Trotsky y el Leninismo y (IV). Lenin y la Revolución Permanente

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Lenin y la Revolución Permanente

El problema de la mecánica de la Revolución Proletaria Mundial es uno de los grandes puntos de controversia entre el trotskismo y el leninismo. La posición de Trotsky en este asunto está clara. Repasémosla, de todas formas, con un resumen claro y conciso en palabras del propio autor:

“La dictadura del proletariado, que sube al Poder en calidad de caudillo de la revolución democrática, se encuentra inevitable y repentinamente, al triunfar, ante objetivos relacionados con profundas transformaciones del derecho de propiedad burguesa. La revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en permanente. (…).

El triunfo de la revolución socialista es inconcebible dentro de las fronteras nacionales de un país. Una de las causas fundamentales de la crisis de la sociedad burguesa consiste en que las fuerzas productivas creadas por ella no pueden conciliarse ya con los límites del Estado nacional. De aquí se originan las guerras imperialistas, de una parte, y la utopía burguesa de los Estados Unidos de Europa, de otra. La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta.

El esquema de desarrollo de la revolución mundial, tal como queda trazado, elimina el problema de la distinción entre países ‘maduros’ y ‘no maduros’ para el socialismo, en el sentido de la clasificación muerta y pedante que establece el actual programa de la Internacional Comunista. El capitalismo, al crear un mercado mundial, una división mundial del trabajo y fuerzas productivas mundiales, se encarga por sí sólo de preparar la economía mundial en su conjunto para la transformación socialista.”[66]

Por su parte, Lenin adopta como punto de arranque la tesis marxista clásica, recogida por la tradición de la II Internacional y que con tanta ortodoxia profundizó Trotsky, sobre la necesidad de un escenario internacional para la revolución proletaria. Sin embargo, durante la Primera Guerra Mundial, Lenin penetró aún más en el estudio económico del capitalismo y alcanzó a comprender su transformación cualitativa en capitalismo monopolista, en imperialismo. Sobre esta base conceptual abordó algunas de las cuestiones políticas candentes en ese momento en el marco de la política europea, como la consigna de moda de los “Estados Unidos de Europa”, que, como bien señala Trotsky, fue una respuesta utópica de la burguesía contra futuras guerras. En 1915, Lenin sometió a crítica, en el contexto del debate sobre aquella consigna –a la que tachó de reaccionaria e imperialista–, la idea de los “Estados Unidos del mundo”:

“Los Estados Unidos del mundo (y no de Europa) constituyen la forma estatal de unificación y libertad de las naciones, forma que nosotros relacionamos con el socialismo, mientras la victoria completa del comunismo no traiga la desaparición definitiva de todo Estado, incluido el Estado democrático. Sin embargo, como consigna independiente, la de los Estados Unidos del mundo dudosamente sería justa, en primer lugar, porque se funde con el socialismo y, en segundo lugar, porque podría conducir a la falsa idea de la imposibilidad de la victoria del socialismo en un solo país y a una interpretación errónea de las relaciones de este país con los demás.

La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. De aquí se deduce que es posible que el socialismo triunfe primeramente en unos cuantos países capitalistas, o incluso en un solo país capitalista. El proletariado triunfante de este país, después de expropiar a los capitalistas y de organizar la producción socialista dentro de sus fronteras, se enfrentaría con el resto del mundo, con el mundo capitalista, atrayendo a su lado a las clases oprimidas de los demás países, levantando en ellos la insurrección contra los capitalistas, empleando, en caso necesario, incluso la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados.”[67]

Este texto es importante porque, desde la crítica de la hipótesis de una posible unidad mundial de Estados bajo las condiciones del capitalismo, Lenin deduce la concepción científica de la mecánica del desarrollo de la Revolución Proletaria Mundial en consideración a las premisas económicas del desarrollo capitalista en su etapa imperialista. En otras palabras: el desarrollo económico desigual del capitalismo puede provocar que la cadena imperialista mundial se rompa por su eslabón más débil, de modo que el socialismo triunfe en primer lugar en varios o en un solo país, cuyo proletariado aplicará la política del internacionalismo revolucionario para extender la revolución por todo el mundo. En definitiva, Lenin vaticina en 1915 lo que terminaría por ocurrir a partir de Octubre.

Queda el interrogante de si en esta cita Lenin se refiere a los países con un capitalismo relativamente avanzado o a cualquiera de los países del orbe. Desde luego, la visión del imperialismo como una cadena que atenaza a todas las naciones del mundo es la más adecuada a sus presupuestos teóricos y a la idea del eslabón débil, por lo que habría que considerar que cualquiera de los países oprimidos económicamente atrasados podría ser ese “eslabón débil”. En cualquier caso, Lenin todavía no lo formula en estos términos y lo cierto es que se refiere explícitamente a los “países capitalistas” (¿entraría Rusia en esta definición?). Lo cierto también es que, para 1917, Lenin abandona esta posición teórica:

“Rusia es un país campesino, uno de los países europeos más atrasados. En ella no puede triunfar el socialismo inmediatamente, de un modo directo. Pero, sobre la base de la experiencia de 1905, el carácter campesino del país –en el que se conserva un enorme fondo agrario de los terratenientes nobles– puede dar enorme impulso a la revolución democrática burguesa en Rusia y hacer de nuestra revolución el prólogo de la revolución socialista universal, un peldaño hacia ella. (…).

En Rusia no puede triunfar el socialismo de manera directa e inmediata. Pero la masa campesina puede llevar la revolución agraria, ineluctable y en sazón, hasta la confiscación de toda la inmensa propiedad terrateniente. (…).

Semejante revolución, por sí sola, no sería todavía socialista, ni mucho menos. Pero daría un impulso gigantesco al movimiento obrero mundial. Reforzaría extraordinariamente las posiciones del proletariado socialista en Rusia y su influencia entre los obreros agrícolas y los campesinos pobres. Permitiría al proletariado urbano, apoyándose en esta influencia, formar organizaciones revolucionarias como los ‘Soviets de diputados obreros’, sustituir con ellos los viejos instrumentos de opresión de los Estados burgueses (el ejército, la policía y la burocracia) y aplicar –bajo la presión de la guerra imperialista, insoportablemente dura, y de sus consecuencias– una serie de medidas revolucionarias para controlar la producción y la distribución de los productos.

El proletariado ruso no puede culminar victoriosamente la revolución socialista sólo con sus propias fuerzas. Pero puede dar a la revolución rusa tal envergadura, que cree las mejores condiciones para ella, que la empiece, en cierto sentido. Puede aliviar la situación para que entre en las batallas decisivas su colaborador principal, más fiel y más seguro, el proletariado socialista europeo y americano.(…).

Las condiciones objetivas de la guerra imperialista son garantía de que la revolución no se limitará a la primera etapa de la revolución rusa, de que la revolución no se limitará a Rusia.

