse en Medio Oriente y el balance de la URSS en Afganistán define criterios antiimperialistas. El apoyo norteamericano a los kurdos no aporta en cambio reglas generales. Libia demuestra cuán erróneo es confundir levantamientos con las acciones de la OTAN y Siria enseña a distinguir rebeliones genuinas y usurpadas. Hay que batallar contra el imperialismo norteamericano sin idealizar a sus rivales.

Por CLAUDIO KATZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

(EXTRACTADO POR CANARIAS-SEMANAL DEL ORIGINAL ÍNTEGRO DE CLAUDIO KATZ)

    La compleja secuencia de acontecimientos que sacudió al mundo árabe en la última década suscitó intensas controversias en la izquierda. No resultó fácil distinguir las tendencias progresivas y regresivas en el disputado y cruento escenario de Medio Oriente.

    Sólo la enorme esperanza que acompañó al debut de la primavera árabe generó posturas mayoritariamente favorables. Prevaleció el apoyo a la incuestionable legitimidad de protestas masivas, que impusieron la caída de los repudiados presidentes de Túnez y Egipto. También resultaron nítidas las victorias democráticas conseguidas en el primer país y las derrotas que impuso el golpe militar en la segunda nación.

    Pero lo ocurrido en Libia precipitó un fuerte debate a la hora de evaluar la caída de Gadafi. Una polémica igualmente acalorada generó la guerra en Siria y el rumbo seguido por el movimiento kurdo.

   En los tres casos, los posicionamientos de la izquierda contrapusieron a una corriente que privilegia las batallas geopolíticas globales contra el imperialismo norteamericano, con otra vertiente que resalta la primacía de las demandas democrático-populares en cada país.

   Con esos dos parámetros se definieron actitudes muy distintas frente a los dramáticos enfrentamientos que afrontó la zona. Ambos planteos afrontan problemas que inducen a la reflexión crítica. Este análisis es vital para afinar las estrategias de emancipación a la luz de las experiencias de Medio Oriente. Lo sucedido en esa región  aporta enseñanzas para la lucha antiimperialista en todo el mundo.

SIMPLIFICACIONES Y OMISIONES

 

   Los pensadores que remarcan la inscripción de los conflictos de Medio Oriente en la confrontación global, contraponen el bloque occidental liderado por el imperialismo norteamericano con el alineamiento que comanda Rusia y China. Sitúan el papel jugado por los principales aliados de ambos bandos , en el gran choque entre las principales potencias del planeta.
 

    Esta mirada contrasta el proyecto de dominación unipolar de Washington con la perspectiva multipolar de Moscú y Beijing. Destaca la progresividad de este último bloque y subraya la conveniencia de sus éxitos. Hemos detallado los diversos exponentes de esta postura en nuestro primer texto sobre la guerra en Siria .
 

   El enfoque primordialmente geopolítico convoca acertadamente a focalizar todo el fuego sobre el blanco principal, recordando que los enemigos más poderosos no pueden ser doblegados sin erigir un contrapeso equivalente. En Medio Oriente ese adversario es el imperialismo norteamericano y su red de socios, vasallos o apéndices.
 

   Pero esta correcta constatación constituye tan sólo el punto de partida de un posicionamiento de la izquierda. La prioridad de combatir al imperialismo norteamericano es indudable, pero esa definición no alcanza para clarificar posturas en el laberinto del «mundo islámico».
 

     En esa región no sólo chocan fuerzas afines y hostiles a Estados Unidos, como lo prueba el serio encontronazo del Pentágono con los mercenarios yihadistas que inicialmente financió y entrenó.
 

¿EL COMPLOT DE LA PRIMAVERA?

 

   Las miradas más extremas del enfoque geopolítico directamente impugnan la primavera árabe. Identifican a ese proceso con un complot digitado por Estados Unidos, para desplazar gobiernos hostiles y frenar la influencia de Rusia y China. Asemejan la gran sublevación de Medio Oriente con las denominadas «revoluciones de colores», que la CIA suele propiciar para instalar servidores de la Casa Blanca en distintos puntos del planeta .
 

