«La austeridad sirve para disciplinar a la clase trabajadora»

Fuentes: CTXT [Foto: Anton Brink]
Con la publicación de El orden del capital, traducido por Isadora Carolina Prieto y Anna Hernández y editado por Capitán Swing, Clara E. Mattei (Italia, 1988) pone en nuestras manos una de las intervenciones más incisivas sobre la historia y el presente de la austeridad. Profesora de economía y directora del Centro de Economía Heterodoxa (CHE, por sus siglas en inglés) en la Universidad de Tulsa (Oklahoma), Mattei explica en esta entrevista que la austeridad no es un instrumento técnico destinado a sanear las finanzas públicas. Por el contrario, se trata de una herramienta política de dominación del capital frente al trabajo, destinada a reforzar el poder del primero, reprimir la disidencia del segundo y clausurar toda posibilidad de un futuro alternativo al establecido como inevitable. A través del análisis histórico del periodo de entreguerras y su eco en el presente –desde las guerras arancelarias de Trump hasta las luchas por la autogestión y la democracia económica–, esta profesora desmantela el mito de la neutralidad de los “expertos” económicos y reivindica el conocimiento popular y la organización colectiva como claves para imaginar otro orden y construirlo.
Quisiera empezar por su proceso de investigación para el libro. ¿Hubo momentos o etapas, en cuanto a los archivos o marcos teóricos, que fueron especialmente importantes para el desarrollo de su trabajo?
A veces se subestima lo mucho que las fuentes primarias nos hablan todavía a día de hoy. A menudo expresan ideas muy actuales, pero de forma más directa. En el trabajo de archivo se encuentra de todo, pero cuando das con documentos que expresan claramente la lógica de la austeridad –como el “trabaja duro, vive con esfuerzo, ahorra”–, por ejemplo, en las conferencias de Bruselas o cuando lees cartas como la de Montagu Norman, gobernador del Banco de Inglaterra, apoyando abiertamente a Mussolini –donde dice que fue “el hombre adecuado en un momento crítico”–, esos momentos son reveladores. Confirman que lo que estás reconstruyendo encuentra un fuerte respaldo en las visiones de quienes hicieron la historia en aquel momento.
¿Por qué eligió centrarse en Gran Bretaña e Italia en el período de entreguerras? ¿Qué había de particularmente destacable en ese momento para su enfoque?
Lo hice principalmente porque conozco los idiomas, lo cual es esencial para trabajar con fuentes primarias. Pero también porque Italia y Gran Bretaña ofrecen un contraste muy revelador, que se supone potencialmente opuesto, tanto ideológica como institucionalmente. Por un lado, la cuna del liberalismo parlamentario y el imperialismo; por el otro, un país más atrasado que también es el lugar de nacimiento del fascismo. Y sin embargo, lo interesante es cómo ambos gestionaron de forma similar el capitalismo tras la Primera Guerra Mundial, especialmente frente al empoderamiento de la clase trabajadora, que puso en cuestión dos pilares fundamentales del orden, como son el trabajo asalariado y la propiedad privada de los medios de producción. En ambos casos recurrieron a tecnócratas para justificar políticas de austeridad, idénticas a las que hoy se utilizan para extraer de la gente sus recursos y socavar su poder, con el objetivo de mantener la economía como un ente aparentemente eterno e invencible. Pero esta “invencibilidad” es en realidad el resultado de una intervención estatal activa, no de un libre mercado. El laissez faire es una construcción ideológica: es el Estado interviniendo para beneficiar a las élites económicas. Y eso sigue ocurriendo hoy.
¿Qué paralelismos ve entre los regímenes de austeridad que estudia y los impulsos de austeridad posteriores a 2008 o al covid, u otras políticas recientes?
