EL HISTÓRICO GOLPE MAESTRO DE EE.UU.: EL «PLAN MARSHALL» Y SU ESTRATEGIA PARA SOMETER A EUROPA

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¿Fue el «Plan Marshall» un acto de generosidad norteamericana o una estrategia de dominación a largo plazo?

El llamado «Plan Marshall» con el que formalmente los EEUU decía desear ayudar económicamente a la Europa destruida de la postguerra, emergió no como un simple gesto de apoyo, sino como una astuta operación de los EE.UU. cuya finalidad era enredar a Europa en sus redes de influencias . Con promesas de “reconstrucción” y ofertas de ayuda, Estados Unidos orquestó una de las mayores expansiones económicas de la historia moderna. Esta estrategia es ahora desvelada por la conocida historiadora francesa Annie Lacroix-Riz . Un documento imprescindible para encontrar una explicación al difícil atolladero en el que ahora se encuentran ahora los paises que integran el viejo continente

  POR GREG GODELS –

Título original: «El mito del Plan Marshall y el imperialismo de EE.UU».

Traducción: Redacción de Canarias Semanal

   Uno de los acontecimientos más significativos de los años que siguieron a la II Guerra Mundial, -un evento que ayudaría a la configuración del imperialismo estadounidense-. fue la implementación de la «Ley de Recuperación Europea de 1948», también denominada «Plan Marshall».

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    El «Plan Marshall» no solo consistió en una hábil maniobra para lograr establecer un conjunto de vínculos económicos entre la Europa Occidental y EE.UU..  -en Europa desempeñaría un papel subordinado-, sino que también significó un enorme triunfo propagandístico para la clase gobernante de los EEUU en los albores de la «Guerra Fría».

    El «Plan Marshall» hizo posible que los niños de las escuelas estadounidenses quedaran mágicamente maravillados ante la generosidad y el desinterés de la asistencia prestada por el Gobierno estadounidense a los empobrecidos pueblos europeos. El hecho de que las democracias populares de Europa del Este rechazaran esa magnanimidad estadounidense solo no hacía más que subrayar la terquedad cerril de los mismos.

   Por supuesto, es cierto que desde que se proyectó hubo relatos alternativos sobre la intención y la eficacia del «Plan Marshall», con relatos escépticos que cuestionaban los motivos reales de la generosidad estadounidense, interrogándose sobre los términos y condiciones adjuntos y ofreciendo esquemas alternativos para la recuperación europea.

      Ya desde 1947, Henry Wallace, el ex vicepresidente de EE.UU., por ejemplo, buscó eliminar la ayuda a Europa de la política de la «Guerra Fría» al crear un fondo de reconstrucción administrado por la ONU, priorizando la ayuda financiera según las necesidades relacionadas con la guerra de los países receptores, independientemente de la ideología que estos tuvieran antes o después de la guerra, garantizando que no se adjuntaran trucos políticos o ideológicos y asegurando que la ayuda no se utilizara con fines militares o agresivos. Ni que decir tiene que sus propuestas fueron acogidas con hostilidad por la Administración Truman, que estaba entonces muy interesada en alentar un clima de confrontación con la Unión Soviética.

   Hasta ahora, una buena parte de los comentaristas occidentales se han alineado tras la idea de que   el Plan Marshall constituyó un profundo acto de sacrificio y generosidad estadounidense, tal y como lo habían presentado  sus creadores.

      Por lo tanto, una visión alternativa a las versiones interesadas y dominantes sobre el Plan Marshall no solo resulta esencial, sino también bienvenida. Esa función parece haber sido cumplida por un nuevo libro de la historiadora comunista francesa Annie Lacroix-Riz, con «Los Orígenes del Plan Marshall: El Mito de la ‘Ayuda’ Americana», en el que son a abordadas  las lagunas historiográficas   hasta ahora existentes.

    Gracias a un análisis minucioso y bien argumentado del libro de Lacroix-Riz a cargo de Jacques R. Pauwels en el magazine Counterpunch, aquellos de nosotros que tenemos unos oxidados conocimientos del francés, ya no tendremos que sentarnos acompañados de nuestro diccionario francés, para tratar de batirnos en un duro combate por conseguir una traducción aproximada.

   Pauwels es un crítico perspicaz de los muchos mitos que abundan sobre la historia de EE.UU., incluido entre ellos el Plan MarshallPauwels describe el mito de la siguiente manera:

    «… después de derrotar a aquellos odiosos nazis, en un combate casi en solitario, y prepararse para regresar a casa a ocuparse de sus propios asuntos, el Tío Sam repentinamente se dio cuenta de que los desdichados europeos, exhaustos tras seis largos años de guerra, necesitaban ahora su ayuda para poder recuperarse. Y así, desinteresada y generosamente, decidió colmarlos con enormes cantidades de dinero, que Gran Bretaña, Francia y los otros países de Europa Occidental aceptaron con entusiasmo y utilizaron para no solo volver a la prosperidad sino también a la democracia».

     Por simple que parezca, esta es ciertamente la versión dominante de la «Ley de Recuperación Europea» de 1948 y sus motivaciones. Pero como reconoce Pauwels, el Plan Marshall fue en realidad una apertura para el capital estadounidense, los productos estadounidenses y la influencia política estadounidense.

    Pauwels asegura que el libro de Lacroix-Riz explica el alcance imperialista de EE.UU. fue un proceso largo, con origen en la carrera por las colonias de finales del siglo XIX  a cargo de las  grandes potencias, tal y como describió Lenin en su folleto «Imperialismo».

   Pauwels escribe que

    «Las potencias imperialistas se convirtieron así en enconados competidores y antagonistas o aliados, en una carrera despiadada por la supremacía imperialista, alimentada ideológicamente por las ideas social-darwinistas predominantes de ‘lucha por la supervivencia'».

(Cabe señalar que EE.UU. fue la primera potencia económica en intentar adquirir colonias en un mundo ya dividido, según el prominente economista soviético, Eugen Varga).

    Gracias a los préstamos de guerra a los beligerantes, la producción militar en aumento y la impunidad de sus invasiones, la economía de EE.UU. avanzó por delante de sus homólogos europeos después de la Primera Guerra Mundial. Como resultado, la ascendencia económica de EE.UU. fue recompensada con nuevos mercados, nuevos objetivos para la inversión y un fuerte compromiso con abrir puertas y mercados libres:

«… los industriales estadounidenses de ahí en adelante pudieron superar a cualquier competidor en un mercado libre. Es por esta razón que el gobierno de EE.UU… se transformó en un apóstol más que ansioso del libre comercio, buscando energética y sistemáticamente ‘puertas abiertas’ para sus exportaciones en todo el mundo».

    Con toda su potencia industrial, EE.UU., un recién llegado al juego colonial, fue pionero en una nueva forma de imperialismo: el neocolonialismo. El primer presidente de la Ghana independiente, Kwame Nkrumah — que él mismo sería víctima de las intrigas imperialistas— concibió el neocolonialismo de esta forma:

    «Ante los pueblos militantes de los antiguos territorios coloniales en Asia, África, el Caribe y América Latina, el imperialismo simplemente cambia de táctica. Sin ningún escrúpulo, prescinde de sus banderas, e incluso de algunos de sus funcionarios expatriados más odiados.

    Esto significa, según afirma, que está ‘otorgando’ independencia a sus antiguos súbditos, seguido de ‘ayuda’ para su desarrollo. Bajo la cobertura de tales frases, sin embargo, idean innumerables formas de lograr objetivos antes alcanzados por el colonialismo desnudo. Es la suma total de estos intentos modernos de perpetuar el colonialismo mientras al mismo tiempo se habla de ‘libertad’, lo que ha pasado a conocerse como neocolonialismo.

      Con el mundo ya dividido entre las grandes potencias, era natural para EE.UU. luchar por relajar la presión ejercida por sus rivales, abogando por la autodeterminación nacional (Woodrow Wilson), la descolonización y el libre comercio después de la Primera Guerra Mundial.  Esta fue la respuesta estadounidense ante un mundo dividido en imperios coloniales, llegando a convertirse en una útil plantilla para el futuro del imperialismo.

    Esta ofensiva neocolonial de EE.UU. durante el período de entreguerras desmiente la impresión popular de que durante ese periodo su actitud fue de un indiferente aislacionismo esgrimido por no pocos historiadores. Como se jactó el presidente Calvin Coolidge en su discurso del Día de los Caídos de 1928 en Gettysburg:

    «Nuestras inversiones y relaciones comerciales son de tal envergadura que es casi imposible concebir cualquier conflicto en cualquier parte del mundo, que no llegue s resultarnos perjudicial».

    Pauwels confirma esta ofensiva:

   «En la década de 1920, las ganancias sin precedentes generadas por la Gran Guerra permitieron a numerosos bancos y corporaciones estadounidenses como Ford iniciar importantes inversiones en [Alemania]. La «ofensiva de inversión» rara vez se menciona en los libros de historia, pero es de gran importancia histórica de dos maneras: marcó el comienzo de la expansión transatlántica del capitalismo estadounidense y determinó que Alemania serviría como el ‘cabeza de puente’ europeo del imperialismo estadounidense».

    Este «nuevo» imperialismo permitió a EE.UU. dominar otras economías sin los altos costos del estacionamiento de tropas, si hacer uso de administradores y supervisores en unas colonias inquietas, o asumir la responsabilidad cuidar de las infraestructuras de estas. Además, sin colonias formales, EE.UU. pudo seguir defendiendo su compromiso con la autodeterminación wilsoniana. Esto  terminó convirtiéndose en un enorme activo propagandístico durante la «Guerra Fría».

    Citando al historiador William Appleman Williams refiriéndose a nuestras élites gobernantes,

«Estos hombres no eran imperialistas en el sentido tradicional…» Pero en la realidad continuaban siéndolo».

  El «nuevo» imperialismo terminó involucrando a las grandes potencias históricas. Pauwels señala la inversión inter bélica de EE.UU. en la Alemania nazi:

  «Estados Unidos no tenía ningún deseo de ir a la guerra contra Hitler, quien demostró ser tan ‘bueno para los negocios'».

   Por esa misma razón, Gran Bretaña se convirtió tanto en un objetivo de inversión como en un aliado:

     El primer país en convertirse en un vasallo del Tío Sam fue Gran Bretaña. Después de la caída de Francia en el verano de 1940, cuando quedó sola para enfrentar el terrorífico poderío del Reich de Hitler, la antigua Número Uno de las potencias industriales tuvo que ir de rodillas a EE.UU. para pedirle préstamos enormes de dinero a los bancos estadounidenses y usar ese dinero para comprar equipos y combustible de las grandes corporaciones estadounidenses.

     Washington accedió solícito a extender tal «ayuda» a Gran Bretaña con un esquema que se conocería como «Préstamo y Arriendo». Sin embargo, los préstamos tenían que ser pagados con intereses, pero, además estaban sujetos a condiciones como la abolición prometida de la «preferencia imperial», que garantizaba que Gran Bretaña y su imperio dejarían de ser una «economía cerrada» y, a cambio, abrirían sus puertas a los productos de exportación y al capital de inversión de EE.UU.

    Como resultado del «Préstamo y Arriendo»Gran Bretaña se transformaría en un «socio junior», no solo económicamente, sino también política y militarmente de los EE.UU.  O, como lo expone Annie Lacroix-Riz en su nuevo libro, los préstamos del «Préstamo y Arriendo» Gran Bretaña  se encargaron de marcar el comienzo del fin del Imperio Británico.

    Eugen Varga, en su «Capitalismo del siglo XX» publicado en 1960, describe así el contexto de las rivalidades inter-imperialistas:

    «La lucha entre los imperialistas de cada uno de los bloques beligerantes no cesó, ni mucho menos, durante la guerraItalia, el principal aliado europeo de Hitler, prácticamente no participó en la guerra antes de la derrota de Francia, llevó a cabo «su propia» guerra con Grecia por la conquista de Albania. Japón tenía «su propia» guerra en Asia Oriental y contra EE.UU.; aunque Japón había sido parte del «pacto anti-Comintern», concluyó un tratado de no agresión con la Unión Soviética.

    El principal objetivo de EE.UU. en la alianza antifascista era derrotar a Japón y, paralelamente a derrotar a Hitler, debilitar a Gran Bretaña y abolir el imperio colonial británico. Con este objetivo en mente, EE.UU. inicialmente suministró a Gran Bretaña materiales de guerra por dinero en efectivo (es decir, por oro), así quitando a Gran Bretaña su reserva de oro y sus valores estadounidenses.

     EE.UU. pasó al sistema de préstamo y arriendo solo cuando las reservas de Gran Bretaña se agotaron y luego detuvo el préstamo y arriendo al final de la guerra sin ningún aviso. Durante la guerra, Roosevelt aprovechó cada oportunidad para exigir la abolición del sistema británico de aranceles preferenciales, uno de los principales soportes económicos del Imperio Británico, la concesión de la independencia política a la India, etc. (p. 49-50)»

    Entonces, al finalizar de la Segunda Guerra MundialEE.UU. había establecido la política y la práctica del uso de su fuerza económica y defensa del libre comercio para a través de ellas imponer su dominio sobre países más débiles y vulnerables, una forma de neocolonialismo ágil, pero también opaco, muy adecuado para la era poscolonial venidera. ¿Sería una sorpresa que EE.UU. continuara, refinara y expandiera sus diseños imperiales?

     Pauwels describe la arquitectura del avance neocolonial de los Estados Unidos después de la guerra: el acuerdo de Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, todos apoyan los intereses económicos de los EE.UU. y están diseñados para crear subordinación a los objetivos políticos y económicos de los EE. UU.

     Para una mirada detallada sobre cómo se implementaron este tipo de políticas, disponemos del relato de Lacroix-Riz sobre su aplicación en Francia. A través del mismo podremos saber que los EE. UU. apoyaron a funcionarios de Vichy corruptos y anticomunistas, en lugar de los exiliados que  en Londres permanecían alrededor de Charles de Gaulle, una figura fuertemente nacionalista e independiente no manchada por el colaboracionismo con los nazis.

  Pauwels escribe:

      «Los estadounidenses entendieron demasiado bien que estos ex pétainistas [vichyistas] serían socios agradables, ignoraron o perdonaron los pecados que estos últimos habían cometido como colaboradores, los etiquetaron con el epíteto respetable de ‘conservadores’ o ‘liberales’, y arreglaron para que ellos, en lugar de los gaullistas u otros líderes de la Resistencia, fueran colocados en posiciones de poder».

     Nombrar al almirante del gobierno de Vichy, Darlan, un «antifascista» recién convertido, como líder de un gobierno francés provisional  que servía  a los propósitos de los EE. UU.

    Como relata Pauwels:

        El «nombramiento» americano de Darlan rindió frutos virtualmente de inmediato, es decir, el 25 de septiembre de 1943, cuando el gobierno provisional francés firmó un acuerdo de «Préstamo y Arriendo» con los EE. UU. Las condiciones de este acuerdo eran similares a las adjuntas al «Préstamo y Arriendo» con Gran Bretaña y las que se consagrarían un año más tarde en Bretton-Woods, es decir, una «puerta abierta» para las corporaciones y bancos estadounidenses a los mercados y recursos de Francia y su imperio colonial.

      Ese arreglo fue descrito eufemísticamente como «ayuda recíproca«, pero en realidad fue el primer paso en una serie de arreglos que culminarían en la suscripción de Francia al Plan Marshall e impondrían a Francia lo que Lacroix-Riz describe en su libro como una «dependencia del tipo colonial».

      A medida que se desarrollaban los acontecimientos, el gobierno cargado de vichyistas era demasiado para que los franceses antifascistas y la Resistencia activa lo soportaran, y el suficientemente anticomunista de Gaulle se volvió aceptable para las élites estadounidenses. El problema con de Gaulle, sin embargo, era que estaba de acuerdo con los soviéticos en que se debían extraer reparaciones de Alemania, en contra de los deseos de los EE.UU. Los intereses industriales y financieros de los EE.UU. estaban demasiado arraigados en Alemania como para obligarlos a pagar por su agresión.

  Citando a Pauwels:

     «Así podemos entender el trato desigual que Washington dispensó en 1944-1945 a una Francia que estaba económicamente en una situación desesperada después de años de guerra y ocupación. Ya en el otoño de 1944, París fue informado de que no habría reparaciones de Alemania, y fue en vano que de Gaulle respondiera coqueteando brevemente con la Unión Soviética, incluso concluyendo un «pacto» con Moscú que resultaría ser «muerto al nacer», como lo pone Lacroix-Riz...

      En cuanto a la urgente solicitud de Francia de créditos estadounidenses, así como de alimentos, suministros industriales y agrícolas urgentemente necesarios, no produjeron «regalos gratuitos» de ningún tipo, como se cree comúnmente,… sino solo entregas de productos de los cuales había un exceso en los propios EE. UU. y préstamos, todo ello para ser pagado en dólares y a precios inflados. Lacroix-Riz enfatiza que «nunca existieron entregas gratuitas de mercancías a Francia por parte del ejército estadounidense o cualquier organización civil, incluso de tipo humanitario…»

     Prefigurando el futuro de las relaciones entre EE.UU. y Francia, el Acuerdo Blum-Byrnes de 1946 «fue ampliamente percibido como un trato maravilloso para Francia… y fue proclamado por el propio Blum como ‘una concesión inmensa’ de los estadounidenses».

    En cambio, fue una rendición a las demandas de los EE.UU., que involucraba el acuerdo de comprar equipo militar sobrante y otros productos que los capitalistas estadounidenses estaban ansiosos por sacar de sus libros. El pago por estos bienes debía ser en dólares, difíciles de adquirir sin precios de saldo para los bienes franceses exportados a los EE.UU. A los franceses se les obligó compensar a las corporaciones estadounidenses por sus pérdidas en suelo francés (irónicamente, unas pérdidas que en su mayoría eran el resultado de los propios bombardeos estadounidenses).

    Lacroix-Riz sostiene que, de hecho, los préstamos de préstamo y arriendo no fueron perdonados y que el Acuerdo «no produjo créditos en absoluto».

     Cuando de Gaulle dejó el gobierno a principios de 1946, sus sucesores siguieron el liderazgo de los EE. UU.  atacando al Partido Comunista Francés, el grupo político más popular en la inmediata posguerra. Con su expulsión del gobierno francés en 1947, se despejó el camino de un obstáculo poderoso para la mayor penetración del capital, las exportaciones y la cultura estadounidenses.

La conclusión que se debe sacar, según Pauwels y Lacroix-Riz:

    «Que la recuperación económica de Francia después de la guerra no se debió a la «ayuda» estadounidense es solo lógico porque, desde la perspectiva estadounidense, el objetivo de los Acuerdos Blum-Byrnes o, más tarde, del Plan Marshall, no consistia, en absoluto, en perdonar deudas o ayudar a Francia de ninguna otra manera a recuperarse del trauma de la guerra, sino abrir los mercados del país (así como los de sus colonias) e integrarlo en una Europa postbelica, por el momento solo Europa Occidental, que sería capitalista, como los EE. UU., y controlada por los EE. UU. desde su cabeza de puente alemana.

    Con la firma de los Acuerdos Blum-Byrnes, que también incluían la aceptación francesa de que no habría reparaciones alemanas, ese objetivo se logró prácticamente. Las condiciones adjuntas a los acuerdos incluían de hecho una garantía de los negociadores franceses de que Francia practicaría de ahora en adelante una política de libre comercio y que no habría más nacionalizaciones como las que, casi inmediatamente después de la liberación del país, afectaron al fabricante de automóviles Renault, así como a las minas de carbón de propiedad privada y a los productores de gas y electricidad».

    El Plan Marshall repite la plantilla establecida con el Acuerdo Blum-Byrnes, que a su vez fue un desarrollo consistente del programa neocolonial estadounidense creado después de la Primera Guerra Mundial. Así, vemos el desarrollo continuo de una estrategia imperialista estadounidense. Lo único en cada paso fue la creciente escala del proyecto. Posteriormente, iniciativas como el Programa Punto Cuatro, la Alianza para el ProgresoUSAID y una serie de otras agencias y planes extendieron los tentáculos corporativos estadounidenses por el resto del mundo.

Como escribí en 2015:

     «En la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, el Plan Marshall y el programa Punto Cuatro fueron ejemplos tempranos de Caballos de Troya neocoloniales, programas destinados a cimentar relaciones capitalistas explotadoras mientras se posaban como generosidad y asistencia. Ellos, y otros programas, fueron esfuerzos exitosos para tejer consentimiento, seducción y extorsión en una política exterior sólida que aseguraba los objetivos del imperialismo sin la repulsión moral de la represión colonial y el costo de vastas colonias.»

    Pauwels y Lacroix-Riz añaden a nuestro entendimiento de esta coyuntura crítica en la elaboración de políticas neocoloniales estadounidenses. Al desmitificar el Plan Marshall, Pauwels concluye:

     «La integración de Francia en una Europa posbélica (occidental) dominada por el Tío Sam se completaría con la aceptación del país de la «ayuda» del Plan Marshall en 1948 y su adhesión a la OTAN en 1949.

    Sin embargo, sería erróneo creer que estos dos eventos altamente publicitados se produjeron como una respuesta al estallido de la Guerra Fría, convencionalmente atribuido a la Unión Soviética, después del final de la Segunda Guerra Mundial.

    En realidad, los estadounidenses habían estado ansiosos por extender su alcance económico y político a través del Atlántico y Francia había estado en su punto de mira al menos desde que sus tropas desembarcaron en el norte de África, en el otoño de 1942.

    Aprovecharon la debilidad de la Francia de posguerra para ofrecer «ayuda» con condiciones leoninas que, como las del Préstamo y Arriendo Gran Bretaña, estaban destinadas a convertir al país receptor en un socio menor de los EE.UU.

   Esto pudo hacerse realidad, como demuestra Lacroix-Riz en su libro, no cuando Francia se suscribió al Plan Marshall, sino cuando sus representantes firmaron los acuerdos que resultaron de las negociaciones no anunciadas de Blum-Byrnes.

   Sería entonces, en la primavera de 1946, cuando Francia, sin que la mayoría de sus ciudadanos llegaran a saberlo, se despidió de su estatus de gran potencia, uniéndose a las filas de los vasallos europeos del Tío Sam.

    Es esperable que este importante libro de Lacroix-Riz pueda encontrar un traductor y un editor en idioma inglés.

https://canarias-semanal.org/art/36139/el-historico-golpe-maestro-de-eeuu-el-plan-marshall-y-su-estrategia-para-someter-a-europa

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