FOGARATE
RAMÓN COLOMBO
Sembrar un árbol demanda amar la vida. Luego, hay que hacer un hoyo con las manos para sentir el calor de nuestra fundamental esencia; que podemos imponernos al ser irracional que traemos dentro. Hacer que ese árbol crezca es cosa de abonarlo con nuestra bondad; creer en un futuro de bonanza; mantener viva la esperanza de que siempre habrá agua; soñar con que el viento nunca dejará de entonar su sinfonía de ramas. Amar el árbol es identificarnos como lo que somos: Humanos. Por todo eso, arrancar un árbol es un acto de barbarie que merece la más radical de las condenas. (Se lo digo con amargura a los depredadores de nuestros parques y jardines).