LA ALIANZA INCONFESABLE: LOS LÍDERES OCCIDENTALES CONSIDERARON UN PACTO CON NAZIS PARA FRENAR LOS AVANCES DE LA URSS (VÍDEOS)

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Entre el miedo y la Realpolitik: las elites europeas y estadounidenses debatieron la posibilidad de unirse a la Alemania nazi contra la URSS en plena II Guerra Mundial

Según el autor de este artículo, nuestro colaborador Manuel Medina, durante la Segunda Guerra Mundial, un secreto inquietante agitó los corredores del poder en Washington y Londres. No se trataba solo de cómo derrotar a un enemigo común, sino del futuro geopolítico post-bélico. Sorprendentemente, entre las estrategias que barajaron las élites occidentales, emergió la posibilidad de un «pacto impensable»: una alianza con la Alemania nazi para contrarrestar la expansión del comunismo, percibido como una amenaza aún más temible.

POR MANUEL MEDINA (*)  PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-

     En el curso de los días más inciertos de la Segunda Guerra Mundial, cuando el destino del mundo moderno pendía de un hilo, en los pasillos del poder en Washington y Londres  se cuchicheaba no sólo sobre cómo ganar la guerra, sino también sobre cuál sería el paisaje geopolítico después de que la conflagración hubiera concluido.

     Uno de los debates más  sorprendentes que  se produjeron durante ese periodo, y que a menudo se pasa por alto en los relatos históricos convencionales, es el que involucraba a los círculos dirigentes occidentales en la concertación de una posible alianza con la Alemania nazi, para así poder estar en condiciones de contrarrestar los rápidos avances del Ejército Rojo, tras la demoledora derrota alemana en Stalingrado.

    Aunque la idea de un proyecto de alianza con la Alemania nazi pueda verse hoy como una idea impensable, ese proyecto de colaboración con los nazis no resultó tan descabellado para determinadas figuras políticas occidentales de la época.

LA «AMENAZA COMUNISTA»

    En el contexto de los años 40, el comunismo representaba para muchos líderes occidentales una amenaza ideológica y existencial, cuyos efectos eran para no pocos miembros de esos círculos gobernantes y financieros mucho más peligrosos que los de la ideología fanática y genocida del nazismo hitleriano.


   De hecho, antes del estallido de la guerra, algunas figuras políticas prominentes en el Reino Unido, Francia y Estados Unidos creían que el nazismo podría llegar a ser una suerte de rompeolas inexpugnable en contra los avances del comunismo. Conviene recordar que fueron los grandes industriales, los poderosos banqueros y los terratenientes los que contribuyeron a la promoción política y económica del fascismo, tanto en Alemania, como en Italia o en la propia España.

    Durante las décadas de los  30 y  40  y, especialmente, en el curso de la Gran Depresión económica, los comunistas, en efecto, eran vistos por las élites occidentales como una «amenaza existencial». Y es que sistema económico que los comunistas proponían abogaba por la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la redistribución de la tierra y  de la riqueza. Eso constituía un auténtico anatema para los sistemas capitalistas occidentales y las clases hegemonicas que los controlaban.

      Sin embargo, aunque el nazismo podía resultar brutal y arrolladoramente expansionista para las élites burguesas del  Reino Unido, Francia o Estados Unidos, no dejaba de ser un proyecto que operaba dentro de los parámetros manifiestamente capitalistas y empresariales.  En realidad, la razón de ser del fascismo no había sido históricamente otra que la de preservar la existencia del propio sistema capitalista.


   En los Estados Unidos, esa visión anticomunista se vio reforzada por el temor a que, después de la guerra, emergiera una crisis económica similar a la de la Gran Depresión, a menos que se establecieran nuevos equilibrios de poder y de mercados económicos. La Unión Soviética, con su modelo económico y su retórica de revolución global, era interpretada como una amenaza seria para estos planes.

    En los gobiernos occidentales, las figuras que apoyaban la idea de una alianza con los nazis no eran en absoluto marginales. Algunos de ellos ocupaban puestos de considerable influencia e interpretaban que una alianza con Alemania  era una política pragmática de realpolitik. Sin embargo, estas opiniones a menudo entraban en confrontación con la posición oficial de dar prioridad a la lucha contra las Potencias del Eje hasta lograr su rendición incondicional. Esta política fue articulada con firmeza por líderes como el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, y el premier británico, Winston Churchill.

    Antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, la percepción de Winston Churchill sobre el régimen hitleriano habia sido más cautelosa que la de muchos otros líderes políticos y figuras públicas en el Reino Unido Europa. 

   Hay que tener en cuenta que en Inglaterra existía una fuerte corriente de simpatía hacia Hitler y su régimen en los aledaños del poder.  La simpatía hacia el nazismo y sus líderes del duque de Windsor, -que había llegado a ser entronizado como rey-  no fue sólo una mera preferencia personal. Como tampoco fueron casuales las famosas fotografías de la hoy desaparecida reina Isabel II y de su hermana en las que ambas aparecían saludando al modo fascista. En los ámbitos de la aristocracia británica se contemplaba con muy buenos ojos también la «experiencia política fascista» germana.


    En el gran tablero de ajedrez que fue la política global durante la II Guerra Mundial, la Unión Soviética se encontraba, pese a sus éxitos en la segunda parte del conflicto, en una posición particularmente precaria. Aunque era parte constitutiva de «Los Aliados», junto a los Estados Unidos y al Reino Unido, el liderazgo de la URSS era muy consciente de las corrientes subterráneas de desconfianza y las posibles traiciones que se estaban gestando en Occidente. Esta sensación de vulnerabilidad no estaba en absoluto infundada, ya que circulaban rumores y reportes de que en algunos círculos políticos en Washington y Londres  se consideraba  a los nazis como un posible baluarte contra los avances del comunismo.
   

    Como resultado de estas percepciones, la Unión Soviética adoptó una posición exterior extremadamente cautelosa y prudente y, a menudo, defensiva. Puso especial esmero permanecer siempre preparada  ante cualquier eventual  traición y, por lo tanto, decidida a crear zonas de amortiguamiento entre ellos y Occidente al final de la guerra. Como efectivamente, así terminaron haciendo.

EL VALOR DE LAS FUENTES PARA APROXIMARNOS A LOS ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS

     ¿Cómo se ha llegado a tener acceso al conocimiento de ese intrincado «escenario de cabildeos» que se estuvo produciendo en la trastienda de la II Guerra Mundial, y después de ella?

   Ni que decir tiene que las fuentes esenciales que han permitido conocer las “pulsiones” secretas pronazis que  se produjeron en los círculos del poder occidentales durante la guerra fueron los propios archivos gubernamentales.  Los documentos, telegramas, y la correspondencia oficial, una vez desclasificados, han podido ofrecer una visión amplia de las decisiones políticas y las opiniones de los líderes de la época. Estos documentos han puesto en evidencia la existencia de propuestas de alianzadebates internos dentro de los gobiernos, así como los movimientos de la diplomacia secreta que se estuvieron produciendo lejos de la vista pública y, a menudo, en contradicción flagrante con la retórica de las declaraciones oficiales.

 
    Pero, además, las propias memorias y diarios de figuras políticas y militares de la época  han sido otras de las fuentes cruciales que han permitido  acceder al conocimiento de lo que secretamente estuvo gestándose.

    Aunque estos relatos pudieran estar teñidos por la subjetividad y el deseo de los autores de presentarse bajo una luz favorable, también  proporcionan detalles contextuales y humanos de los que la documentación oficial  frecuentemente carecen. Estos relatos personales pueden dar vida a los debates éticos y pragmáticos que tuvieron lugar detrás de las «puertas cerradas,  reflejando  las  ansiedades  en medio de las tensiones  de una conflagración mundial.
 

LOS QUE SE OPUSIERON

    Mientras no pocos círculos dirigentes del poder político y económico occidentales  tuvieron a mano siempre la posibilidad de una alianza con la Alemania nazi para así contrarrestar la influencia soviética, hubo también voces resueltas dentro de los gobiernos aliados que se opusieron vehementemente a tal idea.  


     En términos estratégicos,  existía entonces la fuerte creencia de que cualquier colaboración con los nazis sería, en el mejor de los casos, una solución a corto plazo, con consecuencias potencialmente desastrosas a largo plazo.  