El proletariado alemán es el aliado más fiel y más seguro de la revolución proletaria rusa y mundial.”[68]

Nos encontramos en plena vorágine revolucionaria en Rusia, mientras que en Europa los contendientes en la guerra imperialista ya dan síntomas de agotamiento. Sobre todo Alemania, que se siente acorralada y se dispone a realizar su último pero decisivo esfuerzo bélico ante la perspectiva de la inminente entrada de los Estados Unidos en la guerra. La crisis social se adivina en el horizonte europeo. En estas circunstancias, el plan estratégico de los revolucionarios rusos les inclinaba a considerar a Rusia como un país secundario en la próxima revolución internacional, aunque cumpliese el papel protagonista de ser la chispa iniciadora del incendio revolucionario de Europa. Este era el criterio con que se manejaban Lenin y los bolcheviques a partir de la primavera de 1917, y con este criterio y aquella perspectiva de la revolución europea asaltaron el Palacio de Invierno el 7 de noviembre. Sin embargo, tras el triunfo de Octubre y una vez asentada la revolución, la valoración de la relación entre el factor nacional y el internacional de la revolución fue obligando a Lenin a abandonar paulatina pero indefectiblemente la posición teórica sobre la revolución proletaria clásica de la socialdemocracia occidental a la que había retornado en 1917[69]. La propia experiencia de la revolución soviética incitará en Lenin una reelaboración y el reinicio de la evolución de su pensamiento en este terreno. Ya en el otoño de 1918, Lenin parece haber asimilado la primera lección tras un año de experiencia soviética:

“Si los explotadores son derrotados solamente en un país –y este es, naturalmente, el caso típico, pues la revolución simultánea en varios países constituye una rara excepción–, seguirán siendo, no obstante, más fuertes que los explotados, porque sus relaciones internacionales son poderosas.”[70]

Es decir, el proceso, la mecánica del movimiento de la Revolución Proletaria Mundial no se asemeja para nada al “sentido nuevo y más amplio” de la Revolución Permanente como proceso ininterrumpidamente trasgresor de las fronteras nacionales que le da Trotsky. Parece claro, entonces, que tras un año de experiencia revolucionaria, Lenin, antes incluso de los fracasos de los asaltos revolucionarios de 1923, había perdido toda esperanza en la revolución “europea y americana” y en la “revolución proletaria mundial” y se disponía a aceptar, al menos tácitamente, la teoría del triunfo aislado y paulatino de la revolución. Pero una cosa es el modo, la forma del proceso y otra su contenido, su programa de construcción económica y sobre qué clases se apoya.

En noviembre de 1920, con motivo de la celebración del tercer aniversario de Octubre, Lenin volvía a recordar que, en las jornadas de 1917, en su pensamiento estaba sólidamente arraigada la idea de que:

“(…) nuestra victoria sólo sería firme cuando triunfara nuestra causa en todo el mundo, ya que iniciamos nuestra obra confiando exclusivamente en la revolución mundial.”[71]

Sin embargo,

“Ahora, al cabo de tres años, resulta que somos muchísimo más fuertes que antes, pero que la burguesía mundial es también muy fuerte todavía y, a pesar de que es incomparablemente más fuerte que nosotros, podemos afirmar que hemos triunfado. (…).

Cuando decimos esto tampoco debemos olvidar otro aspecto: que sólo hemos triunfado a medias. Hemos triunfado porque hemos sabido mantenernos frente a unos Estados más fuertes que nosotros y que, además, se habían unido a nuestros explotadores emigrados: los terratenientes y los capitalistas. Hemos sabido siempre –y no lo olvidaremos– que nuestra causa es una causa internacional, y mientras no se realice la revolución en todos los Estados –incluidos los más ricos y civilizados–, nuestro triunfo representará únicamente la mitad de la victoria o quizá menos.”[72]

Y este triunfo a medias de la revolución significa que:

“(…) el peligro no ha desaparecido, existe y seguirá existiendo hasta que triunfe la revolución en uno o en varios países avanzados.”[73]

Entonces, para que la victoria sea completa, la abnegada labor de resistencia contra la reacción (guerra civil) y la agresión imperialista (intervención militar) debe ser completada con una labor de construcción y creación[74].

Hacia el otoño de 1920, en definitiva, Lenin ha roto con la idea de revolución europea y centra toda su atención, a corto plazo, en el problema del sostenimiento del poder revolucionario. En este sentido, es el espíritu de Brest-Litovsk, de conservación a toda costa del partido bolchevique en el poder, lo que continúa inspirando a Lenin. Desde luego, en torno a los debates sobre la paz de Brest y en la polémica contra los comunistas de izquierda, que querían continuar la guerra hasta el estallido social en Alemania, Lenin establece  claramente la jerarquía de prioridades del poder soviético: defender y consolidar la revolución en Rusia, aunque sea a costa de desvincularla orgánicamente de Europa[75]. Sin embargo, desde el punto de vista estratégico, el jefe bolchevique aún considera al proletariado occidental como la reserva principal tanto de la Revolución Proletaria Mundial como de la consolidación definitiva del poder soviético. Ganar tiempo y recuperarse para aguantar hasta que el proletariado de los países capitalistas desarrollados vayan en su ayuda[76]. Estos son los parámetros con los que se maneja la dirección bolchevique tres años después del Octubre.

En estos momentos –que son todavía los del Comunismo de guerra–, Trotsky coincide, básicamente, con estos lineamientos estratégicos de la revolución vista desde la perspectiva soviética, a pesar de su posición ambigua hacia la firma de la paz de Brest-Litovsk[77]. Realmente, el discurso oficial de los dirigentes soviéticos todavía se construía sobre los elementos políticos básicos de la Revolución Permanente de Trotsky (proletariado internacional como reserva estratégica principal de la revolución rusa, y política de repliegue y recuperación acorde con un momento coyuntural de impasse de la revolución internacional que continuaría extendiéndose hacia Occidente), mientras que las declaraciones de Lenin y de otros dirigentes acerca de la posibilidad de éxito relativo de la edificación socialista en un país aislado, que no aparentaban ser formuladas con intenciones teóricas, bien podían ser interpretadas como puro pragmatismo político para encarar la situación creada. Sin embargo, lo que verdaderamente se estaba dando en el fuero más interno del pensamiento leninista no tenía nada que ver con el pragmatismo político. Ciertamente, en su constante esfuerzo por comprender los hechos a la luz de la doctrina marxista, Lenin terminará poniendo en cuestión no sólo la idea clásica sobre el mecanismo de desarrollo de la revolución proletaria, sino también los viejos axiomas sobre el apoyo social de la misma y el carácter de la construcción de la nueva economía. Y son las circunstancias que acompañan a la adopción de la Nep por el X Congreso del PC(b)R, en marzo de 1921, y el significado de este giro en la política de construcción del socialismo en Rusia los que sirven de catalizador para la transformación en Lenin de algunas de sus concepciones sobre la Revolución Proletaria Mundial.

En diciembre de 1921, ante el IX Congreso de los Soviets de Toda Rusia, dice:

”Ahora bien, ¿cabe concebir que una república socialista pueda subsistir en medio del cerco capitalista? Eso parecía inconcebible lo mismo en el sentido político que en el militar. Que esto es posible en los sentidos político y militar es ya cosa demostrada, ya es un hecho.”[78]

Las posibilidades de supervivencia de un solo país socialista en medio del cerco capitalista no son, por tanto, coyunturales, sino que este hecho es posible contemplarlo a largo plazo. Después de añadir que también es posible la supervivencia de una república socialista aislada en el sentido comercial, en relación con sus posibilidades de recabar recursos en el mercado internacional, Lenin pasa a la cuestión crucial del nuevo basamento sobre el que se sostiene la revolución:

“(…) la cuestión más esencial y más cardinal de toda nuestra revolución y de todas las futuras revoluciones socialistas (tomadas a escala universal). La cuestión más cardinal y más esencial es la actitud de la clase obrera ante los campesinos, la alianza de la clase obrera con el campesinado.”[79]

Para Lenin, la necesaria alianza entre el proletariado y el campesinado había adoptado una forma política y militar durante el Comunismo de guerra. Ahora, en la posguerra y en un periodo de estabilidad y de equilibrio de fuerzas a nivel internacional, debía adoptar una forma económica[80]. Este era el primigenio significado de la Nep. Pero ésta tenía un calado mucho más profundo, de alcance histórico, de “escala universal”:

“Sólo en el afianzamiento de la alianza de los obreros y los campesinos reside la garantía de que toda la humanidad ha de verse libre de cosas como la reciente matanza imperialista, de las atroces contradicciones que hoy vemos en el mundo capitalista, donde un pequeño número, un puñado insignificante de las potencias más ricas se ahoga en su abundancia, mientras la inmensa mayoría de la población del globo terrestre sufre penalidades sin poder gozar de la cultura ni de los abundantes recursos existentes, que no encuentran salida por falta de mercado.”[81]

Lenin finaliza su discurso insistiendo en que la unión de la clase obrera con los campesinos es una tarea “no sólo rusa, sino universal”[82]. De modo que, para el invierno de 1921-1922, tenemos que Lenin se ha desembarazado del penúltimo requisito clásico de la Revolución Proletaria Mundial, que versaba sobre una determinada disposición de las fuerzas sociales de clase. Lenin ya no mira al proletariado internacional en su conjunto, sino que pone el peso en la construcción de sólidos vínculos entre sus destacamentos nacionales y el resto de los sectores populares. Al final de su vida dará el definitivo espaldarazo a esta nueva perspectiva cuando le otorgue carta de naturaleza al describir su significado concreto a escala mundial:

“El desenlace de la lucha depende, en última instancia, del hecho de que Rusia, la India, China, etc., constituyen la mayoría gigantesca de la población. Y precisamente esta mayoría de la población es la que se incorpora en los últimos años con inusitada rapidez a la lucha por su liberación, de modo que, en este sentido, no puede haber ni sombra de duda respecto al desenlace final de la lucha a escala mundial.

