SOBRE LOS SINDICATOS, EL MOMENTO ACTUAL Y LOS ERRORES DEL CAMARADA TROTSKI

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SOBRE LOS SINDICATOS, EL MOMENTO ACTUAL Y LOS ERRORES DEL CAMARADA TROTSKI 113

DISCURSO PRONUNCIADO EN LA REUNIÓN CONJUNTA DE LOS MILITANTES DEL PC (b) DE RUSIA DELEGADOS AL VIII CONGRESO DE LOS SOVIETS Y MIEMBROS DEL CONSEJO CENTRAL DE LOS SINDICATOS DE RUSIA Y DEL CONSEJO DE LOS SINDICATOS DE MOSCÚ 30 DE DICIEMBRE DE 1920

V. I. Lenin

Camaradas: Debo, ante todo, pedir excusas por infringir el reglamento, pues para participar en las discusiones tendría que haber escuchado, como es natural, el informe, el coinforme y los debates. Lamentablemente, me siento tan mal de salud que no he podido hacerlo. Pero ayer tuve la posibilidad de leer los documentos impresos fundamentales y preparar mis observaciones. Es lógico que la infracción del reglamento a que me he referido implica para vosotros ciertos inconvenientes: es posible que me repita al no saber lo que otros han dicho y no responda a lo que sería necesario responder. Mas no he podido proceder de otro modo. Mi material básico es el folleto del camarada Trotski El papel y las tareas de los sindicatos.

Al confrontar este folleto con las tesis que presentó en el Comité Ceneral y leerlo con atención, me asombra la cantidad de errores teóricos y de flagrantes inexactitudes que contiene. ¿Cómo se ha podido, al iniciar una gran discusión en el partido sobre este problema, preparar una cosa tan desafortunada en vez de dar la cosa más meditada? Señalaré brevemente los puntos fundamentales en los que, a mi entender, hay inexactitudes teóricas primarias y esenciales. Los sindicatos no son sólo históricamente necesarios: son también una organización del proletariado industrial históricamente inevitable, que en las condiciones de la dictadura del proletariado abarca a éste casi en su totalidad. Esta es la idea más fundamental, pero el camarada Trotski la olvida constantemente, no parte de ella, no la valora. El propio tema propuesto por él,

El papel y las tareas de los sindicatos, es infinitamente amplio. De lo dicho se deduce ya que el papel de los sindicatos es esencial en extremo en toda la realización de la dictadura del proletariado. Pero ¿cuál es ese papel? Pasando a la discusión de este tema, uno de los problemas teóricos más fundamentales, llego a la conclusión de que este papel es extraordinariamente peculiar. De una parte, al abarcar, al incluir en las filas de la organización a la totalidad de los obreros industriales, los sindicatos son una organización de la clase dirigente, dominante, gobernante; de la clase que ejerce la dictadura, de la clase que aplica la coerción estatal. Pero no es una organización estatal, no es una organización coercitiva; es una organización educadora, una organización que atrae e instruye; es una escuela, escuela de gobierno, escuela de administración, escuela de comunismo.

Es una escuela de tipo completamente excepcional, pues no se trata de maestros y alumnos, sino de cierta combinación extraordinariamente original de lo que ha quedado del capitalismo, y no podía por menos de quedar, y de lo que promueven de su seno los destacamentos revolucionarios avanzados, por decirlo así, la vanguardia revolucionaria del proletariado. Pues bien, hablar del papel de los sindicatos sin tener en cuenta estas verdades significa llegar inevitablemente a una serie de inexactitudes. Por el lugar que ocupan en el sistema de la dictadura del proletariado, los sindicatos están situados, si cabe expresarse así, entre el partido y el poder del Estado. Durante la transición al socialismo es inevitable la dictadura del proletariado, pero esta dictadura no la ejerce la organización que comprende a la totalidad de los obreros industriales. ¿Por qué? Lo podemos leer en las tesis del II Congreso de la Internacional Comunista acerca del papel del partido político en general. No analizaré aquí esta cuestión con detenimiento. La cosa es que el partido concentra, por así decirlo, a la vanguardia proletaria y esta vanguardia ejerce la dictadura del proletariado. Y sin contar con una base como los sindicatos no se puede ejercer la dictadura, no se pueden cumplir las funciones estatales. Pero estas funciones deben ser cumplidas a través de una serie de instituciones especiales de un tipo nuevo, a saber: a través del aparato de los Soviets. ¿En qué consiste la peculiaridad de esta situación en cuanto a las conclusiones prácticas?

En que los sindicatos crean el v í n c u l o de la vanguardia con las masas: los sindicatos, con su labor cotidiana, convencen a las masas, a las masas de la única clase capaz de conducirnos del capitalismo al comunismo. Esto por un lado. Por otro, los sindicatos son una «fuente» de poder estatal. Eso son los sindicatos en el período de transición del capitalismo al comunismo. En general, no se puede efectuar esta transición sin que ejerza su hegemonía la única clase educada por el capitalismo para la gran producción y la única que está desligada de los intereses del pequeño propietario. Pero la dictadura del proletariado no se puede realizar a través de la organización que engloba la totalidad del mismo. Porque el proletariado está aún tan fraccionado, tan menospreciado, tan corrompido en algunos sitios (precisamente por el imperialismo en ciertos países), no sólo en Rusia, uno de los países capitalistas más atrasados, sino en todos los demás países capitalistas, que la organización integral del proletariado no puede ejercer directamente la dictadura de éste. La dictadura sólo puede ejercerla la vanguardia, que concentra en sus filas la energía revolucionaria de la clase. Tenemos, pues, algo así como una serie de ruedas dentadas. Tal es el mecanismo de la base misma de la dictadura del proletariado, de la propia esencia del paso del capitalismo al comunismo. De aquí se deduce ya que cuando el camarada Trotski, al referirse en la primera tesis a la «confusión ideológica», habla de una crisis especialmente y precisamente de los sindicatos, hay algo en el fondo que es erróneo desde el punto de vista de los principios. Sólo podrá hablarse de crisis después de analizar el momento político.

