ENTREVISTA: «CIEN MIL MILLONARIOS SECRETOS Y UNA ÉLITE BUROCRÁTICA HICIERON POSIBLE EL DERRUMBE DEL SOCIALISMO»

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¿Cómo logró la nueva burguesía infiltrarse en el Estado soviético sin disparar una sola bala?

En su libro «Contrarrevolución en la URSS», el filósofo e historiador Vladimir Saprykin (1935) ofrece una lectura demoledora sobre el colapso del socialismo en Rusia. Lejos de interpretarlo como un «accidente histórico» o una «evolución natural», el profesor Saprykin denuncia una operación contrarrevolucionaria deliberada, gestada desde las altas esferas del propio Estado y legitimada por intelectuales, burócratas y reformistas. En esta entrevista, el autor desgrana con precisión los mecanismos de la traición, los rostros de los nuevos capitalistas camuflados y las lecciones que aún hoy —más de treinta años después— siguen siendo cruciales para el futuro de los pueblos.

 

¿Quién es Vladimir Saprykin?

   Vladimir Alexandrovich Saprykin (n. 1935) es historiador, filósofo y uno de los más lúcidos y combativos pensadores marxistas de la Rusia postsoviética. Doctor en Ciencias Filosóficas, con especialidad en ateísmo científico, y miembro de la Academia de Ciencias Sociales, desarrolló una destacada trayectoria en el aparato ideológico del Partido Comunista de la URSS, donde fue jefe de educación política en el Comité Central.

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     Durante más de seis décadas ha reflexionado críticamente sobre el destino del socialismo soviético. Fue un firme opositor de la perestroika y, tras ser expulsado del Partido Comunista de la Federación Rusa en el año 2000 junto con el ala izquierda del mismo, ha mantenido una intensa actividad intelectual desde la revista Marxismo y Actualidad.

     Entre sus obras más relevantes se encuentran «Contrarrevolución en la URSS» (2002) y «Revolución y Contrarrevolución» (2005), donde plantea que la caída del sistema soviético no fue una crisis ni una transición, sino una auténtica contrarrevolución capitalista, impulsada desde dentro del Estado. Ha escrito también textos clave sobre política, ateísmo, cultura y crítica del oportunismo.

      Hasta antes de su jubilación, ejercía la docencia en el Instituto Estatal de Electrónica y Matemáticas de Moscú, donde imparte cursos de estudios culturales, pedagogía y religión. Su voz sigue siendo una referencia obligada para quienes buscan comprender críticamente el derrumbe del socialismo soviético y las perspectivas de su reconstrucción.

     El libro que en esta ocasión hemos utilizado para la realización de esta entrevista, es el titulado «Contrarrevolución en la URSS», en el que el filósofo e historiador propone una interpretación radical del colapso soviético entre 1985 y 2002.

      Lejos de las explicaciones convencionales sobre la crisis del modelo socialista, el autor sostiene que la desaparición de la URSS fue un proceso contrarrevolucionario planificado y ejecutado por las fuerzas internas del Estado, en alianza con intereses burgueses y capitalistas, tanto nacionales como internacionales. Conozcamos, a través de esta «entrevista», algunos de sus aspectos más destacados.

ENTREVISTA:

(Espacio a cargo de M.Relti)


    PREGUNTA: Profesor Saprykin, usted afirma sin rodeos que lo ocurrido en la URSS fue una contrarrevolución. ¿Qué elementos le permiten sostener que no se trató de una crisis espontánea o un simple proceso reformista?


  (basada en el libro, págs. 21-44):

    RESPUESTA: Lo que ocurrió en la URSS entre 1985 y 2002 no fue una crisis espontánea ni una mera serie de reformas bienintencionadas. Fue una contrarrevolución planificada y ejecutada, con objetivos y actores claramente definidos. Así lo demuestran varios elementos fundamentales.

      Primero, el cambio no fue producto de una evolución natural del socialismo, sino un retroceso estructural, una regresión al capitalismo más depredador. Este proceso restaurador no nació de una debilidad económica aislada, sino de una ofensiva política e ideológica sistemática contra los fundamentos del sistema soviético. El propio Lenin ya había advertido desde principios de la década de los años veinte, que toda revolución genera su antítesis, y eso fue exactamente lo que ocurrió aquí: la Revolución de Octubre generó fuerzas contrarias que, aunque derrotadas, permanecieron latentes hasta que encontraron las condiciones para resurgir y reorganizarse.

