Con los años, de tan modernos, nos hemos vuelto ignorantes: las máquinas han comenzado a ocupar, poco a poco, lo que hacíamos a golpe de materia gris. Por ello, el lunes pasado España colapsó: tanto dependemos de las máquinas que sin energía eléctrica y sin teléfonos móviles hubo quienes no podían ni encontrar una simple dirección porque no sabían llegar.
De tanto usar Waze y Google Maps hemos dejado de recordar lugares, anotar referencias mentales y hacer el ejercicio de llegar por nosotros mismos. Tampoco memorizamos números de teléfono ni citas porque, ¡para qué existe el teléfono! ¿Usar las escaleras?
Ni para un segundo piso, que por algo tenemos ascensor.
Consideraciones aparte merecen las estufas, calentadores y demás enseres eléctricos que aquí usamos menos por lo cara que es la energía. ¿Y qué habrá pasado en las casas hiper conectadas e inteligentes que tan en boga en estos días?
Aunque la modernidad nos copa, pocas veces reparamos en que nos ha convertido en vagos infuncionales, incapaces de pensar y hacer las cosas por sí mismos.
Lo mal que lo pasaron en España, Francia y Portugal debería hacernos pensar en ello, pero no lo haremos: dentro de unos días lo olvidaremos. Depender de las máquinas es, al final, mera comodidad.