Quien tiene «confusión ideológica» es precisamente Trotski; porque en el problema fundamental del papel de los sindicatos durante la transición del capitalismo al comunismo, es él, y no otro, quien ha perdido de vista, quien no ha tenido en cuenta que existe un complejo sistema de varias ruedas dentadas y que no puede haber un sistema simple, pues es imposible ejercer la dictadura del proletariado a través de la organización que abarca a la totalidad de éste. Es imposible realizar la dictadura sin varias «correas de transmisión», que van de la vanguardia a las masas de la clase avanzada y de ésta a las masas trabajadoras. En Rusia, las masas trabajadoras son campesinas; en otros países no existen tales masas, pero incluso en los más adelantados hay una masa no proletaria o no puramente proletaria. De esto se desprende ya, efectivamente, una confusión ideológica. Pero en vano inculpa Trotski de ella a otros. Cuando analizo el papel de los sindicatos en la producción, veo el error cardinal de Trotski: habla siempre de este problema «en principio», habla del «principio general». En todas sus tesis arranca del punto de vista del «principio general».

Aunque sólo sea por eso, el planteamiento es profundamente erróneo. Esto sin decir ya que el IX Congreso del partido habló bastante, más que bastante, del papel de los sindicatos en la producción114. Y sin decir que el propio Trotski cita en sus mismas tesis unas afirmaciones completamente claras de Lozovski y Tomski, de los cuales se sirve para hacerles desempeñar el papel de «chico de los golpes», como se dice en alemán, o de objeto en que puede ejercitar sus dotes polémicas. No hay discrepancias de principio, y para ello se ha elegido con poca fortuna a Tomski y Lozovski, que han escrito cosas citadas por el propio Trotski. En ellas no encontraremos nada serio en orden a discrepancias de principio, por mucho que nos afanemos en buscarlas. En general, el error gigantesco, el error de principio, consiste en que el camarada Trotski arrastra al partido y al Poder soviético hacia atrás, planteando ahora la cuestión «en el terreno de los principios». Afortunadamente, hemos pasado de los principios a la labor práctica, eficiente. En el Smolny hablamos de los principios, y, sin duda, más de la cuenta. Ahora, tres años después, existen decretos sobre todos los puntos del problema de la producción, sobre toda una serie de elementos integrantes de este problema; pero los decretos son una cosa tan malhadada que, después de firmarlos, nosotros mismos los echamos al olvido y los incumplimos. Y después se inventan divagaciones acerca de los principios, se inventan discrepancias de principio. Más adelante recordaré un decreto que se refiere al papel de los sindicatos en la producción*, decreto que todos hemos olvidado, y yo también, de lo cual me arrepiento. * Véase la presente recopilación, pág. 178. (N. de la Edit.)

Las divergencias verdaderas, que existen, no se refieren en modo alguno a cuestiones sobre los principios generales, excepción hecha de las que he enumerado. Yo estaba en el deber de señalar mis «discrepancias» con el camarada Trotski que acabo de enumerar, pues al elegir un tema tan amplio como El papel y las tareas de los sindicatos, el cama-rada Trotski ha incurrido, a mi juicio, en diversos errores relacionados con la propia esencia del problema de la dictadura del proletariado. Pero dejando esto a un lado, cabe preguntar: ¿a qué se debe realmente que no consigamos el trabajo armonioso que tanto necesitamos? Se debe a la divergencia en cuanto a los métodos de abordar a las masas, de ganar a las masas, de vincularse a ellas. En eso reside todo el fondo de la cuestión. Y en eso reside precisamente la peculiaridad de los sindicatos como instituciones creadas bajo el capitalismo, inevitables durante la transición del capitalismo al comunismo y puestas en tela de juicio en el futuro. Está lejano ese futuro en el que los sindicatos aparezcan bajo el signo de interrogación; nuestros nietos hablarán de ello. Pero de lo que se trata hoy es de cómo abordar a las masas, de cómo ganarlas, de cómo vincularse a ellas, de cómo poner a punto las complicadas correas de transmisión del trabajo (del trabajo de realización de la dictadura del proletariado).

Observad que cuando hablo de las complicadas correas de transmisión del trabajo no pienso en el aparato de los Soviets. Lo que haya que decir respecto a la complejidad de las correas de transmisión en este terreno es capítulo aparte. Por ahora sólo hablo en abstracto y desde el punto de vista de los principios de la relación entre las clases en la sociedad capitalista; en ella hay proletariado, hay masas trabajadoras no proletarias, hay pequeña burguesía y hay burguesía. Desde este punto de vista, incluso aunque no hubiese burocratismo en el aparato del Poder soviético, tenemos ya una extraordinaria complejidad de las correas de transmisión en virtud de lo que ha sido creado por el capitalismo. Y en esto hay que pensar, ante todo, cuando se pregunta en qué consiste la dificultad de la «tarea» de los sindicatos. La verdadera divergencia, repito, no consiste en modo alguno en lo que cree el camarada Trotski, sino en el problema de cómo ganar a las masas, de cómo abordarlas, de cómo vincularse a ellas.