    Esa interpretación observa las acciones populares como simples piezas de un ajedrez global. La existencia de movimientos sociales que demandan en forma activa sus propias reivindicaciones es desconocida o identificada con la acción de infiltrados y conspiradores.
 

   Con ese abordaje se desconoce que en la mayoría de los casos las protestas masivas son respuestas al sufrimiento popular. Esos levantamientos estallan periódicamente en distintas localidades del planeta, con modalidades adaptadas a la tradición, el liderazgo y la experiencia de cada comunidad. La primavera árabe se amoldó a esos patrones de sublevación que imperan en todo el mundo.
 



INVOLUCIÓN DEL VIEJO NACIONALISMO

 

   La mirada que reduce los conflictos de Medio Oriente a una simple contraposición entre dos campos, no permite analizar dilemas tan complejos como los afrontados por el movimiento kurdo. Esa minoría desenvolvió una extraordinaria resistencia en su confrontación con los yihadistas, contando con el guiño de Washington y el sostén de Tel Aviv. Si la mera clasificación de fuerzas en el tablero global -a favor o en contra del enemigo imperial- bastara para caracterizar todas las coyunturas bélicas, no habría forma de clasificar el rol jugado por las heroicas guerrilleras de Rojava.
 

   Este peculiar caso no descalifica el análisis con parámetros de confrontación con la dominación imperialista. Sólo recuerda que esos criterios tan sólo aportan el puntapié inicial para caracterizar los sucesos de Medio Oriente.
 

    El exclusivo prisma de dos bandos mundiales en disputa, tampoco permite registrar otro dato clave: la involución de los regímenes de origen nacionalista. En el esquema binario se continúa observando a esos gobiernos en su formato inicial de procesos radicales, enfrentados con los monarcas y las empresas extranjeras. Se omite su generalizado abandono de esas banderas.
 

   La era de Nasser en Egipto, Abd al-Karim Qasim en Irak, Salah Jadid en Siria y Kamal Jumblat en el Líbano ha quedado atrás. La subsistencia de ciertos discursos o símbolos de esa época, no altera el giro que introdujeron los herederos de esos procesos. En su gran mayoría se adaptaron al orden neoliberal de las últimas décadas.
 

   Esa involución se consumó mediante la sistemática reversión de los avances antiimperialistas y por esa razón estalló el descontento popular en Túnez, Egipto, Siria e Irak. Ese levantamiento tuvo significados muy diferentes en cada país, pero puso de relieve el malestar con gobiernos alejados de su avanzada conformación inicial.

 


LAS INDEFINCIONES NEUTRALISTAS

 

   La visión del «Gran Oriente Medio» como un terreno de mera confrontación global entre un bando progresivo y otro regresivo ha suscitado reacciones simétricas. Ese conflicto es observado en el enfoque opuesto como un choque entre fuerzas igualmente nocivas. En este caso se remarca la centralidad de la lucha popular ante potencias externas, que comparten la misma hostilidad hacia las aspiraciones de las grandes mayorías. Por eso se subraya que la coalición forjada por Siria, Rusia e Irán es tan objetable como el alineamiento de Estados Unidos con Israel y Arabia Saudita. También se destaca que es necesario batallar con la misma firmeza contra esas dos alianzas.
 

   Esta postura recuerda en forma implícita que Rusia ya no es la URSS y que China abandonó su viejo antiimperialismo. Pero omite que ese drástico cambio no alteró el continuado protagonismo del poder norteamericano. La primera potencia del planeta persiste como la principal garante de la dominación capitalista mundial y se mantiene como la gran fuerza a derrotar en las batallas en curso. Cualquier fracaso significativo del Pentágono en un área del mundo debilita su capacidad de intervención en otros puntos del planeta.

 

   El enfoque de neutralismo global razona con ingenuos presupuestos de distanciamiento de la geopolítica, como si los desenlaces en ese campo fueran irrelevantes para las batallas libradas en cada país. Ese posicionamiento frecuentemente conduce a resaltar la centralidad de los problemas económicos o las demandas sociales, con cierta desconexión del escenario en que irrumpen.
 

   Una versión contemporánea de ese abordaje reivindica la micropolítica, la horizontalidad y las iniciativas locales cooperativas. Omite que especialmente en Medio Oriente, esas experiencias se desenvuelven en un tormentoso contexto de invasiones y guerras.
 

