La propensión trotskista a «heredar» a Lenin

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Lenin y Trotsky ¿igualmente líderes?

Las historiografías capitalistas y trotskistas coinciden en rotular que “la Revolución Rusa fue liderada por Lenin y Trotsky”.

Ciertamente que Trotsky fue un muy destacado agitador en los sucesos de Octubre, y que su sobresaliente retórica seguramente alcanzó para construirle la imagen de un liderazgo prominente.

Pero la equiparación del protagonismo de Trotsky con el de Lenin se evidencia temeraria en cuanto se recuerda que, en realidad, el liderazgo de la revolución no podía asentarse en el prestigio de ningún caudillo tomado en sí mismo, sino que su dirección descansaba en otro tipo de entidad: el partido bolchevique. Y es aquí donde la distancia entre Lenin y Trotsky se vuelve sideral: Lenin había creado, inspirado y liderado al partido bolchevique; Trotsky, en cambio, no sólo nada había aportado a su construcción, sino que fue un asiduo obstáculo para su consolidación. Trotsky recién ingresa al partido bolchevique en agosto de 1917, apenas dos meses antes de la toma del poder. Trotsky, además, tampoco fue responsable de la táctica de la revolución. Basta con recordar que, en las instancias decisorias, votó en contra de la toma del Palacio de Invierno. En los hechos, Trotsky no lideró la revolución; en la realidad fue llevado a la rastra a la toma del poder.

La defensa de ese poder tampoco lo cubrió de gloria. Su tarea como comisario de Relaciones Exteriores culminó en la catástrofe diplomática de Brest-Litovsk, así como su inepta conducción lo hizo directamente culpable del desastre militar en Varsovia, otorgando credibilidad a los continuos cuestionamientos que sufrió su comandancia del Ejército Rojo.

Pero además, en el plano de sus postulaciones más generales, Trotsky era escéptico respecto a las posibilidades de la construcción de una hegemonía obrera en Rusia y la edificación socialista, sin el auxilio sustancial de un inexistente proletariado europeo en el poder. Con semejante pesimismo, ¿a quiénes podía representar Trotsky en Rusia?

¿De quién fue la decadencia, de la Revolución o de Trotsky?

Tamaño vacío de liderazgo real no podía ser suplido mucho tiempo con una mera brillantez oratoria y es allí donde razonablemente debe buscarse la decadencia de la popularidad de Trotsky, luego de Octubre.

Para Trotsky, en cambio, su pérdida de popularidad no se debe a que él no está a la altura de la revolución, sino que, a la inversa, la revolución ya no está a su altura. Subvierte los términos y convierte su decadencia en decadencia de la revolución.

Muchas veces me han preguntado, y aun es hoy el día en que hay quien me pregunta: «¿Pero cómo dejó usted que se le fuese de las manos el Poder?» Y generalmente, parece como si detrás de esta pregunta se dibujase la representación simplista de un objeto material que se le resbala a uno de las manos; como si el perder el Poder fuese algo así como perder el reloj o un carnet de notas. Cuando un revolucionario que ha dirigido la conquista del Poder empieza, llegado un cierto momento, a perderlo -sea por vía «pacífica» o violentamente-, ello quiere decir, en realidad, que comienza a iniciarse la decadencia de las ideas y los sentimientos que animaran en una primera fase a los elementos directivos de la revolución, o que desciende de nivel el impulso revolucionario de las masas, o ambas cosas a la vez”. (Trotsky, «Mi Vida«, La muerte de Lenin)

Pero veamos el desarrollo de estas reflexiones de Trotsky en cotejo con el contexto real en que las formula (el libro lo escribió en 1929).

La construcción de la URSS, la transformación  en pocas décadas del país feudal de los zares en la superpotencia de los viajes espaciales, fue el fruto indubitable de una liberación inédita de reservas morales e intelectuales que larvadamente se anidaban en la sociedad, donde la construcción de un orden nuevo, desde los cimientos de la sociedad civil y sus bases productivas, requirió dosis sin precedentes de pensamiento y trabajo creador.  Sin esto, la erección de la modernidad soviética es inconcebible y es esto lo que constata todo el testimonio democrático y progresista de la época.