Debo decir que si estudiáramos detallada y minuciosamente, aunque fuera en pequeñas proporciones, nuestra propia práctica, nuestra experiencia, evitaríamos cientos de «discrepancias» y errores de principio superfluos, de los que está lleno este folleto del camarada Trotski. Por ejemplo, en este folleto hay tesis enteras consagradas a la polémica con el «tradeunionismo soviético». ¡Por si hubiera pocos, se ha inventado un nuevo espantajo! ¿Y quién lo ha inventado? El camarada Riazánov. Conozco al camarada Riazánov desde hace veinte años y pico. Vosotros lo conocéis menos que yo en cuanto al tiempo, pero no menos en cuanto a sus actividades. Sabéis muy bien que entre sus lados fuertes, que los tiene, no figura el saber calibrar las consignas. ¿Es que vamos a presentar en las tesis como «tradeunionismo soviético» lo que en cierta ocasión dijo, no muy a propósito, el camarada Riazánov? ¿Es serio esto? De ser así, entonces tendremos «tradeunionismo soviético», «anticoncertación soviética de la paz» y no sé cuantas cosas más. No hay ni un solo punto sobre el que no se pueda inventar un «ismo» soviético. (Riazánov: «Antibrestismo soviético»). Sí, completamente exacto, «antibrestismo soviético».* * Alusión a la firma de la paz de Brest-Litovsk. (N. de la Edit.) Y entre tanto, incurriendo en esta falta de seriedad, el camarada Trotski comete en el acto un error. Resulta, según él, que la defensa de los intereses materiales y espirituales de la clase obrera no es misión de los sindicatos en un Estado obrero. Eso es un error. El camarada Trotski habla de «Estado obrero». Permítaseme decir que esto es una abstracción. Se comprende que en 1917 escribiésemos acerca del Estado obrero; pero ahora se comete un error manifiesto cuando se nos dice: «¿Para qué defender y frente a quién defender a la clase obrera, si no hay burguesía y el Estado es obrero?» No del todo obrero: ahí está el quid de la cuestión. En esto consiste cabalmente uno de los errores fundamentales del camarada Trotski.

Ahora que hemos pasado de los principios generales al examen práctico y a los decretos, se nos quiere arrastrar hacia atrás, apartándonos de la labor práctica y eficiente. Eso es inadmisible. En nuestro país, el Estado no es, en realidad, obrero, sino obrero y campesino. Esto en primer término. Y de esto dimanan muchas cosas. ( B u j a r i n : ¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?) Y aunque el camarada Bujarin grite desde atrás: «¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?», no le responderé a esto. Quien desee, puede recordar el Congreso de los Soviets que acaba de celebrarse y en él encontrará la respuesta. Pero hay más. En el Programa de nuestro partido —documento que conoce muy bien el autor de El abecé del comunismo— vemos ya que nuestro Estado es obrero con una deformación burocrática. Y hemos tenido que colgarle — ¿cómo decirlo?— esta lamentable etiqueta, o cosa así. Ahí tenéis la realidad del período de transición. Pues bien, dado este género de Estado, que ha cristalizado en la práctica, ¿los sindicatos no tienen nada que defender?, ¿se puede prescindir de ellos para la defensa de los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad? Esto es completamente erróneo desde el punto de vista teórico. Esto nos llevaría al terreno de la abstracción o del ideal que alcanzaremos dentro de quince o veinte años, aunque yo no estoy seguro de que lo alcancemos precisamente en ese plazo. Tenemos ante nosotros una realidad, que conocemos bien si no perdemos la cabeza, si no nos dejamos llevar por disquisiciones de intelectuales, o por razonamientos abstractos, o por algo que a veces parece «teoría», pero que prácticamente es un error, una falsa apreciación de las peculiaridades del período de transición. Nuestro Estado de hoy es tal que el proletariado organizado en su totalidad debe defenderse, y nosotros debemos utilizar estas organizaciones obreras para defender a los obreros frente a su Estado y para que los obreros defiendan nuestro Estado. Una y otra defensa se efectúa a través de una combinación original de nuestras medidas estatales y de nuestro acuerdo, del «enlazamiento» con nuestros sindicatos.

De este enlazamiento hablaré más adelante. Pero esta palabra muestra ya de por sí que inventar aquí un enemigo personificado por el «tradeunionismo soviético» equivale a cometer un error. Porque el concepto de «enlazamiento» significa que existen cosas diferentes que todavía es preciso enlazar; en el concepto de «enlazamiento» se incluye que es preciso saber utilizar las medidas del poder estatal para defender de este poder estatal los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad. Pero cuando en lugar de enlazamiento tengamos unión y fusión, entonces nos reuniremos en un Congreso en el que procederemos a un examen positivo de la experiencia práctica, y no de «discrepancias» de principio o de razonamientos teóricos abstractos. También es desafortunado el intento de descubrir discrepancias de principio con el camarada Tomski y el camarada Lozovski, a quienes el camarada Trotski presenta como «burócratas» sindicales (más adelante diré en cuál de las dos partes contrincantes hay tendencias burocráticas). Sabemos muy bien que si el camarada Riazánov tiene a veces la pequeña debilidad de inventar sin falta una consigna, y casi de principio, el camarada Tomski no agrega este defecto a los muchos de que adolece. Por eso me parece que entablar un combate de principios con el camarada Tomski (como hace el camarada Trotski) es- pasarse de la raya. Verdaderamente eso me asombra. Hubo un tiempo en que todos nosotros dimos muchos traspiés en lo referente a discrepancias fracciónales, teóricas y de todo otro género (aunque, claro está, hicimos también algo útil), y parece que desde entonces nos hemos superado. Y es hora ya de pasar de la invención y exageración de discrepancias de principio a la labor práctica. Jamás he oído que en Tomski predomine el teórico, que Tomski pretenda ostentar el título de teórico; quizá esto sea un defecto suyo, eso es ya otra cuestión. Pero Tomski, compenetrado como está con el movimiento sindical y dada su situación, tiene que reflejar consciente o inconscientemente —eso es ya otra cuestión, yo no digo que lo haga siempre conscientemente— este complicado período de transición. Y si a las masas les duele algo y ellas mismas no saben lo que les duele, y él no sabe lo que les duele ( a p l a u s o s , r i s a s ) ; si entonces él vocifera, yo afirmo que esto es un mérito y no un defecto. Estoy completamente seguro de que en Tomski se pueden encontrar muchos errores teóricos parciales. Y todos nosotros, si nos sentamos en torno a una mesa y escribimos meditadamente una resolución o unas tesis, todos corregiremos, o tal vez no corrijamos, pues el trabajo de producción es más interesante que la corrección de discrepancias teóricas minúsculas. Paso ahora a la «democracia en la producción»; esto, por decirlo así, es para Bujarin. Sabemos muy bien que cada persona tiene sus pequeñas debilidades, hasta las grandes personalidades adolecen de pequeñas flaquezas, incluido Bujarin. Si aparece un término artificioso, Bujarin no puede dejar de pronunciarse en el acto a favor de él. En la sesión plenaria del Comité Central celebrada el 7 de diciembre, Bujarin escribió casi con voluptuosidad una resolución sobre la democracia en la producción. Y cuanto más pienso en esta «democracia en la producción», con más claridad veo la falsedad teórica, veo que ha faltado reflexión. Ahí no hay más que un lío. Y ante este ejemplo es preciso decir una vez más, por lo menos en una asamblea del partido: «Camarada N. I. Bujarin, menos fiorituras verbales; será mejor para usted, para la teoría y para la República». (Aplausos.) La producción es necesaria siempre. La democracia es una categoría exclusivamente de la esfera política. No se puede estar en contra de que se empiece esta palabra en un discurso o en un artículo.

