FRIEDRICH ENGELS
¡Ocho artículos de Federico Engels sobre la mujer!
A propósito de doscientos años del Nacimiento de Federico Engels: 28 de noviembre de 1820, Barmen, Alemania
Fourier toma la palabra a la burguesía, sus profetas entusiastas antes de la Revolución, y sus panegiristas interesados de después. Desvela sin piedad la miseria material y moral del mundo burgués y la confronta con las promesas halagüeñas de los filósofos de las luces sobre la sociedad en la que debía reinar sólo la razón, sobre la civilización que aportaría la felicidad universal, sobre la perfección ilimitada del hombre; al igual que con las expresiones color de rosa de los ideólogos, sus contemporáneos; demuestra cómo, en todas partes, la realidad más lamentable corresponde a la fraseología más grandilocuente, y lanza su mordaz ironía contra este fiasco irremediable de la frase. Fourier no es solamente un crítico; su naturaleza eternamente jovial hace de él un satírico, y uno de los más grandes satíricos de todos los tiempos. Pinta con semejante maestría y encanto la enorme especulación que florece con la decadencia de la Revolución, así como el espíritu mercader universalmente expandido en el comercio de esta época. Más magistral todavía es la crítica que hace de la vuelta dada por la burguesía a las relaciones sexuales y de la situación de la mujer en la sociedad burguesa. Es el primero en enunciar que, en una sociedad dada, el grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general.
F. Engels: Anti-Dühring.
* * *
LA FAMILIA SEGÚN
EL Sr. DÜHRING
P O R
FRIEDRICH ENGELS
Al igual que, anteriormente, el Sr. Dühring tenía la idea de que se podía remplazar el modo de producción capitalista por el modo social sin por ello refundir la producción misma, al igual que se imagina aquí que se puede arrancar a la familia burguesa moderna de toda su base económica sin cambiar por ello toda su forma. Esta forma es para él tan inmutable que hace también del «viejo derecho romano», aunque sea de forma «perfeccionada», la ley eterna de la familia, y no puede representar una familia más que como «heredera», es decir, como unidad poseedora. En torno a este punto, los utopistas rebasan de lejos al Sr. Dühring. Para ellos, la libre socialización de los hombres y la transformación del trabajo doméstico privado en una industria pública conllevan inmediatamente la socialización de la educación de la juventud y, en consecuencia, una relación recíproca realmente libre de los miembros de la familia. Y, por otra parte, Marx ha demostrado ya que gracias al papel decisivo que la familia asigna a las mujeres y a los niños, fuera del círculo doméstico en el proceso de producción socialmente organizados, la gran industria no crea nada menos que la nueva base económica sobre la que se levantará una forma superior de la familia y de relaciones entre los sexos.
F. Engels: Anti-Dühring.
* * *
EL MATRIMONIO BURGUÉS
P O R
FRIEDRICH ENGELS
En nuestros días hay dos maneras de concertar el matrimonio burgués. En los países católicos, como antes, los padres proporcionan al joven burgués la mujer que le conviene, de lo cual resulta naturalmente el más amplio desarrollo de la contradicción que la monogamia encierra: exuberante heterismo masculino y exuberante adulterio femenino. Y si la Iglesia católica abolió el divorcio, es probable que fuese por haber reconocido que frente al adulterio, como frente a la muerte, no hay remedio que valga. Por el contrario, en los países protestantes la regla general es conceder al hijo del burgués más o menos libertad para buscar mujer dentro de su clase. Por ello el amor puede ser, hasta cierto punto, la base del matrimonio, y para guardar las apariencias se supone siempre que es así, lo que está muy en consonancia con la hipocresía protestante. Aquí, el marido no practica el heterismo tan enérgicamente y la infidelidad de la esposa es menos frecuente, pero como, sea cual sea el tipo de matrimonio, los seres humanos siguen siendo lo que eran antes y como los burgueses de los países protestantes son en su mayoría filisteos, esa monogamia protestante deviene, incluso tomando el término medio de los mejores casos, en un aburrimiento mortal sufrido en común que recibe el nombre de felicidad doméstica. El mejor espejo de estos dos tipos de matrimonio es la novela: la francesa, para el católico; la alemana, para el protestante. En ambos casos, el hombre » consigue lo suyo «: en la novela alemana, el mozo logra a la joven; en la francesa, el marido obtiene su cornamenta. ¿Cuál de los dos sale peor parado? No siempre es posible decirlo. Por eso el aburrimiento de la novela alemana inspira a los burgueses franceses que la leen el mismo horror que la » inmoralidad » de la novela francesa inspira al filisteo alemán. Sin embargo, en estos últimos tiempos, desde que » Berlín se está haciendo una gran capital «, la novela alemana comienza a tratar algo menos tímidamente el heterismo y el adulterio, bien conocidos allí desde hace largo tiempo.
