
Fuentes: Rebelión
«Cuando estuve en la Universidad de Ibadan el viernes por la noche, los estudiantes me dieron un nuevo nombre, que me gusta: Omowale» [1] Malcolm X
El panafricanismo contemporáneo debió comenzar como filosofía -organización de conocimientos y saberes para que prevalezca el ser– de resistencia, primero a la esclavización para la sobrevivencia individual y comunitaria y ahora para derrotar a las colonialidades. Más allá de la intención primaria de liberación, con esta denominación, en lo posterior, se pensó, se creó y se sostuvo, con pequeñas y grandes acciones inventadas para prolongar, sin término, la obstinada conciencia humanizadora de la africanidad en las Américas. Cada ser nacional aplazó para otros tiempos cualquier desacuerdo entre sus naciones de procedencia y valoraron la solidaridad sin importar cualquier pequeñez o grandeza. Esta africanidad al filo de la muerte y en esas condiciones de negacionismo de sus humanidades pan-nacionales motivó renovaciones políticas y culturales para sobrevivir. Cada hecho de rebeldía dejaba lecciones inolvidables y posiblemente aportaba al pensamiento colectivo el concepto más precioso de libertad. Una siembra inexorable de pensamientos desde otras perspectivas emocionales. E inevitables para las próximas y sucesivas descendencias. Es decir, la afrodescendencia americana y las diaspóricas. Rebeldía fue el estado de ánimo perpetuo de individuos y comunidades, sin exagerar, debió estar en cada gota de su sangre. Hay que creer que fueron diversas rebeldías, el plural de todas las insatisfacciones y escasas resignaciones. La rebeldía no tenía etapas, oportunidades u horario de materialización. La rebeldía era (y así aún debería ejercitarse) acto (im)puntual y continuo. Rebeldía ontológica para prolongar vivencias, conciencias y existencias. En esos siglos de esclavización absoluta estaba arraigada por dentro y por fuera jamás renunciar a la sobrevivencia comunitaria. O muchos o ninguno, mujer u hombre. Y la comunidad devendría en panafricanidad práctica, activa y, adelantándonos en los términos, ‘militante’. Y la esencia filosófica de aquello fue el panafricanismo y como resultado de esa imprescindible siembra. El Abuelo Zenón explica así desde su gnosis (u Ọgbọ́n, en yoruba) afropacífica colombo-ecuatoriana: “Las mujeres y los hombres de origen africano no podían ser en ese territorio, era un territorio desnudo sin raíz, un territorio regido por el otro, vacía de nuestra herencia, de nuestro ser”[2]. O este territorio continental, si abarcamos la territorialidad total americana del Pueblo Negro.
Hace 472 años (1553-2025), ocurrió la liberación cimarrona de las seis mujeres y los 17 hombres, además de Alonso de Illescas (¿él recuperó su nombre después de la liberación? ¿Cómo conocer esa alta probabilidad?). Ocurrió en Portete, actual provincia de Esmeraldas, como resultado liberador de un probable motín en el barco que los transportaba a Lima, la Ciudad de los Reyes. Se sabe que quien primero lideró al grupo de liberados se llamó Antón. (¿Cuál fue su origen nacional? ¿Y las naciones de origen de las mujeres y de los hombres?) La cuerda de historiadores escribe, y se repite hasta el resabio, en los programas educacionales, una vaina dulcificada atribuyéndole cierto “buen corazón” a los esclavizadores. (Dos años antes, 1551, había concluido la Controversia religiosa de Valladolid sobre si los indígenas de las Américas tenían ‘alma’ o no y sobre la humanidad de las personas africanas. Había comenzado el racismo religioso). No fue el primer ni el último episodio liberador, dentro de un panafricanismo imprescindible para la sobrevivencia, ocurrido en la llamada Región de las Esmeraldas. La historiografía más necia concluye en que todos fueron naufragios. Pregunta repetida: ¿esas seis mujeres y esos 17 hombres a qué naciones africanas correspondían? ¿Acaso a la wolof, mandinga, akan, bakongo, Ashanti o igbo? Si el panafricanismo fue solidaridad entre naciones para enfrentar a los grupos esclavistas y su potencial ideológico, entonces este sería uno de sus más importantes significados. Aquello fue su semiosis primaria: idea (voluntad de vida) + acto (solidaridad riesgosa). Casi nada se sabe de Antón, pero de Alonso X[3] aún se enseña que nació en Cabo Verde. Un error grande, porque esas islas fueron lugares de acopio de personas esclavizadas. Para Jean Kapenda, sociólogo e investigador congolés, “Alonso de Illescas” debió nacer en algún lugar de la región Congo-Angola. Y “su nombre más bien debió ser bañol, berbesí, bioho, bran, etc…”[4]
