EL ATAQUE DE ESTADOS UNIDOS EN KABUL FUE OTRO ASESINATO A SANGRE FRÍA

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Una carnicería más a añadir a la larga lista de las realizadas por control remoto

Incluso un medio como el New York Times ha reconocido que el ataque con dron que el ejército de Estados Unidos perpetró el pasado 29 de agosto en Kabul (Afganistán), matando a diez miembros de una familia afana, incluidos siete niños, fue una masacre sin sentido. Esta es la conclusión de un análisis basado en fuentes de la propia inteligencia militar y entrevistas a los supervivientes y los compañeros de trabajo de las víctimas.

   Por CLARA LÓPEZ GONZÁLEZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

   El artículo del New York Times, publicado el 11 de septiembre, indica que, desde la identificación inicial del objetivo del ataque a la decisión final de llevarlo a cabo, el ataque con dron del 29 de agosto en Kabul, perpetrado por el ejército de Estados Unidos, fue un acto temerario, imprudente y carente de todo respeto a las vidas de personas inocentes.

   Esto contradice lo que el general Mark Milley declaró respecto a que el ataque siguió rigurosamente el protocolo y fue un “ataque correcto”.

   Fuentes de la inteligencia militar estadounidense confirmaron al Times que no conocían la identidad del conductor del vehículo alcanzado por el misil, ni quiénes vivían en la casa donde el coche acababa de aparcar. Simplemente, se asumió que el conductor iba a visitar una “casa segura” del Estado Islámico del Korasán (ISIS-K) y que después vieron cómo cargaba objetos pesados -que supusieron eran bombas- en el vehículo, con el supuesto objetivo de atacar a las fuerzas estadounidenses en el aeropuerto de Kabul.   Pero no eran bombas, sino garrafas de agua. Zemari Ahmadi, el conductor del vehículo, era un empleado del grupo humanitario -con sede central en California- Nutrición y Educación Internacional. Él y su primo Naser, otra de las víctimas, habían elevado una solicitud a la embajada de EE.UU para que les concedieran el estatuto de refugiados, temiendo ser objetivo de los talibán por haber trabajado para una organización estadounidense.

   Ahmadi había ido ese fatal día a su trabajo en la oficina del grupo en Kabul -cuya sede llevaba allí bastante tiempo, lo que debía ser del conocimiento tanto de la embajada de EE.UU como de la inteligencia militar-. Después, a lo largo del día, se dedicó a recoger garrafas de agua para su familia y vecinos, ya que el suministro se había cortado durante el caos provocado por la caída del gobierno en Kabul.

   Cuando Ahmadi volvió a su casa, que compartía con tres hermanos y sus respectivas familias, los hijos salieron a recibirle y todos ellos fueron abrasados por la bola de fuego que produjo la detonación del misil Hellfire (fuego del infierno), lanzado por un dron.

   Aparte de Ahmadi, de 43 años, murieron sus hijos Zamir, de 20; Faisal, de 16; y Farzad, de 10; 3 sobrinos: Arwin, de 7 años; Benyamin, de 6; y Hayat de 2; su primo Naser, de 30, y dos niñas de 3 años, Malika y Somaya, cuya relación con la familia se desconoce.

   Las fuentes de la inteligencia militar informaron al Times que habían identificado a Ahmadi como objetivo potencial porque, en su camino al trabajo, se paró en una casa que habían identificado como “casa segura” del ISIS-K, el grupo terrorista que llevó a cabo el ataque suicida con bomba el 27 de agosto en el aeropuerto de Kabul, matando a 13 soldados estadounidenses y al menos 170 civiles afganos.

   Las paradas que en realidad hizo Ahmadi fueron tres: dos a recoger a compañeros de trabajo, y una a la casa de su patrón, el director de Nutrición y Educación Internacional. Es difícil imaginar cómo se pudo identificar estas localizaciones como refugios de terroristas.

   ¿Y qué determinó la decisión de atacar? Según oficiales del ejército de EE.UU declararon al Times:

   “Aunque el objetivo estaba dentro de un área residencial densamente poblada, el operador del dron escaneó y vio solo a un varón adulto saludando al vehículo, y de ahí dedujeron con ‘razonable certeza’ que no habría mujeres, niños o no combatientes que pudieran ser alcanzados”.

   Los testigos presenciales, sin embargo, han dado una versión diferente:

   “Cuando Ahmadi aparcó en el patio de la casa, varios hijos y sobrinos suyos salieron, contentos de verle, y se sentaron en el coche. El hermano de Ahmadi, Romal, estaba en la planta baja con su esposa cuando oyó que se abría la puerta y que entraba el coche del señor Ahmadi. Su primo Naser fue a recoger agua para sus abluciones, y le saludó”.

   Romal recuerda que “El motor del coche seguía encendido cuando se produjo una repentina explosión y la habitación se llenó de trozos de cristal de la ventana. A él le temblaron hasta los pies. ‘¿Dónde están los niños?’ -preguntó a su esposa- ‘Están afuera’, respondió.”

   Esta investigación no sólo revela la responsabilidad del aparato militar y de inteligencia estadounidenses en esta carnicería. Ha habido muchas similares, desde Asia Central al norte de África, en los últimos veinte años, siempre llevadas a cabo por control remoto desde una consola, con solo apretar un botón, y justificadas con la misma “razonable certeza”.

   La mayor parte de estos crímenes se han cometido en zonas rurales o ciudades inaccesibles a los periodistas, a diferencia de este último ataque en Kabul realizado a la vista de todo el mundo. Pero si se hiciese una investigación de aquéllos, el resultado sería muy parecido.

   El imperialismo estadounidense es un gigante criminal en el pleno sentido de la palabra. Sus responsables deberían ser jugados y sentenciados por estos actos. Y sus apologistas mediáticos -incluido el Times en la abrumadora mayoría de las veces- llamados y reconocidos como lo que son.

Fuente:

https://www.wsws.org/en/articles/2021/09/13/dron-s13.html

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