Cuando pensábamos que lo habíamos visto todo, el último tramo de las elecciones se ha presentado como una caricatura de lo que debería ser una campaña política. Tras ver la narconovela de última hora y el hurto millonario en la Junta Electoral de Santiago podemos asegurar que estábamos muy equivocados cuando creímos que ya no se podía caer más bajo.
Tan extraña ha sido esta campaña que gran parte de la sociedad se ha dividido y, bajo acusaciones y contra acusaciones que jamás habríamos de imaginar, la guerra se ha servido en todas las redes sociales. ¡La imponente maquinaria del rumor y la conspiración nunca se ha detenido!
Al margen del rugido de los cañones, que llega desde todas las esquinas, los dos principales candidatos a la presidencia, Luis Abinader y Gonzalo Castillo, también han decidido jugarse la carta de la cristiandad para ganarse más adeptos de esos que siempre se deciden a último momento.
Como si necesitaran salir a convencer, tal vez porque los devotos obedecen las voces que llegan desde el púlpito, ambos hicieron galas de sus votos cristianos, recalcaron su catolicismo y hablaron de unos valores que para ellos parecen no existir si el credo no está en el medio.
Confesándose defensores de la vida y de la familia, dan a entender que están en contra de las tres causales aunque no lo han dicho abiertamente. ¿Quién nos iba a decir que, a pesar de ser mayor que ellos, el presidente Danilo Medina sería menos conservador?
Ambos rechazan, además, que las parejas gays puedan unirse ante la ley, a pesar de lo injusto que esto es.
Sus afirmaciones, tajantes, nos dicen que estamos lejísimos de tener una sociedad inclusiva en la que tengamos los mismos derechos al margen de quien amemos. ¿Algún día avanzaremos?