Comunismo primitivo por Jason Barker

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Jason Barker

«Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo.»[1] Todo el mundo conoce la frase con que comienza el Manifiesto comunista, que se asemeja a dos líneas de estrofa de romance tanto en alemán como en inglés. Y, sin embargo, la mayor parte de las veces se ignora o malinterpreta el resto del preámbulo.

¿Qué es ese «espectro del comunismo», ese sintagma místico que todos, desde Jacques Derrida hasta David Cronenberg, han hurtado o parodiado?

El espectro del comunismo proporciona a Marx y Engels su motivación explícita para escribir El Manifiesto del Partido Comunista (como originalmente se titulaba). Como nos informa el preámbulo, las potencias dominantes de Europa han conjurado un espantajo político (a frightful hobgoblin, o un «espantoso duende», en la traducción que en 1850 hiciera Helen Macfarlane) para demonizar al proletariado y su ardiente oposición a la injusticia social y la desigualdad. El paralelismo entre el «espectro del comunismo» y el «antisemitismo» contemporáneo no podría pasar desapercibido:

No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de comunista.

Lo que, traducido a la coyuntura actual, daría:

No hay un solo adversario del genocidio perpetrado por Israel a quien las potencias que dominan el mundo no motejen de antisemita.

Del mismo modo que «antisemitismo» hoy en día, «comunismo» servía entonces a una estrategia del Estado para estigmatizar y suscitar el pánico moral con el fin de suprimir toda política de base, independientemente de si era o no era «comunista»; política que en 1848 comprendía a cartistas, sindicatos incipientes y reformadores agrarios, junto con otras organizaciones obreras de la más diversa índole que abogaban por una reforma radical y por una revolución contra el Estado.

La política de base de la década de los cuarenta del siglo XIX en Europa y Estados Unidos era enorme e irreconciliablemente diversa, un hecho que los autores reconocen en las secciones tercera y cuarta del Manifiesto. A ese respecto, lo que fuese que «todas las potencias de la vieja Europa» se empeñasen en conjurar a través de la tergiversación ideológica —de algún modo como la del sionismo revisionista— no podía sino ser producto de sus retorcidas y nefastas imaginaciones. De ahí lo enfático de la exhortación del preámbulo: «[…] es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido.»

Entonces. Según El Manifiesto del Partido Comunista —fiesta de presentación de los comunistas— el espectro del comunismo no es el comunismo, no es lo que son los comunistas. Sea lo que sea lo que sus adversarios digan que es el comunismo, es eso lo que no es. El espectro es una «leyenda» contada por los poderes fácticos, a falta de una política progresista propia. Los rumores sobre el espectro son sintomáticos, señal de una carencia —en verdad, de una herida discursiva— en la legitimidad del poder estatal-parlamentario.

Sin embargo, con el tiempo y con la expansión global del comunismo, a lo largo de arrebatos y comienzos espectaculares, desde «partes» (Teile) casi invisibles de la clase obrera hasta partidos y Estados comunistas «de masas» en toda regla (estos últimos, una contradicción absoluta, de aplicárseles los criterios de Marx y Engels), los espectros se harían mucho más difíciles de fijar. Con la internacionalización del «movimiento comunista» surgiría una demonización afirmativa (negación de la negación) del comunismo, según la cual el espectro comunista estaba dotado de un poder ontológico real. Derrida —quien dedica sus Espectros de Marx al comunista revolucionario sudafricano asesinado Chris Hani— traza los contornos de esa hantologie, que eleva la leyenda del Manifiesto a una auténtica historia de terror del retorno de lo reprimido (Hamlet), y el comunismo «en sí» a la eterna recurrencia de revoluciones atemporales («el tiempo está fuera de lugar») pasadas, presentes y futuras. Tales espectros, es cierto, albergan un inmenso poder deconstructivo (metafísico).

La expansión mundial del «movimiento comunista» no es en absoluto lo mismo que la internacionalización de las luchas obreras que puso en marcha la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT, o Primera Internacional). La AIT se inauguró en 1864 como una asociación que aglutinaba a diversas tendencias ideológicas (anarquista, owenista, comunista sindicalista, etc.), a las que resultaría imposible mantener unidas, y que acabó dividiéndose en múltiples internacionales. (Asunto que merita mucha más atención de la que puedo dedicarle en esta ocasión.)

Al momento de crearse la (Tercera) Internacional Comunista («Comintern») en 1919, asistimos a un cortocircuito de la militancia y la solidaridad obreras internacionales, por un lado, y de la «dirección comunista», por otro, ejemplificada esta última por las luchas intestinas entre Stalin y Trotsky por el control del Partido Comunista ruso tras la desaparición de Lenin y por el control incontestable de la Comintern.