Pero lo que nos interesa no es esta inevitabilidad de la victoria definitiva del socialismo. Lo que nos interesa es la táctica que nosotros, el Partido Comunista de Rusia, que nosotros, el Poder soviético de Rusia, debemos seguir para impedir que los Estados contrarrevolucionarios de Europa Occidental nos aplasten. Para asegurar nuestra existencia hasta la siguiente colisión militar entre el Occidente imperialista contrarrevolucionario y el Oriente revolucionario y nacionalista, entre los Estados más civilizados del mundo y los Estados atrasados al modo oriental, los cuales, sin embargo, constituyen la mayoría, es preciso que esta mayoría tenga tiempo de civilizarse.”[83]

En otras palabras, en el epílogo de su carrera, Lenin no sólo había trastocado la visión tradicional sobre las alianzas estratégicas del proletariado revolucionario, sino que, llevando ese cambio de perspectiva hasta sus últimas consecuencias, dejó indicado que el futuro de la Revolución Proletaria Mundial debía de dejar de mirar hacia Occidente para desviar su vista hacia Oriente, donde estaba en candelero la revolución de liberación nacional.

Finalmente, y para resumir, Lenin consigue cerrar el ciclo lógico de su cosmovisión política y termina, en el ámbito de la teoría general de la revolución proletaria, justo en el mismo punto donde comenzó cuando estableció la táctica y la línea general de la revolución rusa:

“Pero ¿y si lo peculiar de la situación llevó a Rusia a la guerra imperialista mundial, en la que intervinieron todos los países más o menos importantes de Europa Occidental, y puso su desarrollo al borde de las revoluciones de Oriente que estaban comenzando y en parte habían comenzado ya, en unas condiciones que nos permitían poner en práctica precisamente esa alianza de la ‘guerra campesina’ con el movimiento obrero, de la que escribió como de una perspectiva probable en 1856 un ‘marxista’ como Marx, refiriéndose a Prusia?”[84]

La alianza del proletariado y el campesinado para la revolución rusa; la alianza del movimiento obrero occidental y de la dictadura del proletariado con la guerra campesina de Oriente como motor de la Revolución Proletaria Mundial. En esto se resume la visión política de Lenin en sus rasgos más fundamentales. Visión a todas luces alejada de la de Trotsky y su Revolución Permanente.

El debate de 1924 en el seno del PC(b)R

Los resultados de la evolución del pensamiento de Lenin en el tema del modo en que debería tener lugar el proceso revolucionario mundial nunca llegaron a ser expuestos de una forma sistemática. Lenin cae enfermo en mayo de 1922 y no pudo reincorporarse al trabajo hasta octubre. Pero en marzo de 1923 sufre una recaída que le apartará definitivamente de la política. Morirá el 21 de enero de 1924. Sin embargo, los elementos materiales que sirvieron de impulso al pensamiento leninista estaban ahí, formando parte de la experiencia común del partido bolchevique como colectivo. Las conclusiones a las que Lenin se había acercado no tenían porqué ser patrimonio de un individuo. Es más, la necesidad histórica iba a obligar a un sector de la dirección del PC(b)R a recorrer el mismo camino que Lenin y a extraer las pertinentes consecuencias. Efectivamente, en el verano y en el otoño de 1923, tuvieron lugar sendas intentonas insurreccionales por parte del Partido Comunista de Bulgaria y del Partido Comunista de Alemania que terminaron en derrota. A partir de aquí, el empuje internacional de la revolución proletaria iniciada en 1917 se apaga definitivamente. Cada vez más resulta evidente que la necesaria ayuda del proletariado occidental para la supervivencia de la Rusia soviética no llegaría, al menos bajo la forma de revoluciones proletarias; cada vez más se ponía en el orden del día de la agenda política del Comité Central del PC(b)R el problema de cómo afrontar la nueva situación de repliegue general de la Revolución Proletaria Mundial. En esta tesitura, sólo era una cuestión de tiempo que la historia y el partido bolchevique ajustaran cuentas con la teoría de Trotsky, no sólo como instrumento para comprender el pasado, sino como punto de apoyo para afrontar el futuro.

Es importante señalar el carácter objetivo y prácticamente inevitable de este desenlace y denunciar la interpretación conspirativa y maniquea sobre los enfrentamientos que  tuvieron lugar en el seno de la dirección del partido bolchevique tras el fallecimiento de Lenin, interpretación muy en boga entre los intelectuales orgánicos y filotrotskistas. Es importante resaltar que, bajo la apariencia de una lucha por el poder –que expresaba sólo el aspecto secundario del hecho, aunque tristemente sea el único aspecto que contempla la historiografía burguesa–, el debate sobre la táctica y la teoría general de la Revolución Proletaria Mundial que tuvo lugar en la dirección del partido a partir del otoño de 1924 – debate cuya altura intelectual rara vez ha sido igualada por ningún otro grupo dirigente en el mundo– fue la legítima expresión ideológica y política de la lucha de clases que se estaba desenvolviendo en la Rusia soviética reflejada en el interior del partido comunista.

Sin embargo, por lo que se refiere al aspecto conspirativo de este episodio, también es preciso advertir contra la versión oficial de la historiografía burguesa, por cuanto presenta a Trotsky como la víctima propiciatoria de un contubernio tramado contra su supuesta posición de favorito del partido (e, incluso, de Lenin) por las fuerzas oscuras de la vieja guardia y del aparato del partido. La verdad de los hechos, empero, es bien distinta. Independientemente de todo juicio de valor, lo único cierto es que justamente en el momento en que se tomaba conciencia de que sería prácticamente imposible la recuperación de Lenin y coincidiendo con una importante crisis financiera y comercial (denominada crisis de las tijeras) de la economía soviética, Trotsky envió una carta al Comité Central del PC(b)R, fechada el 8 de octubre de 1923, en la que criticaba la burocratización del partido, la falta de democracia interna y en la que planteaba la necesidad de la planificación como eje central de la organización y del desarrollo económico. Casi simultáneamente, el 15 de octubre, sale a la luz pública lo que se conocería como Plataforma de los 46, firmada por antiguos comunistas de izquierda y miembros del grupo Centralismo Democrático, además de conocidos amigos y colaboradores de Trotsky. El manifiesto de esta plataforma toca exactamente los mismos temas que la carta de Trotsky y denuncia a la dirección del partido y del Estado, reclamando su renovación  en estrecha concordancia con un nuevo régimen interno, más “democrático”, dentro del partido. En octubre, el Comité Central aprobó una resolución condenando la actitud de Trotsky y de la oposición, y en diciembre, otra Sobre la democracia interna del Partido, aceptada por unanimidad –incluyendo a Trotsky– y que significaba un intento de conciliación entre las diferentes posiciones de la dirección del PC(b)R. Pero exactamente un día después de la publicación de la resolución del Comité Central, Trotsky, saltándose todo procedimiento orgánico interno y la autoridad del Comité Central, violó el espíritu de la última resolución del máximo órgano del partido y envió una nueva carta a las células reiterando sus denuncias contra la posible degeneración de la vieja guardia y la burocratización del aparato del partido, burocratización que, según él, alejaba a aquél de las masas y de las nuevas generaciones de comunistas. La XIII Conferencia (enero de 1924) y el XIII Congreso (mayo de 1924) condenaron nuevamente a la oposición tildándola de pequeñoburguesa y no leninista.