     Segundo, no hubo transparencia en las verdaderas intenciones de quienes lideraron el proceso. La contrarrevolución se disfrazó con mitos y eufemismos: se habló de “perestroika”, de “reformas”, de “democracia” y de “renacimiento espiritual”, cuando en realidad se estaba haciendo era destruir el sistema socialista desde dentro. Estas palabras —aparentemente nobles— ocultaban una estrategia bien diseñada para expropiar al pueblo y devolver el poder a la clase burguesa. Como así terminó sucediendo

     Tercero, los protagonistas de esta transformación —Gorbachov, Yeltsin, Chubais, entre otros— no representaban los intereses de las masas, sino los del capital. Ellos reorganizaron el Estadoprivatizaron los medios de produccióndisolvieron los soviets y permitieron que emergiera una nueva clase de millonarios y banqueros. Estos actos no responden a un simple “error” de gestión, sino a un cambio de rumbo deliberado.

    En síntesis, los hechos, el lenguaje manipulado, los beneficiarios del cambio y sus consecuencias históricas demuestran que no fue un proceso reformista o espontáneo, sino una auténtica contrarrevolución burguesa-capitalista, dirigida a destruir el poder popular y reinstaurar el dominio del capital.


    PREGUNTA: A una buena parte de la gente le resulta difícil explicarse cómo fue posible que amplios sectores de la población soviética pudieran caer ingenuamente en esa la trampa tendida por los burócratas ¿Cómo fue posible que se produjera ese fenómeno en la población de un país que apenas unos meses antes había votado de manera arrolladoramente mayoritaria por el mantenimiento de la URSS y el socialismo?

 (basada en el libro, págs. 11-13, 21-29):

     RESPUESTA: Esa es una de las preguntas más inquietantes que debemos hacernos, y créame que no es fácil responderla sin sentir una profunda amargura. ¿Cómo pudo suceder que, apenas meses después de que la inmensa mayoría de nuestro pueblo votara por mantener la URSS y el socialismo, esa misma sociedad pareciera ceder sin resistencia al desmantelamiento de todo lo construido?

    Lo primero que quiero subrayar es que la contrarrevolución no vino disfrazada de reacción. No se presentó diciendo “vamos a restaurar el capitalismo”. No. Se introdujo como una supuesta perfección del socialismo: se hablaba de “reformas”, “modernización”, “democracia”, “perestroika”. Esa fue su genialidad perversa: camuflar su verdadero objetivo bajo un lenguaje seductor.

    En segundo lugar, ya en aquellos días el Partido había perdido su papel dirigente real. Los cuadros revolucionarios fueron desplazados o absorbidos por la administración estatal. Y muchos, incluso los más comprometidos, dejaron de estudiar, de organizar, de agitar. La ideología se volvió mecánica, formalista. La juventud creció sin una conciencia clara de clase y cayó fácilmente bajo la influencia del consumismo y del discurso capitalista disfrazado de progreso.

     También hay que considerar el papel de los medios, de las ONG extranjeras, de los intelectuales liberales. Todos ellos construyeron mitos con una capacidad impresionante para anestesiar a las masas. Prometieron una “sociedad de propietarios”, libertadprosperidad y muchos creyeron sinceramente que eso era posible.

      Pero lo más trágico fue el surgimiento de lo que yo llamo “el pantano”: una masa social sin dirección, sin conciencia, sin memoria política. Esa masa no tenía la fuerza ni la claridad para resistir. Y así, aunque el pueblo votó por el socialismo, no pudo defenderlo, porque quienes tenían el control del aparato del Estado ya habían tomado partido por la contrarrevolución.

    Por eso siempre repito que el trabajo ideológico, organizativo y revolucionario debe ser permanente. Dormirse sobre los laureles del pasado nos condena, como lo hizo entonces, a la derrota.

