
La OTAN contra Yugoslavia: Las tres biografías entrelazadas de Solana, Putin y Sánchez, en el escenario bélico de la agresión
En marzo de 1999, la OTAN bombardeó Yugoslavia durante 78 días, bajo el argumento de proteger los «derechos humanos». Dos décadas y media después, los hechos y testimonios han revelado otra verdad: fue una guerra imperialista contra un país soberano. Entrelazados en ella estuvieron tres personajes: Javier Solana, Vladimir Putin y el becario precoz, Pedro Sánchez, actual presidente del gobierno de España.
POR MARTÍN ÁLVAREZ PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
El 24 de marzo de 1999 las sirenas antiaéreas comenzaron a sonar en Belgrado. Era el inicio de una de las operaciones militares más devastadoras y polémicas de las últimas décadas en Europa: los bombardeos de la OTAN contra la República Federal de Yugoslavia.
Durante la friolera de 78 días, aviones de combate de la Alianza atlántica arrasaron ciudades, puentes, fábricas, hospitales y medios de comunicación. Bajo el pretexto de una supuesta «intervención humanitaria», se ejecutó una agresión que marcó el colapso final de la Yugoslavia socialista y sentó las bases para la expansión militar de Estados Unidos y sus aliados en los Balcanes.
«Javier Solana fue el rostro europeo de una guerra que enterró el derecho internacional en Europa.»
UNA NARRATIVA FABRICADA PARA LA GUERRA
La intervención se justificó oficialmente como una respuesta a las atrocidades cometidas por el gobierno yugoslavo en Kosovo, en especial la llamada «masacre de Racak». Según la versión occidental, en enero de 1999, las fuerzas serbias ejecutaron a 45 civiles albanokosovares. Sin embargo, investigaciones independientes, como el documental «Comenzó con una mentira» de la televisión alemana WDR, mostraron que los cuerpos habían sido manipulados y que muchas de las víctimas eran combatientes del UCK. Este episodio fue instrumentalizado como casus belli para legitimar una operación ya planificada.
Otro argumento central fue la negativa del gobierno de Milosevic a firmar los Acuerdos de Rambouillet. Lejos de ser un esfuerzo diplomático genuino, el texto imponía la entrada de 30.000 soldados de la OTAN en suelo yugoslavo, con plena libertad de movimiento y control del espacio aéreo. Se trataba de una ocupación militar encubierta que ninguna nación soberana habría aceptado.
DESTRUCCIÓN Y MUERTE: EL SALDO DE LOS BOMBARDEROS
Las consecuencias humanas fueron trágicas. Se estima que alrededor de 5.700 personas murieron en los ataques. Las bombas no cayeron solamente sobre objetivos militares. Hospitales, escuelas, fábricas, medios de comunicación y hasta la embajada china en Belgrado fueron alcanzadas.
La ciudad de Niš fue bombardeada con municiones de racimo, provocando decenas de muertos entre civiles, un acto que hoy sería clasificado como crimen de guerra.
Uno de los testimonios más impactantes proviene de Dragana Petrović, residente de Niš, quien relató:
“Salimos corriendo de casa cuando escuchamos la primera explosión. Una de las bombas cayó en el mercado. Había cadáveres por todas partes. Aún puedo ver sus rostros.” (fuente)
La devastación física se tradujo también en una catástrofe económica y social: colapso de infraestructuras básicas, incremento del desempleo, huida masiva de población y una ola de enfermedades derivadas del uso de uranio empobrecido en municiones. A día de hoy, ciertas regiones siguen experimentando niveles anómalos de cáncer.
EL BRAZO POLÍTICO DE LA GUERRA: JAVIER SOLANA
En el centro de la maquinaria bélica estuvo el entonces secretario general de la OTAN, el español Javier Solana. Fue él quien, el 24 de marzo, dio la orden formal de iniciar los ataques aéreos. Su rol no fue técnico ni simbólico: fue político y decisivo. Bajo su liderazgo, la OTAN ejecutó su primera operación de guerra sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, en clara violación del derecho internacional.
Solana se convirtió así en el rostro europeo de una guerra imperialista que respondía a los intereses de Estados Unidos. Su responsabilidad histórica sigue siendo ignorada por muchos medios, pero las evidencias lo colocan como uno de los ejecutores políticos de la destrucción de Yugoslavia. Como señaló en su momento el analista Michel Collon:
“Solana pasó a la historia como el hombre que enterró definitivamente el derecho internacional en Europa.”
PUTIN, UN BURÓCRATA EN ASCENSO
En 1999, durante los devastadores bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia, el entonces presidente de Rusia, Boris Yeltsin, posiblemente en uno de sus escasos momentos de lucidez, expresó que la acción de la OTAN, realizada sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, violaba el derecho internacional y desestabilizaba el equilibrio de poder en Europa.
No hay que olvidar que tanto los rusos como los pueblos que conformaban la antigua Yugoslavia – serbios, croatas, eslovenos, entre otros- pertenecen al grupo étnico eslavo y comparten unas mismas raíces lingüísticas y culturales que se remontan a la migración de los pueblos eslavos por Europa del Este y los Balcanes.
Estos lazos históricos y culturales han tejido una relación compleja y multifacética entre rusos y yugoslavos, caracterizada por momentos de solidaridad y cooperación, así como por periodos de divergencia política. De manera que aquella manifestación de discreta disconformidad de Yeltsin, con la envergadura dramática que adquirieron los acontecimientos, se quedaba incluso muy corta.
Por aquellos días, el actual presidente de Rusia, Vladimir Putin, ocupaba el cargo de jefe del Servicio Federal de Seguridad (FSB), siendo nombrado en agosto de 1999 primer ministro de Rusia. Aunque su rol durante aquella crisis bélica fue más técnico y centrado en asuntos internos, la intervención de la OTAN en Yugoslavia tuvo un impacto significativo en su percepción de las relaciones internacionales y en la política exterior rusa.
Putin interpretó, en aquellos momentos, que la acción de la OTAN era una muestra de que Occidente estaba dispuesto a actuar unilateralmente, prescindiendo de tener en cuenta los intereses de la nueva Rusia capitalista , lo que influiría, sin duda, en sus actitudes posteriores.
En aquellos momentos, Putin formaba ya parte de la casta de antiguos burócratas que se apropiaron del aparato del Estado soviético, contribuyendo desde el puesto que ocupaba a su desmantelamiento. Razón de más para que no entendiera las razones por las que Occidente se negó a consultar siquiera la opinión del Gobierno de la Federación acerca de cómo se debía proceder en Yugoslavia para que los intereses rusos fueran preservados. Las claves que se escondían detrás de aquellas «desatenciones» solo las terminaría aprendiendo con el tiempo.
En cualquier caso el desplante occidental tampoco radicalizó su antioccidentalismo. Pocos años después persistiría en sus tentativas de acercamiento a EE.UU. y a la UE. Ya siendo presidente de Rusia, en un gesto inenarrable de occidentalismo ramplón, le pidió a Bill Clinton el ingreso de Rusia en la OTAN. ( * Ver vídeo adjunto).
Pero la cosa no quedó ahí. Con motivo de la devastadora intervención de los países de la OTAN en Libia, en la que participó también la España de Rodríguez Zapatero, Rusia se abstuvo de ejercer su derecho al veto de la intervención en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, facilitando de esa forma una intervención militar que terminó convirtiendo a ese país en lo que hoy eufemísticamente los medios de comunicación occidentales denominan como «un estado fallido».
UN JOVEN POLÍTICO ESPAÑOL EN LOS BALCANES
En aquel contexto, un joven Pedro Sánchez, hoy presidente del Gobierno español, comenzaba a dar sus primeros pasos en la política internacional. Con 27 años, trabajaba como miembro del equipo del alto representante de Naciones Unidas en Bosnia, Carlos Westendorp.
Aunque su papel fue secundario, esta experiencia le sirvió para vincularse directamente con el entorno político y diplomático de los Balcanes, y con los lineamientos atlantistas que marcarían buena parte de la política exterior del PSOE. Este episodio ilustra cómo incluso jóvenes cuadros del Partido fueron introducidos tempranamente en los mecanismos de poder diseñados por las instituciones internacionales y sus aliados militares.
«La destrucción de Yugoslavia fue la consolidación de la presencia militar de EEUU en los Balcanes.»
LA GEOPOLÍTICA DETRÁS DE LAS BOMBAS
El ataque a Yugoslavia no fue un episodio aislado. Fue la culminación de una década de desmantelamiento de una nación que había desafiado el orden bipolar durante la Guerra Fría. Como líder del Movimiento de Países No Alineados, la Yugoslavia socialista representaba un modelo incómodo: economía mixta, soberanía nacional y cooperación internacional, sin alinearse con Washington o Moscú.
Su destrucción fue estratégica: no solo eliminó el último gran proyecto socialista europeo, sino que permitió a la OTAN instalar bases militares como en Camp Bondstel en Kosovo, desde donde hoy proyecta su poder hacia Europa del Este y Oriente Medio.
26 años después, los bombardeos sobre Yugoslavia siguen siendo una herida abierta y un símbolo del cinismo de las potencias occidentales. La “intervención humanitaria” se reveló como un miserable disfraz para una guerra de conquista, ejecutada sin legitimidad, con un saldo trágico y consecuencias que no desaparecerán en mucho tiempo.
(*) VÍDEO RELACIONADO: Vladimir Putin reconoce que pidió a «Bill» (Clinton) la entrada de Rusia en la OTAN, después de que la Alianza Atlántica destruyera Yugoslavia.