El Estado y la Revolución por V. I. Lenin (I)

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El Estado y la Revolución por V. I. Lenin

Capitulo VI – EL ENVILECIMIENTO DEL MARXISMO POR LOS OPORTUNISTAS

                          El Estado y la revolución (Ebook) – Ediciones IPS

La cuestión de las relaciones entre el Estado y la revolución social y entre ésta y el Estado, como en general la cuestión de la revolución, ha preocupado muy poco a los
más conocidos teóricos y publicistas de la II Internacional (1889-1914). Pero lo más característico, en este proceso de desarrollo gradual del oportunismo, que llevó a la
bancarrota de la II Internacional en 1914, es que incluso cuando abordaban de lleno esta cuestión se esforzaban en eludirla o no la advertían.
En términos generales, puede decirse que de esta actitud evasiva ante la cuestión de las relaciones entre la revolución proletaria y el Estado, actitud evasiva favorable para el oportunismo y de la que se nutría éste, surgió la tergiversación del marxismo y su completo envilecimiento.
Fijémonos, para caracterizar, aunque sea brevemente, este proceso lamentable, en los teóricos más destacados del marxismo, en Plejánov y Kautsky.


1. LA POLEMICA DE PLEJANOV CON LOS ANARQUISTAS
Plejánov consagró a la cuestión de las relaciones entre el anarquismo y el socialismo un folleto especial, titulado «Anarquismo y socialismo», publicado en alemán en 1894.
Plejánov se las ingenió para tratar este tema eludiendo en absoluto el punto más actual y más candente, y el más esencial en el terreno político, de la lucha contra el anarquismo: ¡precisamente las relaciones entre la revolución y el Estado y la cuestión del Estado en general! En su folleto descuellan dos partes. Una, histórico-literaria, con valiosos materiales referentes a la historia de las ideas de Stirner, Proudhon, etc. Otra, filistea, con torpes razonamientos en torno al tema de que un anarquista no se distingue de un bandido.
La combinación de estos temas es en extremo curiosa y característica de toda la actuación de Plejánov en vísperas de la revolución y en el transcurso del período
revolucionario en Rusia: en efecto, en los años de 1905 a 1917, Plejanov se reveló como un semidoctrinario y un semifilisteo que en política marchaba a la zaga de la
burguesía.
Hemos visto cómo Marx y Engels, polemizando con los anarquistas, aclaraban muy escrupulosamente sus puntos de vista acerca de la actitud de la revolución hacia el Estado. Al editar en 1891 la «Crítica del Programa de Gotha», de Marx, Engels escribió:
«Nosotros [es decir, Engels y Marx] nos encontrábamos entonces —pasados apenas dos años desde el Congreso de La Haya de la [Primera] Internacional— en pleno
apogeo de la lucha contra Bakunin y sus anarquistas».
En efecto, los anarquistas intentaban reivindicar como «suya», por decirlo así, la Comuna de París, como una confirmación de su doctrina, sin comprender, en absoluto,
las enseñanzas de la Comuna y el análisis de estas enseñanzas hecho por Marx. El anarquismo no ha aportado nada que se acerque siquiera a la verdad en punto a estas cuestiones políticas concretas: ¿hay que destruir la vieja máquina del Estado? ¿Y con qué sustituirla?

Pero hablar de «anarquismo y socialismo», eludiendo toda la cuestión acerca del Estado, no advirtiendo todo el desarrollo del marxismo antes y después de la Comuna, significaba inevitablemente deslizarse hacia el oportunismo pues no hay nada, precisamente, que tanto interese al oportunismo como el no plantear en modo alguno las dos cuestiones que acabamos de señalar. Esto es ya una victoria del oportunismo.


