A nueve meses del inicio de una de las debacles más desastrosas para la clase trabajadora en la mismísima representación de la Banana Republic, la burguesía busca la reelección del empresario más rico del país. Con una cortina de humo tras otra, el gobierno que supuestamente “resuelve” -en consonancia con la imagen más misógina posible, el presidente Noboa ha alardeado públicamente de sus “huevos de avestruz”- no resuelve nada más que la forma en cómo llenarse los bolsillos a costa de lo público. Noboa, nuevamente en campaña, vuelve a la palestra de las promesas vacías, buscando profundizar esa imagen retorcida de país en su eslogan del “Nuevo Ecuador”.
Tal parece que la clase parasitaria se encuentra dispuesta a embarcarse hacia un precipicio de radicalización del libre mercado, profundizando las contradicciones de clase y llevándose todo a su paso, de ser necesario. El negocio del lavado de activos, celebrado puertas adentro por el empresariado, se refleja en los automóviles de lujo que se pasean por las ciudades del país -con un valor de USD 100.000 y 600.000, de acuerdo a la recientemente inaugurada casa de autos en Samborondón-, mientras los muertos de la violencia se apilan y descomponen en refrigeradores defectuosos en Guayaquil.
En este contexto, la Ministra del Interior Mónica Palencia, se jactaba de que “el mes de julio ha sido el mes menos violento del año”. En contraste, la realidad material contradice de forma permanente las cifras espurias del gobierno: julio fue el segundo mes más violento con 580 muertes violentas, siguiendo a junio con 592. Resulta más que evidente de que el tan invocado Plan resultó ser una más de las artimañas comunicacionales de la Banana Repúblic. La clase política del Ecuador tiene manchadas las manos de sangre.
En este sentido y contrario a una supuesta priorización de la problemática de la inseguridad, informes indican que hasta julio de 2024, el Gobierno Nacional únicamente ha ejecutado alrededor del 2% del presupuesto en seguridad, demostrando su nula intención de enfocarse en una problemática de la que se nutren y benefician los grupos económicos de poder.
Un gobierno burgués tras otro. La clase trabajadora asiste al desmantelamiento sistemático del Estado, para beneficiar a la fracción de clase del gobernante de turno. En la actualidad, esta sería integrada por importadores, industriales, especuladores privados -o “empresarios”- de la energía. El 4 de agosto pasado arribó la primera barcaza de generación eléctrica –tecnología obsoleta, que zarpó de Turquía semanas antes de la supuesta licitación-, coinciden con la eliminación del Impuesto a la Salida de Divisas ISD en la importación de combustibles. Resulta innegable -al igual que en los casos de Palo Quemado y Olón- que Noboa y su fracción de clase se sirven del Estado a diestra y siniestra, para acomodar sus empresas en servicios y sectores del Estado, doblando los marcos legales cuando lo consideran necesario.
Así mismo, el pasado 14 de noviembre de 2023 caducó la concesión del Oleoducto de Crudos Pesados OCP, que se ha manejado de forma privada por dos décadas. El Estado debería haberse hecho cargo de forma inmediata, pero hasta la fecha no existe acción al respecto. Una prórroga de extensión de contrato adicional caducó el pasado 31 de julio. Sin embargo, el Gobierno Nacional ha renegado de informar sobre la resolución de OCP, censurando también el contenido de las actuales negociaciones y generando un prejuicio adicional al Estado ecuatoriano.
La Asociación Nacional de Trabajadores de las Empresas de la Energía y el Petróleo ANTEP, denunció que el campo Sacha -bloque 60, uno de los mayores en explotación a nivel nacional- se está privatizando a las espaldas del pueblo, mismo que rebanaría USD 500 millones anuales en ingresos al Estado, mismos que se redistribuirían desde lo público hacia unas pocas manos privadas. Este es el “Nuevo Ecuador” de Noboa, en el que se ejecuta la más cruenta y encubierta privatización de un sector estratégico y fundamental: el sector energético.