Era como si de repente Trotsky quisiera dar un vuelco en el partido tanto en el plano político como organizativo. La desaparición de Lenin y la crisis de las tijeras[85], coincidiendo con los ataques directos contra la dirección del partido y del Estado, no invitan a pensar otra cosa que Trotsky seguía un plan de reforma dirigido a la destitución de la actual directiva política y hacia un giro político probablemente en el sentido de liquidar la Nep. Ciertamente, después del debate sobre los sindicatos, del que salió derrotado, y con la adopción de la nueva política económica (Nep), Trotsky pasa a un segundo plano en la vida pública. De dirigir el Comisariado del transporte, de importancia estratégica en la recuperación económica, es relegado al Comisariado de la Guerra, negociado apartado de la ejecución de las grandes decisiones políticas y económicas a partir de 1921. Esto, naturalmente, se correspondía con el paso a un periodo pacífico y de repliegue de la revolución, y no es ninguna casualidad que Trotsky, el comandante del Ejército Rojo y el gran teorizador de la ofensiva revolucionaria, de la “revolución en estado permanente”, se mantuviese relativamente alejado y en la sombra hasta que la crisis económica, unida al problema de la continuidad política de la revolución surgido con el fallecimiento de Lenin, prestasen a Trotsky el contexto necesario para intentar un asalto a la cúpula del poder para readecuar la política del Estado y del partido soviéticos a sus concepciones políticas. El asunto de la incapacidad política de la vieja guardia y el de la burocratización del aparato de la dictadura del proletariado le sirvieron para plantear y dirigir su ataque (primero, tanteando el terreno, después, como veremos, más intensamente). En esta nueva batalla política entre Trotsky y los epígonos de Lenin (como él gustaba denominarlos peyorativamente), aquél parece nuevamente dejarse llevar por el fatalismo formalista de su teoría, por aquella funesta y abstracta lógica de las cosas que según él “obliga” a la revolución a ser “permanente”. Así, el hecho de que la revolución soviética no haya traspasado las fronteras nacionales después de un lustro y que el proletariado ruso no haya conseguido apoyarse más que en el campesinado, no puede acarrear, desde los presupuestos de la teoría de la Revolución Permanente, más que síntomas de degeneración[86]. Trotsky no aduce argumentos novedosos, más que los que viene esgrimiendo tradicionalmente el partido contra el reconocido problema del burocratismo y los que le proporciona la reciente crisis económica. Pero ni Trotsky está exento de actitudes coactivo-administrativas, muy alejadas de los métodos de la persuasión y de la democracia, en su reciente pasado político (no olvidemos que la discusión sobre los sindicatos puso de manifiesto que Trotsky fue uno de los últimos en el partido en abandonar la mentalidad del periodo de Comunismo de guerra), ni es ajeno, en política económica, a las concepciones centralizadoras y explotadoras del campo que provocaron las tijeras del otoño de 1923. No hay, en este momento, ningún elemento en la vida soviética lo suficientemente novedoso que justifique una crítica y una reforma tan a fondo de la política y de la organización del partido como proponían Trotsky y los 46 después de la muerte de Lenin y no antes. Sólo la vacante de Lenin y un supuesto proceso degenerativo del sistema político no sustentado sobre argumentos fundados en la realidad, sino más bien en el “resultado” lógico que en la mente de Trotsky debía producir invariablemente el incumplimiento de todas las condiciones de su teoría política sobre el decurso de la revolución proletaria. En consecuencia, podemos deducir que –movido por las conclusiones a las que le conduciría su idealista y subjetivo método de análisis– era más probable que fuera Trotsky quien, en 1923-1924, estaba ocupado en tramas conspirativas inconfesables[87], necesarias para dar un giro a la situación de la política soviética que permitiese reanudar la ofensiva revolucionaria del proletariado ruso para superar su actual limitación nacional.

Este era el ambiente político que reinaba en el partido cuando Trotsky escribe el prólogo al tercer volumen de la recopilación de sus obras, publicado en noviembre de 1924. El prefacio introductorio, titulado Lecciones de Octubre, era un ataque en toda regla contra los cuadros dirigentes más veteranos del bolchevismo (la “vieja guardia”, acepción recogida por Trotsky de la polémica de Lenin con sus camaradas bolcheviques con motivo de las Tesis de Abril). A diferencia de otros escritos anteriores, Trotsky, en éste, señala con el dedo a la mayoría de la dirección bolchevique acusándola de pusilánime y vacilante, recordando su incredulidad y su oposición cuando en abril del 17 Lenin les propuso el cambio de su vieja consigna de 1905 por la de “Todo el poder a los Soviets”. Trotsky repasa los acontecimientos de 1917, entre Febrero y Octubre, para demostrar que en toda revolución surge “como una ley infalible el hecho que en el pasaje del trabajo preparatorio para la revolución a la lucha inmediata por el poder, surge una crisis inevitable en el partido”[88], e identifica a la casi totalidad de la dirección bolchevique (aunque sin dar nombres) que estaba en Febrero en el interior de Rusia, con los portadores de esa crisis, al oponerse a las nuevas directrices de Lenin en abril. Igualmente, recuerda la oposición de un sector de la dirección cuando Lenin planteó, en el mes de octubre, el problema de la insurrección como una cuestión práctica inmediata (y aquí sí nombra personalmente a Kamenev). La intención expresa de Trotsky, según él, no era la de abrir las viejas heridas, sino la de extraer las lecciones pertinentes de la experiencia de la revolución rusa para que sirvieran a los partidos comunistas en el futuro, habida cuenta de los recientes fracasos en Alemania y Bulgaria, que notoriamente, al parecer, no habían intentado asimilar el significado de Octubre antes de sus infructuosos intentos insurreccionales. Sin embargo, lo que consiguió, naturalmente, fue provocar y enfurecer al sector mayoritario de la dirección del PC(b)R, por un lado, y, por otro, plantear la cuestión de la vigencia de la teoría de la Revolución Permanente. Y esta última vindicación, que no aparecía sino de manera implícita en el texto[89], fue lo que terminó centrando la parte medular del debate que se abrió inmediatamente en el partido.

Nos limitaremos, aquí, a repasar de manera breve únicamente el tema que está directamente relacionado con la cuestión de la vigencia o validez, desde el punto de vista leninista, de la teoría de Trotsky. En este sentido, quien se opone de manera más consecuente con la teoría de la Revolución Permanente es Stalin, que ya en este primer debate contra Trotsky adelanta su teoría del Socialismo en un solo País, aunque sólo en esbozo, pues no será hasta la siguiente controversia en el seno de la dirección del partido (que enfrentó a la Plataforma de los con Stalin y Bujarin) que Stalin desarrolle más su nueva tesis y la interponga formalmente como síntesis de su línea política. Aunque Bujarin trató de profundizar más en la crítica de los postulados de Trotsky llevándola hasta sus presupuestos metodológicos[90], fue Stalin quien mejor tradujo políticamente la crítica dirigida contra Trotsky, no sólo porque opone frente a éste una línea política alternativa, sino también porque realiza el esfuerzo de síntesis del pensamiento de Lenin (principalmente con su trabajo, producto de la polémica con Trotsky de 1923, Los fundamentos del leninismo), dándole el cuerpo y la coherencia interna necesarias para servir de soporte ideológico a esa línea política, e imprescindibles para que en el futuro pudiera formar el núcleo sólido de una de las principales corrientes dentro del movimiento obrero internacional.