A raíz de los sucesos de 1848, ya Marx había previsto la longue durée del comunismo espectral en los términos siguientes: «La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.»[2] Para Marx, el comunismo espectral es, a no dudarlo, la lección que hay que extraer de 1848. La revolución regresa, no como conciencia progresista, sino como el espíritu incorpóreo o la conciencia reprimida de los trabajadores —reprimida tanto por enemigos «internos» como «externos»—, deteniendo así en seco la tan esperada revolución proletaria de Marx y Engels. Sin detenernos nosotros en el drama palaciego de «Hamlet y sus familiares traidores» (y Trotsky y los suyos) ni en las cruentas «revoluciones» de la escotadura de la historia, limitémonos a señalar la traición concreta a los trabajadores por parte de la III Internacional estalinista en connivencia con la aristocracia sindical. Sólo en Gran Bretaña los vengadores son legión: el Viernes Negro de 1921, el cierre de sus puertas por los empresarios del sector de la ingeniería a sus empleados en 1922, el Viernes Rojo de 1925, hasta culminar en la Huelga General de 1926.

Pero ¿qué hay del comunismo real? Habida cuenta de que en el Manifiesto Marx y Engels parecen tan deseosos como «el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes» de «conjurarse contra ese espectro», ¿sigue siendo válida la distinción que hacen entre el comunismo real y su doble espectral, es decir, la «leyenda» del comunismo? Lo cierto es que el espectro no ha dejado de infundir miedo en el corazón de las masas, de aterrorizar o de cernirse sobre sus enemigos, y ello no menos hoy que en la época soviética. Pero para una supuesta Partei comunista —una «parte» que también se entiende como «la parte más decidida» (der entschiedenste, immer weitertreibende Teil) de la clase obrera, en lugar de un «partido» formal—, seguramente tendrá que haber algo en el comunismo que lo distinga de lo que no es.

(Nota: Hablamos de lo «real» para no tener que hablar de la «realidad» espectral de lo mundano —o de la forma en que se nos presenta la sociedad capitalista, sus relaciones de producción, etc., como relaciones de intercambio—, es decir, del fetichismo de la mercancía.)

Comunismo real (o real-real). No comunismo imaginario (o imaginario-Real). Nuestro comunismo, no el de ellos. El comunismo de los comunistas (los protagonistas del drama, la vanguardia de los trabajadores), no el de los narradores del relato (los bardos shakesperianos), por muy bienintencionados o solidarios que sean. La insistencia teatral de Derrida en el fantasma del padre de Hamlet puede dar lugar a la no menos histriónica reprimenda: No estamos reprimidos, así que te jodiste.

Y, sin embargo, la dificultad para obtener ese real es que, a diferencia del marxismo-leninismo, el comunismo jamás ha necesitado una depuración ideológica. ¿Cómo podría el movimiento real que suprime el estado actual de cosas —la inmanencia del comunismo a la destrucción creadora del capitalismo— requerir alguna representación subjetiva? En ese sentido, la idea de que «[…] es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido» se antoja gratuita: algo así como «hacer cuentos» sobre el comunismo, haciendo alarde del propio compromiso, en lugar de adaptarse al movimiento real en sí. Con toda seguridad los comunistas no le deben al «mundo entero» una confesión de fe, como tampoco el propio comunismo sería capaz de anunciar el momento exacto de su llegada (signifique eso lo que signifique). Pues con toda seguridad ello equivaldría a malinterpretar el movimiento real in actu abstrayendo su idea en forma de gobierno, realidad, conjunto específico de creencias, demandas, estrategias, etc., … alternativos.

Años atrás se puso en marcha un debate metapolítico sobre «la idea del comunismo». Dirigido por Alain Badiou, tenía menos que ver con el comunismo real, o con la distinción entre comunismo real y comunismo espectral, que con el «espacio de colocación» (splacing) del significante político «comunismo», y con la investigación de las posibilidades de una tercera secuencia de «la hipótesis comunista» (Badiou data la primera de esas secuencias de 1792 a 1871; la segunda, de 1917 a 1976). En la hipótesis de Badiou, la atención al comunismo minimalista, por oposición a la variedad maximalista, dictatorial, estatista, que estremece al mundo, estaba a la orden del día. Según Badiou, la idea del comunismo es eterna, para lo cual se apoya en esos índices transhistóricos de la política igualitaria que describe como «invariantes comunistas».

Desde la revolución neolítica hasta la revolución bolchevique, los acontecimientos políticos, de forma un tanto increíble según la lectura que de la historia hace Badiou, se reducen a los dos mencionados; lo que explica por qué cree que la política contemporánea tiene más en común con la época de Marx que con el siglo XX que siguió a los bolcheviques. Es lo que se llama seguir adelante pateando realmente la lata filosófica. Podríamos pedirle a un hombre de las cavernas tanto como a Marx y Engels que nos indique en qué dirección queda el comunismo real (lo cual me recuerda la escena de News from Ideological Antiquity: Marx/Eisenstein/Capital en la que Marx recita El capital precisamente junto con un hombre de las cavernas).

La disonancia cognitiva del comunismo minimalista se ve reafirmada cuando se oye decir que, en la obra de Platón, «el modelo retomado en el siglo XIX por el movimiento comunista era la comunidad de iguales»:

Hay que recordar que a los ojos de las diversas escuelas comunistas, los comunistas utópicos, los marxistas, etc., del siglo XIX, Platón había sido comunista y el origen mismo del pensamiento comunista. (Alain Badiou par Alain Badiou, Puf, 2021)[3]

Para mantener el equilibrio, podría añadirse que la «comunidad de iguales» de Platón seguía, no obstante, necesitando una fuerza policial altamente disciplinada.