   PREGUNTA: Profesor Saprykin, de su análisis anterior pueden deducirse al menos tres elementos clave: primero, que la ingenuidad ideológica del pueblo soviético llegó a alcanzar niveles alarmantes; segundo, que el Estado y el Partido Comunista se transformaron en una suerte de casta burocrática que dejó de representar a los trabajadores; y tercero, que todo esto fue producto de un largo proceso que no comenzó en 1985, sino mucho antes. ¿Podría profundizar en esos tres aspectos?


 (basada en el libro, págs. 10-13, 34-38):

  RESPUESTA: Sí, su lectura es absolutamente correcta. Empecemos por el primer punto: la ingenuidad ideológica. El socialismo no puede sostenerse sin una conciencia revolucionaria activa. Sin embargo, a medida que se consolidaron ciertos logros económicos y materiales en la URSS —especialmente después de la victoria en la Gran Guerra Patria y durante el período de bonanza industrial— muchos camaradas comenzaron a pensar que la batalla estaba ganada. El estudio del marxismo, la crítica del enemigo de clase, la formación ideológica en las fábricas, en las escuelas, en los soviets… todo eso se fue debilitando.

   Como resultado, la conciencia revolucionaria fue sustituida por una especie de fe pasiva en el pasado glorioso. Una generación creció disfrutando de derechos conquistados por sus padres, pero sin entender qué los había hecho posibles. Esta ingenuidad, sumada a la manipulación mediática y al desgaste ideológico, hizo que una parte importante del pueblo no pudiera identificar al enemigo cuando apareció disfrazado de reformador.

     Sobre el segundo punto, es verdad: el Estado y el Partido dejaron de ser instrumentos de la clase obrera. No ocurrió de la noche a la mañana. Fue un proceso gradual de burocratización, donde los cuadros del partido se alejaron de las masas y se volcaron a la gestión técnica, a la administración de fábricas, al cumplimiento de metas productivas… perdiendo así el contacto con la vida real del pueblo. Esa burocracia fue degenerando en una nueva élite, interesada más en sus privilegios que en la revolución. Muchos de ellos fueron los primeros en transformarse en “cooperativistas”, en banqueros, en millonarios legales tras la caída.

    Y sí, como usted dice en el tercer punto, todo esto fue fruto de un proceso largo. La contrarrevolución no comenzó en 1985. Lo que estalló en esos años fue el resultado de contradicciones acumuladas durante décadas. Ya desde los años 60 y 70 se evidenciaban signos de relajamiento ideológico, de tecnocratización del partido, de confusión filosófica y política. Se perdieron las discusiones fundamentales sobre el futuro del socialismo. Se dejó de debatir abiertamente qué tipo de sociedad queríamos construir. Ese silencio fue la antesala de la derrota.

     Por eso, insisto: el trabajo ideológico no puede ser considerado una tarea secundaria. Cuando se descuida, el enemigo avanza. Y si no tenemos claridad de clase, terminamos votando por la revolución con una mano y destruyéndola con la otra sin saberlo.


    PREGUNTA: ¿Cuáles para que una buena parte   de los intelectuales y científicos de la época evitaron llamar a las cosas por su nombre y prefirieron términos como “crisis” o “reformas”?

 (basada en el libro, págs. 24-29):

   RESPUESTA: Mire, esa pregunta es crucial, porque pone el foco en una de las traiciones más graves y más silenciosas de todo el proceso: la traición ideológica de buena parte de los intelectuales y científicos soviéticos. ¿Por qué no llamaron a las cosas por su nombre? ¿Por qué hablaron de “crisis”, de “disturbios”de “reformas” “renacimiento”, cuando en realidad estaban viendo en directo cómo se destruía el poder popular y se restauraba el capitalismo?

     En primer lugar, hay que decirlo sin rodeos: muchos de ellos compartían los intereses de clase de la contrarrevolución en marcha. Eran parte de esa nueva élite que se sentía incómoda con el igualitarismo del socialismo. Buscaban privilegios, comodidad, y encontraron en el capitalismo la promesa de una vida más “individual”, más “libre”, como ellos decían. Esa afinidad ideológica con la burguesía los convirtió en cómplices activos o pasivos del desmantelamiento del Estado socialista.