Pero en ambos casos, el matrimonio se funda en la posición social de los contrayentes, y por tanto, siempre es un matrimonio de conveniencia. También en ambos casos este matrimonio de conveniencia se convierte a menudo en la más vil de las prostituciones, a veces por ambas partes, pero mucho más habitualmente en la mujer, que sólo se diferencia de la cortesana ordinaria en que no alquila su cuerpo a ratos, como una asalariada, sino que lo vende de una vez para siempre, como una esclava. A todos los matrimonios de conveniencia se les puede aplicar la frase de Fourier: » Así como en gramática dos negaciones equivalen a una afirmación, de igual manera en la moral conyugal dos prostituciones equivalen a una virtud «.
En las relaciones con la mujer, el amor sexual no es ni puede ser una regla excepto entre las clases oprimidas (en nuestros días, el proletariado), estén o no esas relaciones autorizadas oficialmente. Pero en este caso también desaparece el fundamento de la monogamia clásica, dado que faltan por completo los bienes de fortuna, para cuya conservación y transmisión por herencia se instituyeron precisamente la monogamia y el dominio del hombre. Por ello faltan también motivos para establecer la supremacía masculina. Es más, faltan hasta los medios de conseguirla: el derecho burgués, que protege dicha supremacía, sólo existe para las clases poseedoras y para regular las relaciones de estas clases con los proletarios. Eso cuesta dinero y, a causa de la pobreza del obrero, no desempeña ningún papel en la actitud de éste hacia su mujer. En este caso, el papel decisivo lo desempeñan otras relaciones personales y sociales. Además, sobre todo desde que la gran industria ha arrancado del hogar a la mujer para arrojarla al mercado de trabajo y a la fábrica, convirtiéndola bastante a menudo en el sostén de la casa, han quedado desprovistos de toda base los últimos restos de la supremacía masculina en el hogar del proletario, excepto, quizás, cierta brutalidad para con sus esposas, muy arraigada desde el establecimiento de la monogamia. Así pues, la familia del proletario ya no es monogámica en el sentido estricto de la palabra, ni siquiera con el amor más apasionado y la más absoluta fidelidad de los cónyuges y a pesar de todas las bendiciones espirituales y temporales posibles. Por eso, el heterismo y el adulterio, eternos compañeros de la monogamia, desempeñan aquí un papel casi nulo. La mujer ha reconquistado en la práctica el derecho de divorcio; cuando ya no pueden entenderse, los esposos prefieren separarse. En resumen, el matrimonio proletario es monógamo en el sentido etimológico de la palabra pero en absoluto lo es en su sentido histórico.
F. Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
* * *
LA SITUACIÓN JURÍDICA DE LA MUJER Y
LAS CONDICIONES DE SU LIBERACIÓN
P O R
FRIEDRICH ENGELS
Por cierto, nuestros juristas estiman que el progreso de la legislación va quitando a las mujeres cada vez más todo motivo de queja. Los sistemas legislativos de los países civilizados modernos van reconociendo más y más, en primer lugar que el matrimonio, para tener validez, debe ser un contrato libremente consentido por ambas partes y, en segundo lugar, que durante el período de convivencia matrimonial ambas partes deben tener los mismos derechos y deberes. Si estas dos condiciones se aplicaran con un espíritu consecuente, las mujeres gozarían de todo lo que les apeteciese.
Esta argumentación típicamente jurídica es exactamente la misma de que se valen los republicanos radicales burgueses para disipar los recelos de los proletarios; El contrato de trabajo se supone contrato consentido por ambas partes. Pero se considera libremente consentido desde el momento en que la ley establece sobre el papel la igualdad de ambas partes. La fuerza que la diferente situación de clase de una de las partes, la presión que esa fuerza ejerce sobre la otra, la situación económica real de ambas,… todo esto no le importa a la ley. Y mientras dura el contrato de trabajo, se sigue suponiendo que ambas partes disfrutan de iguales derechos, en tanto que una u otra no renuncien a ellos expresamente. Y si su situación económica concreta obliga al obrero a renunciar hasta a la última apariencia de igualdad de derechos, de nuevo la ley no tiene nada que ver con ello.
Respecto al matrimonio, hasta la ley más avanzada se da enteramente por satisfecha desde el punto y hora en que los interesados han inscrito formalmente en el acta su libre consentimiento. En cuanto a lo que pasa fuera de las bambalinas jurídicas, en la vida real, y en cuanto a cómo se expresa ese consentimiento, no es algo que inquiete a la ley ni al jurista. Y sin embargo, la más sencilla comparación del derecho de los distintos países debería mostrar al jurisconsulto lo que representa el libre consentimiento. En los países donde la ley asegura a los hijos la herencia de una parte de la fortuna paterna y donde, por consiguiente, no pueden ser desheredados (Alemania, los países que siguen el derecho francés, etc.), los hijos necesitan el consentimiento de los padres para contraer matrimonio. En los países donde se practica el derecho inglés, donde el consentimiento paterno no es condición legal del matrimonio, los padres gozan también de absoluta libertad de testar y pueden desheredar a su antojo a los hijos. Claro es que, a pesar de ello, e incluso por ello mismo, la libertad para contraer matrimonio no es, de hecho, ni un ápice mayor en Inglaterra o Norteamérica que en Francia o Alemania entre las clases que tienen algo que heredar.
La situación no es mejor en lo concerniente a la igualdad jurídica entre el hombre y la mujer en el matrimonio. Su desigualdad legal, que hemos heredado de condiciones sociales anteriores, no es causa, sino efecto, de la opresión económica de la mujer. En el antiguo hogar comunista, que comprendía numerosas parejas conyugales con sus hijos, la dirección del hogar, confiada a las mujeres, era una industria pública y tan necesaria socialmente como la obtención de los víveres por los hombres. Las cosas cambiaron con la familia patriarcal y todavía más con la familia individual monogámica. El gobierno del hogar perdió su carácter social. La sociedad ya no tuvo nada que ver con ello. El gobierno del hogar se transformó en servicio privado y la mujer se convirtió en la criada principal, sin tomar ya parte en la producción social. Sólo la gran industria moderna le ha abierto de nuevo -aunque sólo a la mujer proletaria- el camino a la producción social. Pero esto se ha hecho de tal suerte que, si la mujer cumple con sus deberes en el servicio privado de la familia, queda excluida de la producción social y no puede ingresar nada. Y si quiere tomar parte en la industria social y tener sus propios ingresos, le es imposible cumplir con los deberes familiares. En cualquier tipo de actividad, incluidas la medicina y la abogacía, le ocurre a la mujer lo mismo que en la fábrica. La familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica, franca o más o menos disimulada, de la mujer; y la sociedad moderna es una masa cuyas moléculas son las familias individuales.
