El 2020 ha sido un año muy duro. Muchos partieron antes de tiempo, sin ninguna oportunidad de ver cristalizados sus últimos sueños, después que el covid los empujó a los brazos de la muerte.
A pesar de las cifras, que alcanzan a las 1,324,249 defunciones y los 54,771,888 casos en el mundo y a las 2,293 muertes y los 135,157 casos en el país, aquí vivimos tan ajenos a lo que nos sucede que hay quienes reclaman el “derecho de preservar nuestra cultura” garantizando la tradicional cena de Nochebuena.
En un país que aún no controla el virus es chocante que haya personas dispuestas a exponerse más de lo racional (hay que trabajar porque ni modo) y, además, pidan que se flexibilicen las medidas. ¿Cómo se les ocurre pensar en estar en familia, a lo grande, en estos momentos?
La respuesta de las autoridades ha sido muy ilógica y absurda: pide que se haga un almuerzo, en lugar de cena. ¿Acaso es un asunto de hora? Juntarse, sin importar cuándo, es lo peligroso. Por tanto, no se puede.
Aunque sea triste, porque no hay una felicidad mayor que ver al familión junto, no hay necesidad de jugar a la ruleta rusa tan a lo bestia: esta Navidad toca quedarse en casa, celebrar de forma virtual y estar con los que tenemos más cerca.
Un año sin fiesta siempre será mejor que llegar al 2021 llorando por alguien que hayamos perdido o que esté interno después de haberse contagiado en Nochebuena. Sobrevivir al 2020 ha sido un tanto complicado como para entregar la faja a última hora: ¿no es mejor brindar por el 2021 a distancia, con la promesa de poder volver a estar juntos? Este es el año de la prudencia. No lo jodamos ahora.