El artículo toma y expresa con claridad una correlación, y eso basta. Pero cuando convertís esto en una tesis, cuando queréis hacer de esto una consigna que agrupe a «conformes» y disconformes, cuando se dice, como lo nace Trotski, que el partido deberá «elegir entre dos tendencias», eso es ya completamente extraño. He de referirme en especial a si el partido deberá «elegir», y de quién es la culpa de que se le haya colocado en la tesitura de tener que «elegir». Puesto que las cosas han salido así, debemos decir: «En todo caso, elegid menos consignas teóricamente falsas y que no originan más que confusión, como la de la «democracia en la producción» «. Ni Trotski ni Bujarin han meditado con la suficiente claridad teórica este término y se han embrollado. La «democracia en la producción» sugiere pensamientos que no caben de ningún modo en el círculo de ideas que movían a ambos. Querían subrayar, fijar más la atención en la producción. Subrayar en un artículo o en un discurso es una cosa, pero cuando eso se convierte en tesis y cuando el partido debe elegir, yo digo: elegid contra eso, pues eso es un embrollo. La producción es necesaria siempre; la democracia, no siempre. La democracia en la producción engendra una serie de ideas falsas de raíz. Hace muy poco se propugnaba la dirección unipersonal. No se puede hacer un amasijo, creando el peligro de que la gente se embrolle: unas veces democracia, otras dirección unipersonal y otras dictadura. No hay que renunciar en modo alguno a la dictadura.

Oigo que Bujarin brama detrás de mí: «Completamente exacto». ( R i s a s . A p l a u s o s . ) Prosigamos. Desde septiembre venimos hablando de pasar del sistema de trabajo de choque al igualitarismo; hablamos de esto en la resolución de la Conferencia general del partido, aprobada por el Comité Central115. El problema es difícil. Porque, de una u otra forma, hay que combinar el igualitarismo y el sistema de trabajo de choque, pero estos dos conceptos se excluyen mutuamente. Sin embargo, hemos estudiado un poco el marxismo, hemos aprendido cómo y cuándo se puede y se debe unir los contrarios, y lo que es principal: en nuestra revolución, en tres años y medio, hemos unido los contrarios prácticamente y en múltiples ocasiones. Es evidente que hay que abordar el problema con mucha prudencia y reflexión, pues ya en los lamentables plenos del CC*, en los que se formaron el grupo de siete, el de ocho y el famoso «grupo de tope»117 del camarada Bujarin, hablamos de estas cuestiones de principio y determinamos ya que no es fácil pasar del sistema de trabajo de choque al igualitarismo. Y para cumplir este acuerdo de la Conferencia de septiembre, debemos trabajar un poco. Porque se pueden combinar estos conceptos opuestos de manera que resulte una cacofonía y se pueden combinar de manera que resulte una sinfonía. El sistema de trabajo de choque significa dar preferencia a una producción, de entre todas las necesarias, en virtud de su mayor urgencia. ¿En qué debe consistir la preferencia? ¿Qué proporciones debe alcanzar? Es una cuestión difícil, y debo decir que para resolverla no basta con el celo en el cumplimiento de las tareas, no basta tampoco con el heroísmo personal de quien tal vez reúna muchas cualidades excelentes, pero que vale más en el puesto que debe ocupar; hay que saber enfocar este problema tan original. Pues bien, si se plantea la cuestión del sistema de trabajo de choque y del igualitarismo, lo primero que hay que hacer es abordarla con reflexión, y eso es precisamente lo que no se observa en el trabajo del camarada Trotski; cuanto más rehace sus tesis iniciales, tantos más postulados falsos hay en ellas. He aquí lo que leemos en sus últimas tesis: «.. .En la esfera del consumo, es decir, de las condiciones de existencia personal de los trabajadores, es preciso aplicar la línea del igualitarismo. En la esfera de la producción, el principio del sistema del trabajo de choque seguirá siendo para nosotros, aún durante mucho tiempo, el decisivo. ..» (tesis 41, pág. 31 del folleto de Trotski).

