Foto: base de datos AND
Por CARCELERO DE SOUZA
Los hechos del 6 de enero, en el Capitolio (parlamento yanqui), son síntomas de la enfermedad crónica que padece el sistema imperialista en su crisis general de descomposición, más en este momento, de una grave crisis generalizada de relativa sobreproducción.
La gran concentración y centralización del capital en manos de un puñado de monopolistas, proceso inevitable que produce crisis cíclicas sucesivamente más graves que las anteriores, genera un proceso correspondiente en el sistema político, a saber, la centralización y concentración del poder político en el estado imperialista, restricción de derechos y distorsión de su democracia hipócrita muy publicitada. Un régimen insaciable que produce miserias y agrava todas sus contradicciones sólo puede sostenerse con un régimen de choque político. El fenómeno Trump es hijo de este siniestro proceso de marcha hacia la barbarie al que está sometida toda la humanidad en la era del imperialismo. Sin embargo, no es el único. Que las mil y una denuncias del continuo genocidio promovidas por el imperialismo yanqui ante Donald Trump prueben esta verdad.
Entender correctamente esos eventos – y los que vendrán después – es clave para reafirmar la naturaleza del imperialismo y comprender profundamente su tendencia económica y política.
Ver fascismo en Trump es la trampa perfecta para que la reacción legitime ante la opinión pública el viejo orden genocida “democrático” del imperialismo. Trump no aboga por una reestructuración corporativa fascista de la sociedad, ni se opone al régimen demoliberal reaccionario, del que es un defensor esencial. Lo que predice Trump es lo mismo que pronosticaron todos los políticos de la reacción imperialista en este período histórico: concentración y centralización del poder político, restricción de derechos y endurecimiento de las leyes penales a expensas de las aclamadas libertades individuales. Este es un proceso en marcha continua que tiene como principales impulsores a las fuerzas del establishment yanqui (con énfasis en los altos mandatos militares y del Pentágono), quienes, por cierto, tienen una preferencia explícita en tal situación por la mafia demócrata, cuero precioso.
La denuncia del fraude en las elecciones en Estados Unidos y en todos los países bajo el dominio del capital monopolista, lejos de asustar a demócratas y revolucionarios de todo el mundo como una amenaza a la «democracia» yanqui, debe verse como una prueba de sus tesis fundamentales. Después de todo, esta es la democracia de los monopolios, que no se haga ilusiones. La farsa electoral se logra mediante fraudes de todo tipo y en varios niveles y grados; la denuncia de su carácter fraudulento, hecha de vez en cuando por un reaccionario que no está satisfecho con su derrota electoral, no es más que la verdad que, en situaciones normales, no conviene que se cuente. El hecho de que tales denuncias salgan de la boca de los reaccionarios es también sintomático de la grave crisis del sistema imperialista y en el centro de la única superpotencia hegemónica (Estados Unidos, Estados Unidos).
La acción de milicias reaccionarias e incluso de elementos fascistas, a su vez, aunque convergió muy especialmente en el episodio del 6 de enero con la bravuconería de Trump, es un fenómeno relativamente independiente. Tales milicias aprovechan el furtivo creado en la lucha entre los demoliberales ultrarreaccionarios. Trump, aunque trata de apoyarse en estos grupos para presionar al Congreso y tiene como principal preocupación la seria perspectiva financiera que le presentará al final de su mandato, no tiene ningún compromiso con ellos. No es un líder ideológico. La ira que se está apoderando ahora
Biden, que asumirá como presidente de la única superpotencia hegemónica, teniendo a sus espaldas –desde la campaña– los sectores más odiosos y reaccionarios del capital financiero yanqui y la estructura burocrático-militar del Estado, apalancará a niveles nunca antes vistos el proceso de reconstrucción de la máquina de propiedad estatal. De eso podemos estar seguros. Sin embargo, «donde hay opresión hay resistencia» y la marcha inexorable de la situación política internacional conduce al desorden, la inestabilidad y refuerza la principal corriente histórica y política: la Revolución Proletaria Mundial.