El panafricanismo obligó a la africanidad esclavizada a compartir ciencias y artes para, al inicio para sobrevivir a esas terribles circunstancias, luego para consolidar fraternidades incontestables sobre enemistades atávicas, después crear el cimarronismo fraternal ahí donde fue posible. O sea en la totalidad del continente americano. Quizás Gaspar Yanga, Benkos Biohó, Zumbí de Palmares, Bayano, la Reina Conga, entre otros líderes y lideresas, motivaron a la resistencia bélica ansiando el amanecer de sentimientos panafricanistas. ¿Cuántas personas africanas fueron acarreadas a Abya Yala? ¿Quince millones, veinte millones o veinticinco millones? Se calcula que entre el 15 % y 20 % moría durante el traslado a las Américas. A todas las comunidades negras les llegó, tarde o temprano, la noticia feliz de ese impensable año nuevo y bueno: la Revolución Haitiana, de 1804. En sentido radical y diferente, porque de esclavizados se constituían en personas con derechos. De estar por debajo de la nada a retornar al ser.La incredulidad ponía a santiguar a los esclavizadores, porque creían que era el fin del mundo. De su mundo, por supuesto, y el comienzo de otro distinto y complicado para sus ansias. Y las autoridades colonialistas imaginaron y se convencieron de la proximidad de algún desastre apocalíptico y cerraron los puertos a cualquier barco que se hubiera aproximado a Haití. A su tiempo y en sus formas opresoras entendieron que esas rebeldías comunitarias presagiaban un internacionalismo anticolonialista, es decir, el panafricanismo emancipador. O sea, la recuperación ontológica de millones de personas.
El cimarronismo, en su amplia conceptualidad, fue (o es) recomposición del ser. También una reconfiguración ontológica y a la vez epistémica. Conocimientos y saberes para perpetuar la memoria histórica con fines liberadores de cuerpos y ánimas. Y aun más allá de ese límite esencial, ampliar la humanidad a su ilimitada diversidad, sin nombrarlo lo operativizaron: panafricanismo. Fue cuando ocurrieron los sincretismos religiosos desde ese ayer hasta este hoy, los préstamos culturales para fortalecer los parentescos filosóficos y artísticos, mezclar con los idiomas impuestos sus dichos y utilizarlos para facilitar la comunicación entre naciones y convertir el cimarronaje en recuperación física (territorios) y producción de resistencia (reanimación existencial). Así fue como empezó la conformación de las territorialidades afroamericanas. El panafricanismo fue necesidad para perpetuar asentamientos en vez de la errancia sin fin. Y por ello no es invento organizativo reciente, de unas pocas décadas; mejor dicho tiene la edad de cada cimarronismo en determinado territorio. Y corresponde a la continuidad comunitaria, urbana y rural, en las Américas y en las barriadas diaspóricas de Europa. O ahí donde sea el motivante e irrenunciable compromiso político. El panafricanismo es mucho más que una montaña de ideas geográficas y políticas, es la conjunción de procesos culturales (incluyen filosofías e Historia), creaciones artísticas con artes y ciencias maduradas en este renacimiento humanístico, poético, jazzístico, marimbero, sonero y demás. Produjeron mitologías como pedagogías de los oprimidos, para transmitir conocimientos y saberes, porque nadie debía olvidar que su esencia provenía de la naturaleza próxima; para fortalecer principios éticos inevitables en la vida comunitaria.