Hoy, en la mayoría de los casos, el hombre tiene que ganar los medios de vida, tiene que alimentar a la familia, por lo menos entre las clases poseedoras, lo que le da una posición preponderante que no necesita ser privilegiada de un modo especial por la ley. En la familia, el hombre es el burgués y la mujer representa al proletario. Pero en el mundo industrial, el carácter específico de la opresión económica que pesa sobre el proletariado sólo se manifiesta con total nitidez una vez suprimidos todos los privilegios legales de la clase capitalista y establecida la plena igualdad jurídica de ambas clases. La república democrática no suprime el antagonismo entre las dos clases; al contrario, no hace más que suministrar el terreno en que llega a su máxima expresión la lucha por resolver dicho antagonismo. De igual modo, el carácter particular del predominio del hombre sobre la mujer en la familia moderna, así como la necesidad y la manera de establecer la igualdad social efectiva de ambos, sólo se manifestarán con toda nitidez cuando el hombre y la mujer tengan, según la ley, derechos absolutamente iguales. Entonces se verá que la liberación de la mujer exige, como primera condición, la reincorporación de todo el sexo femenino a la producción social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad.
F. Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
* * *
T E R C E R A P A R T E:
LA MUJER, EL NIÑO Y LA
FAMILIA EN EL RÉGIMEN CAPITALISTA
LAS ENCAJADORAS
P O R
FRIEDRICH ENGELS
El trabajo más insano es el de los lacerunners, niños, la mayoría de veces de siete, cinco e incluso cuatro años. El comisario Grainger ha llegado a encontrar un niño de dos años trabajando en esto. Seguir con los ojos un solo y mismo hilo del que se tira con la aguja de un tejido artificialmente entremezclado, es muy perjudicial para los ojos, ya que este trabajo, como es habitual, dura de catorce a dieciséis horas. En el mejor de los casos, se produce una miopía muy pronunciada; en el peor, de forma bastante frecuente, una ceguera incurable, debida a la gota serena. Pero, además, el arrodillarse de continuo causa entre los niños debilidad, constricción de la caja torácica y escrófulas, consecuencias de una mala digestión; los problemas de útero son casi generales entre las chiquillas, al igual que la desviación de la columna vertebral, tan pronunciada que » podemos reconocer a todos los lacerunners por sus andares «. El trabajo de encaje tiene exactamente las mismas consecuencias tanto para los ojos como para todo el organismo. Los médicos son unánimes en declarar que la salud de todos los niños empleados en la industria costurera sufre considerablemente, que se vuelven pálidos, languidecidos, débiles, demasiado pequeños para su edad, y son, mucho más raramente que el resto, capaces de resistir una enfermedad. Las afecciones de las que sufren generalmente son: debilidad general, síncopes frecuentes, dolores de cabeza, del costado, de espalda y pelvis, golpes de corazón, ganas de vomitar, náuseas, inapetencia, desviación de la columna vertebral, escrófulas y envejecimiento. Es sobre todo la salud del cuerpo femenino la que está continua y profundamente minada: se suelen notar (Grainger, Informe), leucorrea, partos difíciles y abortos. Además, el mismo empleado de la comisión del trabajo infantil declara que los niños están frecuentemente mal vestidos o en harapos y que no tienen comida suficiente, casi siempre sólo té y pan, habitualmente no tienen carne durante meses. En lo que a su condición moral se refiere, añade que:
» Todos los habitantes de Nottingham, policía, clero, fabricantes, obreros y los mismos padres de los hijos se han convencido unánimemente de que el sistema actual de trabajo es una de las fuentes más seguras de inmoralidad. Los threaders, chiquillos en mayor parte, y las winders, chiquillas en mayor parte, son convocados al mismo tiempo en la fábrica -a veces en plena noche- y sus padres no pueden saber por cuánto tiempo necesitarán de ellos, teniendo así la mejor de las ocasiones para concluir uniones poco convenientes e irse a vagabundear juntos tras el trabajo. Eso no ha contribuido poco a la inmoralidad que, según la opinión pública, existe en Nottingham en enormes proporciones. Por otra parte, el descanso doméstico y el bienestar de las familias a las que pertenecen estos niños y jóvenes están completamente sacrificadas a este estado de cosas extremadamente antinatural. «