Esto es una completa confusión teórica. Esto es absolutamente erróneo. El sistema de trabajo de choque implica una preferencia, pero la preferencia sin consumo no es nada. Si la preferencia que se tiene conmigo consiste en que * Se alude a las reuniones plenarias del CC celebradas en noviembre y diciembre de 1920. Véanse los textos de sus resoluciones en los N°s 255 y 281 de Pravda, del 13 de noviembre y 14 de diciembre de 1920, respectivamente, y la información del Nº 26 de Izvestia del CG del PCR116, del 20 de diciembre de dicho año. voy a recibir un octavo de libra de pan, no necesito para nada esa preferencia. La preferencia en el sistema de trabajo de choque es también preferencia en el consumo. Sin esto, el sistema de trabajo de choque es un sueño, una quimera; pero nosotros, sin embargo, somos materialistas. Y los obreros son materialistas; si se habla de sistema de trabajo de choque, hay que dar pan, ropa y carne. Sólo así comprendíamos y seguimos comprendiendo estos problemas al discutirlos cientos de veces, con motivos concretos, en el Consejo de Defensa, cuando un dirigente se afana por que le den botas para la gente, diciendo: «Mi fábrica es de choque», y otro replica: «Las botas me corresponden a mí, porque, de lo contrario, no resistirán los obreros de choque de tu fábrica y fracasará tu trabajo». Resulta, pues, que la cuestión del igualitarismo y del sistema de trabajo de choque se plantea en las tesis de un modo completamente falso. Además, representa un retroceso con respecto a lo que prácticamente ha sido ya comprobado y logrado.

Eso es inadmisible, y siguiendo ese camino no se conseguirá nada bueno. Otra cuestión: la del «enlazamiento». Lo más acertado en estos momentos sería no hablar de «enlazamiento». La palabra es de plata, y el silencio, de oro. ¿Por qué? Porque del enlazamiento nos hemos ocupado ya prácticamente; no existe ni un Consejo Económico provincial de importancia, ni una gran sección del Consejo Superior de Economía Nacional, del Comisariado del Pueblo de Vías de Comunicación, etc., donde no se haya procedido prácticamente al enlazamiento. Pero ¿son totalmente buenos los resultados? Ahí está precisamente la dificultad. Estudiad la experiencia práctica de cómo se ha efectuado el enlazamiento y de lo que se ha conseguido con ello. Son tantos los decretos por los que se ha implantado el enlazamiento en una u otra institución que es imposible enumerarlos. Pero no hemos sabido aún estudiar de un modo práctico lo que ha resultado de esto, lo que ha proporcionado el enlazamiento en tal o cual rama de la industria cuando este o aquel miembro de un sindicato provincial ha pasado a ocupar un determinado puesto en el Consejo Económico provincial, a qué ha conducido esto, cuántos meses ha tardado en llevar a cabo este enlazamiento, etc.; no hemos sabido aún estudiar con eficacia nuestra propia experiencia práctica. Hemos sabido inventar una discrepancia de principio sobre el enlaza-miento y, además, cometer un error —en eso somos maestros—, pero no somos capaces de estudiar nuestra propia experiencia y comprobarla. Y cuando celebremos congresos de los Soviets en los que, además de secciones para el estudio de las zonas agrícolas desde el punto de vista de una u otra aplicación de la ley de mejoramiento de la agricultura, haya secciones para el estudio del enlazamiento, para el estudio de los resultados del enlazamiento en la industria harinera de la provincia de Sarátov, o de la metalúrgica en Petrogrado, o de la industria hullera en el Donbáss, etc.; cuando estas secciones, después de reunir gran cantidad de materiales, declaren: «Hemos estudiado esto y lo de más allá», entonces diré: «¡Sí, hemos empezado a hacer algo práctico, hemos salido de la infancia!» Pero si después de haber invertido tres años en aplicar el enlazamiento, se nos presentan unas «tesis» en las que se inventan discrepancias de principio sobre él, ¿qué puede haber más lamentable y más erróneo? Hemos emprendido el camino del enlazamiento y no dudo de que lo hemos emprendido con acierto, pero no hemos estudiado todavía como es debido los resultados de nuestra experiencia.

Por eso, la única táctica inteligente respecto al problema del enlazamiento es la de callar. Hay que estudiar la experiencia práctica. He firmado decretos y disposiciones que contienen indicaciones sobre enlazamientos prácticos, y la práctica es cien veces más importante que toda teoría. Por eso, cuando se dice: «Hablemos de «enlazamiento» «, respondo: «Estudiemos lo que hemos hecho». Es indudable que hemos cometido muchos errores. Es posible también que gran parte de nuestros decretos deban ser modificados. Estoy de acuerdo con ello y no siento la menor predilección por los decretos. Pero entonces presentad propuestas prácticas: hay que rehacer esto o lo otro. Eso será un planteamiento positivo de la cuestión. Eso no será una labor improductiva. Eso no llevará a la proyectomanía burocrática.

Cuando leo en el folleto de Trotski el apartado VI, Conclusiones prácticas, veo que estas conclusiones prácticas adolecen precisamente de ese defecto. Porque en ellas se dice que deben formar parte del Consejo Central de los Sindicatos de Rusia y del Presidium del Consejo Superior de Economía Nacional de una tercera parte a la mitad de los miembros comunes de ambas instituciones, y de los organismos colegiados, de la mitad a los dos tercios, etc. ¿Por qué? Simplemente, «a ojo». Es natural que en nuestros decretos se establezcan con frecuencia semejantes correlaciones precisamente «a ojo»; pero ¿por qué es inevitable que se haga eso en los decretos? No soy defensor de todos los decretos y no pretendo presentarlos mejores de lo que son en realidad. En ellos hay a cada paso magnitudes convencionales como mitad, tercera parte de los miembros que integran una y otra institución, etc., magnitudes tomadas a ojo.