La línea política que defiende Stalin perseguía la continuidad de la Nep como etapa de reconstrucción y acumulación de fuerzas para la revolución, desde una determinada correlación entre las clases sociales fundada, principalmente, en la alianza del proletariado con el campesinado medio. Stalin extrajo todas las consecuencias teóricas de esta política –como ya había hecho Lenin– en lo tocante a la relación de la revolución soviética con la Revolución Proletaria Mundial. Hasta tal punto que el mismo Trotsky reconoció que la teoría del Socialismo en un solo País era la única que se había enfrentado con coherencia a su teoría de la Revolución Permanente.

En su primera intervención importante en el debate del otoño de 1924 (un discurso en el Consejo Central de los Sindicatos, el 19 de noviembre, publicado luego bajo el título de ¿Trotskismo o Leninismo?), Stalin señala que una de las particularidades del trotskismo –además de su desconfianza hacia el principio bolchevique de partido y hacia los jefes del bolchevismo– es su teoría de la Revolución Permanente. Para Stalin, el trotskismo es, en sustancia, esa teoría, que no es otra cosa que “la revolución haciendo caso omiso de los campesinos pobres como fuerza revolucionaria”. La teoría política de Trotsky también significa “’saltar’ por encima del movimiento campesino, ‘jugar a la toma del Poder’”, y su aplicación conduciría al “fracaso inevitable, porque apartaría del proletariado ruso a su aliado, es decir, a los campesinos pobres”. Finalmente, Stalin indica que Trotsky consideró desde 1905 al leninismo como una teoría con “rasgos antirrevolucionarios” porque “el leninismo defendía y logró imponer en su tiempo la idea de la dictadura del proletariado y del campesinado.”[91]

Pero donde más profundiza Stalin su crítica a Trotsky, no limitándose a adoptar una actitud negativa, sino ofreciendo positivamente una alternativa, es en su trabajo intitulado La  Revolución de Octubre y la táctica de los comunistas rusos, publicado en enero de 1925. Aquí, Stalin realiza una crítica más detallada de la teoría de Trotsky y –como ya hemos dicho– amplía el tipo de argumentaciones más allá de la cuestión campesina o de la valoración de los acontecimientos de 1917, que, además del historial político de cada dirigente con sus errores bien resaltados, fueron los principales motivos de controversia durante casi todo el debate del otoño-invierno de 1924-1925. Stalin trata de llegar al fondo de las diferencias ideológicas con Trotsky poniendo de manifiesto su divergencia fundamental en cuanto a la concepción de la táctica general de la Revolución Proletaria Mundial. De este modo –aunque sólo a modo de primer ensayo– introduce la idea de Lenin de 1915 sobre la ley del desarrollo desigual del capitalismo como determinante principal del modo en que se desenvuelve la revolución proletaria a escala internacional:

“Ya durante la guerra, Lenin apoyándose en la ley del desarrollo desigual de los Estados imperialistas, opone a los oportunistas su teoría de la revolución proletaria, que afirma la posibilidad de la victoria del socialismo en un solo país, aun cuando este país esté menos desarrollado en el sentido capitalista.”[92]

Sin embargo, en esta ocasión Stalin no va más allá del planteamiento general de la teoría, sin extraer todas sus consecuencias[93]. Enseguida, pasa al problema de las posibilidades de supervivencia de un país socialista aislado sin el “apoyo estatal directo del proletariado europeo”, tesis consustancial a la teoría de Trotsky[94]:

“¿Ha bastado hasta ahora con esa simpatía y con esa ayuda, unidas al poderío de nuestro Ejército Rojo y a la disposición de los obreros y campesinos  de Rusia a defender con su pecho la patria socialista? ¿Ha bastado todo eso para repeler los ataques de los imperialistas y conquistar las condiciones necesarias para una seria labor de edificación? Sí, ha bastado. Y esa simpatía, ¿crece o disminuye? Indudablemente, crece. ¿Tenemos, pues, condiciones favorables, no sólo para llevar adelante la organización de la economía socialista, sino también para prestar, a nuestra vez, apoyo a los obreros de la Europa Occidental y a los pueblos oprimidos del Oriente? Sí, tenemos esas condiciones. Los siete años de historia de la dictadura proletaria en Rusia lo atestiguan elocuentemente (…).

¿Qué puede significar, después de todo eso, la declaración de Trotski de que la Rusia revolucionaria no podría resistir ante una Europa conservadora?

No puede significar más que una cosa: en primer lugar, que Trotski no percibe la potencia interior de nuestra revolución; en segundo lugar, que Trotski no comprende la importancia inapreciable del apoyo moral que los obreros de Occidente y los campesinos del Oriente prestan a nuestra revolución; en tercer lugar, que Trotski no percibe el mal interior que corroe actualmente al imperialismo.”[95]

Finalmente, Stalin sitúa las conclusiones necesariamente pesimistas que, de manera inevitable, se extraen de la teoría de la Revolución Permanente:

“Resulta que, por más vueltas que se le dé, no sólo ‘no hemos llegado’, sino que ‘ni siquiera nos hemos acercado’ a la creación de la sociedad socialista (…), pues, por más vueltas que se le dé, ‘el verdadero auge de la economía socialista’ no se alcanzará mientras el proletariado no haya vencido ‘en los países más importantes de Europa’.

Y como aun no se ha obtenido la victoria en el Occidente, a la revolución de Rusia no le queda más que un ’dilema’: o pudrirse en vida o degenerar en un Estado burgués.

Por algo hace ya dos años que Trotski viene hablando de la ‘degeneración’ de nuestro Partido.

Por algo Trotski profetizaba el año pasado el ‘hundimiento’ de nuestro país.”[96]

Años después, Trotsky polemizará con Stalin en un monólogo en el que repasará los argumentos de aquél:

“Lo que más insoportable se hace en estas cuestiones es ver a Stalin ‘teorizando’ con dos bultos que constituyen su único bagaje teórico: la ‘ley del desarrollo desigual’ y el ‘no saltarse por alto una etapa’. Stalin no ha llegado todavía a comprender que el desarrollo desigual consiste precisamente en saltarse por alto ciertas etapas. (O en permanecer un tiempo excesivo en una de ellas.) Stalin opone con una seriedad inimitable a la teoría de la revolución permanente… la ley del desarrollo desigual. Sin embargo, la previsión de que la Rusia históricamente atrasada podía llegar a la revolución proletaria antes que la Inglaterra avanzada, se hallaba enteramente basada en la ley del desarrollo desigual.”[97]

Efectivamente, a primera vista, la teoría de la Revolución Permanente parece basarse, igualmente, en la comprensión de la ley del desarrollo desigual del capitalismo. La posibilidad que un país tiene de situar a la cabeza a la clase revolucionaria moderna en un contexto revolucionario e independientemente del estado de desarrollo de las fuerzas productivas, así lo parecen confirmar. Por eso es tan importante no limitarnos a la simple exposición de aquella ley presentándola sólo como factor determinante para la marcha de la Revolución Proletaria Mundial; también es preciso dar el siguiente paso y formular todas las implicaciones teóricas de la misma. No será preciso, sin embargo, prolongarnos hacia otros debates dentro del partido comunista soviético en los que terminarían de perfilarse todos los contornos –que el mismo Lenin ya había dejado esbozados– de la teoría leninista de la Revolución Proletaria Mundial. El propio Trotsky nos dará la pauta de hasta qué punto es posible la asimilación de la ley del desarrollo desigual a su teoría de la Revolución Permanente:

“Un país puede ‘madurar’ para la dictadura del proletariado sin haber madurado, ni mucho menos, no sólo para una edificación independiente del socialismo, sino ni aun para la aplicación de vastas medidas de socialización. No hay que partir de la armonía predeterminada de la evolución social. La ley del desarrollo desigual sigue viviendo, a pesar de los tiernos abrazos teóricos de Stalin. Esta ley manifiesta su fuerza no sólo en las relaciones entre los países, sino también las interrelaciones de los distintos procesos en el interior de un mismo país. La conciliación de los procesos desiguales de la economía y de la política se puede obtener únicamente en el terreno mundial. Esto significa, en particular, que la cuestión de la dictadura del proletariado en China no se puede examinar únicamente dentro del marco de la economía y de la política chinas. Y aquí llegamos de lleno a dos puntos de vista que se excluyen recíprocamente: la teoría internacional revolucionaria de la revolución permanente y la teoría nacional-reformista del socialismo en un solo país. No sólo la China atrasada, sino, en general, ninguno de los países del mundo, podría edificar el socialismo en su marco nacional: el elevado desarrollo de las fuerzas productivas, que sobrepasan las fronteras nacionales, se opone a ello, así como el insuficiente desarrollo para la nacionalización. La dictadura del proletariado en Inglaterra, por ejemplo, chocaría con contradicciones y dificultades de otro carácter, pero acaso no menores de las que se plantearían a la dictadura del proletariado en China. En ambos casos, las contradicciones pueden ser superadas únicamente en el terreno de la revolución mundial.”[98]

Efectivamente, la teoría de la Revolución Permanente y la teoría del Socialismo en un solo País “se excluyen recíprocamente” precisamente porque la primera excluye tácitamente la ley del desarrollo desigual. En Trotsky, esta ley puede explicar o contribuir a explicar –igual que en Lenin– la ruptura revolucionaria en un país atrasado, y en esto ambos están de acuerdo, por ejemplo, frente al menchevismo. Pero Trotsky se detiene aquí. A partir de este punto se remite al argumento economicista de que “la conciliación de los procesos desiguales de la economía y de la política se puede obtener únicamente en el terreno mundial”, es decir, desde las posibilidades que da aprovecharse libremente de la división internacional del trabajo (mercado mundial) y beneficiarse del máximo desarrollo de las fuerzas productivas. En última instancia, pues, Trotsky busca paradójicamente la neutralización de los efectos que aquella ley produce, imponer una línea de compensación a la desigualdad del desarrollo capitalista. En este terreno, el problema de las fuerzas productivas recupera la máxima importancia. Trotsky ha vuelto al redil menchevique. Ni siquiera los países más avanzados económicamente, como Inglaterra, pueden siquiera pensar en edificar el socialismo en su marco nacional, porque ese tótem abstracto que es el desarrollo mundial de las fuerzas productivas, “que sobrepasa las fronteras nacionales, se opone a ello”. ¿En qué sentido? No queda nada claro; sin embargo, Trotsky trata de explicarlo:

“La sociedad socialista ha de representar ya de por sí, desde el punto de vista de la técnica de la producción, una etapa de progreso respecto al capitalismo. Proponerse por fin la edificación de una sociedad socialista nacional y cerrada, equivaldría, a pesar de todos los éxitos temporales, a retrotraer las fuerzas productivas deteniendo incluso la marcha del capitalismo. Intentar, a despecho de las condiciones geográficas, culturales e históricas del desarrollo del país, que forma parte de la colectividad mundial, realizar la proporcionalidad intrínseca de todas las ramas de la economía en los mercados nacionales, equivaldría a perseguir una utopía reaccionaria.”[99]

¿Proporcionalidad intrínseca de todas las ramas de la economía? ¿Qué significan estas frases “confusas y oscuras”? Sea lo que fuere, lo que está claro es que Trotsky, en la época de las revoluciones proletarias –cuando lo que se pone en el orden del día como asunto urgente es la cuestión del poder–, se remite, en última instancia, al problema de las fuerzas productivas, cuando, precisamente, la problemática política que plantea la ley del desarrollo desigual nos obliga a dirigirnos en la dirección de situar la cuestión de la lucha de clases como la cuestión central de la política proletaria. Trotsky no comprende las consecuencias teóricas de aquella ley. La utiliza de manera oportunista (en 1906 no estaba expresa en su teoría) y termina reculando ante el camino que abre a sus pies, muy movedizo para él, acostumbrado a desenvolverse en el terreno de los procesos políticos abstractos. Trotsky no comprende que la ley del desarrollo desigual significa que, en un determinado lugar, la obstaculización del desarrollo económico, el bloqueo de todo paso hacia la civilización y, en suma, el estrangulamiento del proceso social provocan una ebullición de la lucha de clases y una reorganización de la disposición de las mismas tales que el estallido revolucionario en ese lugar pone a sus clases revolucionarias precisamente en la vanguardia del proceso social general (incluso desde la perspectiva internacional). A partir de aquí, el problema no es principalmente económico, no se trata de priorizar la atención sobre el estado de las fuerzas productivas, sino de buscar constantemente un progresivo desplazamiento de la correlación de fuerzas de clase, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, favorable al campo revolucionario. En este sentido, cobra importancia decisiva no anteponer la problemática de las fuerzas productivas a la problemática de la lucha de clases. La superposición que realiza Trotsky de la cuestión de las fuerzas productivas sobre cualquier otro asunto relacionado con la revolución impide sistemáticamente la correcta valoración de los elementos principales que debemos tener en cuenta a la hora de abordar las tareas revolucionarias.

En realidad, el problema del desarrollo económico –tomado aisladamente– durante el periodo de transición del capitalismo al comunismo, durante la época de las revoluciones proletarias, es secundario. La cuestión no reside en si un solo Estado puede dar el máximo de bienestar a su pueblo, no se trata todavía de que “corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva”, como decía Marx hablando del comunismo. Y es que Trotsky confunde socialismo con comunismo[100], la fase inferior o de transición entre el capitalismo y el comunismo, la etapa en la que aún existen las clases, la división del trabajo y el derecho burgués, con la etapa donde ha sido suprimida la organización en clases de la sociedad, con todas sus lacras. Durante el socialismo, pues, no se trata de resolver los problemas materiales de la humanidad, sino de que el proletariado, desde su lucha de clases, esté en condiciones cada vez mejores de emancipar a la humanidad. Los factores sociales extraeconómicos cobran, entonces, especial importancia en la sociedad de transición, durante el socialismo. ¡Naturalmente que un solo país no puede emanciparse de la sociedad de clases apartado del resto de los pueblos del mundo! Nadie podrá alcanzar el comunismo aisladamente mientras el resto de las naciones viven en el capitalismo. Si la teoría de Trotsky limitara su significado a esta perspectiva, a explicar el sentido histórico, no político, del proceso revolucionario de emancipación del proletariado internacional a escala histórica, entonces sería válida y habría que aceptarla al mismo tiempo que la depositábamos en el museo de las grandes verdades, por inútil para la práctica política cotidiana del proletariado. Pero esta no es la cuestión. La cuestión consiste en que el desarrollo desigual del capitalismo permite en un lugar y en un momento dados (eslabón débil) una concentración tal de fuerzas sociales y de potencia revolucionaria capaz de iniciar y dar continuidad al proceso de transformación revolucionaria del capitalismo en comunismo a nivel internacional. De esta manera, algunas de las cosas que Trotsky nos presenta como variables inmutables o como condicionantes incuestionables de la revolución, como la del carácter internacional de la revolución “obligado” por el carácter internacional de las fuerzas productivas, se trastocan o pasan a un plano subsidiario. Así, el problema de la relación económica entre el poder revolucionario y los países imperialistas que le someten a un cerco económico y militar, que Trotsky contempla como una desventaja porque impide utilizar todos los recursos de la economía mundial en provecho del proletariado revolucionario[101], se troca en la necesidad de la independencia económica respecto a ese cinturón militar; en otros términos, la necesidad de construir una economía interior equilibrada y suficiente frente a la exigencia trotskista de la necesaria integración mundial de la economía proletaria bajo peligro de muerte. Y es que no se trata de construir de manera inmediata una idílica isla paradisíaca en medio del depravado océano capitalista, sino de crear un instrumento más al servicio de la lucha de clases nacional e internacional del proletariado triunfante. La economía se pone al servicio de la lucha de clases, no al revés. Cuando el proletariado esté en condiciones de derrotar definitivamente al capital, tirará al cuarto trastero de la historia, junto con el resto de sus instituciones, la división internacional del  trabajo imperialista y la organización de las fuerzas productivas al modo capitalista, cuestión ésta que Trotsky, quien las contempla embobado como ídolos que hay que adorar, ni siquiera se plantea. Más bien da a entender, por el contrario, que para él se trata de instituciones neutras que el proletariado puede poner tranquilamente a su servicio, sin pensar en revolucionarizarlas antes.