Otra rama de la fabricación de encajes, el encaje a huso, se practica en las tierras agrícolas de Northampton, Oxford, Bedford y Buckingham, la mayor parte del tiempo por niños y jóvenes que se quejan generalmente de la mala alimentación y que raramente pueden comer carne. El trabajo en sí mismo es extremadamente insano. Los niños trabajan en piezas exiguas, mal ventiladas y húmedas, continuamente sentados y recostados sobre el cojín de encaje. Para sostener su cuerpo en esta posición fatigante, las chiquillas llevan un corsé de montar de madera, y para la temprana edad de la mayoría, en la que los huesos son todavía muy delicados, en posición curvada, desplaza completamente el esternón y las costillas y provoca una constricción general de la caja torácica. Por eso la mayoría mueren de tisis, tras haber sufrido, a consecuencia del trabajo sentado y el ambiente cargado, cierto tiempo los efectos más penosos (severest) de una mala digestión. Ellas no reciben casi ninguna educación – de educación moral todavía menos que de ninguna otra-, les gusta arreglarse y, consecuencia de esto y de lo otro, su estado moral es bastante lamentable, y la prostitución es entre ellas casi epidémica. (Ch. Empl. Comm, BURNS, Informe)
F. Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra .
* * *
LAS MODISTAS Y LAS COSTURERAS
P O R
FRIEDRICH ENGELS
Es una cosa singular que la confección de los artículos que sirven precisamente para la limpieza de las damas de la burguesía esté unida a las consecuencias más penosas para la salud de las personas que los trabajan. Ya hemos visto eso en la fabricación de encajes, y ahora tenemos en las tiendas de moda de Londres una nueva prueba en apoyo de esta afirmación. Estos establecimientos emplean a gran número de chicas jóvenes – hay, según se dice, un total de 15.000 – que viven y comen en la casa, la mayor parte originarias del campo, y son así esclavas completas de la patronal. Durante la temporada alta, que dura en torno a cuatro meses al año, la duración del trabajo llega, incluso en las mejores casas, a quince horas y, si surgen asuntos urgentes, dieciocho; pero, en la mayor parte de las casas, se trabaja durante este período sin ninguna fijación de tiempo, aunque las chicas no tienen más de seis horas, a veces tres o cuatro, e incluso dos horas sobre veinticuatro para descansar y dormir, y trabajan de diecinueve a veinte horas por día, cuando no son forzadas – cosa que ocurre con bastante frecuencia- a pasar ¡toda la noche trabajando! El único límite de su trabajo es la incapacidad física absoluta de seguir con la aguja un minuto más. Hemos visto casos en los que estas pobres criaturas se quedaban nueve días seguidos sin desnudarse y sin poder descansar nada más que algunos instantes aquí o allá, encima de un colchón en el que se les servía su comida cortada ya en trozos pequeños, para permitirle tragarlos en el menor tiempo posible; en resumen, estas desgraciadas chicas, como esclavas, bajo la amenaza moral de un látigo que es el miedo a ser despedidas, están mantenidas en un trabajo tan intenso y tan incesante que un hombre robusto, con más razón chicas delicadas de catorce a veinte años, no podría soportarlo. Dicho de otra forma, el agobiante ambiente de los talleres, y también de los barracones, la postura curvada, la habitualmente mala alimentación difícil de digerir, – todo eso, pero, ante todo, el trabajo prolongado y la privación de aire, producen los resultados más penosos para la salud de las chicas. El cansancio y el agotamiento, la debilidad, la pérdida de apetito, los dolores de hombros, espalda y cadera, pero sobre todo los dolores de cabeza, pronto hacen aparición; seguidamente son la desviación de columna vertebral, la elevación y deformación de hombros, el adelgazamiento, los ojos hinchados, llorosos, que provocan dolor y se vuelven miopes pronto, la tos, el asma, la mala respiración, así como todas las enfermedades del desarrollo femenino. Los ojos sufren en muchos casos tanto que se produce una ceguera incurable, una desorganización completa de la vista, y si la visión se mantiene bastante bien como para permitir la continuidad del trabajo, es la tisis la que, normalmente, pone fin a la breve y triste vida de las modistas. Incluso en el caso de aquéllas que dejan el trabajo bien pronto, la salud queda descompuesta para siempre, el vigor de la constitución quebrado; están perpetuamente en particular en el matrimonio, enfermas y débiles, y sólo traen al mundo niños enfermos. Todos los médicos preguntados en torno a este tema por el miembro de la Comisión sobre el trabajo infantil, han sido unánimes en declarar que no se podría imaginar un modo de vida tendente, más que éste, a arruinar la salud y a provocar una muerte prematura.