Cuando en un decreto se dice tal cosa, eso significa: probad a hacerlo así y luego sopesaremos los resultados de vuestra «prueba». Después analizaremos lo que haya salido. Cuando lo hayamos analizado, podremos progresar. Estamos aplicando el enlazamiento y lo aplicaremos cada vez mejor, pues somos cada día más prácticos y expertos. Pero me parece que he comenzado a dedicarme a la «propaganda en el terreno de la producción». ¡Es inevitable! Cuando se habla del papel de los sindicatos en la producción no hay más remedio que tocar este problema. Paso a este punto, a la propaganda en el terreno de la producción. Es también una cuestión práctica, que planteamos con un criterio práctico. Se han creado ya instituciones estatales para la propaganda en el terreno de la producción. Ignoro si son buenas o malas, hay que probarlas; y no hace falta en modo alguno escribir «tesis» sobre esta cuestión. Hablando en conjunto del papel de los sindicatos en la producción, en lo que se refiere a la democracia no hace falta otra cosa que el democratismo corriente. Los artificios como el de la «democracia en la producción» son falsos y nada resultará de ellos. Esto en primer lugar.

En segundo lugar, la propaganda en el terreno de la producción. Ya están creadas las instituciones. Las tesis de Trotski hablan de la propaganda en el terreno de la producción. En vano, porque las «tesis» sobre el particular son ya una cosa anticuada. Todavía no sabemos si la institución es buena o mala. Experimentaremos en la práctica y entonces hablaremos. Estudiemos y preguntemos. Supongamos que se forman en el Congreso diez secciones compuestas de diez miembros cada una: «¿Te has ocupado de la propaganda en el terreno de la producción? ¿Cómo? ¿Cuáles son los resultados?» Después de estudiar esto, recompensaremos a quienes hayan logrado mayores éxitos y desecharemos la experiencia desafortunada. Contamos ya con experiencia práctica; escasa, pequeña, pero la tenemos; y de ella se nos quiere hacer volver atrás, a las «tesis de principio». Más que «tradeunionismo», eso es un movimiento «reaccionario». En tercer lugar, el sistema de premios. Ahí tenéis el papel y la tarea de los sindicatos en la producción: la concesión de premios en especie. Se ha empezado. La cosa está en marcha. Se han destinado para esto quinientos mil puds de trigo y se han distribuido ya ciento setenta mil. No sé si se han distribuido bien, con acierto. En el Consejo de Comisarios del Pueblo se ha indicado: no se hace bien la distribución, en lugar de premios resulta un plus sobre el salario. Así lo han señalado tanto los dirigentes sindicales como los del Comisariado del Pueblo del Trabajo. Hemos designado una comisión para estudiar el asunto, pero todavía no lo ha estudiado. Se han distribuido ciento setenta mil puds de trigo, pero hay que distribuir de manera que se recompense a quienes hayan revelado heroísmo, eficiencia, talento y celo como dirigentes en la esfera de la economía; en una palabra, a quienes hayan revelado las cualidades que Trotski ensalza. Pero ahora no se trata de cantar loas en las tesis, sino de dar pan y carne. ¿No será mejor, por ejemplo, que no se entregue carne a una determinada categoría de obreros y sea distribuida en forma de premios a otros, a los obreros «de choque»? No renunciamos a este sistema de trabajo de choque.

Lo necesitamos. Estudiaremos minuciosamente la experiencia práctica de nuestra aplicación de este sistema. En cuarto lugar, los tribunales disciplinarios. El papel de los sindicatos en la producción, la «democracia en la producción», se lo diremos al camarada Bujarin sin ánimo de zaherirle, son puras bagatelas si no existen tribunales disciplinarios. Pero en vuestras tesis eso no se ve. Así, pues, en el terreno de los principios, en el terreno teórico y en el terreno práctico se desprende una sola conclusión a propósito de las tesis de Trotski y de la posición de Bujarin: ¡Dios nos libre de ellas! Llego más aún a esta conclusión cuando me digo: no planteáis el problema de un modo marxista. Y no se trata sólo de que en las tesis haya una serie de errores teóricos. El enfoque del «papel y las tareas de los sindicatos» no es marxista, ya que no se puede abordar un tema tan amplio sin meditar en las peculiaridades del momento actual en su aspecto político. Porque no en vano hemos escrito, junto con el camarada Bujarin, en la resolución del IX Congreso del PC de Rusia sobre los sindicatos que la política es la expresión más concentrada de la economía. Al analizar el presente momento político, podríamos decir que estamos viviendo un período de transición en un período de transición. Toda la dictadura del proletariado es un período de transición; pero ahora tenemos, por decirlo así, toda una serie de nuevos períodos de transición. Desmovilización del ejército, terminación de la guerra, posibilidad de una tregua pacífica mucho más prolongada que antes, posibilidad de pasar con mayor firmeza del frente de la guerra al frente del trabajo.

Sólo por esto, tan sólo por esto, se modifica ya la actitud de la clase proletaria ante la clase campesina. ¿Cómo se modifica? Esto hay que examinarlo con la mayor atención, cosa que no hacéis en vuestras tesis. Y mientras no lo examinemos, hay que saber esperar. El pueblo está más que cansado, toda una serie de reservas que deberían consumir algunas industrias de choque han sido ya consumidas, la actitud del proletariado ante los campesinos se modifica. El cansancio de la guerra es colosal, las necesidades han aumentado, pero la producción no se ha incrementado o se ha incrementado insuficientemente. Por otra parte, he señalado ya en mi informe al VIII Congreso de los Soviets que hemos aplicado con acierto y éxito la coerción cuando hemos sabido basarla en una labor previa de persuasión*. Debo decir que Trotski y Bujarin no han tenido en cuenta en absoluto esta importantísima consideración. * Véase V. I. Lenin. Obras Completas, ed. en ruso, t. 42, págs. 139-140. (N. de la Edit.) ¿Hemos sabido basar todas las nuevas tareas de la producción en una labor de persuasión suficientemente amplia y seria? No, apenas si hemos comenzado a hacerlo. No hemos sabido todavía incorporar a las masas.