     Segundo, muchos adoptaron conscientemente un lenguaje ambiguo, lleno de eufemismos, porque sabían que usar los términos reales —como “restauración capitalista” o “contrarrevolución”— los colocaría en una posición política definida. Y eso era lo que querían evitar. Preferían nadar entre dos aguascriticar al sistema soviético sin parecer reaccionarios, y al mismo tiempo aplaudir la apertura al mercado sin admitir que estaban destruyendo al socialismo.

    Tercero, no debemos subestimar el papel de la cobardía política y el oportunismo académico. Llamar a las cosas por su nombre implicaba asumir riesgosser tildado de extremistaperder espacios, fondos, reputación. Era más fácil decir que estábamos ante una “transición difícil” o una “crisis de modelo”, que admitir que se estaba ejecutando una agresión de clase contra el poder de los trabajadores.

   Por último, hay una responsabilidad ética: los científicos y los intelectuales están obligados a decir la verdad, no a maquillarla con fórmulas tecnocráticas o fórmulas sin contenido de clase. Y muchos, en lugar de denunciar la contrarrevolución, se convirtieron en sus voceros, ayudando a moldear una conciencia social anestesiada y resignada.

    Así que no fue ingenuidad. Fue colaboración consciente, cobardía ideológica y servilismo ante el capital, disfrazados de neutralidad académica.

   PREGUNTA: Para poder acercarnos más a la comprensión del contexto de esa situación, podría usted citarnos nombres específicos de intelectuales supuestamente afines al socialismo que optaron por esa derivada?

  (basada en el libro, págs. 23-24, 41):

    RESPUESTA: Sí, por supuesto. No se trata de hacer acusaciones personales, sino de llamar las cosas por su nombre, con pruebas y , sobre todo, memoria histórica, mucha memoria histórica. En el libro menciono específicamente a varios intelectuales y figuras públicas que, pese a tener una trayectoria vinculada al socialismo, eligieron conscientemente plegarse al discurso de la contrarrevolución. Algunos incluso se convirtieron en sus arquitectos ideológicos.

     Uno de los casos más notorios fue el de Alexander Yakovlev, considerado “el ideólogo de la perestroika”. Fue miembro del Comité Central del Partido Comunista, y usó esa posición para empujar una línea claramente liberal-burguesa, disfrazada de reforma socialista. Bajo el pretexto de combatir el estancamiento, abrió las puertas a la restauración capitalista, legitimando el desmontaje de la economía planificada y de las estructuras del poder popular.

      Otro nombre es Mijaíl Gorbáchov. Aunque se presentaba como un reformador desde dentro del socialismo, en realidad fue uno de los principales agentes políticos del proceso contrarrevolucionario, usando un lenguaje deliberadamente ambiguo. Llamó “nuevo pensamiento” a la rendición ideológica y política ante el imperialismo.

     También cito a Gennadi Zyuganov, quien, siendo el líder del actual Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR), adoptó un discurso nacionalista, oportunista, y llegó incluso a justificar ciertos aspectos del proceso restaurador. En lugar de denunciar sin ambigüedades la contrarrevolución, la etiquetó como una “crisis”, una “desviación”, o “disturbios”sin desenmascarar su contenido de clase.

    Y no podemos dejar de mencionar a Andréi Sájarov, figura emblemática del disenso en tiempos soviéticos, quien ya en 1989, en Londres, proclamaba que había que volver a los lemas de Octubre, pero con una reinterpretación totalmente burguesa: “la tierra a los campesinos”, sí, pero como propiedad privada; “el poder a los soviets”, sí, pero sin el partido comunista.

    Muchos de ellos, como menciono en el libro, formaban parte de lo que llamo el “batallón de mitólogos”: personas que se sirvieron del prestigio que les daba su pasado dentro del socialismo para legitimar una ideología reaccionaria. Y con eso no solo traicionaron una idea, sino a millones de trabajadores que creyeron en ellos.

PREGUNTA¿“Batallón de mitólogos”?

  (basada en el libro, págs. 23-24):

   RESPUESTA: Sí, así los denomino: el batallón de mitólogos. Y no lo digo como una metáfora exagerada, sino como una categoría política. Se trata de aquellos que construyeron los mitos sociales que anestesiaron la conciencia del pueblo y encubrieron la restauración capitalista bajo fórmulas atractivas pero vacías.