La experiencia histórica indica además que, así como en la decadencia las sociedades promocionan a su dirección a los elementos más representativos de la banalidad y la corrupción, en los momentos de ascenso, sobre todo de ascenso revolucionario, la selección opera en sentido virtuoso, tendiendo a elevar al puesto de la guía social a los mejores por capacidad y por probidad moral. Naturalmente, todo movimiento hacia el progreso social encuentra resistencias que dejan huellas no sólo en los resultados de la construcción de la casa nueva, sino en la propia dirección del proceso de transformación. Pero si la sociedad efectivamente cambia es porque las fuerzas del cambio, y toda su carga virtuosa, han primado. Esta trivialidad sería absolutamente superflua si no fuera porque es cotidianamente negada por la propaganda mediática al referirse a la historia de la Unión Soviética, dirigida a una opinión desinformada y deshabituada a una reflexión detenida sobre la cuestión.

Sin embargo, Trotsky se alza contra toda esta evidencia,  cuando nos informa que la revolución rusa, cuya concreción fue la construcción de la URSS, representó todo lo contrario: una suerte de instalación del gris de la mediocridad, donde el brillo del genio (corporizado en el propio Trotsky) no tuvo su lugar en Rusia, luego del episodio de la toma del poder, desplazado por una espiritualidad banal, sin vocación crítica, transformadora, que se habría adueñado de la dirección del país.

Trotsky dejó de escribir para Rusia y escribió para el extranjero

El lector se interrogará cómo Trotsky podría haberse atrevido a escribir algo tan a contrapelo de la experiencia del país popular. Naturalmente, estas afirmaciones habrían sido el hazmereír de las grandes mayorías rusas que, ilustradas o no, estaban embarcadas en una reconstrucción de sus vidas que nada podía tener de rutinario, gris o mediocre. Pero Trotsky las escribe en “Mi Vida”,  no para Rusia sino for export, con destino al consumo de occidente, explotando las brumosas fantasías que el recelo ante lo desconocido provoca en los habitantes de geografías extrañas, con la imaginación ya condicionada por la hegemonía de los enemigos de la revolución.

Según Trotsky, la mediocridad tendió un cerco sobre su genio y el de Lenin

Así es como describe Trotsky el presunto devenir espiritual de los bolcheviques, luego de la toma del poder: (Trotsky, op.cit)

…cuando la tensión empezó a ceder y los nómadas de la revolución fueron echando raíces en el nuevo suelo, comenzaron a despertar en ellos y a desarrollarse esas cualidades, simpatías y aficiones pequeño-burguesas del empleadillo satisfecho”.

¿Quiénes eran en espíritu esos “empleadillos satisfechos”? Trotsky los presenta de inmediato:

Manifestaciones escapadas sin querer de la boca de Kalinin, de Woroshilof, de Stalin, de Rikof, le hacían a uno levantar la cabeza, de vez en cuando, con gesto de inquietud. ¿De dónde salía aquello?-se preguntaba uno. ¿Qué grifo destilaba aquellas gotas? Muchas veces, al llegar a una sesión, me encontraba con un grupo de personas que estaban conversando amigablemente y que al entrar yo cortaban bruscamente. Aquellas conversaciones no versaban sobre nada contrario a mí, sobre nada que contradijese a los principios del partido. Pero eran temas en que traspiraban el aquietamiento de una conciencia, la satisfacción y la trivialidad. En aquella gente iba naciendo la necesidad de confiarse mutuamente sus sentimientos, propensión en la que no dejaba de entrar por buena parte esa tendencia de comadrería y murmuración de las mujerucas de la burguesía…”.

La soledad del genio de Trotsky frente a tal avance de lo vulgar habría tenido su bálsamo en su compenetración con Lenin, con quien -nos sugiere- se entendía al instante con sólo mirarse. Juzgue el lector si esto es creíble, vistos los lustros de abismales diferencias políticas que surgieron entre ambos en continua sucesión.

Al principio, no se avergonzaban solamente delante de Lenin y de mí; se avergonzaban ante sí mismos. Si, por ejemplo, Stalin salía con una de sus gracias de mal gusto, Lenin, sin levantar la cabeza, metido por los papeles, echaba una mirada rápida a los que estaban sentados en torno a la mesa, como para convencerse de si todavía quedaban alguno a quien se le hiciesen insoportables aquellas cosas. En situaciones semejantes, nos bastaba una mirada fugaz o un cambio de tono en la voz, para cercioramos de que coincidíamos en la apreciación psicológica”.

