Aunque estábamos en el declive del gobierno de Hipólito Mejía, en el año 2003, salí de mi casa para mudarme con “el amor de mi vida” (al final no fue así). Elegimos vivir en la Urbanización Real, que era una zona muy tranquila y tenía todas las facilidades cerca: supermercado, farmacia, ferretería… y el parque Mirador Sur.
Al principio todo fue perfecto. Poco a poco, sin embargo, el barrio cambió: las casas se convirtieron en torres, las calles antes semidesiertas se llenaron de vehículos, el agua que nunca faltaba empezó a escasear y hasta los pajaritos, de pronto, se marcharon. El remanso de paz, ese paraíso que habíamos elegido, se tornó en un gran infierno.
El cambio fue gradual y no puedo decir en qué momento exacto se desmadraron las cosas. Lo cierto es que un día me vi en mi casa, ya sola y al borde de la histeria porque tenía que levantarme una hora antes (el trayecto al trabajo pasó de 20 minutos máximo a una hora y hasta hora y media), no tenía agua para bañarme y debía subirla cinco pisos sin ascensor.
En el 2013 decidí irme. Necesitaba un espacio menos poblado, donde recobrara la paz y el tránsito no me robara una parte importante de mi vida.
Esos días, sin embargo, volvieron a mi memoria la semana pasada cuando el Concejo de Regidores del Ayuntamiento del Distrito Nacional aumentó la densidad de la Circunscripción 1 de 1,000 a 1,200 habitantes por kilómetro cuadrado. ¿Cómo aumentan la densidad así, sin tomar en cuenta los servicios que existen en los diversos sectores? ¡Cómo se nota que no lo han vivido nunca! ¿Algún día aprenderemos a planificar? Ojalá…