Para enfrentar al coloso y depravado capitalismo que se profundiza con fuerza en nuestro país, como se evidencia no solo en la gráfica, sino en cada una de las experiencias vitales del pueblo y la clase trabajadora, en efecto, es necesaria la unidad de las izquierdas. Sin embargo, y aun con los sollozos de la conciencia socialdemócrata como fondo, necesariamente tiene que existir un programa mínimo, mismo que se tiene que constituir en una premisa ideológica que trabaje para, y solo para los intereses de la clase trabajadora, en su inmensa diferencia y desigualdad.
Una unidad real de las izquierdas, necesariamente tiene que comprender que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. Por lo tanto, el proyecto histórico de la clase trabajadora, de ninguna manera puede comprenderse en la posición contra revolucionaria de la conciliación; en este preciso momento ni como estrategia. La dificultad de este episodio histórico, es que desde las izquierdas, no se ha logrado elevar lo suficiente la contienda ideológica contra el sentido común capitalista. La inmensa mayoría de la clase trabajadora y del pueblo, no está listo para imaginar la posibilidad de un mundo de justicia y dignidad, libre de clases sociales.
Una de las razones para esto, es que en realidad no existe una comprensión colectiva de la propuesta marxista como proyecto político. Aun entre militantes de izquierda no se logra comprender que el estatismo/neokeinesianismo, es un proyecto capitalista imposible de “radicalizar” hacia la izquierda. Por lo tanto, necesariamente el programa mínimo que pautaría a la unidad de las izquierdas, tiene que reconocer a la lucha de clases como el motor de la historia, y hacerlo comprender a la inmensa masa popular. La intensidad y responsabilidad de trabajo militante que esto requiere, aún está por verse.
La unidad de las izquierdas requiere de un acto de consciencia elevado, más elevado del que ahora podría expresarse. Sobre todo para que la oportunidad de, en efecto construir una unidad de las izquierdas, no catapulte la lógica del capitalismo en su versión progresista. Como pueblo, como clase trabajadora, nos merecemos más. Nos merecemos todo. En un futuro a mediano plazo quizás, cuando la contienda ideológica se encuentre más madura, podrían alcanzarse acuerdos bastante limitados con ese sector de la socialdemocracia, pero no es el momento, simplemente porque la consigna antineoliberal es insuficiente para resolver las tantas necesidades y demandas de la clase trabajadora.
La primera tarea es trabajar en la conciencia de clase de las masas. ¿Cómo? Organización popular en cada barrio, lugar de trabajo y centro de estudios. Organizarse no es un recurso retórico, sino una consigna. Sin una consciencia de clase que sirva de aliciente a los sectores populares, nunca podremos dar el salto de la emergencia, a la lucha por la dignidad y la justicia, con una masa obrera, campesina, de mujeres y disidencias, de estudiantes y jóvenes que se reconozcan como clase trabajadora.
Otro elemento fundamental en el programa mínimo de la unidad de las izquierdas es necesariamente la bandera del antiextractivismo. Primero denunciando al extractivismo como un proyecto imperialista, y no de la voluntad de los pueblos que habitan este Estado-territorio. El proyecto político de la clase trabajadora sobrepone las luchas por la soberanía alimentaria, por el derecho a la autonomía de pueblos y nacionalidades, y en última instancia, sobrepone la vida, por sobre la acumulación privada y el capital. La lucha antiextractivista condensa todas las demandas: es anticolonial, antipatriarcal, antirracista, anticapitalista, antiespecista, y sobre todas las cosas, en la lucha antiestractivista se consagra la posibilidad de autodeterminación.
Definitivamente la unidad de las izquierdas urge, pero no pasa por las urnas. En estos pocos años venideros, es responsabilidad de cada marxista y cada organización construir un programa militante implacable, con esperanza y alegría. Nos vemos en el futuro.