Por otra parte, con la misma crueldad, de forma solamente un poco más indirecta, es como están explotadas las costureras de Londres. Las chicas que se ocupan de la confección de los corsés tienen un trabajo duro, penoso, extenuante para los ojos; ¿y cuál es el salario que reciben ?… El salario de estas costureras asciende, según eso y según diversas declaraciones de obreros y empresarios, por un trabajo sostenido, continuado con intensidad en la noche, al total de ¡2 1/2 a 3 shillings por semana! Y lo que viene a rematar esta vergonzosa barbarie es que las costureras deben dejar una parte del valor de las materias primas que les son confiadas, y ellas, evidentemente, no pueden hacerlo – y los propietarios bien lo saben- más que de una manera: empeñándose, o bien devolviéndolas con pérdidas, o entonces, si no pueden devolverlas, están obligadas a ir al juez de paz, como le ocurrió a una costurera en noviembre de 1834. Una chica pobre, que se encontraba en este caso y que no sabía qué hacer, se ahogó en un canal en agosto de 1844. Estas costureras viven normalmente en la mayor de las miserias, en pequeñas buhardillas, en las que se apiñan en una sola habitación, en tanto como el espacio se lo permita, y en las que, en invierno, el calor animal de las personas presentes es, la mayoría del tiempo, la única fuente de calor. Allí, sentadas y curvadas con su trabajo, cosen desde las cuatro o cinco de la mañana hasta medianoche, arruinan su salud en pocos años y mueren prematuramente, sin poder satisfacer sus necesidades más elementales [Thomas Hood, el mejor de todos los humoristas ingleses contemporáneos y, como todos los humoristas, lleno de sentimientos humanos, pero sin ninguna energía intelectual, publicó, a comienzos de 1844, en el momento en el que la miseria de las costureras rellenaba todos los periódicos, una bonita poesía: The song of the shirt (La canción de la camisa), que provoca lágrimas compasivas en los ojos de las chicas de la burguesía, pero sin utilidad. Me falta espacio para reproducirla aquí; apareció primero en el Punch y luego lo hizo en toda la prensa. Habiendo sido tratada la situación de las costureras en todos los periódicos, serían superfluas las citas especiales (Nota de Engels).] , mientras que por debajo, a sus pies, corren las brillantes carrozas de la alta burguesía, y mientras puede ser que a diez pasos de allí, un miserable dandy pierde en una noche, jugando al faraón, más dinero de lo que ellas puedan ganar en todo un año.
F. Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra.
