Como un relajo, al mejor estilo de los Mejía, los ciudadanos del Distrito Nacional nos enteramos de la manera más fortuita que a la alcaldía se le había ocurrido desarrollar un proyecto en el Parque Iberoamérica.
Gracias a la intervención de Ramón Hipólito Mejía en un programa, supimos que además de masacrar los bambúes de la entrada para “importantizarla”, como señaló Miguel Logroño, director de innovación y proyectos especiales del ADN, quieren vender comida y bebidas.
El proyecto, que no ha sido explicado en detalle por la alcaldía y no forma parte de su Plan Operativo Anual (POA 2020), contraviene el procedimiento de la ADN para remover árboles: para hacerlo debe existir un documento detallado con la justificación y el cronograma incluidos.
También viola la ordenanza 3/2015, que regula todo lo relativo al Parque Iberoamérica y ordena a la Dirección de Gestión Ambiental (la única que puede tomar decisiones sobre el arbolado) elaborar programas para preservar esos árboles.
A esto se suma lo importante que son los bambúes para el Conservatorio Nacional de Música puesto que los árboles son vitales para que los estudiantes puedan tocar al aire libre. ¿Por qué el ADN no les consulta ese tipo de decisiones?
Más absurdo resulta pensar en poner negocios ahí porque sería el primer paso para arrabalizar el parque, como sucede cuando hacen actividades, y acabar con el ecosistema. ¿Carolina Mejía olvida que el lugar es refugio de especies de aves?
Ver el parque ahora duele. La entrada desolada, con bambúes llorando savia, es tan grotesca como imaginar palmas al sol robándole el alma a la arbolada.