El caso es que la interpretación tecnocrático-economicista del concepto de fuerzas productivas, tan caro para Trotsky como para los mencheviques, gracias a la correcta y a la coherente aplicación de la teoría de la revolución proletaria a partir de la ley del desarrollo desigual, se ve superada por el reencuentro con la interpretación verdaderamente marxista que otorga al proletariado como clase el papel de fuerza productiva principal del desarrollo social. Tenía razón Stalin, en efecto, cuando reprochaba a Trotsky su falta de fe en el proletariado ruso[102]. De la teoría del desarrollo desigual deriva la constatación de que la posición política del proletariado revolucionario, su potencial creativo y su capacidad táctica y estratégica para afrontar los avatares de la lucha de clases nacional e internacional se sitúan en el primer plano del proceso de construcción de la nueva sociedad, mientras que pasa a segundo término todo planteamiento basado en la problemática economicista de las fuerzas productivas al estilo trotskista.

[66] Ibíd.., pp. 217 y 218. Aquí podemos comprobar hasta dónde llegan el voluntarismo y el subjetivismo de Trotsky, y hasta qué punto pueden llegar a ser “confusas y oscuras” determinadas ideas sobre la revolución contra el capitalismo en el escenario de “la economía mundial en su conjunto”. Indiquemos, también, que el programa de la Internacional Comunista al que se refiere Trotsky es el aprobado en su VI Congreso, celebrado en 1928, que declaró que “las Tesis sobre los problemas nacional y colonial, redactadas por Lenin y aprobadas por el II Congreso, siguen en vigor y deben servir de norte en la labor ulterior de los partidos comunistas.” (Cfr., AA.VV.: La Internacional Comunista. Moscú, s/f [1970]; p. 279).

[67] LENIN: O.C., t. 26, pp. 377 y 378.

[68] LENIN: O.C., t. 31, pp. 97-99.

[69] Esta posición se refiere, naturalmente, a la idea internacional o, por lo menos, europea que asociaba la II Internacional con la revolución proletaria, pero también a la posibilidad, que había adelantado Kautsky en 1902, de que fuera Rusia la que iniciase ese proceso.

[70] LENIN: O.C., t. 37, p. 271. La cursiva es nuestra.

[71] LENIN: O.C., t. 42, p. 1.

[72] Ibídem, pp. 1-3.

[73] Ibíd., p. 3.

[74] “Eso es lo que hemos de resolver ahora. Debemos recordar que es necesario aprovechar el presente estado de ánimo para inyectarlo en forma prolongada a nuestro trabajo a fin de acabar con toda la dispersión de nuestra vida económica. Es imposible ya volver al pasado. Al derrocar el poder de los explotadores hemos realizado ya más de la mitad de la obra. Ahora debemos agrupar estrechamente a todas las trabajadoras y trabajadores y hacerles trabajar juntos.” (Ibíd., p. 5).

[75] “(…) que el cambio radical consiste ahora en la creación de la República de los Soviets de Rusia; que lo supremo tanto para nosotros como desde el punto de vista socialista internacional es preservar esta República, que ha comenzado ya la revolución socialista; que, en el momento dado, la consigna de guerra revolucionaria por parte de Rusia significaría o bien una frase y un vacuo acto ostensivo, o equivaldría objetivamente a caer en la trampa que nos tienden los imperialistas, los cuales quieren arrastrarnos a proseguir la guerra imperialista mientras somos débiles y derrotar por el procedimiento más barato posible la joven República de los Soviets.” (LENIN: O.C., t. 35, p. 264). A pesar de las posiciones de defensa a ultranza de la revolución en una sola nación y su incólume decisión de firmar la paz al alto precio que exigían los alemanes, y aún a costa de poner en jaque la expansión de la revolución hacia Occidente, Lenin nunca cae en el chovinismo revolucionario ni en el nacionalismo (lo que Trotsky denominaba “mesianismo revolucionario”, que, efectivamente surge como peligro objetivo dado el modo como se desenvuelve el proceso revolucionario mundial), como posteriormente sí harán otros dirigentes soviéticos: “Si creemos que el movimiento alemán puede desarrollarse inmediatamente en caso de suspender las negociaciones de paz, lo que debemos hacer es sacrificarnos nosotros, puesto que por su fuerza la revolución alemana será mucho mayor que la nuestra. Pero lo esencial es que allí el movimiento no ha comenzado todavía, mientras que en nuestro país tiene ya un recién nacido que da grandes voces, y si en este momento no decimos claramente que queremos la paz, estamos perdidos. Para nosotros es importante mantenernos hasta que aparezca una revolución socialista general, y eso lo podemos conseguir sólo firmando la paz.” (Ibídem, pp. 267 y 268).

[76] “Resulta un cierto equilibrio, claro que muy malo. Pero, con todo, debemos tener en cuenta este hecho. No debemos perder de vista este hecho si queremos subsistir. O victoria inmediata sobre la burguesía, o pago de un tributo. (…). Pero ganaremos tiempo, y ganar tiempo significa ganarlo todo, sobre todo en una época de equilibrio, cuando nuestros camaradas del extranjero preparan a fondo su revolución. Y cuanto más a fondo la preparen, más segura será la victoria. Pero, mientras tanto, tendremos que pagar un tributo.” (LENIN: O.C., t. 44, p. 48).

[77] Trotsky era partidario de la consigna “Ni paz ni guerra”, lo que suponía cesar la guerra desmovilizando al ejército, pero sin firmar la paz. Trotsky era el jefe de la delegación encargada de firmar el tratado de paz con Alemania, y contra las directivas aprobadas en Moscú defendió su punto de vista suicida en Brest, lo que acarreó la ira alemana, un nuevo desastre en el frente y mayores concesiones al kaiser. Desde luego, la posición más coherente para Trotsky hubiera sido la de los comunistas de izquierda, partidarios de continuar la guerra como medio para la excitación de la revolución internacional. Sin embargo, una de las características de la actitud de Trotsky mientras vivió Lenin fue la de no decantarse nunca franca y abiertamente por una línea determinada o por un grupo o fracción, sobre todo si éstos se enfrentaban a Lenin, manteniendo casi siempre una postura ecléctica y ambigua.

[78] LENIN: O.C., t. 44, p. 310.

[79] Ibídem, p. 315.

[80] Cfr., ibíd., p. 316.

[81] Ibíd., p. 315. La cursiva es nuestra.

[82] Cfr., ibíd., p. 339.

[83] LENIN: O.C., t. 45, p. 420. Es importante llamar la atención sobre la afirmación que realiza Lenin en este artículo, el último que publicó en vida, titulado Más vale poco y bueno y que sí puede ser considerado su verdadero testamento político, acerca de la idea recurrente de aguantar hasta la próxima oportunidad revolucionaria. Lo importante, esta vez, es que Lenin ya no espera la revolución proletaria en Occidente en abstracto para que acuda en ayuda de Rusia, sino que piensa en la revolución en Oriente como fruto de la colisión concreta e inevitable entre el imperialismo y las luchas de liberación.

