Si la fama se vuelve vicio por Rafael Peralta Romero

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Voces y ecos

RAFAEL PERALTA ROMERO
rafaelperaltar@gmail.com

Especial para Quisqueyaseralibre.com

El deseo de la fama puede convertirse en patología y en muchos
casos ha conducido a individuos que nada han hecho para
merecerla a cometer crímenes contra personas o entidades por
el mero interés de hacerse notorios. Comparto unos ejemplos
citados por Miguel de Cervantes en su libro Don Quijote, capítulo
VIII, segunda parte.
—Eso me parece, Sancho —dijo don Quijote—, a lo que sucedió
a un famoso poeta destos tiempos, el cual, habiendo hecho una
maliciosa sátira contra todas las damas cortesanas , no puso ni
nombró en ella a una dama que se podía dudar si lo era o no; la
cual, viendo que no estaba en la lista de las demás, se quejó al
poeta diciéndole que qué había visto en ella para no ponerla en
el número de las otras, y que alargase la sátira y la pusiese en el
ensanche: si no, que mirase para lo que había nacido. Hízolo así
el poeta, y púsola cual no digan dueñas, y ella quedó satisfecha,
por verse con fama, aunque infame. También viene con esto lo
que cuentan de aquel pastor que puso fuego y abrasó el templo
famoso de Diana, contado por una de las siete maravillas del
mundo, solo porque quedase vivo su nombre en los siglos
venideros; (…). También alude a esto lo que sucedió al grande
emperador Carlo Quinto con un caballero en Roma. Quiso ver el
Emperador aquel famoso templo de la Rotunda, que en la
antigüedad se llamó el templo de todos los dioses, y ahora con
mejor vocación se llama de todos los santos, y es el edificio que
más entero ha quedado de los que alzó la gentilidad en Roma, y
es el que más conserva la fama de la grandiosidad y
magnificencia de sus fundadores: él es de hechura de una media

naranja, grandísimo en estremo, y está muy claro, sin entrarle
otra luz que la que le concede una ventana, o, por mejor decir,
claraboya redonda, que está en su cima; desde la cual mirando el
Emperador el edificio, estaba con él y a su lado un caballero
romano, declarándole los primores y sutilezas de aquella gran
máquina y memorable arquitetura; y habiéndose quitado de la
claraboya, dijo al Emperador: «Mil veces, Sacra Majestad, me
vino deseo de abrazarme con vuestra majestad y arrojarme de
aquella claraboya abajo, por dejar de mí fama eterna en el
mundo». (…) Quiero decir, Sancho, que el deseo de alcanzar
fama es activo en gran manera. (Edición IV Centenario, pág 604).

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