Hay que tener cuidado con el desarrollo prematuro de pre candidaturas electorales presidenciales con miras a procesos de seguimiento democrático en nuestro país, dentro de la alternabilidad consagrada constitucionalmente e impulsada con voluntad y decisión por el Presidente Luis Abinader. En estos momentos se trata por condicionamientos y variables sociales, de cerrar filas de manera coherente y firme con las arduas tareas asumidas por el Gobierno, para hacer frente a las diferentes necesidades sociales y las crecientes demandas de orden local regional.
La politiquería no cesa de laborar prematuramente en forma desenfrenada. Abusando del orden y clima altamente democrático que vivimos, y frente a las constantes demandas y pedimentos reivindicativos de una sociedad flagelada durante su vida republicana por frustraciones y confundida por “cantos de sirenas”, algunos sectores opositores sin más sentido de la oportunidad, que su propia carencia de miras, incitan a impulsar y promover sus aspiraciones fuera del calendario de tiempo cautivo. La actual gestión presidencial ratificada hace apenas algunos meses por la voluntad popular puede verse o sentirse erosionada por ambiciones legítimas pero impropias, que desaten una ilusión óptica paralela de democracia funcional, que lejos de airear los fundamentos democráticos alternativos de toda democracia, contribuyan a erosionar el sistema que ampara y sostiene en espacio y tiempo la estabilidad de nuestras instituciones.
Venimos parcialmente de experiencias traumáticas en el orden de aspiraciones presidenciales. En ese ejercicio de derechos incuestionables de una democracia, sufrimos escisiones fatales, no porque fueran indebidas las licencias democráticas de aspirar a las sucesiones alternativas del Poder, sino porque las contradicciones emergidas de la pluralidad prematura de candidaturas, dislocó todo sentido de prudencia y comedimiento, conllevando incluso tragedias como la muerte del querido presidente Antonio Guzmán. Fuimos testigos de cómo en un momento determinado, las necesidades coyunturales nos llevaron a compromisos fuera del aparato ideológico e institucional, a pactar con nuestros propios adversarios históricos, porque en algunos casos como en abril del 65 fue procedente privilegiar intereses coyunturales para lograr objetivos parciales como lo fue el retorno a la constitucionalidad democrática sin elecciones.
Es consabida la debilidad histórica institucional del Estado dominicano. El presidente Abinader ha hecho énfasis en la necesidad de apuntalar la democracia dentro de los cánones que regulan el funcionamiento del aparato estatal, previendo los efectos fatales de competencias prematuras que pueden mediatizar o interrumpir la dinámica del ejercicio del Poder, sometido a profundos efectos de la crisis global y los vaivenes de los mercados económicos mundiales.
Uno de los aportes a la democracia funcional, de parte del Presidente Abinader ha sido la conducción mesurada, el ejercicio de una honestidad reluciente con escasos precedentes en el Estado dominicano a través de la historia. Las ambiciones fuera de tiempo son gusanillos mortales que contaminan la praxis política y nos desvían de nuestros objetivos supremos. En cierta medida vivimos la era del espectáculo a nivel global y tenemos que afrontar el riesgo encarando con objetividad nuestras prioridades, actuando con moderación y cautela. El presidente Abinader es un hombre de su tiempo, actualizado, con sentido democrático esencial, ha estado ejerciendo un poder virtualmente consensuado sin que podamos dudar de la intencionalidad y de la praxis democrática de su mandato constitucional. En ese sentido la variable incisiva apunta hacia la consagración de un período de consolidación de su mandato y de la ratificación de su ejercicio gubernamental apegado a sus convicciones y decencia de estadista.