INTERNACIONALISMO PROLETARIO
Este notable documento fue escrito por el Dr. Norman Bethune, poco antes de su muerte por envenenamiento de sangre, mal que contrajo operando a un soldado chino herido en la guerra. Norman Bethune, médico canadiense, se presentó como voluntario internacionalista al ejército rojo en China, durante la Guerra de Liberación, donde trabajó hasta su muerte en diciembre de 1939.
Heridas que parecen pequeños charcos resecos, apelmazados con tierra; heridas de las que cuelgan partes destrozadas por la cangrena; heridas cuyo aspecto limpio disimulan el absceso profundo que se esconde dentro y alrededor de los músculos rígidos y bien desarrollados, como un río maldito, un torrente de fuego que atraviesa la carne; heridas que se abren como orquídeas podridas, clavos secos, triturados, horribles flores de carne; heridas que vomitan sangre en coágulos, mezclados con siniestras burbujas de gas flotando en la sangre fresca de la persistente hemorragia secundaria.
Vendajes puestos hace mucho tiempo, sucios y malolientes, en los que la sangre se pegó a la piel. Cuidado. Mejor humedecerlos primero. Vendar toda la pierna. Mantenga la pierna levantada. ¡Mira! Parece un gran calcetín, flojo, de color rojo. ¿Qué tipo de calcetín? Calcetín de Navidad. ¿Qué es de aquel hueso bonito y fuerte? Partido en doce pedazos. Péguelos con los dedos; blancos, parecen dientes de perro -afilados, agudos. Ahora mire. ¿Hay algún pedazo? Si, aquí. ¿Todo? Sí. ¿No! Aquí hay un pedazo. ¿Estará muerto este músculo? Apriételo. Y, está muerto. Vamos córtelo. ¿Cómo se podrá curar? ¿Cómo estos músculos, hasta entonces fuertes -ahora rotos, destruidos, escombros de músculos- van a recuperar aquel vigor, aquel poder? Contraer, relajar. ¡Extraordinario! Ya se acabó. Se acabó todo. Hoy estamos destruidos. ¿Qué hacer de nosotros?
El siguiente. ¡Pero es un niño! Diecisiete años. Herido de bala en el vientre. Cloroformo. ¡Rápido! Gases saliendo de la cavidad peritoneal abierta. Olor de heces. Intestinos distendidos en espirales de color rosa. Cuatro perforaciones. Vamos a cerrarlas. Sutura. Pase la esponja por la pelvis. Sonda. Tres sondas. Es difícil de cerrar. Manténgalo caliente. ¿Cómo? Meta aquellos instrumentos en el agua caliente.
La cangrena es una compañera espeluznante, horripilante. ¿Éste está vivo? Está, sí. Técnicamente hablando, vive. Vamos a hacer una transfusión intravenosa de solución salina. Tal vez las pequeñas innumerables células de su cuerpo se recuerden. Puede ser que haga recordar el mar cálido y salado, el hogar ancestral, el primer alimento. Con el recuerdo de un millón de años, tal vez recuerden otras costas, otros océanos -la vida naciendo del mar, del sol. Tal vez esto hará levantar las pequeñas cabezas cansadas, beber, absorber bien -y luchar para volver a la vida. Es posible.
Y éste de aquí. ¿Podrá correr por la carretera al lado de la mula en la próxima cosecha, gritando de alegría, de felicidad? No, ese nunca más va a correr. ¿Cómo correr sólo con una pierna? ¿Y qué vas a hacer? Ahora, está sentado, viendo a los otros muchachos correr. ¿Y qué vaa a pensar? Lo que usted y yo pensaríamos. ¿De qué sirve la compasión? No tenga lástima de él, ¡no! La lástima minimiza el sacrificio que hace. Lo hace para defender a China. Ayúdelo, llévelo en sus brazos. ¡Vamos! Es tan ligero como un niño. Es su hijo, mi hijo.
Qué bello es el cuerpo humano. Qué perfectas las diversas partes del conjunto. Con que precisión se mueve, obediente, fuerte, magnífico. Qué horrible así desgarrado. La pequeña llama de la vida se desvanece poco a poco, en parpadeos, se acaba. Se fue. Se extingue, como una vela que se apaga. Poco a poco, silenciosamente. Una leve protesta al morir, después se acaba todo. Hace su papel, luego se calla. ¿Alguien más? Cuatro presioneros japoneses. Tráigalos. En la comunidad del dolor no hay enemigos. Corte aquí este maldito uniforme manchado de sangre. Haz que se detenga la hemorragia. Ponlo acostado de lado junto a los otros. ¡Mira, parecen hermanos! ¿Estos soldados son asesinos profesionales? No, son aficionados. Manos de trabajadores. Son trabajadores uniformados.
Ninguno más. Seis de la mañana. ¡Dios mío! ¡Qué frío hace en esta sala! Abra la puerta. En el azul profundo de las montañas distantes al este, aparece una luz pálida, débil. Dentro de una hora, el sol saldrá por ahí. A la cama, a dormir.
Pero el sueño no viene. ¿Cuál es la razón de esta crueldad, de esta estupidez? Un millón de trabajadores vienen de Japón para matar o mutilar a un millón de trabajadores chinos. ¿Por qué viene el trabajador japonés a atacar a su hermano, obligándolo a luchar para defenderse? ¿Será que el trabajador japonés se beneficia de la muerte del chino? No, ¿cómo podría obtener beneficio? En el nombre de Dios, entonces, ¿quién lleva ventaja? ¿Quién es el responsable de enviar al trabajador en esta misión asesina? ¿Quién se beneficia de todo esto? ¿Cómo consiguen persuadir al trabajador japonés para que ataque al trabajador chino, su hermano en la pobreza, su compañero la desgracia?
¿Es posible que unos pocos hombres ricos -una clase no muy numerosa- haya logrado persuadir a un millón de hombres pobres para atacar y tratar de destruir a otro millón de hombres pobres como ellos? ¿Para que los ricos se enriquecen aún más? ¡Terrible idea! ¿Cómo han convencido a esos pobres hombres para venir a China? ¿Contándoles la verdad? No, ellos nunca vendrían si supieran la verdad. ¿Osarían decirles a los trabajadores que los ricos sólo quieren materia prima más barata, mejores mercados, mayores beneficios? Dijeron, sin embargo, que esta guerra brutal era el «El destino de la Raza» en nombre de «La gloria del Emperador» y de»La honra al Estado». Una guerra «Por el rey y su país».
Falso. Falso como el diablo
Los agentes de esta guerra de agresión incalificable deberían ser perseguidos como criminales comunes, así como aquellos que se benefician de ella. ¿Acaso los 80 millones de trabajadores en Japón, los agricultores pobres, los obreros industriales desempleados, se benefician de eso? ¿A lo largo de la historia de las guerras de agresión, desde la conquista de México por parte de España, la dominación de la India por Inglaterra, la dominación de Etiopía por Italia, se tuvo alguna noticia de que las clase trabajadora de los países «vencedores» haya sido, de alguna forma, beneficiada? No, los trabajadores jamás se beneficiaron de tales guerras.
¿Acaso el trabajador japonés se beneficia de los recursos naturales de su propio país, como el oro, plata, hierro, carbón o petróleo? Hace mucho que ya dejó de ser el dueño de estas riqueza naturales, hoy en manos de los ricos y de la clase dominante. Las miles de personas que trabajan en aquellas minas viven en la pobreza. ¿Cómo, entonces, podría beneficiarse del robo a mano armada de oro, plata, hierro, carbón y petróleo a China? ¿No serán los ricos propietarios japoneses los primeros en retener, para su propio beneficio, las riquezas usurpadas al gran país vecino? ¿No ha sido siempre así?
Parece indiscutible que los militares y capitalistas de Japón son las únicas clases que se aprovechan de este asesinato en masa, esta locura autorizada. ¿Carnicería con la sanción de la clase dominante, y promovida por el Estado? ¿No serían así, las guerras de agresión y las guerras de conquista de colonias, nada más que grandes negocios? Al parecer, sí. Muchos de los que cometen estos crímenes contra el país buscan, sin embargo, esconder sus verdaderos propósitos bajo la bandera de abstracciones e ideales rotundos. Sus guerras de conquista del mercado -en verdad, robo de materias primas- se procesan a través de extensos genocidios. Encuentran más barato robar que negociar; más fácil saquear que comprar. Estos son los secretos de todas las guerras. Lucro. Negociación. Explotación. Y su moneda es la sangre.
Detrás de todo esto está aquel terrible e implacable «Dios de los Negocios y de la Sangre», cuyo nombre es lucro. El dinero, como un insaciable Moloch, exige interés, reembolso, y no renunciar a nada -ni delante del asesinato de millones de personas- para satisfacer su codicia. Detrás del ejército están los militaristas. Detrás de los militaristas el capital financiero y el capitalista: hermanos de sangre, cómplices en el crimen.
¿Cómo son estos enemigos de la raza humana? ¿Llevan en la frente la marca que los denuncia, para que sean despreciados, condenados como criminales? No. Al contrario, son personas respetables. Son venerados. Se les tratan como nobles, caballeros. ¡Cómo disimulan con este nombre! ¡Caballeros! Son los pilares del Estado, de la Iglesia, de la sociedad. Patrocinan la caridad pública y privada con el excedente de sus riquezas. Hacen donaciones a hogares de beneficencia. En la vida privada son amables y muy apreciados. Obedecen la ley, su ley, la ley de la propiedad. Hay algo, sin embargo, que lleva a la caza y denuncia a estos gentiles pistoleros: sólo amenazar con una reducción de sus ingresos, de intereses sobre su dinero, que la bestia en ellos despierte enojada, gruñendo agresivamente. Se vuelven crueles como los salvajes, brutales como los locos, verdugos insensibles. Hombres como estos deben perecer si queremos la continuidad de la raza humana. Mientras ellos vivan, no habrá paz permanente en el mundo. Una sociedad humana organizada con el fin de permitirles la existencia debe ser abolida.
Son estos los hombres que provocan las heridas.
«El espíritu del camarada Bethune es de total dedicación a los demás sin la menor preocupación por sí mismo, se expresaba en su infinito sentido de responsabilidad en el trabajo y en su infinito cariño por los camaradas y el pueblo. Todo comunista debe seguir su ejemplo«. Mao Tse-Tung
Traducido por «Cultura Proletaria» de anovademocracia.com.br