Pero ¿pueden las masas pasar de la noche a la mañana a cumplir estas nuevas tareas? No pueden, porque la cuestión, supongamos, de si hay que acabar con el terrateniente Wrángel y de si es preciso regatear sacrificios para esto, una cuestión así no requiere ya una propaganda especial. Pero en lo que se refiere al papel de los sindicatos en la producción —si se tiene en cuenta no la cuestión «de principio», no las divagaciones acerca del «tradeunionismo soviético» y demás nimiedades, sino el aspecto práctico—, no hemos hecho más que empezar a estudiar el problema, no hemos hecho más que crear la institución encargada de llevar a cabo la propaganda en el terreno de la producción; todavía no tenemos experiencia. Hemos establecido los premios en especie, pero carecemos aún de experiencia. Hemos creado los tribunales disciplinarios, pero desconocemos aún los resultados. Pero desde el punto de vista político, lo más importante es la preparación precisamente de las masas. ¿Está preparada la cuestión, ha sido estudiada, meditada y sopesada desde este punto de vista? Ni mucho menos. Y en esto consiste el error político cardinal, profundísimo y peligroso; porque en esta cuestión, más que en ninguna otra, hay que actuar siguiendo la regla que dice: «Mide siete veces antes de cortar», pero se han puesto a cortar sin haber medido ni una sola vez.

Dicen que «el partido debe elegir entre dos tendencias», pero no han medido aún ni una sola vez y han inventado la falsa consigna de la «democracia en la producción». Es preciso comprender el significado de esta consigna, sobre todo en un momento político en el que el burocratismo aparece ante las masas con toda evidencia y hemos planteado a la orden del día este problema. El camarada Trotski dice en las tesis que, en cuanto a la cuestión de la democracia obrera, al Congreso «no le queda más que consignar unánimemente». Eso es falso. No basta con consignar: consignar significa refrendar lo que está bien sopesado y medido, mientras que la cuestión de la democracia en la producción está muy lejos aún de haber sido sopesada a fondo, no ha sido experimentada, no ha sido comprobada. Pensad en la interpretación que pueden dar las masas cuando se lanza la consigna de «democracia en la producción». «Nosotros, hombres medios, hombres de la masa, decimos que es preciso renovar, que es preciso corregir, que es preciso echar a los burócratas, y tú tratas de desorientarnos diciendo que nos dediquemos a la producción, que pongamos de relieve la democracia en los éxitos de la producción; pero nosotros no queremos producir con este personal burocrático de las administraciones, de las direcciones generales, etc., sino con otro personal». No habéis dejado que las masas hablen, asimilen y piensen, no habéis dejado que el partido adquiera nueva experiencia, y sentís ya prisa, exageráis la nota y creáis fórmulas que son falsas teóricamente.

¿Y cuánto más no acentuarán este error ejecutores demasiado celosos? Un dirigente político responde no sólo de cómo dirige, sino también de lo que hacen los dirigidos por él. Esto a veces no lo sabe y con frecuencia no lo quiere, pero la responsabilidad recae sobre él. Paso ahora a tratar de las reuniones plenarias de noviembre (día 9) y diciembre (día 7) del Comité Central, que expresaron ya todos esos errores no como postulados lógicos, como premisas, como razonamientos teóricos, sino en la acción. En el Comité Central resultó un lío y un revoltijo; es la primera vez que ocurre en la historia de nuestro partido durante la revolución, y eso es peligroso. El quid de la cuestión estriba en que se produjo una división, en que surgió el grupo «de tope» de Bujarin, Preobrazhenski y Serebriakov, el grupo que más daño ha causado y más ha embrollado las cosas. Recordad la historia de la Sección Política General del Comisariado del Pueblo de Vías de Comunicación Glavpolitput y la del Comité Central del Sindicato del Transporte (Cectrán). 118. En la resolución del IX Congreso del PCR, en abril de 1920, se decía que se creaba la Glavpolitput como institución «temporal», y que «en el plazo más corto posible» era necesario pasar a normalizar la situación119. En septiembre leéis: «Pasemos a una situación normal»*. En noviembre (día 9) se reúne el Pleno, y Trotski lleva a él sus tesis, sus consideraciones sobre el tradeunionismo. * Véase Izvestia del CC del PCR, Nº 26, pág. 2, resolución del Pleno de septiembre del CC, punto 3: «El CC considera, además, que en la actualidad ha mejorado considerablemente la grave situación de los sindicatos del transporte que motivó la creación de la Glavpolitput y de la Politvod’20, resortes temporales para mantener y organizar el trabajo. Por eso, ahora se puede y se debe iniciar la labor tendente a incluir estas organizaciones en el sindicato como organismos que se adaptan al aparato sindical y se funden con él». Por excelentes que fueran algunas de sus frases respecto a la propaganda en el terreno de la producción, era preciso decir que todo aquello no venía al caso, no tenía sentido práctico, representaba un paso atrás y no era posible ocuparse de ello en el CC en aquel momento.