2. LA POLEMICA DE KAUTSKY CON LOS OPORTUNISTAS
Al ruso se ha traducido, sin duda alguna, una cantidad incomparablemente mayor de obras de Kautsky que a ningún otro idioma. No en vano algunos socialdemócratas alemanes bromean diciendo que a Kautsky se le lee más en Rusia que en Alemania.
(Dicho sea entre paréntesis: esta broma encierra un sentido histórico más profundo de lo que sospechan sus autores. Los obreros rusos, que en 1905 sentían una apetencia extraordinariamente grande, nunca vista, por las mejores obras de la mejor literatura socialdemócrata del mundo, y a quienes se suministró una cantidad jamás vista en otros países de traducciones y ediciones de estas obras, trasplantaban, por decirlo así, con ritmo acelerado, al terreno joven de nuestro movimiento proletario la formidable experiencia del país vecino, más adelantado).
A Kautsky se le conoce especialmente entre nosotros, aparte de por su exposición popular del marxismo, por su polémica contra los oportunistas, a la cabeza de los cuales figuraba Bernstein. Lo que apenas se conoce es un hecho que no puede silenciarse cuando se propone uno la tarea de investigar cómo Kautsky ha caído en esa
confusión y en esa defensa increíblemente vergonzosas del socialchovinismo durante la profundísima crisis de los años 1914-1915. Es, precisamente, el hecho de que antes de enfrentarse contra los más destacados representantes del oportunismo en Francia (Millerand y Jaurés) y en Alemania (Bernstein), Kautsky dio pruebas de grandísimas vacilaciones. La revista marxista «Sariá», que se editó en Stuttgart en 1901-1902 y que defendía las concepciones revolucionario-proletarias, viose obligada a polemizar con Kautsky y a calificar de «elástica» la resolución presentada por él en el Congreso socialista internacional de París en el año 1900, resolución evasiva, que se quedaba a mitad de camino y adoptaba ante los oportunistas una actitud conciliadora. Y en alemán han sido publicadas cartas de Kautsky que revelan las vacilaciones no menores que le asaltaron antes de lanzarse a la campaña contra Bernstein.
Pero aun encierra una significación mucho mayor la circunstancia de que en su misma polémica con los oportunistas, en su planteamiento de la cuestión y en su modo de tratarla, advertimos hoy, cuando estudiamos la historia de la más reciente traición contra el marxismo cometida por Kautsky, una propensión sistemática al oportunismo en lo que toca precisamente a la cuestión del Estado.

Tomemos la primera obra importante de Kautsky contra el oportunismo, su libro «Bernstein y el programa socialdemócrata». Kautsky refuta con todo detalle a
Bernstein. Pero he aquí una cosa característica. En sus herostráticamente célebres «Premisas del socialismo», Bernstein acusa al marxismo de «blanquismo » (acusación que desde entonces para acá han venido repitiendo miles de veces los oportunistas y los burgueses liberales en Rusia contra los representantes del marxismo revolucionario, los bolcheviques). Aquí Bernstein se detiene especialmente en «La Guerra civil en Francia», de Marx, e intenta —muy poco afortunadamente, como hemos visto— identificar el punto de vista de Marx sobre las enseñanzas de la Comuna con el punto de vista de Proudhon. Bernstein consagra una atención especial a aquella conclusión de Marx que éste subrayó en su prólogo de 1872 al «Manifiesto Comunista» y que dice asi: «La clase obrera no puede limitarse a tomar simplemente posesión de la máquina estatal existente y a ponerla en marcha para sus propios fines».
A Bernstein le «gustó» tanto esta sentencia, que la repitió nada menos que tres veces en su libro, interpretándola en el sentido más tergiversado y oportunista.

Marx quiere decir, como hemos visto, que la clase obrera debe destruir, romper, hacer saltar (Sprengung : hacer estallar, es la expresión que emplea Engels) toda la máquina del Estado. Pues bien: Bernstein presenta la cosa como si Marx precaviese a la clase obrera, con estas palabras, contra el revolucionarismo excesivo en la conquista del Poder.
No cabe imaginarse un falseamiento más grosero ni más escandaloso del pensamiento de Marx.
Ahora bien, ¿qué hizo Kautsky en su minuciosa refutación de la bernsteiniada?
Rehuyó el analizar en toda su profundidad la tergiversación del marxismo por el oportunismo en este punto. Adujo el pasaje, citado por nosotros más arriba, del prólogo de Engels a «La guerra civil» de Marx, diciendo que, según éste, la clase obrera no puede tomar simplemente posesión de la máquina del Estado existente, pero que en general si puede tomar posesión de ella, y nada más. Kautsky no dice ni una palabra de que Bernstein atribuye a Marx exactamente lo contrario del verdadero
pensamiento de éste, ni dice que, desde 1852, Marx destacó como misión de la revolución proletaria el «destruir» la máquina del Estado.

¡Resulta, pues, que en Kautsky quedaba esfumada la diferencia más esencial entre el marxismo y el oportunismo en punto a la cuestión de las tareas de la revolución
proletaria!
«La solución de la cuestión acerca del problema de la dictadura proletaria —escribía Kautsky «contra » Bernstein— es cosa que podemos dejar con completa tranquilidad al porvenir» (pág. 172 de la edición alemana).
Esto no es una polémica contra Bernstein, sino que es, en el fondo, una concesión hecha a éste, una entrega de posiciones al oportunismo, pues, por el momento, nada hay que tanto interese a los oportunistas como el «dejar con completa tranquilidad al porvenir» todas las cuestiones cardinales sobre las tareas de la revolución proletaria.
Desde 1852 hasta 1891, a lo largo de cuarenta años, Marx y Engels enseñaron al proletariado que debía destruir la máquina del Estado. Pero Kautsky, en 1899, ante la traición completa de los oportunistas contra el marxismo en este punto, sustituye la cuestión de si es necesario destruir o no esta máquina por la cuestión de las formas
concretas que ha de revestir la destrucción, y va a refugiarse bajo las alas de la verdad filistea «indiscutible» (y estéril) ¡¡de que estas formas concretas no podemos conocerlas de antemano!!

