
Tras el golpe de Estado del Maidan en 2014, el nuevo gobierno ucraniano decidió ocupar y someter a las repúblicas del Dombás y Lugansk. Se inició la guerra civil, que en esta fase concluyó con el cerco de las tropas ucranianas en Ilovaisk. Miles de soldados murieron. Las fuerzas ucranianas fueron derrotadas y se pidió un acuerdo de paz, clamando: “Estamos listos para la paz”. ¡Negociemos! Se firmaron los Acuerdos de Minsk-1, que no fueron respetados por la parte ucraniana. Los bombardeos contra la población civil continuaron y la guerra se intensificó. En 2015, nuevamente las tropas del gobierno fueron cercadas y derrotadas por los independentistas en Debáltsevo. El gobierno volvió a clamar: «¡Alto a la guerra! ¡Queremos la paz!». Se concluyó el tratado de Minsk-2, que tampoco fue honrado por la parte gubernamental. La excanciller alemana Merkel, el expresidente francés Hollande y el expresidente ucraniano Poroshenko declararon públicamente que nunca tuvieron intención de cumplir los acuerdos, querían ganar tiempo para rearmar al ejército ucraniano.
El 24 de febrero de 2022 se reinició la guerra con la participación directa de las tropas rusas, que se acercaron a Kiev. Los militares rusos tomaron el aeropuerto Antonov en la capital en una acción relámpago mientras suprimían las defensas antiaéreas. La situación militar para las fuerzas ucranianas y la capital del país era muy difícil. El gobierno ucraniano nuevamente pidió negociaciones y puso como condición la retirada de las tropas rusas de los arrabales de Kiev: «Estamos listos para negociar», dijeron nuevamente. El 6 de marzo se firmó un preacuerdo que hubiera podido poner fin al conflicto, pero la parte ucraniana asesinó en Kiev a su principal negociador, Denis Kireev.
En 2025, las fuerzas ucranianas colapsan en la región de Kursk. ¿Adivinan qué van a decir? …
La retórica de Trump sobre el final de la guerra ucraniana no ha soportado la prueba del algodón. Estados Unidos y Ucrania llegaron a un acuerdo de alto el fuego por 30 días durante las conversaciones en Yeda. Ha sido una forma de enmendar el mal paso dado por Zelenski en el Despacho Oval. Sin interrupción, Trump se atribuyó el éxito y acto seguido anunció el levantamiento de las restricciones a la ayuda armamentística y de inteligencia con Ucrania.
Queda claro que es EE.UU. el que ha permitido que el régimen ucraniano perviva hasta este momento. Es EE.UU. el que define los objetivos de los misiles Himars que castigan las ciudades rusas. Moscú sabe que un alto el fuego de 30 días sería una bendición para Ucrania, ya que permitiría detener el avance ruso, nivelar sus líneas y rearmarse con los nuevos envíos de material prometidos por Trump. Rusia perdería la ventaja táctica y operativa que ahora ha conseguido a un alto precio y, una vez recuperada, Ucrania podría, con redoblado apoyo occidental, rechazar las condiciones de paz.
El ministro de exteriores ruso Serguéi Lavrov lo ha expuesto con claridad: la parte rusa no cree en la buena fe del equipo negociador de Trump. Trump no pretende aproximarse hacia la paz, sino mantener y alimentar la guerra. El equipo del presidente norteamericano, a pesar de las altisonantes declaraciones, persigue el mismo objetivo que el gabinete Biden: derrotar estratégicamente a Rusia. No negocia de buena fe. ¿Por qué, si no, se ofrece el alto el fuego tras un ataque masivo contra los civiles en Moscú? Washington pretende, por un lado, impedir que Moscú tome en consideración la propuesta (Trump apuesta por la continuación de la guerra mientras pueda obtener algún beneficio económico) y, por otro, generar una corriente de propaganda en Occidente señalando a Putin como un señor de la guerra y justificar de paso los nuevos presupuestos de guerra que empobrecerán a los de siempre.
El secretario de Estado de Trump, Marco Rubio, se apresuró a señalar que la pelota estaba en el tejado ruso y que «Rusia debería mostrar buena voluntad». Inmediatamente, sus vasallos europeos repitieron el mismo discurso. Trump ha dicho por su parte que «si no conseguimos que Rusia cese el fuego, seguiremos luchando y abasteciendo a Ucrania». La opción que plantea Trump es continuar el conflicto y el suministro de armas al régimen de Kiev.
Pasada la euforia de los primeros momentos, la administración Trump enfrenta un momento de repliegue. Las promesas realizadas en campaña se estrellan contra la realidad: no se dan a conocer las listas Epstein, ni los datos secretos del asesinato de JFK, ni del 11-S; la auditoría de Fort Knox lleva camino de quedar en nada, tampoco hay deportaciones masivas y, de hecho, las redadas de inmigrantes han disminuido. Ya no habla Trump de retirar tropas de Oriente Medio. La guerra de aranceles, «hoy te castigo, mañana te perdono», corre peligro de volverse contra su propio gobierno…
El gabinete de Trump está desesperado porque sus propuestas no se pueden implementar como él desearía. Hay una serie de mecanismos que ralentizan sus decisiones. El alto el fuego es un intento de sumar «puntos» políticos en un momento especialmente duro para su gobierno. Es, desde cualquier punto de vista, un desatino que no incluye ninguna «concesión» para Rusia, pero sí una enorme recompensa para Ucrania en forma de reactivación de los envíos de armamento. Además, ocurre cuando Ucrania aún controla pequeñas porciones de territorio ruso, lo cual es un enorme impedimento para llegar a un acuerdo por parte de Rusia.
Las fuerzas rusas están en un momento óptimo. Puede intensificar su campaña en un momento de crisis operativa de las fuerzas ucranianas, de tal forma que muestre a EE.UU. que es hora de realizar una propuesta de paz realista y acordada por escrito antes de que se establezca ningún alto el fuego. Los diversos posicionamientos tanto del portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, como del ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, han sido claros: Occidente no es de fiar.