Angustiados, cargando un equipaje lleno de incertidumbre, todos hemos perdido algo en este 2020 que solo nos ha dejado la certeza de que ya nada está escrito. Y es que nuestro mundo, antes tan seguro y confortable, se desdibuja cada día hundiéndonos en un mar de dudas.
Con suertes distintas, cada cual ha ido sorteando la pandemia de la mejor manera que puede. Ha sido más fácil, por supuesto, para quienes hemos corrido con la ventura de conservar -al menos todavía- el empleo. El panorama, sin embargo, es tan desalentador que nadie escapa al temor de perderlo.
La conmoción es, sin dudas, generalizada. Por ello, mientras uno busca las formas de lidiar con el alza constante de los precios en los supermercados, resulta despiadado que el Gobierno nos quiera gravar hasta los escasos espacios de solaz que nos estamos permitiendo (por aquello del impuesto a los servicios digitales).
El desatino llega al punto de que nos quieren cobrar por todo gasto en dólares a través de las tarjetas de crédito, aunque la compra se haga fuera del país, y hasta por nuestro sagrado doble sueldo.
Mientras eso sucede en Educación casi gastan RD$692,828 en orquídeas, lo que demuestra que antes de pensar en impuestos pueden recortar los gastos superfluos de los ministerios. Otra fórmula de engrosar las maltrechas arcas del Estado es disminuir los megasalarios que existen en algunas dependencias.
El Gobierno, en lugar de gravar los días de los pendejos (nosotros), debe reducir el gasto. De no hacerlo, enfrentará las consecuencias de un pueblo que se cansó. Está bueno de abusar. ¡Basta ya!