El panafricanismo de nuestras ancestralidades debió sostenerse con acuerdos necesarios o implícitos de concentración social y también transocial (o sea atravesó las probables y contradictorias capas sociales) alcanzando, inclusive, familiaridades distintas a la sanguínea, pero con parecida coherencia. Era necesario para sostener convivencia en los territorios o prolongar su usufructo hasta establecer la territorialidad (valoración geofísica, filosófica, cultural y espiritual del espacio ecológico). Valga la pregunta, ¿desde cuándo se asimilaron las relaciones entre naciones como si fueran familiares? No hay fecha ni siquiera de referencia temporal. El Abuelo Zenón[5], nunca sabremos si admitió su panafricanismo radical, pero dejó este proverbio: “la sangre (se) estira pero no se arranca”. Fraternidad y amistad, en las comunidades, son indisolubles sin importar tiempos ni distancias. O se aproximan (o aproximaron) relaciones fraternales y perdurables con llamativos y primordiales acentos solidarios del tipo: familia ampliada o familia extendida. Hay más, todavía perdura, sin importar lugar o momento, una parentela imaginaria que no excluye el respeto personal, por ejemplo, tío o tía, hermano o hermana, primo o prima. Mientras en las sucesivas generaciones se debilitaba el origen nacional de la otra orilla continental, en esta se constituían diversidades que convergían hacia unas fuertes relaciones comunitarias. El renaciente panafricanismo se extendía, a pesar de la despiadada y secular esclavización, de la aplicación religiosa y filosófica del no-ser a millones de personas negras y simultáneamente su perpetuo ejercicio de cimarronismo ontológico para continuar la resistencia. La subjetividad libertaria, individual y colectiva, sería afectada, pero no destruida.
W.E.B. Du Bois, Marcus Garvey, Amy Euphemia Garvey, Kwame Nkrumah, Aimé Césaire, Edward Wilmot Blyden, Ida Gibbs Hunt o Quinndy Akeju son imprescindibles si vamos a citar personalidades panafricanistas. La narrativa histórica debe considerar el esfuerzo de estas y otras personalidades afroamericanas, africanas y de la diáspora en el crecimiento político e ideológico del panafricanismo, pero sin olvidar las creaciones motivadoras de las comunidades. Una de las hazañas épicas del panafricanismo fue el apoyo solidario y combatiente de la diversidad cultural de la Republica de Cuba a Angola, para defender su independencia del colonialismo sudafricano. Más que internacionalismo proletario fue internacionalismo cimarrón. Más que el clásico discurso político, aunque válido sin dudas, esa y otras epopeyas de contenido panafricanista podrían resumirse en estos versos de Pablo Milanés: “Cada paso anterior deja una huella/ Que, lejos de borrarse, se incorpora/ A tu saco tan lleno de recuerdos/ Que, cuando menos se imagina, afloran/ Porque el tiempo, el implacable, el que pasó/ Siempre una huella triste nos dejó”. La huella (o las huellas patentes) del panafricanismo tiene sus tristezas, pero también sus grandes alegrías. Axê.
Notas:
[1] En idioma yoruba significa: El hijo ha regresado. La condición de 22 millones de afroamericanos en Estados Unidos, discurso de Malcolm X, en la Universidad de Ghana, el 13 de mayo de 1964.
[2] Pensar sembrando/sembrar pensando con el Abuelo Zenón, Juan García Salazar y Catherine Walsh, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador y Ediciones Abya Yala, 2017, p. 38.
[3] El escritor Ibsen Hernández Valencia suele escribirlo así, porque cree que él debió retomar su nombre primario.
[4] El negro en la Real Audiencia de Quito, siglos XVI-XVIII, Jean-Pierre Tardieu, Quito, Ediciones Abya Yala, 2006, p. 34.
[5] Zenón Salazar, abuelo del maestro Juan García Salazar, él lo consideraba su preceptor y guía.
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