Para un hombre debe ser difícil entender lo que es ser lastimada física, sexual o psicológicamente. Tampoco puede imaginar lo que implica ser violentada económica, patrimonial, digital o institucionalmente porque generalmente no le sucede.
Es tan mínima la empatía que siente la mayoría de los hombres hacia las mujeres violentadas que bastó una legisladura extraordinaria de unos pocos días para que el Congreso Nacional se dispusiera a aprobar un Código Penal que echa por tierra los niveles de protección que se habían alcanzado en la Ley 24-97 (¡de 1997!).
Es duro saber que retrocederemos con un Código Penal que desconoce la tipificación del feminicidio, eliminando las circunstancias que permiten diferenciarlo de un homicidio común; reduce las penas al acoso y acoso sexual, pero además omite el acoso callejero y digital como formas reconocidas de violencia de género.
Que las causales solo nos importan a nosotras es harto sabido porque la muerte y la salud de las mujeres nunca será cosa de hombres, así como los privilegios que se le otorgan a las iglesias porque al final las sotanas pesan demasiado en RD.
Tener el Código Penal que las mujeres merecemos solo será posible cuando las mujeres tomemos el poder, vayamos al Congreso y hagamos nuestras leyes.