Por fin, Trotsky, luego de reivindicar una vez más su superioridad intelectual y moral, concluye en lo mismo que anticipamos y caracteriza nuevamente al que sería proceso de construcción de la URSS como un cuadro de decadencia:

Si yo no tomaba parte en las diversiones que iban haciéndose habituales en la nueva clase gobernante, no era por motivos morales, sino porque no quería exponerme a la tortura del más terrible de los aburrimientos… Stalin es el instrumento principal de este proceso de subversión. No se puede negar que tiene sentido práctico, perseverancia y tenacidad para conseguir lo que se propone. Pero su mentalidad política no puede ser más limitada, ni más bajo y primitivo su nivel teórico… Su mentalidad es la de un empírico tozudo, carente de toda imaginación, de talento creador. Los principales elementos directivos del partido -entre los demás apenas si se le conocía- tenían de él la impresión de que era un hombre a quien sólo se podían encomendar funciones de segundo o tercer rango. El hecho de que al presente esté a la cabeza de la organización no le caracteriza tanto a él como al periodo transitorio de decadencia política que atraviesan los Soviets…

La decadencia y la mediocridad dirigentes ¿podrían ser constructoras?

¿Decadencia política? De nuevo: ¿La construcción de la URSS, que asombró a toda la opinión democrática de la época, transcurrió entonces bajo la égida de una dirección decadente?

Veamos en palabras del propio Trotsky, apenas seis años más tarde, a dónde condujo aquel “período transitorio de decadencia política que atraviesan los Soviets”:

La producción industrial de Alemania sólo recupera su nivel gracias a la fiebre de los armamentos. En el mismo lapso, la producción de Gran Bretaña sólo aumentó, ayudada del proteccionismo, del 3 al 4%. La producción industrial de los Estados Unidos bajó cerca de un 25%; la de Francia, más del 30%. Japón, en su frenesí de armamentos y de bandidaje, se coloca, por su éxito, en el primer rango de los países capitalistas: su producción aumentó cerca de un 40%. Pero este índice excepcional palidece también ante la dinámica del desarrollo de la URSS, cuya producción industrial aumentó, en el mismo lapso, 3,5 veces, lo que significa un aumento del 250%. En los diez últimos años (1925-1935), la industria pesada soviética ha aumentado su producción por más de diez. En el primer año del plan quinquenal, las inversiones de capitales se elevaron a 5.400 millones de rublos; en 1936, deben ser de 32.000 millones…»

… Durante los tres últimos años, la producción metalúrgica aumentó dos veces, la del acero y de los aceros laminados, cerca de 2,5 veces…. En 1925, la URSS tenía el undécimo lugar en el mundo desde el punto de vista de la producción de energía eléctrica; en 1935, sólo era inferior a Alemania y a los Estados Unidos… En cuanto a la producción de acero, pasó del sexto al tercero. En la producción de tractores ocupa el primer lugar del mundo. Lo mismo sucede con la producción de azúcar…»

…Los inmensos resultados obtenidos por la industria, el comienzo prometedor de un florecimiento de la agricultura, el crecimiento extraordinario de las viejas ciudades industriales, la creación de otras nuevas, el rápido aumento del número de obreros, la elevación del nivel cultural y de las necesidades, son los resultados indiscutibles de la Revolución de Octubre en la que los profetas del viejo mundo creyeron ver la tumba de la civilización. Ya no hay necesidad de discutir con los señores economistas burgueses: el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de El Capital, sino en una arena económica que constituye la sexta parte de la superficie del globo; no en el lenguaje de la dialéctica, sino en el del hierro, el cemento y la electricidad”. (Trotski, «La revolución traicionada«, Cap I, Lo obtenido)

¿Cuánto vale la palabra de Trotsky?