Bujarin dijo: «Eso está muy bien». Puede que estuviera muy bien, pero eso no era una respuesta. Después de enconados debates se aprobó por diez votos contra cuatro una resolución, en la que se decía en forma correcta y camaraderil que el propio Cectrán «había planteado ya a la orden del día» la necesidad de «reforzar y desarrollar los métodos de la democracia proletaria dentro del sindicato». Se decía que el Cectrán debía «participar activamente en la labor general del Consejo Central de los Sindicatos de Rusia, formando parte de él con los mismos derechos que las demás organizaciones sindicales». ¿Cuál era la idea fundamental de esta resolución del CC? Está claro: «Camaradas del Cectrán: Cumplid los acuerdos del Congreso y del CC del partido no de un modo formal, sino a toda ley, para ayudar con vuestro trabajo a todos los sindicatos, para que no quede ni rastro de burocratismo, de preferencias, de presunción, como la manifestada por quienes dicen: Somos mejores que vosotros, tenemos más que vosotros y recibimos más ayuda».

Después de esto pasamos a la labor práctica. Se constituye la comisión y se publica la lista de sus componentes. Trotski sale de ella, la sabotea, no quiere trabajar en ella. ¿Por qué? Un solo motivo: que Lutovínov suele jugar a la oposición. Es cierto, y Osinski también. A decir verdad, es un juego desagradable. Pero ¿acaso eso es un motivo? Osinski organizó magníficamente la campaña de semillas. Había que trabajar con él, a pesar de su «campaña oposicionista», y el método de hacer fracasar la comisión es burocrático, no soviético, no socialista, equivocado y políticamente perjudicial. En un momento en que es preciso establecer una clara delimitación entre los elementos sanos y los elementos malsanos de la «oposición», ese método es triplemente desatinado y políticamente nocivo. Cuando Osinski despliega la «campaña oposicionista», yo le digo: «Es una campaña perjudicial»; pero cuando desarrolla la campaña de semillas, es una maravilla. Jamás negaré que Lutovínov comete un error con su «campaña oposicionista», como Ischenko y Shliápnikov, mas eso no es motivo para sabotear la comisión. Ahora bien ¿qué significaba esta comisión? Significaba pasar de las divagaciones de intelectuales sobre discrepancias insustanciales a una labor práctica. Propaganda en el terreno de la producción, premios, tribunales disciplinarios: de eso se debía hablar y en eso tenía que ocuparse la comisión. Pero entonces, el camarada Bujarin, jefe del «grupo de tope», con Preobrazhenski y Serebriakov, viendo la peligrosa división surgida en el CC, se puso a crear un tope, un amortiguador tal que no encuentro una expresión parlamentaria para calificarlo. Si yo supiera dibujar caricaturas como lo sabe hacer el camarada Bujarin, presentaría al camarada Bujarin con un balde de petróleo, echando este petróleo al fuego, y pondría este pie: «Petróleo de tope».

El camarada Bujarin quiso crear algo; no cabe duda de que su deseo era lo más sincero y «amortiguador» que cabe. Pero no resultó un tope; lo que resultó fue que no tuvo en cuenta el momento político y, además, incurrió en errores teóricos. ¿Había necesidad de llevar todos esos pleitos a una amplia discusión? ¿De dedicarse a semejante inactividad y desperdiciar varias semanas, tan preciosas para nosotros en vísperas del Congreso del partido? Durante ese tiempo habríamos podido elaborar y estudiar el problema de los premios, de los tribunales disciplinarios y del enlazamiento. Habríamos resuelto estos problemas con un sentido práctico en la comisión del CC. Si el camarada Bujarin quería crear un tope y no deseaba encontrarse en la situación de la persona que se ha equivocado de puerta, tendría que haber dicho e insistido en que el camarada Trotski no abandonase la comisión. Si hubiese dicho y hecho eso, habríamos emprendido un camino positivo y habríamos puesto en claro en esta comisión cómo es en realidad la dirección unipersonal, cómo es la democracia, cómo son los designados para los cargos, etc. Prosigamos. En diciembre (sesión plenaria del día 7) era ya patente el choque con los dirigentes del Sindicato del Transporte Fluvial y Marítimo, que vino a agravar el conflicto, y como resultado de lo cual en el Comité Central se reunieron ocho votos contra nuestros siete. El camarada Bujarin escribió apresuradamente la parte «teórica» de la resolución del Pleno de diciembre, tratando de «conciliar» y de poner en acción el «tope»; pero, como es natural, después del fracaso de la comisión no podía resultar nada de esto. ¿En qué consistió el error de la Glavpolitput y del Cectrán?

No consistió, ni mucho menos, en haber aplicado la coerción; al contrario, en esto reside su mérito. Su error consistió en que no supieron pasar a tiempo y sin conflictos, como había exigido el IX Congreso del PCR, a una actividad sindical normal; en que no supieron adaptarse debidamente a los sindicatos, en que no supieron ayudarles, entablando con ellos relaciones en pie de igualdad. Hay una valiosa experiencia de los tiempos de guerra: heroísmo, celo en el cumplimiento de las tareas, etc. Y hay un aspecto malo en la experiencia de los peores elementos militares: el burocratismo y la presunción.

Las tesis de Trotski, en contra de su conciencia y de su voluntad, vinieron a respaldar el aspecto peor, y no el mejor, de la experiencia militar. Hay que recordar que un dirigente político no responde sólo de su política, sino también de lo que hagan los que son dirigidos por él. Lo último que quería deciros, y que ayer debí haberme reprochado, es que no presté atención a las tesis del camarada Rudzutak. Rudzutak tiene el defecto de que no sabe hablar en voz alta, de manera impresionante y con belleza. Es fácil no darse cuenta, no prestar atención a lo que dice. Ayer, imposibilitado de asistir a la reunión, repasé mis papeles y encontré entre ellos una hoja editada con motivo de la V Conferencia Sindical de toda Rusia, celebrada del 2 al 6 de noviembre de 1920. Esta hoja lleva por título: Las tareas de los sindicatos en la producción. Os la leeré íntegra, no es muy larga: •

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