    En la tragedia del mundo árabe resulta decisivo recordar quién es el enemigo principal. Ese señalamiento de la responsabilidad imperial estadounidense no implica avalar el autoritarismo de los ex regímenes nacionalistas, ni embellecer la política externa de Rusia. Tampoco supone negar el derecho a la rebelión de los pueblos. Simplemente apunta a remarcar cuál es el adversario central en el conjunto de la región.
 

   La simplificada creencia que a escala global «son todos iguales» obstruye la evaluación de las fuerzas en disputa y el consiguiente logro de los triunfos requeridos para avanzar en un proyecto de emancipación.
 

    El escenario actual es ciertamente distinto al período de posguerra, cuando las viejas potencias coloniales y su reemplazante norteamericano lidiaban con los movimientos de liberación en Asia, África y América Latina. El lugar de la izquierda en esa etapa no suscitaba grandes discusiones. La única divergencia significativa giraba en torno a las posturas de mayor justificación o crítica a la URSS por su ambivalente actitud frente a esas gestas.
 

   En el complejo contexto actual es vital recordar que el Pentágono, la CIA y los marines persisten como los enemigos principales de los pueblos. Esa constatación permite definir posturas, en los conflictos entre el denostado poder norteamericano y aborrecibles gobiernos de la periferia.
 

   El choque entre el invasor Bush y el tirano Hussein fue un clásico ejemplo de esa disyuntiva. En esa confrontación correspondía situarse en el campo de los iraquíes, no sólo por el carácter manifiestamente agresor del atacante yanqui. Esa incursión implicó una acción imperialista contra un país del universo dependiente. Esa ubicación de los contrincantes en el orden geopolítico mundial constituye un elemento más definitorio de la postura de la izquierda, que el ocasional perfil de los mandatarios de Washington y Bagdad.


EL TEST DE LIBIA

 

    Algunos autores que equiparan con criterios neutralistas a los bandos geopolíticos en pugna en Medio Oriente, proponen controvertidos postulados como principios del antiimperialismo. Afirman que cuando la intervención extranjera es la única opción disponible para salvar a los movimientos populares, corresponde aceptar ese auxilio exigiendo que su alcance sea acotado.


   Pero el gran problema radica en que el aludido socorrista es el imperialismo norteamericano. Con ese fundamento se avaló, por ejemplo, la «zona de exclusión aérea» que dispuso la OTAN en Libia para apuntalar la revuelta contra Gadafi.


    Lo ocurrido en ese país fue un importante test para la izquierda, puesto que allí se verificaron en forma muy nítida las posturas contrapuestas. A diferencia de lo sucedido en Túnez y Egipto -donde el apoyo a la primavera fue ampliamente mayoritario- el carácter genuino de las protestas fue muy discutible desde su inicio en Libia. Transcurrida una década de esos episodios ya son numerosos los datos que corroboran la existencia de una acción imperialista para tumbar a Gadafi.
 

   La catarata de mentiras que publicitó el Departamento de Estado para justificar esa incursión ha salido a flote en un reciente informe del Parlamento británico . Tal como ocurre con los archivos que desclasifica la CIA, esas informaciones toman estado público cuando ya no pueden alterar el resultado de lo ocurrido.
Las fuerzas especiales de la OTAN se afincaron en ese país con gran antelación y Hillary Clinton se embarcó en una gran campaña de demonización de Gadafi. De esa forma se generó el clima internacional requerido para convalidar su asesinato.
 

   La denuncia de ese operativo que promovieron muchos exponentes de la izquierda antiimperialista, contrastó con la benevolente actitud hacia la maniobra de Washington que prevaleció entre sus pares neutralistas.
 


