Un flagelo que siempre ha acompañado a la humanidad, ha sido el hambre. Hablar del hambre y padecerla son cosas muy distintas, pues no hay palabras exactas para describir problemas que como el hambre, solo se comprenden y dimensionan cuando se han sufrido en carne propia, no por la ausencia de una comida o por la inanición durante algunos días, sino por sufrirla en largas épocas, en generaciones y países enteros.
Antiguamente, el hambre diezmaba a la sociedad humana por ser todavía impotente e inexperta para conseguir, producir y procesar alimentos nutritivos; porque la atroz explotación esclavista y feudal estaban ligadas a un bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas; porque las plagas y sequías arruinaban las cosechas, las pestes y las guerras arrasaban territorios y sitiaban por hambre a pueblos y ciudades.
En la época moderna junto con las revoluciones industriales que derribaron las taras de la escasez en la producción alimentaria de la sociedad, llegó la nueva “peste” de la explotación y opresión capitalistas, que expandió el hambre por todo el planeta. En la primera fase del capitalismo de libre competencia, el esplendor del nuevo sistema se labró con la sangre y sudor de los trabajadores convertidos en modernos esclavos asalariados, se forjó con el saqueo y dominio colonial de continentes enteros.
Luego desde comienzos del siglo XX, en la fase superior y última del capitalismo, en la actual fase imperialista de los monopolios, la descomposición y agonía histórica del capitalismo conlleva la imposición de la disciplina del hambre, de la superexplotación del trabajo social mundial y de la opresión semicolonial de la mayoría de países, condenando a la sociedad trabajadora mundial a los más infames sufrimientos, entre los cuales sobresale el azote del hambre, ya no por escasez de alimentos sino en medio de la superproducción de bienes materiales apropiados por el parasitismo monopolista, donde en cifras de los mismos hambreadores imperialistas, 820 millones de personas son víctimas del hambre crónica.
Pero hay una buena noticia para los proletarios y pueblos del mundo: el imperialismo es la antesala del socialismo, la nueva sociedad que de verdad puede resolver problemas milenarios como el hambre, porque ataca la raíz de los males sociales suprimiendo sus causas económicas.
Tal fue la vívida experiencia de millones de trabajadores participantes en la construcción del socialismo en la URSS (1917-1956) y en China (1949-1976), donde en pocos años, el férreo gobierno de los obreros y campesinos o Dictadura del Proletariado unida a la propiedad social de las tierras y las industrias, demostró que sí se puede demoler con éxito real el yugo del hambre sobre la sociedad.
En la lucha para erradicar el hambre, los trabajadores de los países socialistas sufrieron hambre y hambrunas, por el cerco capitalista, por las agresiones de las guerras imperialistas, por el sabotaje de los explotadores expropiados, por el terror de los ejércitos vencidos, por las mismas dificultades de enfrentar un problema tan amplio y agravado resolviéndolo realmente en millones de personas.
Para evocar y aprender de esa experiencia ejemplar y conmovedora, presentamos dos testimonios. Uno en esta entrega1
, con palabras directas del jefe de la Revolución de Octubre, Vladimir Ilich Lenin en una Carta a los obreros de Petrogrado en 1918, orientando cuál debe ser la actuación política y económica de los obreros frente al azote del hambre, la firmeza y confianza en la victoria no obstante los extremados sacrificios impuestos por las circunstancias del naciente socialismo amenazado por el decrépito poder del capital internacional y sus lacayos.
1 El segundo testimonio es el de la visita a la URSS de un obrero de América, que será el contenido de la siguiente entrega.
Al iniciar la revolución comunista, la clase obrera no puede despojarse de golpe y porrazo de las debilidades y los vicios que ha dejado en herencia la sociedad de los terratenientes y capitalistas, la sociedad de los explotadores y parásitos, la sociedad basada en el sórdido interés y en el lucro personal de unos pocos a costa de la miseria de los muchos. Pero la clase obrera puede vencer -y, en fin de cuentas, vencerá segura e indefectiblemente- al viejo mundo, sus vicios y debilidades, si contra el enemigo se lanzan nuevos y nuevos destacamentos obreros, cada vez más numerosos y avezados, cada día más templados en las dificultades de la lucha».Lenin