    Entre las voces opositoras a un arreglo antisoviético con los nazis se encontraron personajes como Winston Churchill en el Reino Unido, y Franklin D. Roosevelt en los Estados Unidos.  La conducta de ambos estuvo siempre exclusivamente guiada, durante aquel periodo, por sus propios intereses y estrategias. No obstante, ambos se mantuvieron públicamente firmes en su resolución de luchar contra las Potencias del Eje hasta su rendición incondicional.   Conviene, no obstante, reiterar que ambos posicionamientos respondieron a una visión táctica que fríamente calculaba qué podía ser más negativo para los intereses de las clases dirigentes británicas o estadounidenses, tener como competidor económico a una poderosa Alemania nazi, de naturaleza intrínsecamente expansionista, que aspiraba a la implantación de su hegemónica mundial, que la amenaza de los avances del socialismo. En aquellos momentosla «amenaza inminente» la constituía el imperialismo alemán.


¿QUÉ HABRÍA SUCEDIDO SI LA URSS HUBIERA SIDO DERROTADA EN LA II GUERRA MUNDIAL?

     Cabría preguntarse, no obstante, qué hubiera podido suceder de haberse impuesto la idea de una alianza entre la Alemania nacionalsocialista y las democracias burguesas occidentales.

    Es cierto que adentrarse en los terrenos frágiles de la «historia contrafactual» o alternativa, aunque pudiera resultar un ejercicio fascinante, no traspasaría nunca los límites de una mera especulación, ya que en la dinámica dialéctica de la  historia siempre existen variables difícilmente evaluables. Pero la idea de una alianza entre el Occidente democrático y la Alemania nazi contra la Unión Soviética nos lleva inevitablemente a imaginar un mundo que podría haber sido radicalmente diferente. Si la coalición citada se hubiera producido de manera exitosa, estaríamos hablando de un escenario en el que las potencias aliadas habrían sacrificado principios determinados principios que exhibían como fundamentales para asegurar objetivos geopolíticos y anticomunistas. Las repercusiones de este giro de los acontecimientos podrían haber sido gigantescos y de largo alcance.


     Pero dejemos un lugar a la fantasía, y contemplemos algunos de los hipotéticos efectos que se podían haber producido:

1. Si la Unión Soviética hubiera sido derrotada o significativamente debilitada por esta alianza anticomunista, el equilibrio de poder global habría cambiado drásticamente. Europa del Este y Central podrían haber caído bajo la esfera de influencia nazi o haber sido divididas en zonas de influencia entre las potencias occidentales y una Alemania nazi rehabilitada. Esto podría haber prevenido la Guerra Fría como en su momento   la conocimos, reemplazándola con tensiones y competencias geopolíticas de una naturaleza diferente.


   2. La derrota de la Unión Soviética habría eliminado el modelo económico comunista como fuerza rival en el mundo, consagrando al capitalismo como el sistema económico dominante. Sin embargo, también es posible que la Alemania nazi, si hubiera mantenido alguna forma de autonomía o poder, hubiera impuesto su propio modelo económico en sus áreas de influencia, posiblemente dando lugar a un sistema híbrido de capitalismo fuertemente autoritario, combinado con una forma de corporativismo fascista, tal y como sucedió en España durante la larga dictadura de Franco.

    3. Asimismo, una victoria sobre la Unión Soviética con la ayuda de las democracias burguesas occidentales,  habría tenido implicaciones profundas en la sociedad y en la cultura global. El fascismo y las ideologías autoritarias podrían haber ganado una legitimidad renovada y extendida en Europa y aún más allá. Mientras tanto, los movimientos de resistencia y de liberación nacional podrían haber enfrentado represiones aún más severas, aunque también cabría la posibilidad de que se vieran igualmente fortalecidos.


4.   Tal alianza habría representado un compromiso moral significativo para las democracias burguesas occidentales. La colaboración con un régimen responsable del Holocausto y otras atrocidades masivas habría manchado su legado histórico, posiblemente erosionando la fe en los principios liberales de la democracia burguesa, y alterando la evolución de los derechos humanos y el derecho internacional en el periodo de posguerra.


    Y por último, ni que decir tiene que sin la dualidad contradictoria capitalismo-comunismo que definió posteriormente la segunda mitad del siglo XX, el mundo habría seguido un camino muy diferente. Podríamos imaginar como un escenario posible en el que las tensiones ideológicas y la lucha entre las clases sociales dieran paso a rivalidades centradas en el nacionalismo, la competencia económica, o la lucha mundial  por los recursos¿No es eso lo que justamente está sucediendo  hoy?

(*) Manuel Medina es profesor de Historia y divulgador de temas relacionados con esa materia.

VÍDEOS RELACIONADOS: Entrevista de Canarias-semanal al historiador Jacques Pauwels

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