LAS CONTROVERTIDAS «ZONAS DE EXCLUSIÓN»

 

    La aprobación de la zona de «exclusión aérea» que dispuso la OTAN en Libia se apoya en los antecedentes de ese dispositivo. Los justificadores de esa acción consideran que fue instrumentado en 1991 para contrarrestar las masacres de Hussein contra los refugiados kurdos en el norte de Irak. Estiman que operó como un auxilio a las fuerzas kurdas frente el Ejército Islámico y sirvió en 2019 como dique a la incursión de Turquía contra esa minoría .
Pero con este criterio, la aceptación de una acción de la OTAN por parte de la izquierda deja de constituir un hecho excepcional y se transforma en una norma de varias batallas. El imperialismo norteamericano es visto como un socorrista frecuente, que debe ser inducido a adoptar medidas más activas de intervención.
Esta mirada no toma en cuenta las evidentes consecuencias de propiciar el dominio aéreo de una fuerza, que se ha especializado en la masacre de civiles.

 

LOS DILEMAS DE SIRIA

 

   Otra controversia relevante fue desencadenada por el continuado sostén de varias corrientes de la izquierda a los «rebeldes» durante la guerra en Siria. Esas vertientes estimaron que los exponentes de la marea democrática se ubicaban en la oposición y los defensores de la tiranía en el bando de Assad. Enaltecieron al primer sector como representante de una avanzada «revolución», hasta que la guerra concluyó con el triunfo de un gobierno apuntalado por Rusia e Irán .
 

   En el transcurso de esa larga batalla el presidente Assad fue invariablemente señalado como el principal enemigo a vencer. Esa caracterización fue expuesta cuando reprimió las primeras protestas y también cuando se convirtió en el blanco de los yihadistas sostenidos por Arabia Saudita, con el visto bueno de Estados Unidos y Turquía. La existencia de una fuerte confrontación entre ese gobierno y el espectro más reaccionario de Medio Oriente fue omitida o relativizada, como un dato secundario del conflicto .
 

   Con esa evaluación se propició el triunfo militar del bando opositor, mediante campañas internacionales de apoyo a esa lucha. Se desechó la propuesta alternativa que auspiciaba una salida pacífica y negociada entre las fuerzas que ensangrentaban al país.


    Esa errónea postura fue mantenida a lo largo del conflicto, sin registrar el cambio que introdujo la usurpación derechista de la protesta democrática. Esa captura fagocitó la revuelta y vació al movimiento de sus metas progresistas.
 

   En el curso de la guerra los yihadistas fueron doblegados por la resistencia de los kurdos, en un marco de vacilaciones de Estados Unidos y Turquía, que el gobierno aprovechó para consumar una exitosa contraofensiva. Los defensores de los «rebeldes» continuaron idealizando a ese bando, desconociendo la mutación radical que se registró en el conflicto.

 

   La expectativa en la fuerza auto-emancipadora de la democracia condujo a varias corrientes de izquierda a presentar a Assad como el único enemigo de la población, omitiendo la nocividad equivalente del grueso de sus opositores. Un detallado relevamiento de las posturas en debate durante ese conflicto retrata ese posicionamiento .
 

   En ese estudio se describe cómo una parte de la izquierda apoyó a los «rebeldes» suponiendo que eran partícipes activos de una «revolución democrática», que arrasaría al gobierno autoritario de ese país. Otras evaluaciones ilustraron cómo esa misma concepción asignó a la primavera árabe un potencial democratizador, que auguraba posibilidades ulteriores de radicalización socialista.
 

   Esta visión repitió las erróneas caracterizaciones expuestas hace tres décadas frente al desplome del «campo socialista». Ese derrumbe fue observado por algunas corrientes trotskistas como la antesala del resurgimiento del comunismo, cuando en los hechos devino en un curso opuesto de restauración del capitalismo.

 


ESTRATEGIAS ANTIIMPERIALISTAS

   La gran influencia del liberalismo en una franja de la izquierda quedó corroborada frente a las disyuntivas que planteó la primavera árabe. Ese predicamento ha sido tan relevante como la tendencia opuesta a razonar con meros criterios geopolíticos. En el primer caso se aborda en forma unilateral la batalla contra el autoritarismo de los gobiernos enemistados con Estados Unidos. En el segundo planteo se desconsidera el protagonismo popular, al priorizar la contraposición entre un nocivo campo occidental y un ponderable bloque multipolar.

https://canarias-semanal.org/art/31455/el-antiimperialismo-y-la-izquierda-en-medio-oriente

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