[84] Ibídem, p. 396.

[85] Así fue llamada una crisis provocada por la sobrevaloración de los productos industriales frente a los agrícolas, que colapsó el intercambio campo-ciudad. Esta política económica de transferencia intensiva de valor del campo hacia la industria era, precisamente, la que patrocinaba Trotsky con su política de centralización y planificación económica).

[86] Desde el punto de vista económico, Trotsky señala en 1930 lo que considera la contradicción fundamental de un país, como la URSS, que pretende construir el socialismo de manera aislada: “la que existe entre el carácter de concentración de la industria soviética, que abre los cauces a un ritmo de desarrollo jamás conocido, y el aislamiento de esa economía, que excluye la posibilidad de volver a aprovecharse como en condiciones normales de las reservas de la economía mundial.” (TROTSKY: La revolución permanente, p. 34). Arriba, en cambio, ya señalamos que Lenin defendió la idea de que el país que está construyendo el socialismo puede aprovecharse del mercado mundial (Cfr., LENIN: O.C., t. 44, pp. 310-314).

[87] El elocuente silencio que recorre las páginas de las memorias de Trotsky sobre la preparación, el contenido y el propio proceso de los debates de este periodo no hacen más que arrojar sospechas sobre su actividad, nada aclarada, en este periodo. ¡Y no digamos del modo melodramático con que afirma reconocerse como el continuador de la obra de Lenin!: “Ahora, me daba más clara cuenta de quiénes eran aquellos ‘discípulos’ que seguían fielmente al maestro en los pequeños detalles, pero no en lo que tenía de verdaderamente grande. Con el aire del mar que entraba en mis pulmones, todo mi ser respiraba la certeza absoluta de que en aquella campaña contra los epígonos, el derecho histórico estaba de mi lado…” (TROTSKY: Mi vida. Ed. Akal. Madrid, 1979; p. 533).

[88] PROCACCI: Op. cit., p. 31.

[89] Trotsky no hace mención a su teoría expresamente, sino introduciendo sus elementos soslayadamente en la narración histórica:

“Ya en vísperas de la revolución de 1905, Lenin indicó esta peculiaridad de la revolución rusa con la fórmula: ‘Dictadura democrática del proletariado y de los campesinos’. Esta fórmula, en sí y de por sí, sólo podía indicar una etapa del camino hacia la dictadura socialista del proletariado, que se apoya en los campesinos, como lo ha demostrado todo el desarrollo siguiente” (Ibídem, p. 34). También, cfr., ibíd., pp. 38 y 39.

[90] Cfr., BUJARIN, N.: Acerca de la teoría de la revolución permanente; en PROCACCI: Op. cit., pp. 99-106.

[91] STALIN, J.: Obras. Ed. VOSA. Madrid, 1984; tomo VI, p. 366. Trotsky decía en 1928, rememorando su actitud hacia la consigna de Lenin de 1905:

“’Claro está [escribía en 1909] que la diferencia que los separa ante este problema es muy considerable: mientras que los aspectos antirrevolucionarios del menchevismo se manifiestan ya con toda su fuerza en la actualidad, los rasgos antirrevolucionarios del bolchevismo sólo significan un peligro inmenso en caso de triunfar la revolución’.

En enero de 1922, añadí la siguiente nota a este pasaje del artículo, reproducido en la edición rusa de mi libro 1905:

‘Esto, como es notorio, no sucedió, pues bajo la dirección de Lenin el bolchevismo efectuó (no sin lucha interior) un reajuste ideológico respecto a esta importantísima cuestión en la primavera de 1917, esto es, antes de la conquista del Poder.’” (TROTSKY: La revolución permanente, p. 165).

[92] STALIN: Op. cit., p. 390.

[93] Faltan, por ejemplo, el concepto explícito de eslabón débil de la cadena imperialista -vinculado estrechamente a la problemática del desarrollo desigual, según el punto de vista leninista-, y la ligazón completa entre estas condiciones objetivas de la Revolución Proletaria Mundial y el factor subjetivo, la correlación política de las fuerzas de clase revolucionarias.

[94] “Pero que la presión internacional por sí sólo no basta, lo demostró con excesiva claridad la guerra imperialista, la cual se desencadenó a pesar de todas las ‘presiones’. Finalmente, y esto es lo principal, si la presión del proletariado en los primeros y más críticos años de la República Soviética resultó eficaz fue únicamente porque se trataba entonces, para los obreros de Europa, no de presión, sino de lucha por el Poder, lucha que además tomó más de una vez la forma de guerra civil.” (TROTSKY: La revolución permanente, p. 201).

[95] STALIN: Op. cit., pp. 393 y 394.

[96] Ibídem, p. 395.

[97] TROTSKY: La revolución permanente, p. 171.

[98] Ibídem, p. 187.

[99] Ibíd., p. 24.

[100] “Si admitimos por un momento la posibilidad de llegar a realizar el socialismo, como sistema social definido, dentro de las fronteras nacionales de la URSS, estaríamos ante el triunfo definitivo, pues, ¿qué intervención cabría después de esto? El régimen socialista presupone una técnica, una cultura y una gran solidaridad por parte de la población. Como hay que suponer que en la URSS, en el momento en que esté acabada la edificación socialista, habrá por lo menos doscientos cincuenta millones de habitantes, ¿qué país capitalista o qué coalición de países se atrevería a arrostrar una intervención en condiciones semejantes?” (Ibíd., p. 29). ¡Qué duda cabe de que inconscientemente Trotsky está suplantando el contenido de la sociedad de transición (socialista) con el de la sociedad comunista! Alto desarrollo técnico, alta cultura para todos y una solidaridad generalizada en el pueblo –lo que supone la no existencia de clases-, son atributos no de la sociedad de transición, sino del comunismo. Trotsky incurre en un error teórico del que no era ajena la mayoría de los dirigentes bolcheviques –incluyendo en algunas ocasiones también a Lenin. Gran parte de los debates que continuaron teniendo lugar en el seno del bolchevismo tras la derrota de Trotsky en el invierno de 1924-1925, fueron estériles por cuanto se basaban en problemas nominalistas sin ningún contenido real, como el de diferenciar –tal como hace Trotsky en esta cita– entre “triunfo del socialismo” y “triunfo definitivo del socialismo”, como si el triunfo definitivo del socialismo, o sea, la culminación de la sociedad de transición, fuera otra cosa diferente del comunismo. Observadas las cosas desde este punto de vista, comprobamos que la teoría de la Revolución Permanente, por cuanto consiste en la conquista inmediata de las fuerzas productivas en posesión del capital a escala global –pues cuantas más sean las interposiciones que sufra en este cometido, mayores serán las probabilidades de derrota-, supone, en el fondo, la invitación al proletariado para que dé un salto directo desde el capitalismo hasta el comunismo, lo cual la coloca más cerca del anarquismo que del marxismo. El dominio de la problemática de las fuerzas productivas en el pensamiento de Trotsky le lleva a identificar el objetivo de la emancipación del proletariado con la apropiación de esas fuerzas económicas, olvidándose de toda la compleja problemática sociológica que plantea Marx en su Crítica del Programa de Gotha, donde concede a la emancipación del proletariado el sentido del proceso de apropiación de sus condiciones de existencia, a diferencia del economicismo trotskista que se remite a la apropiación de sus medios de existencia.

[101] “La debilidad de la economía soviética, además del atraso que heredó del pasado, reside en su aislamiento actual, esto es, en la imposibilidad en que se halla de utilizar los recursos de la economía mundial no ya sobre las bases socialistas, sino por medios capitalistas, en forma del crédito internacional bajo las condiciones normales y de la ‘ayuda financiera’ en general, que desempeña un papel decisivo con respecto a los países atrasados.” (Ibíd., p. 33).

[102] Cfr., STALIN: Op. cit., p. 397.

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