    ¿Quiénes estaban en este “batallón”? Intelectuales como Gorbachov, que hablaba de “socialismo con rostro humano”; Yakovlev, que promovía la “democratización” para acabar con la dictadura del proletariadoYeltsin, que prometía libertad económica mientras disolvía los soviets; o incluso figuras de la Iglesia Ortodoxa como Ridiger y Gundyaiev (hoy el Patriarca Kiril), que presentaban la restauración del poder religioso como un “renacimiento espiritual” de Rusia.

     Todos ellos, cada uno desde su posición —política, académica, religiosa o mediática—, construyeron una narrativa mítica, repleta de conceptos ambiguos como “reforma”, “perestroika”“crisis” o “modernización”, que escondían su verdadero contenido: una contrarrevolución antisocialista y antipopular.

   Les llamo “mitólogos” porque convirtieron la realidad en fábula, en ilusión. Y “batallón” porque actuaron como un bloque, como una fuerza de choque ideológica al servicio de la restauración burguesa.

Y lo más grave: muchos de ellos eran considerados “gente nuestra”. Por eso lograron confundir al pueblosembrar dudas en la clase trabajadora y desactivar cualquier resistencia real.


    PREGUNTA: Resulta muy llamativo que usted hable en su libro de “100.000 millonarios clandestinos” que emergieron antes del colapso. ¿Cómo se llegó a esa situación sin que el sistema lo detectara o lo impidiera?

 (basada en el libro, págs. 9-10, 44):

    RESPUESTA: Sí, así es. En mi investigación sostengo que antes incluso de la caída formal de la URSS, ya existía una capa social de aproximadamente 100.000 millonarios clandestinos. Y no es una cifra lanzada al azar: es el resultado de cruzar datos de los bancos cooperativos, los capitales ilegales que se estaban “legalizando” y el crecimiento descontrolado de la economía sumergida, especialmente a fines de los años 80.

      ¿Cómo se llegó a eso sin que el sistema lo impidiera? Porque, lamentablemente, el Estado soviético había comenzado a corroerse desde dentro. Algunos sectores de la burocracia estatal —especialmente funcionarios medios y altos del aparato económico— empezaron a enriquecerse mediante sobornos, tráfico de influencias, favoritismos y desvío de recursos públicos hacia intereses personales. Ese capital se canalizó a través de cooperativas privadas, que comenzaron a proliferar con fuerza a partir de 1987.

    Para 1989, ya existían al menos 40 bancos comerciales privados y más de 110 cooperativas legalmente registradas, muchas de ellas controladas por estos burócratas reciclados. En total, esos millonarios ocultos manejaban más de 500 mil millones de rublos en efectivo, una cifra comparable al presupuesto anual del Estado soviético. ¡Y eso antes de la caída oficial de la URSS!

    El sistema no lo detectó —o mejor dicho, optó por no detectarlo— porque los órganos de control estaban infiltrados por los mismos intereses. Además, en medio de la confusión ideológica y la apertura legal promovida por la perestroika, el discurso sobre la “iniciativa privada” y el “dinamismo económico” fue usado para justificar estos robos sistemáticos al pueblo.

    La aparición de esta nueva burguesía “legalizada” fue el sedimento económico sobre el que floreció la contrarrevolución. Sin esa base material, sin ese capital concentrado por fuera del control obrero, el golpe contrarrevolucionario no habría tenido ni la fuerza ni el respaldo suficiente para triunfar.

   PREGUNTA:  Usted denuncia con dureza el papel de Gorbachov, Yeltsin y a  Putin. ¿Cree que estos líderes actuaron como conscientes agentes del capital o fueron simplemente figuras arrastradas por el contexto?

  (basada en el libro, págs. 22-24, 41-44, 134):

     No tengo la menor duda: Gorbachov, Yeltsin y Putin no fueron simples figuras arrastradas por el contexto, sino agentes conscientes, voluntarios o funcionales, del capital y de la contrarrevolución burguesa. Cada uno, a su manera y en su tiempo, desempeñó un papel específico en el desmantelamiento del socialismo soviético y en la consolidación de un nuevo régimen al servicio de las clases explotadoras.