Creo que hay una clara continuidad tanto en cómo se justifican como en cómo se aplican estas políticas. Su propósito sigue siendo debilitar a la clase trabajadora. Lo que llamo en el libro la “trinidad de la austeridad” –disciplina fiscal, monetaria y laboral que se traduce en recortes del gasto social, privatizaciones y reformas laborales regresivas– es un patrón recurrente en la historia del capitalismo. En el trabajo que estoy desarrollando ahora, trato de mostrar cómo incluso en los llamados “años dorados” esta lógica estuvo presente, de igual modo que lo ha seguido estando desde la década de los setenta hasta la actualidad.
A mi modo de ver, la austeridad está en el ADN del capitalismo. No puede haber capitalismo sin austeridad. No es solo una reacción temporal ante crisis o desafíos revolucionarios en los que la gente puede llegar a cuestionar la economía, sino una necesidad estructural: el sistema, al basarse en la subordinación de la mayoría, es frágil y necesita de una protección constante. Se crean así las condiciones políticas de manera continua para la reproducción del orden del capital. Europa ha sido un laboratorio de esta lógica de austeridad industrial, con privatizaciones, desregulación y precarización laboral. En EEUU, esto se refleja en los contratos por horas no garantizadas y salarios bajos, que trasladan el riesgo económico directamente al trabajador.
La militarización no rompe con la lógica de la austeridad; al contrario, la refuerza
Por otro lado, algunos han querido ver en el auge del militarismo en la Europa actual una forma de intervencionismo keynesiano posneoliberal, pero eso es un reductivismo engañoso. La militarización no rompe con la lógica de la austeridad; al contrario, la refuerza. Se recortan gastos sociales con el pretexto de rearmarse, lo que canaliza recursos públicos hacia corporaciones privadas. Esto no empodera a los trabajadores, porque el gasto social podría fortalecerles y poner al sistema en problemas. Por el contrario, redirigir los recursos hacia unos pocos da sustento a un sistema de lucro privado, incluso a lomos de guerras sin fin como la de Ucrania o la destrucción genocida de Palestina. Todo para incrementar el valor de las acciones de las corporaciones, no solo de armamento, sino también tecnológicas como Google o Microsoft, que hacen millones gracias a ello, por ejemplo, a través de contratos con el ejército israelí.
En definitiva, la lógica del lucro está en contradicción directa con las necesidades humanas. La economía actual no está hecha para servir a las personas, sino para extraer, explotar y destruir a expensas del clima, generaciones futuras y gente inocente, y es importante decirlo con claridad.
La austeridad no tiene nada que ver con combatir la inflación
¿Qué tipos de resistencia a la austeridad surgieron en el período que estudió, y cómo fueron reprimidos o cooptados? ¿Cómo resuena eso en la actualidad, también a la hora de pensar la austeridad como una herramienta para clausurar la aparición de futuros alternativos?
El período de 1919-1920 muestra cuán exitoso e inteligente fue el proyecto de la austeridad. No en términos de equilibrar presupuestos, porque nunca lo hace –de hecho, es muy costoso–, sino en lo que se refiere a su capacidad para reprimir las expectativas de cambio y aumentar la explotación del trabajo. La austeridad no tiene nada que ver con combatir la inflación, como se vende, sino con disciplinar a la clase trabajadora.
Una de las claves para eso fue lo que, en términos gramscianos, denominaríamos la construcción del consenso social. Para frenar los impulsos transformadores del proletariado, como los consejos obreros donde los trabajadores tomaban decisiones económicas y participaban en la construcción de nuevas instituciones, los “expertos” impusieron la idea de que solo ellos entendían la economía. Así, deslegitimaron el conocimiento popular y comunitario, y comenzaron a difundir el mito de que no hay clases sociales, sino solo individuos, y que el experto habla en nombre del bien común de todos, de toda la nación.
Esta retórica técnica y “apolítica”, que reestablecía el equilibrio económico, fue fundamental para neutralizar toda alternativa. Con ello, se redujo el campo de análisis en favor de una supuesta objetividad, se naturalizaron instituciones como la propiedad privada y el trabajo asalariado –sin cuestionar sus fundamentos históricos–, y luego se universalizó este orden como si fuera inevitable. Así surge la idea thatcheriana de “no hay alternativa” [TINA, por sus siglas en inglés].