Por cierto, entre estos dichos de Trotsky de 1936 y aquellos de 1929 hay una contradicción flagrante y esencial, de la cual ni Trotsky ni el trotskismo jamás han dado cuenta, porque ello significaría denunciar el sustento falaz de su existencia como movimiento. Aunque parezca increíble, Trotsky no modifica sus opiniones con estos primeros resultados de los planes quinquenales soviéticos a la vista.

Para él, el partido bolchevique sigue siendo «la burocracia» y Stalin una suerte de mediocre astuto.

Pero aquí nos reducimos a constatar otra cosa. Trotsky (en 1929) no tenía por qué prever necesariamente el desarrollo posterior de la construcción de la URSS. No lo acusamos de eso.

Pero lo que sí vemos es que en la Rusia de la década del 20, preparatoria del gran salto de la sociedad soviética, no existía ninguna “decadencia política” sino todo lo contrario y que, por lo tanto, Trotsky, testigo presencial y protagónico del fenómeno, sencillamente miente al testimoniar tal decadencia y lo hace con el agravante de desplegar una descripción minuciosa de un escenario inexistente, dando pasto en abundancia a la propaganda de los enemigos de la causa que él dice defender, la del socialismo.

Este acto multifacéticamente abominable ¿no nos muestra una personalidad y una conducta en concordancia con la alta traición que describen los Procesos de Moscú, a los que se pretende refutar con el argumento ad hominem de que Trotsky era un izquierdista por encima de toda sospecha?

Trotsky manipula una carta de Krupskaya

La actitud falaz de Trotsky llega a impregnar, efectivamente, los mismos detalles de su relato, que son, precisamente, los que le otorgan su fuerza retórica. Esto se revela en la invocación de N. Krupskaya, la esposa de Lenin.

…Iba rememorando mentalmente las etapas todas de mi vida: mis encuentros con Lenin, nuestras diferencias y polémicas, la reconciliación, la labor común; había algunos episodios que se alzaban en el recuerdo, recortados por una pasmosa claridad. Poco a poco, iba cobrando todo contornos firmes y bien delineados. Ahora, me daba más clara cuenta de quiénes eran aquellos «discípulos» que seguían fielmente al maestro en los pequeños detalles, pero no en lo que tenía de verdaderamente grande…»

…pensé también en aquélla que le había acompañado por la vida desde hacía tantos años, viendo el mundo todo a través de él. Y pensé cuán sola, ahora que enterraba a su camarada de vida, tenía que sentirse entre aquellos millones de gentes que lloraban al muerto, pero no como lo lloraba ella, sino muy de otro modo. ¡Pobre Nadezhda Constantinova Krupskaya! Sentía la necesidad de hacerle llegar desde aquí una palabra de saludo, de simpatía, de amistad, pero no me decidí a escribirle. Ante la gravedad del suceso, todas las palabras parecían vanas, y me daba miedo que pudieran interpretarse como una fórmula convencional. Imagínese  mi sentimiento de gratitud, cuando a los pocos días, recibí, inesperadamente, una carta de Nadezhda Constantinova”.

La carta de Krupskaya, citada por Trotsky

La carta decía así:

«Querido Leo Davidovich:

Le escribo a usted para comunicarle que Vladimiro Ilich se puso a leer su libro próximamente un mes antes de morir, y lo dejó en el pasaje en que traza usted la fisonomía de Marx y de Lenin. Me pidió que volviese a leerle estas páginas y, después de escuchar la lectura atentamente, él mismo quiso tomar en la mano el libro y volverlas a repasar.

Otra cosa quería decirle, y es que las relaciones que unieron a Vladimiro Ilich con usted desde el día en que se presentó en Londres, viniendo de Siberia, no cambiaron un punto hasta la hora de su muerte.

Le deseo a usted, Leo Davidovich, fuerzas y salud. Un fuerte abrazo de N. Krupskaia«.

Aquella breve carta de la viuda de Lenin, escrita a los pocos días de morir éste, pesaría más en la balanza de la historia, aunque sólo hubiese esta prueba, que todos los infolios escritos por los falsificadores.

Prestigiarse con Lenin, sí; ser leninista, no

La intención de Trotsky era demostrar que él era el heredero natural del liderazgo de Lenin, usurpado por el representante de la mediocridad, Stalin.

Es notorio que esta aspiración trotskista de “heredar” a Lenin, no consiste en la misión cultural de atesorar la experiencia y pensamiento de un antecesor.