     Gorbachov, por ejemplo, no fue un ingenuo reformista. Su “perestroika” fue desde el inicio una operación ideológica cuidadosamente diseñada para vaciar de contenido revolucionario al socialismo, mientras se desmantelaban sus bases económicas, políticas y culturales. No fue una reforma del socialismo, sino su negación desde dentro, envuelta en un lenguaje ambiguo y «pacifista». Él usó su posición para legalizar el caos, abrir paso a la privatización y liquidar el papel dirigente del partido, sin declarar nunca abiertamente que su proyecto era restaurador.

      Yeltsin, por su parte, fue el ejecutor brutal. Utilizó el aparato estatal, los medios y la represión directa para aplastar cualquier resistencia. Su accionar durante el “octubre negro” de 1993 —cuando bombardeó el Parlamento y ametralló a los defensores del socialismo— lo retrata sin necesidad de comentarios: fue un dictador al servicio del gran capital, tanto nacional como extranjero. Bajo su mandato, los soviets fueron disueltos, los bienes del pueblo expropiados, y se estableció un sistema oligárquico mafioso.

    Putin es el heredero directo de ese proceso. Su discurso se presenta como moderado, incluso nostálgico del pasado soviético en todo aquello que atañe a lo simbólicoPero en la práctica, Putin ha consolidado el poder del capital y del Estado represivo, manteniendo intactas las estructuras económicas impuestas por la contrarrevolución. Conocedor de la sensibilidad popular, usa los símbolos soviéticos —la bandera, el himno, etc— como camuflaje ideológico, pero en realidad representa una continuación del mismo régimen surgido del colapso.

      Por eso, en mi análisis, estos tres personajes no fueron simples “errores del proceso”, sino piezas fundamentales del andamiaje contrarrevolucionario. Fueron, cada uno en su momento, los administradores del paso de la dictadura del proletariado al dominio absoluto del capital en Rusia.

   PREGUNTA: Algunos en Occidente, podrían decir que su visión del socialismo es demasiado idealizada. ¿Cómo responde a quienes sostienen que el modelo soviético ya estaba agotado?

(basada en el libro, págs. 34-38, 44):

     RESPUESTA: Comprendo que desde ciertos sectores —especialmente en Occidente— se me acuse de idealizar el socialismo. Pero le aseguro que mi análisis no parte ni de la nostalgia ni del romanticismo. Parte del estudio riguroso de los hechos históricos, de los datos, y sobre todo, del análisis de clase.

      El modelo soviético no estaba “agotado”. Se encontraba asediado, corroído desde dentro, infiltrado por tendencias burocráticas, ideológicas y oportunistas. Sí, había problemas reales: burocratización, desconexión entre el partido y las masas, ausencia del debate filosófico sobre el rumbo del socialismo. Pero ninguno de esos problemas era insuperable ni justificaba la restauración del capitalismo.

      Quienes dicen que “el sistema colapsó por sí solo” olvidan que ese colapso fue planificado y ejecutado desde las estructuras del propio Estado, que ya habían sido infiltradas por una casta de burócratas enriquecidos, cooperativistas, banqueros clandestinos y funcionarios corruptos. Fue esa minoría la que empujó la transformación de la URSS en un campo de saqueo.

     Y aquí quiero ser claro: yo no oculto los errores del socialismo real, pero defiendo con firmeza sus logros. La revolución socialista soviética —que duró más de 70 años— no fue un sueño irrealizable: fue una transformación profunda de la sociedad, que eliminó el desempleo, alfabetizó a todo un país, dio acceso a salud, educación, vivienda y cultura como derechos sociales universales. Ningún sistema capitalista puede mostrar resultados comparables para sus pueblos.

   Hablar de “agotamiento” es una forma elegante de justificar la capitulación ideológica. El socialismo no se agotó: fue traicionado, desmontado, y reemplazado por un régimen regresivo, basado en la explotación, la desigualdad y la opresión de clase.

     Si hoy recordamos sus aciertos y los defendemos, no es por idealización, sino porque la historia ha demostrado que la alternativa al socialismo no es el progreso burgués, sino la barbarie del capital.


  PREGUNTA: En sus páginas se critica duramente al actual Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR). ¿Qué responsabilidades les atribuye en el fracaso de la resistencia socialista?