Las universidades hoy están organizadas precisamente para evitar que el conocimiento sea empoderador
Entender cómo los “expertos” sirven de coacción social por medio de la trinidad de la austeridad y cómo se construye esta autoridad “experta” es un acto de empoderamiento. Nos permite deconstruir la falsa objetividad del discurso económico dominante y reabrir la posibilidad de pensar alternativas a este. Es importante señalar que las universidades hoy están organizadas precisamente para evitar que el conocimiento sea empoderador para los estudiantes, razón por la cual muchos de ellos en la actualidad se rebelan contra cómo se les educa.
En última instancia, la clave está en recuperar el conocimiento colectivo como herramienta de transformación, y entender cómo este se ha intentado suprimir históricamente aplicando la austeridad también a la producción de conocimiento.
¿Qué le llevó precisamente a interpretar la austeridad como un arma política y no como una solución técnica o científica? ¿Y cómo le sirvió para desarrollar la noción de “orden del capital”, como la forma esencial de las relaciones sociales bajo el capitalismo?
Al estudiar la historia, muchas intuiciones teóricas, como las del marxismo, se vuelven evidentes. Por ejemplo, que el capital no es una cosa, sino una relación social, es algo que los economistas nunca tienen en cuenta. La economía dominante –incluso en versiones progresistas como la de Piketty– sigue tratando al capital como algo técnico, como dinero o insumos para la producción, lo cual define al capital en términos que lo fetichiza y lo universaliza. Sin embargo, el sistema económico se basa en las personas. El primero en darse cuenta de esto fue Marx, que dijo que la economía se fundamentaba en las relaciones sociales entre personas, lo cual la convierte en una disciplina política por definición, porque remite al poder y las relaciones de poder, a quién toma las decisiones y quién se beneficia de la producción.
Desde esa mirada, empezamos a pensar de una forma más emancipatoria: si este es un sistema político, ¿qué le da continuidad y qué mecanismos se activan para ello? Entonces, la austeridad se presenta como una herramienta clave para sostener ese orden del capital. No es la única, pero sí una forma muy clara de gestión social: sirve para contener y moldear a la sociedad según los intereses del capital. Y si esto es así, también podríamos organizarnos socialmente de otra forma.
Lo interesante es que en momentos históricos como este, incluso figuras como Trump, aunque desde una agenda opuesta, han dejado en evidencia que la economía es profundamente política. Con sus aranceles, por ejemplo, ha roto con la narrativa de que la globalización es un proceso natural e inevitable para los seres humanos. Por supuesto, no lo hace para liberar a los trabajadores, a los que les está aplicando severas políticas de austeridad –por ejemplo, cortando dos billones de dólares en gasto social y reduciendo más de cuatro billones en impuestos a las empresas y los ricos, como parte de una guerra contra los pobres. Pero Trump está mostrando, por un lado, que no hay economía separada de las decisiones políticas y, por otro, paradójicamente, que el sistema es potencialmente modificable.
Esto es interesante porque, al final, si tomamos en serio la dimensión social, histórica y política de la economía, deberíamos abrir más espacio a experiencias presentes que cuestionan los pilares fundamentales del capitalismo que ya mencioné: el trabajo asalariado y la propiedad privada de los medios de producción.
Ya que menciona esto, quería preguntarle sobre el vínculo entre la austeridad, como instrumento histórico para disciplinar a la clase, y las guerras arancelarias actuales, que Trump y otros se esfuerzan en presentar como políticas en favor del empleo nacional, aunque el costo real recaiga precisamente en la clase trabajadora. ¿Cree que los aranceles funcionan también como una herramienta para gestionar el descontento complementaria a la austeridad?
