Trillada, la frase surge ante cada pérdida material: lo que importa es la vida. Repitiéndola, cientos de veces, se ha convertido en un cliché existencial cuando necesitamos consuelo tras un accidente de tránsito, un asalto o cualquier otra contingencia.
Ante una tragedia, sin embargo, cobra un sentido único: cuanto estás al punto de perder la vida olvidas completamente las posesiones, tal como lo comprobó mi hermana Pilar el miércoles de la semana pasada durante un incendio que destruyó la mitad de su apartamento.
El fuego, que tuvo lugar en horas de la madrugada, la obligó a salir con sus hijos dejándolo todo atrás; el tiempo fue justo el necesario para hacerlo. Hubo suerte.
Aunque los daños fueron muy importantes, la verdad es que no hemos pensado en lo que se perdió. La alegría de que estén vivos es lo único que cuenta, sobre todo hoy que podemos celebrar que mi sobrina Pilar Marie llega a sus quince otoños.
A pesar de que todavía no tenemos el informe de los bomberos, es probable que el incendio haya sido por un cortocircuito, lo que llama la atención porque hubo otros cuatro incendios que serían por la misma causa entre el jueves y el domingo: en Salud Pública, la UASD, en una cabaña de Santo Domingo Este y en un apartamento de Arroyo Hondo (mi hermana vive en esa zona también).
Creo que debe investigarse con profundidad si existe algún problema en los tendidos eléctricos, si hubo altos voltajes o es pura coincidencia. Sería bueno, en nombre de nuestra tranquilidad, que se pueda descartar que haya más siniestros: vivirlo es un drama de una magnitud tan grande que no se lo deseo a nadie.