* * *
LAS MADRES ARREBATADAS
A SUS HIJOS
P O R
FRIEDRICH ENGELS
El Manchester Guardian, en cada uno de sus números, habla de uno o varios casos de quemaduras. Que la mortandad general de los niños de baja edad aumente es algo que se puede deducir y verificar a consecuencia del trabajo de las madres. Las mujeres vuelven a la fábrica normalmente el tercer o cuarto día posterior al parto, y abandonan a sus lactantes; en las horas de libertad, deben correr aprisa hasta su casa para alimentar al niño y, accesoriamente, tomar ellas también alguna cosa – podemos imaginar lo que puede ser la lactancia en estas condiciones – Lord Ashley ofrece las declaraciones de algunas obreras : M.H., veinte años, tiene dos hijos, el último todavía en lactancia, y que está bajo la custodia del otro, un poco más mayor. La madre vuelve poco después de las cinco de la mañana a la fábrica y regresa a las ocho de la tarde; durante todo el día ella sufre pérdidas de leche que manchan sus ropas. H.W. tiene tres hijos; sale de su casa el lunes a las cinco de la mañana y no regresa hasta el sábado a las siete de la tarde, y entonces, sus hijos le dan tanto trabajo que no puede acostarse antes de las tres de la mañana. Muchas veces, empapada por la lluvia hasta los huesos, está obligada a trabajar en este estado. » Mis senos me han hecho sufrir terriblemente, he estado rebosante de leche «. El uso de narcóticos para mantener tranquilos a los niños, está favorecido por este infame sistema, y está extremadamente expandido en los distritos industriales; el Dr. Johns, inspector superior del distrito de Manchester, estima que esta costumbre es la causa principal de los frecuentes casos de muerte por convulsión. El trabajo de la mujer en la fábrica disuelve completamente la familia para ella, es fatal, y esta disolución tiene, en la sociedad actual que se basa en la familia, las consecuencias más desmoralizadoras, tanto para los esposos como para los hijos. Una madre que no tiene tiempo para ocuparse de su hijo, para darle durante los primeros años los cuidados más elementales; una madre que apenas puede ver a su hijo, no puede ser una madre para él: fatalmente, se vuelve indiferente, lo trata sin amor, sin cuidados, como un niño totalmente extraño. Los niños que han crecido en semejantes condiciones están más tarde completamente perdidos para la familia; no podrán sentirse nunca a gusto en la familia que funden ellos mismos, puesto que no han conocido más que el aislamiento en su vida, y es por eso que contribuyen necesariamente a la destrucción, general, de la familia en el caso de los obreros.
F. Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra.
* * *
LA DISOLUCIÓN DE LA FAMILIA
P O R
FRIEDRICH ENGELS
Una disolución análoga de la familia está provocada por el trabajo infantil. Cuando llegan a cobrar más de lo que les cuesta a sus padres alimentarlos, empiezan a dar a sus padres cierta suma para el mantenimiento y la vivienda y a gastar el resto para ellos mismos. Es lo que ocurre frecuentemente cuando llegan a los catorce o quince años. (Power: Rept. On Leeds; Tufnell: Rept. On Manchester, etc.… en el informe sobre la fábrica). En una palabra, los hijos se emancipan y consideran la casa familiar como un albergue que cambian por otro con bastante frecuencia cuando les deja de gustar.
En bastantes casos, la vida familiar no es destruida completamente sino desordenada por el hecho de que la mujer trabaje. Es la mujer la que alimenta a la familia, el hombre se queda en casa, cuida de los hijos, barre las habitaciones y cocina. El caso es frecuente, muy frecuente: sólo en Manchester, se registrarían varios cientos de hombres condenados de esta forma a trabajos domésticos. Puede imaginarse la revuelta legítima que esta castración causa entre los obreros, y qué alteración de todas las relaciones familiares se deriva, mientras que el resto de relaciones sociales continúan siendo las mismas.
(…)
Si es disuelta la familia de la sociedad actual, incluso en esta disolución podrá verse que en el fondo no era el amor familiar sino el interés privado, fatalmente conservado en esta falsa comunidad de bienes, el lazo que mantenía la familia.
F. Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra.