Como vio el escritor Yevgueni Yevtushenko aquel insólito desfile de decenas de miles de alemanes derrotados.
En el curso del verano de 1944, al Ejército alemán recibió una devastadora derrota infligida por el Ejército Rojo, que sería f conocida como la «Operación Bagration». Las autoridades hicieron desfilar a decenas de miles de soldados alemanes, encabezados por sus arrogantes jefes y oficiales ante el pueblo soviético, a lo largo de las calles de Moscú. Se trataba de un insólito desfile que el poeta soviético Yevgueni Yevtushenko plasmó en la narración que aquí reproducimos.
REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL
Yevgueni Yevtushenko fue un conocido poeta soviético, nacido en 1932, y ya fallecido. Yevtushenko fue también profesor universitario e incursionó igualmente en el cine como actor, guionista y director.
La popularidad del poeta Yevtushenko se produjo principalmente en el curso la década de los 60, cuando con la lectura de sus poemas fue capaz de llenar estadios enteros con miles de personas.
Su poesía tenía un fuerte entroncamiento con el estilo de Vladímir Mayakovski, otro poeta soviético fallecido en la década de los años 20.
En el año 1952 apareció su primer poemario, titulado «Los exploradores del porvenir» y ese mismo año de 1952 Yevtushenko fue admitido en la Unión de Escritores Soviéticos, convirtiéndose en su miembro más joven.
Los párrafos que reproducimos aquí corresponden a una vivencia propia del poeta, después de la derrota de los alemanes en la conocida operación militar del Ejército Rojo conocida por la«Operación Bagration», que tuvo lugar en el verano 1944, durante la Segunda Guerra Mundial. La derrota nazi durante esa batalla fue decisiva en el proceso que conduciría al derrumbamiento militar del Tercer Reich. Decenas de miles de soldados alemanes fueron hechos prisioneros y se les hizo desfilar ante el pueblo de ese país por las calles de Moscú. Como cuenta en los párrafos que reproducimos, Yevgueni Yevtushenko fue testigo directo de aquel insólito «desfile», que describe de la siguiente manera:
«En 1944, mi madre y yo volvimos a Moscú. Y entonces por primera vez en mi vida tuve ocasión de ver a nuestros enemigos. Si no me equivoco, había 25.000 prisioneros alemanes que debían atravesar en una sola columna las calles de la capital.
Todas las aceras estaban colmadas de gente, rodeada por los soldados y la milicia. Esta muchedumbre la integraban mujeres.
Las mujeres rusas, con las manos deformadas por las duras labores, con hombros sobre los cuales reposaba el peso esencial de la guerra. Probablemente, a cada una de ellas los alemanes les habian quitado ya fuera a su padre, a su marido, a su hermano, o a sus hijos.
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LOS DERROTADOS DESFILAN ANTE EL PUEBLO SOVIETICO
Esas mujeres miraban con odio hacia el sitio en que se esperaba la columna de prisioneros. Después, la columna apareció.
A la cabeza, marchaban los generales, tensas sus poderosas mandíbulas. Las comisuras de los labios estaban apretadas, despectivas. Así querían afirmar su superioridad aristocrática sobre la plebe que los habia vencido.
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A su paso, las manos obreras de las mujeres rusas se cerraban, de cólera.
-¡Apestan a agua de colonia!, ¡cerdos! – gritó alguien entre la multitud.
Los soldados y los milicianos tuvieron que apoyarse con todo su cuerpo para evitar que las mujeres rompieran las barreras.
Después, repentinamente, algo ocurrió en la muchedumbre. Vio llegar a los soldados alemanes, magros, sucios, sin afeitar, la cabeza cubierta con vendas ensangrentadas, apoyándose sobre muletas o sobre los hombros de su camarada. Llevaban la cabeza baja.
Entonces, en la calle se hizo un silencio de muerte. No se oía más que el lento roce de los zapatos y de las muletas y vi a una matrona con sus gruesas botas rusas poner la mano sobre la espalda de un miliciano.
-¡Déjame pasar!
Algo había en la voz en la voz de esta mujer, ya que el miliciano, como obedeciendo una orden, le abrió el paso. La mujer se aproximó a la columna y sacó de su blusa un pedazo de pan negro, cuidadosamente envuelto en un pañuelo. Se lo tendió a un prisionero agotado que apenas se sostenía sobre sus piernas.
E, instantáneamente, otras mujeres siguieron su ejemplo y comenzaron a lanzar pan, cigarrillos, a los soldados alemanes vencidos.
Ya no eran enemigos. Eran hombres.