Es una buena forma de plantearlo. Esta guerra arancelaria funciona como una herramienta para gestionar el descontento social, aunque la efectividad de sus resultados sea incierta. La idea de que los trabajadores estadounidenses se beneficiarán de estas guerras comerciales es pura fantasía: las corporaciones solo reubicarán empleos si el entorno para la producción y la generación de beneficios les resulta favorable, y con el nivel de automatización actual, eso es muy improbable.
Lo que sí está claro es que los trabajadores tendrán que hacer frente a precios más altos, ya que las empresas aprovechan cualquier excusa para subirlos y aumentar sus beneficios, incluso si los costos reales no lo justifican. En un país donde el 52% de las familias no pueden cubrir sus necesidades básicas y el 78% vive al día, esto agrava una situación ya crítica. La gente está en estado de pobreza extrema en este país, y los aranceles no van a ayudarles.
Mientras tanto, la austeridad clásica continúa, con recortes brutales a programas sociales como Medicaid, Medicare o la educación pública, que afectan sobre todo a los más vulnerables. Esto ya no convence ni siquiera a la base de Trump, así que los aranceles sirven más como narrativa del “hacer América grande de nuevo” que como solución real. En definitiva, encubren un sistema que sigue extrayendo riqueza de los trabajadores, al tiempo que exponen las contradicciones de un orden global en crisis.
Lo que está claro es que EEUU es un imperio en decadencia. Está perdiendo. China y los BRICS son ya un poder económico muy superior, y EEUU busca reafirmar su poder mediante gestos agresivos, pero poco efectivos. Es una farsa que va a acelerar su aislamiento. Esto, combinado con su apoyo incondicional a Israel, Netanyahu y el genocidio en curso, está deteriorando tanto su poder económico como su legitimidad política en el mundo.
Escuchar a Trump decir que podría adueñarse de Gaza, después de haber asesinado y desplazado a quienquiera que quede, es un signo inequívoco de que EEUU no puede representar más el centro de cualquier pacto mundial que nos propongamos, que es algo de lo que todos los liberales en este país todavía están convencidos. Algunos incluso dicen eso de que “Trump es malo, pero no tan malo como otras alternativas”, en referencia a Rusia, China o lo que tengan en mente. ¿En serio? Así que es interesante ver cómo incluso esos liberales que están tan convencidos de la superioridad estadounidense no tienen capacidad para defender lo que está sucediendo. Es una gran farsa. Y Europa debería dejar de ser tan servil a EEUU, pero no creo que lo haga.
Quería ahondar en el tema de la guerra arancelaria como síntoma de una crisis más profunda de legitimidad del orden del capital, similar a la que describe tras la Primera Guerra Mundial. Si así fuera, ¿qué tipo de orden cree que podría surgir de este momento?
Evidentemente, no se trata solo de EEUU frente al resto del mundo. Más bien, lo que se está haciendo cada vez más obvio es que hasta la esperanza de conseguir un trabajo alienante y mal pagado en industrias insostenibles como la automotriz ya no es suficiente ni deseable como horizonte de vida. Hay que imaginar algo mejor para las próximas generaciones.
Están sucediendo muchas cosas importantes. Existen muchas iniciativas subterráneas y poco visibilizadas que ofrecen alternativas reales y exigen retomar las raíces de experiencias sobre las que he escrito. Una de ellas es la autogestión obrera, una demanda histórica clave para una verdadera democracia económica, porque permite que las personas participen en las decisiones sobre sus condiciones materiales de vida y fomenta modelos de producción sostenibles y comunitarios que no se basan únicamente en el lucro. Porque una vez que los trabajadores refuerzan los lazos con sus comunidades, priorizan la sostenibilidad ecológica de estas. Hay grandes ejemplos concretos en el mundo, como el del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) en Brasil, que ha desarrollado exitosamente proyectos agroecológicos autogestionados e inspiran a muchos movimientos a presionar a los gobiernos para recuperar la tierra.