Entre Marx y Kautsky media un abismo, en su actitud ante la tarea del Partido proletario de preparar a la clase obrera para la revolución.
Tomemos una obra posterior, más madura, de Kautsky consagrada también en gran parte a refutar los errores del oportunismo: su folleto «La revolución social». El autor
toma aquí como tema especial la cuestión de la «revolución proletaria» y del «régimen proletario». El autor nos suministra muchas cosas muy valiosas, pero soslaya
precisamente la cuestión del Estado. En este folleto se habla constantemente de la conquista del Poder del Estado, y sólo de esto; es decir, se elige una fórmula que es una concesión hecha al oportunismo, toda vez que éste admite la conquista del Poder sin destruir la máquina del Estado. Precisamente aquello que en 1872 Marx
consideraba como «anticuado» en el programa del «Manifiesto Comunista» es lo que Kautsky resucita en 1902.
En ese folleto se consagra un apartado especial a las «formas y armas de la revolución social». Aquí se habla de la huelga política de masas, de la guerra civil, de esos «medios de fuerza del gran Estado moderno que son la burocracia y el ejército», pero no se dice ni una palabra de lo que ya enseñó a los obreros la Comuna.
Evidentemente, Engels sabía lo que hacía cuando prevenía, especialmente a los socialistas alemanes, contra la «veneración supersticiosa» del Estado.

Kautsky presenta la cosa así: el proletariado triunfante «convertirá en realidad el programa democrático», y expone los puntos de éste. Ni una palabra se nos dice
acerca de lo que el año 1871 aportó como nuevo en punto a la cuestión de la sustitución de la democracia burguesa por la democracia proletaria. Kautsky se contenta con banalidades tan «sólidamente» sonoras como ésta:
«Es de por sí evidente que no alcanzaremos la dominación bajo las condiciones actuales. La misma revolución presupone largas y profundas luchas que cambiarán ya nuestra actual estructura política y social».
No hay duda de que esto es algo «de por sí evidente», tan «evidente» como la verdad de que los caballos comen avena y de que el Volga desemboca en el mar Caspio. Sólo es de lamentar que con frases vacuas y ampulosas sobre las «profundas» luchas se eluda la cuestión vital para el proletariado revolucionario, de saber en qué se revela la «profundidad» de su revolución respecto al Estado, respecto a la democracia, a diferencia de las revoluciones anteriores, de las revoluciones no proletarias.

Al eludir esta cuestión, Kautsky de hecho hace una concesión, en un punto tan esencial como éste, al oportunismo, al que había declarado una guerra tan terrible de palabra, subrayando la importancia de la «idea de la revolución» (pero ¿vale algo esta «idea», cuando se teme hacer entre los obreros propaganda de las enseñanzas
concretas de la revolución?), o diciendo: «el idealismo revolucionario, ante todo», o manifestando que los obreros ingleses no son ahora «apenas más que pequeñoburgueses».

«En una sociedad socialista —escribe Kautsky— pueden coexistir las más diversas formas de empresas: la burocrática [??], la tradeunionista, la cooperativa, la individual. . .» «Hay, por ejemplo, empresas que no pueden desenvolverse sin una organización burocrática [??] como ocurre con los ferrocarriles. Aquí la organización democrática puede revestir la forma siguiente: los obreros eligen delegados, que constituyen una especie de parlamento llamado a establecer el régimen de trabajo y a fiscalizar la administración del aparato burocrático. Otras empresas pueden entregarse a la administración de los sindicatos; otras, en fin, pueden ser organizadas sobre el principio del cooperativismo» (págs. 148 y 115 de la traducción rusa, editada en Ginebra en 1903).

Estas consideraciones son falsas y representan un retroceso respecto a lo expuesto por Marx y Engels en la década del 70, sobre el ejemplo de las enseñanzas de la
Comuna.

Desde el punto de vista de la pretendida necesidad de una organización «burocrática», los ferrocarriles no se distinguen absolutamente en nada de todas las empresas de la gran industria mecánica en general, de cualquier fábrica, de un gran almacén, de las grandes empresas agrícolas capitalistas. En todas las empresas de esta índole, la técnica impone incondicionalmente una disciplina rigurosísima, la mayor puntualidad en la ejecución del trabajo asignado a cada uno, a riesgo de paralizar toda la empresa o de deteriorar el mecanismo o los productos. En todas estas empresas, los obreros procederán, naturalmente, a «elegir delegados, que constituirán una especie de parlamento «.
Pero todo el quid del asunto está precisamente en que esta «especie de parlamento» no será un parlamento en el sentido de las instituciones parlamentarias burguesas.