De tomar a Badiou al pie de la letra, quienes nos dedicamos al comunismo real nos enfrentamos a un doble desafío. En primer lugar, la proliferación de su potencial universalizador, o la inmanencia que permite al comunismo irrumpir «virtualmente» en cualquier lugar, aparentemente como cuestión de pura contingencia, aunque estrictamente por medio de la ruptura del orden dominante.

En segundo lugar, el estancamiento de su actualidad, o la trascendencia del «movimiento comunista» hasta el punto de que todo futuro Acontecimiento de suficiente pedigrí universal-igualitario queda descartado de antemano por la mera magnitud de la historia humana, que se remonta considerablemente más atrás en el tiempo que la Edad (Revolucionaria) Neolítica: «La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.»  Nota: todas las generaciones muertas. Permítaseme sugerir que lo que en no menor medida nos oprime el «cerebro» [Gehirne] a nosotros, los seres vivos, es el legado de la prehistoria, dado que la mísera historia registrada que se nos ha legado constituye la mera corteza de la sedimentación de la evolución natural de la especie humana.

(Por estos días, Frank Ruda anda ocupado con la fascinante cuestión de la «prehistoria capitalista», aunque en esta ocasión dejaré de lado las bases constitucionales de la prehistoria.)

Los lectores diligentes del Manifiesto sabrán que la prehistoria está muy presente en la edición inglesa de 1888 (y en la alemana de 1890). A la luz de la antropología de Lewis Henry Morgan (La sociedad antigua se publicó en 1877), la afirmación original de Marx y Engels según la cual «Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases» es modificada por Engels en una nota a pie de página en que se recalca que de lo que se habla en ese caso es de «historia escrita». Morgan proporcionó la base para el hoy desacreditado argumento de Engels en favor de una organización de tipo comunista en sociedades existentes «antes de la historia escrita», que en un arrebato de su propia historia escrita Engels publicó en 1894 como El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.

Aquejado por una metodología viciada y por inexactitudes históricas, carente de pruebas empíricas y de paso delatando un motín de prejuicios eurocéntricos, el acento de Engels en lo prehistórico plantea no obstante la perspectiva, no de exorcizar el espectro del comunismo, sino el espectro del comunismo primitivo. ¿No es esa la verdadera leyenda, la que ha hecho que a todo el mundo, desde el Papa Pío IX hasta Donald Trump, se les vaya la olla ante el temor de que regresemos al Planeta de los Simios? (El Donald es de la cosecha que recuerda la frase de Charlton Heston: «¡Quítame de encima tus apestosas garras, maldito mono sucio!», a la vez que está claro que la película original, estrenada en 1968 en plena guerra de Vietnam y en el mismo año en que fuera asesinado Martin Luther King, ha causado una profunda y duradera impresión en el Neandertal.)

Merece la pena citar El origen de la familia por la deliciosa imagen (que hace que nos preguntemos en varios frentes) que Engels traza de un museo de antigüedades, desde la perspectiva futura de una sociedad comunista retornada (primitiva):

Por tanto, el Estado no ha existido por toda la eternidad. Ha habido sociedades que se las arreglaron sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni de su poder. Al llegar a cierta fase del desarrollo económico, ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esa división hizo del Estado una necesidad. Ahora nos aproximamos con rapidez a una fase del desarrollo de la producción en que la existencia de esas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se convierte de hecho en un obstáculo para la producción. Las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las clases desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, que reorganizará de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce.[4]

¿Pero acaso no es esa la leyenda que deseamos?

Notas del traductor

[1] Para las citas del Manifiesto comunista se ha utilizado como texto de referencia el que puede consultarse en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm.

[2] Véase El dieciocho [de] [b]rumario de [Louis] Bonaparte en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm. No es raro que las traducciones más ampliamente disponibles de los textos llamados clásicos del marxismo dejen (al menos parcialmente) demasiado que desear, ya sea por el espíritu de la época en que se hicieron o por simple incompetencia. El título de esta obra de Marx, que merita el título de «clásica» como la que más, es un buen ejemplo de lo que vengo de afirmar. Comenzando por la más bien exasperantemente provinciana hispanización del nombre del personaje histórico que la inspirara. En el caso de brumario, en el calendario revolucionario francés no era más que el nombre de un mes (el que iba del 22 de octubre al 20 de noviembre), y por tanto un nombre común, tan común como lo habían sido hasta entonces octubre o noviembre, y nada necesitado de inicial mayúscula.

[3] La traducción es mía.

[4] Citamos de la traducción disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/el_origen_de_la_familia.pdf, en la que mis quejas de la nota 2 supra se ven demasiado a menudo validadas. Se ha modificado ligeramente la traducción.

Imagen: «El planeta de los simios» (1968). Fotomontaje de Yeider Chacón para Screen Rant.

Tradujo del original en inglés Rolando Prats.

Jason Barker es eterno a toda hora. 

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