  (basada en el libro, págs. 23, 41-44, 134):

  RESPUESTA: La responsabilidad del Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) en el fracaso de la resistencia socialista no puede subestimarse. y lo digo con pesar, porque muchos camaradas sinceros depositaron en ese partido sus esperanzas de reconstrucción. Pero la realidad es que, desde sus inicios, el PCFR ha representado una posición oportunista, ambigua, y profundamente conciliadora con el régimen surgido de la contrarrevolución.

    Lo que más critico es que no supieron ni quisieron llamar a las cosas por su nombre. En lugar de denunciar claramente el carácter capitalista del nuevo régimen, hablaban de “crisis”, de “desviaciones”, de “modelos mixtos”. En vez de organizar a la clase obrera para una resistencia revolucionariase sumaron al juego parlamentario burgués, convirtiéndose en una fuerza más del sistema que decían combatir.

[Img #85119]

 Zyuganov y su dirección se colocaron en una línea nacional-populista, a veces incluso coqueteando con ideas chauvinistas y religiosas, olvidando por completo el internacionalismo proletario ha  sido uno  pilares del marxismo. En lugar de combatir la restauración capitalista con claridad ideológica, buscaron acomodo político, adaptándose al nuevo orden para sobrevivir electoralmente.

      Como relato en el Anexo III del libro, incluso viejos bolcheviques y cuadros revolucionarios como Valery Bosenko fueron marginados, silenciados o expulsados del partido por defender posiciones firmes. Yo mismo fui expulsado del PCFR, junto a otros compañeros de izquierda, por denunciar esta deriva oportunista.

     Por eso, sostengo que el PCFR, lejos de encabezar la resistencia socialistacontribuyó a desactivarla, envolviendo a las masas en un discurso ambiguo y desmovilizadorNo fue un partido de combate, sino una válvula de escape controlada, funcional al sistema capitalista instaurado tras la contrarrevolución.

    Y si hoy el proletariado ruso no cuenta con una dirección revolucionaria clara, es en parte por esta traición histórica.


   PREGUNTA: Finalmente, ¿cree que aún es posible un renacer del socialismo en Rusia o en el mundo? ¿Qué condiciones serían necesarias para ello?


 (basada en el libro, págs. 13-14, 29, 44):

     Sí, lo creo. A pesar de todo lo vivido, de las derrotas, de la confusión ideológica y del poder aplastante del capital, sigo convencido de que el renacer del socialismo es no solo posible, sino necesario, tanto en Rusia como a nivel global. Porque el capitalismo, especialmente en su etapa actual —depredadora, imperialista, deshumanizante— no puede ofrecer una salida digna para la humanidad.

     Pero ese renacimiento no será espontáneo. Exige condiciones claras, que deberán construirse conscientemente. En primer lugar, se requiere la reconstrucción de la conciencia de clase. Las masas deben recuperar la capacidad de entender el mundo desde una perspectiva materialista, marxista, sin dejarse arrastrar por los mitos del capital ni por las promesas vacías del individualismo.

    En segundo lugar, debe emerger una organización revolucionaria auténtica, una vanguardia ideológica y política que no repita los errores del pasado. Esta organización debe estar enraizada en la clase obrera, en los campesinos, en los explotados. No puede ser una élite ilustrada ni un grupo de nostálgicos: tiene que ser el reflejo vivo de las nuevas formas de resistencia que surgen del dolor social.

   Tercero, se necesitan condiciones objetivas: crisis del capital, colapso del orden burguésdeslegitimación de las instituciones actuales. Y esas condiciones ya están madurando: en Rusia y en el mundo, cada vez más personas comprenden que el modelo actual no tiene futuro.

     Pero también hace falta algo más profundoun proyecto de sociedad que no sea solo una respuesta al hambre o al desempleo, sino una apuesta por una nueva civilización basada en la justicia, la solidaridad, el trabajo colectivo y la dignidad humana.

     El socialismo, como lo vivió el pueblo soviético, no fue una utopía: fue una experiencia concreta, con logros inmensos y errores que debemos estudiar, no repetir.

    Así que sí, el renacimiento del socialismo no solo es posible, sino necesario. Pero no será por inercia ni por milagro. Será producto de la lucha, de la organización, y de una nueva generación que, libre de prejuicios, vuelva a colocar en el centro de la historia a los trabajadores y no al capital.

– Muchas gracias

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