Todo el quid del asunto está en que esta «especie de parlamento» no se limitará a «establecer el régimen de trabajo y a fiscalizar la administración del aparato burocrático», como se figura Kautsky, cuyo pensamiento no se sale del marco del parlamentarismo burgués. En la sociedad socialista, esta «especie de parlamento» de
diputados obreros tendrá como misión, naturalmente, «establecer el régimen de trabajo y fiscalizar la administración» del «aparato», pero este aparato no será un aparato «burocrático». Los obreros, después de conquistar el Poder político, destruirán el viejo aparato burocrático, lo desmontarán hasta en sus cimientos, no dejarán de él piedra sobre piedra, lo sustituirán por otro nuevo, formado por los mismos obreros y empleados, c o n t r e cuya transformación en burócratas serán tomadas inmediatamente las medidas analizadas con todo detalle por Marx y Engels: 1) No sólo elegibilidad, sino amovilidad en todo momento; 2) sueldo no superior al salario de un obrero; 3) se pasará inmediatamente a que todos desempeñen funciones de control y de inspección, a que todos sean «burócratas» durante algún tiempo, para que, de este modo, n a d i e pueda convertirse en «burócrata».

Kautsky no se paró, en absoluto, a meditar las palabras de Marx: «la Comuna era, no una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo, que dictaba leyes y
al mismo tiempo las ejecutaba».

Kautsky no comprendió, en absoluto, la diferencia entre el parlamentarismo burgués, que asocia la democracia (no para el pueblo ) al burocratismo (contra el
pueblo ), y el democratismo proletario, que toma inmediatamente medidas para cortar de raíz el burocratismo y que estará en condiciones de llevar estas medidas hasta el final, hasta la completa destrucción del burocratismo, hasta la implantación completa de la democracia para el pueblo.

Kautsky revela aquí la misma «veneración supersticiosa» hacia el Estado, la misma «fe supersticiosa» en el burocratismo.
Pasemos a la última y la mejor obra de Kautsky contra los oportunistas, a su folleto titulado «El camino del Poder» (inédita, según creemos, en Rusia, ya que se publicó en pleno apogeo de la reacción en nuestro país, en 1909). Este folleto representa un gran paso adelante, ya que en él no se habla de un programa revolucionario en general, como en el folleto de 1899 contra Bernstein, no se habla de las tareas de la revolución social, desglosándolas del momento en que ésta estalla, como en el folleto «La revolución social», de 1902, sino de las condiciones concretas que nos obligan a reconocer que comienza la «era de las revoluciones».

En este folleto, el autor señala de un modo definido la agudización de las contradicciones de clase en general y el imperialismo, que desempeña un papel
singularmente grande en este sentido. Después del «período revolucionario de 1789 a 1871» en la Europa occidental, por el año 1905 comienza un período análogo para el
Oriente. La guerra mundial se avecina con amenazante celeridad. «El proletariado no puede hablar ya de una revolución prematura».

«Hemos entrado en un período revolucionario». «La era revolucionaria comienza».
Estas manifestaciones son absolutamente claras. Este folleto de Kautsky debe servir de medida para comparar lo que la socialdemocracia alemana prometía ser antes de la guerra imperialista y lo bajo que cayó (sin excluir al mismo Kautsky) al estallar la guerra. «La situación actual —escribía Kautsky, en el citado folleto— encierra el peligro de que a nosotros (es decir, a la socialdemocracia alemana) se nos pueda tomar fácilmente por más moderados de lo que somos en realidad». ¡En realidad, el partido socialdemócrata alemán resultó ser incomparablemente más moderado y más oportunista de lo que parecía!

Ante estas manifestaciones tan definidas de Kautsky a propósito de la era ya iniciada de las revoluciones, es tanto más característico que, en un folleto consagrado
según sus propias palabras a analizar precisamente la cuestión de la «revolución politica «, se eluda absolutamente una vez más la cuestión del Estado.
De la suma de estas omisiones de la cuestión, de estos silencios y de estas evasivas, resultó inevitablemente ese paso completo al oportunismo del que
hablaremos en seguida.
Es como si la socialdemocracia alemana, en la persona de Kautsky, declarase:
Mantengo mis concepciones revolucionarias (1899). Reconozco, en particular, el carácter inevitable de la revolución social del proletariado (1902). Reconozco que ha
comenzado la nueva era de las revoluciones (1909). Pero, a pesar de todo esto, retrocedo con respecto a lo que dijo Marx ya en 1852, tan pronto como se plantea la
cuestión de las tareas de la revolución proletaria en relación con el Estado (1912).
Así, en efecto, se planteó de un modo tajante la cuestión en la polémica de Kautsky con Pannekoek.

Continuará

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