Voces y ecos
RAFAEL PERALTA ROMERO
rafaelperaltar@gmail.com
Especial ara Quisqueyaseralibre.com
La muerte, pese a su inexorabilidad, no deja de causar
espanto, dolor, inconformidad y sorpresa. La realidad de la
muerte se acepta cotidianamente, pero se torna difícil
admitirla cuando, de repente, se presenta ante nuestros
ojos y el cuerpo yerto te lo restriega. Entonces brota el
llanto.
La gente común lo expresa con gritos en los que acude a
su vínculo con el fallecido y las cosas que solía hacer y
cómo será la vida con su ausencia. Un poeta lo proclama
de este modo: “No perdono a la muerte enamorada, / no
perdono a la vida desatenta, / no perdono a la tierra ni a la
nada”.
Ese testimonio perpetuo dejó Miguel Hernández, poeta
español, ante la muerte de su amigo Ramón Sijé. Quizá no
hay que llorar en el mismo tono a todos los humanos. Los
hay que con un “lo siento” es suficiente. El pasado martes 3
falleció el periodista Octavio Estrella en un fatal accidente
en la autopista Duarte.
De acuerdo con informes de prensa, el vehículo en el que
se desplazaba Estrella, junto a dos compañeros, fue
impactado por un camión que corría a alta velocidad en el
tramo conocido como La Cumbre. Se dirigía a Piedra
Blanca a impartir una conferencia sobre comunicación y
cooperativismo.
Tenia 75 años y no estaba muy bien de salud, aun así, no
le fue dado sucumbir en su cama, tomando las manos de
su esposa o alguno de sus hijos. La muerte lo arrebató con
estrépito como para evidenciar que puede llevarse a los
buenos, a los que viven pensando en el bien común. Es
antojadiza la muerte.
Octavio Estrella estudió la carrera de comunicación social
en la Universidad Autónoma de Santo Domingo en el
mismo tiempo en que lo hice yo. Compartimos mucho
tiempo de aprendizaje y horas libres para bromear o para el
diálogo político, con respeto a los puntos de vista
divergentes.
Yo era de los “pacifistas” del FUSD y Octavio del “glorioso y
combativo” grupo Fragua. Siempre me pareció un marxista
puro, aun después de que los marxistas dominicanos
pasaran a mejor vida, aquí en la tierra. Lo mismo puede
decirse de su ejercicio profesional: era inconcebible que
consiguiera fortuna con el periodismo.
Era miembro de Fuerza del Pueblo, pero me parece que su
pensamiento iba más allá que los postulados de esa
organización. Reitero mis condolencias a sus hijos,
Atabeira, Laura y Pavel, como a su esposa, doña Carmen
Santana. Octavio debe ser recordado como un periodista
íntegro y como hombre de bien.