
Eva Lagunero
Quienes celebran la partida de Trump deberían recordar quién lo aupó desde el principio
Glen Ford, editor del digital de la izquierda negra estadounidense Black Agenda Report, nos ofrece su valoración de la victoria del Partido Demócrata en las recientes elecciones presidenciales. Durante 20 años, el Partido Demócrata fue un vehículo seguro para las agendas corporativas, hasta que en 2016 conjuraron al Demonio Naranja con el fin de arrojar a su regazo a una asustada base demócrata negra.
Traducción de EVA LAGUNERO PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Donald Trump se ha esfumado de la escena nacional por un tiempo, pero debemos recordar quién le hizo, desde el principio, candidato a la presidencia: los Demócratas y sus medios corporativos. Como reveló Wikileaks, la campaña de Hillary Clinton alentó a los medios amigos a reforzar las perspectivas de Trump en las primarias Republicanas, esperando con ello poner a un hombre de paja que pudiera ser derribado con facilidad en noviembre de 2016.
Hasta el Día de las Elecciones, la prensa corporativa prodigó 5.000 millones de dólares en noticias sobre Trump -más que sobre Hillary Clinton, Bernie Sanders y todos los contendientes republicanos de Trump juntos.
Si estás ansioso por sacarte del cerebro el hedor de los cuatro años de Trump, recuerda quién lo puso ahí a fuerza de repetición constante y diaria.
¿Cuánto tiempo permanecerá fuera de órbita la Amenaza Naranja? No mucho: lo veremos pronto de vuelta o los medios corporativos inflarán a otro hombre de paja racista que le dispute. La única manera que tienen los Demócratas corporativos de movilizar a sus bases para obtener estrechas victorias nacionales, mientras mantienen la promesa de Biden a los ricos de que “nada cambiará en lo fundamental”, es posicionarse como única defensa contra las hordas racistas.
Así es como Bill Clinton pudo completar la hazaña de Ronald Reagan de “acabar con el bienestar tal como lo conocemos”, mientras reforzaba las bases del encarcelamiento masivo de negros (el senador Joe Biden “redactó la ley” con orgullo), derribaba las barreras que impedían a los banqueros bombardear la economía y facilitaba el éxodo de los empleos de calidad a los explotaderos allende los mares.
Newt Gingrich y su confederado Contrato con América hizo que negros y “progresistas” se marcharan en estampida hacia el corral del Partido Demócrata, donde fueron políticamente neutralizados. Durante los siguientes 20 años, el Partido Demócrata siguió siendo un vehículo seguro para las agendas corporativas, hasta que en 2016 conjuraron al Demonio Naranja con el fin de arrojar a la asustada base demócrata negra al regazo del partido.
La simbiosis corporativa Demócratas/Republicanos racistas es simple, obvia y desnuda, pero siempre funciona porque la base del Partido demócrata -con los negros en su núcleo- deja que sus propias aspiraciones sean sacrificadas en aras a contener la amenaza del Partido del Hombre Blanco (GOP).
Si lo hemos repetido durante estos años en estas páginas es porque la oligarquía sigue usando la misma fórmula para frustrar toda revuelta popular contra la des-regulación (Race to the Bottom) y las guerras imperiales sin fin. La dictadura de los ricos se profundiza aun cuando el verano pasado fue testigo dela mayor movilización popular en la historia de Estados Unidos, bajo la pancarta de Black Lives Matter. Lo que debería haber reaparecido en las calles como una política popular de masas e independiente, fuera de la “zona de matar” del Partido Demócrata, fue de nuevo devorado por el duopolio.
Todas estas victorias son pírricas, es decir: “ganadas a un coste muy elevado para que le merecieran la pena al vencedor”. Cuando los negros y progresistas se pusieron al lado de Bill Clinton para derrotar a Gingrich, dejaron que los dirigentes corporativos hicieran dar un gran salto atrás a la sociedad borrando los últimos vestigios del New Deal, condenando a otra generación de jóvenes negros al Gulag, y preparando el terreno a dos catástrofes económicas que casi empataron con la Gran Depresión, mientras el ejército estadounidense intensificaba sus ataques en todo el mundo, el Estado de Seguridad Nacional penetraba en todos los aparatos digitales del planeta, y las enormes corporaciones perfeccionaban las herramientas para la auto-vigilancia pública.
El llamamiento de Joe Biden a la “unidad” es incluso más vacuo que el “esperanza y cambio” de Barack Obama. Para responder al hooliganismo racial instigado por Trump en el Capitolio, se espera que nos unamos en una especie de Estado policial, extensión del 11-S, cuya principal misión siempre ha sido reprimir a nos no-blancos y a la izquierda, mientras nos privan de un auténtico servicio de salud público y de cualquier respiro en la acelerada des-regulación; todo porque “Joe” el Gran Encarcelador, paniaguado corporativo y halcón, nos “salvó” de Trump.
Demasiado tarde para Hillary Clinton, pero justo a tiempo para un Joe Biden, igualmente aborrecible, Trump, el hombre de paja, ha sido finalmente derrocado, dando a los Demócratas una victoria que no le ha costado nada a sus dueños corporativos.
Con el establecimiento y subsiguiente desmantelamiento de Trump, en gran medida ingeniado en todas sus etapas por las elites Demócratas y sus medios, se creó un paisaje político alternativo, artificial y fundamentalmente “falso”, en el que “los rusos” se juntaban con los nacionalistas blancos para socavar “América” dentro y fuera, sólo para ser desbaratados por un incitado electorado con votantes negros en su falange.
En realidad, los votantes negros han salvado al duopolio corporativo que ha anulado y cooptado todo movimiento popular durante las pasadas tres generaciones. Y no podría haber sucedido de no haber sido por la inefable villanía de Trump.
Como un Otelo extraño y naranja, Donald Trump puede decir de verdad: “He hecho un servicio al Estado [corporativo] y ellos lo saben”.
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