Desde siempre nos hemos acostumbrado a que ser periodista es sinónimo de ser acusado de mil cosas: pertenecer al partido de oposición, recibir dinero de organismos e instituciones nacionales/internacionales, ser sobornados para mantener las posiciones que defendemos… y, claro, vendernos al mejor postor.
Aunque la mayoría nunca hemos cobrado un peso más allá de nuestros salarios por decir/escribir lo que pensamos, hemos tenido que escuchar y leer todo lo que se ha querido decir de nosotros, incluyendo insultos y acusaciones personales.
Generalmente, de tan al uso, los periodistas solemos dejar que las campanas suenen sin hacerles demasiado caso. Ha llegado el momento, sin embargo, de que eso cambie: con la campaña orquestada contra Huchi Lora, Juan Bolívar Díaz, Edith Febles, Marino Zapete, Altagracia Salazar y Mariasela Álvarez, acusándolos de recibir montos estratosféricos de la Usaid, toca pensar en lo pertinente de demandar.
Ya está bueno de aguantar que todo el que quiera eche lodo sobre la honra ajena. ¿Quién recogerá las pestes derramadas?
Gente de trayectoria reconocida, a quienes nunca se le han conocido devaneos, ha sido terriblemente acusada (incluso por colegas que se han dado gusto sembrando dudas). ¿Quién limpiará ese fango?