No vemos a Trotsky apoyarse nunca en el pensamiento de Lenin, jamás cita una frase suya. De lo que se trataba para Trotsky era de apropiarse de su prestigio. Él (Trotsky) es un genio como lo era Lenin, ambos se entendían con sólo mirarse. La revolución, por lo tanto, es obra de ambos.

Su tarea era ardua, pues eran en general los “mediocres”, comenzando por Stalin, los que en realidad habían acompañado a Lenin en su militancia bolchevique, mientras Trotsky no sólo no estuvo allí, sino que a menudo votó y predicó en contra del bolchevismo en el seno de la socialdemocracia. Para contrarrestar esto viene su frase de que los bolcheviques eran “aquellos «discípulos» que seguían fielmente al maestro en los pequeños detalles, pero no en lo que tenía de verdaderamente grande…”

Con la carta de Krupskaya, ¿Trotsky demuestra lo próximo que estaba a Lenin en espíritu?

En ese contexto, la referencia a la presunta soledad de Krupskaya y su carta se convierte retóricamente en el puente que une a Trotsky con Lenin, mientras separa al genio fallecido de sus discípulos aparentes (¡y de las propias masas populares!):

Y pensé cuán sola, ahora que enterraba a su camarada de vida, tenía que sentirse entre aquellos millones de gentes que lloraban al muerto, pero no como lo lloraba ella, sino muy de otro modo”.

Imagine el lector: ¿Quién más que Trotsky podría comprender a la mujer que había visto “el mundo todo a través de Lenin” y se encontraba como despertando de un sueño en el universo de la mediocridad? La amistad de la Krupskaya se nos desliza así como la prueba suficiente que certifica la veracidad del relato de Trotsky, escabullido siempre del escenario de la colosal épica de la transformación del país.

Pero nos encontramos con que también aquí Trotsky miente.

La carta de Krupskaya a Trotsky no tiene valor político. Sí lo tiene el artículo que escribe sobre unas tesis de Trotsky.

La carta de Krupskaya a Trotsky, personal y sin connotación política, es de 1924. En ese mismo año, la viuda de Lenin escribe un artículo, “Lecciones de Octubre”.

No era ella lo que Trotsky nos deja entender: una mujer dependiente intelectualmente de su marido que, privada en su viudez del contacto sensible con las sutilezas del genio, se descubre desamparada entre las tosquedades de la vulgaridad. El artículo de Krupskaya, que es brillante, muestra a una militante conciente y con perfecto dominio del tema que desarrolla.  Reproducimos su texto completo al pié de este trabajo.

En el artículo, Krupskaya, desmintiendo a Trotsky, tiene expresiones como estas:

El Partido… guía el carro de la historia por el camino señalado por Lenin”.

El análisis marxista nunca fue el punto fuerte del camarada Trotsky”.

Trotsky habla mucho sobre el Partido, sin embargo, para él, el Partido son los líderes, los jefes. Pero aquellos que realmente desean estudiar Octubre, deben estudiar al Partido como era en Octubre. El Partido era un organismo vivo, en el que el C.C. (“la dirección”) no estaba desligado del Partido, en el que los miembros de las organizaciones de base del Partido estaban en contacto diario con los miembros del C.C.”.

…los logros de Octubre aún no han sido totalmente consumados. Debemos seguir trabajando con determinación para su realización. Y será peligroso y desastroso desviarnos del camino del leninismo, un camino históricamente probado. Y cuando un camarada como Trotsky, transita, aunque sea inconscientemente, el camino de la revisión del leninismo, entonces el Partido debe pronunciarse”.

Trotsky no podía ignorar la existencia de este artículo, con el que Krupskaya interviene en un debate público provocado justamente por él.

Krupskaya no estaba tan sola como pretende Trotsky y militaba también ella, como lo hizo Lenin, no del lado de Trotsky, sino junto a  aquellos “mediocres” que transformaron el país y le pusieron al siglo XX una impronta insoslayable.

Trotsky deliberadamente comete, al apropiarse del símbolo que Krupskaya efectivamente constituía, una nueva estafa al lector.

Extraído del blog urrutial.blogspot.com

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