
Las disputas entre grandes bloques -EEUU, China, Rusia y Europa- ya no se limitan al terreno económico. Se extienden a lo militar
El lenguaje no solo sirve para comunica: también oculta, tergiversa y legitima. En esta entrevista, Cristóbal García Vera —uno de los autores de la obra «El Gran Reajuste»—, de próxima aparición, nos advierte en esta entrevista sobre una de las más peligrosas transformaciones que atraviesa el capitalismo global: la imposición de un nuevo «sentido común» a través de palabras domesticadas. Porque quienes controlan el lenguaje pueden limitar decisivamente nuestra capacidad para imaginar un mundo distinto.
«El Gran Reajuste», obra de próxima aparición, no es un libro de recetas políticas ni un ensayo académico más.
Según sus autores, se trata de un intento de entender e interpretar en qué consisten y consistirán los profundos cambios que se están produciendo en el capitalismo global y cómo éstos afectan de manera grave no solo a nuestras condiciones materiales de vida, sino también a nuestras formas de pensar, de hablar y hasta de desear.
El libro, cuyo contenido rebasa con creces las trescientas y pico páginas, recorre con mirada crítica, pero también extraordinariamente didáctica, los procesos de desposesión, concentración del poder, deslocalizacion empresarial, crisis climática, y, especialmente, el silencioso —pero implacable— control del lenguaje por parte de las élites dominantes.
En su capítulo 9, “La batalla del lenguaje”, el libro denuncia cómo las clases dirigentes han aprendido a dominar las palabras para dominar el pensamiento colectivo. Sobre este inquietante fenómeno entrevistamos a uno de sus autores, Cristóbal García Vera.
ENTREVISTA:
“Quien controla las palabras, controla también las posibilidades de cambio”

1. ¿Cuándo dirías que comenzó esta “batalla del lenguaje”? ¿Se trata de un fenómeno nuevo o de una táctica antigua renovada?
—Esta batalla es tan vieja como la misma lucha de clases. Pero lo que sí ha cambiado es su intensidad y también su sofisticación.
Hoy, gracias al carácter fulminante de los medios de comunicación, a la publicidad y a las redes sociales, las élites pueden moldear el lenguaje de forma masiva y casi instantánea.
Lo que antes requería una inversión de generaciones enteras, hoy puede instalarse como sentido común en cuestión de meses.
Por ejemplo, y sin ir más lejos, el uso del término “reformas” para hablar de recortes sociales empezó hace apenas unas décadas y ahora nadie se escandaliza al escucharlo.
2. ¿Qué papel juegan los medios de comunicación en esa imposición de sentidos?
—Un papel fundamental. No solo difunden información, sino que definen cómo deben ser entendidos los hechos. Si un gobierno que favorece al capital reprime una protesta, los medios dirán que lo hizo con el propósito de “restaurar el orden”.
Si quien protagoniza esa acción es un gobierno con tendencias populares, dirán, en cambio, que se trató de un “acto autoritario”. Mismo hecho, palabras distintas.
El lenguaje, pues, no solo describe la realidad; sino que, hasta cierto punto, tiene la capacidad de construirla o reconstruirla. Quien tiene el poder de nombrar, tiene también el poder de influir en cómo pensamos las cosas.
3. En el capítulo critican el uso actual del término “democracia”. ¿Qué quieren señalar con ello?
—Hemos tratado de poner de manifiesto que muchas palabras que parecen inocentes han sido secuestradas por el poder. Hoy se presenta como democrático cualquier Régimen donde, de manera más o menos regular, se celebran elecciones, aunque esas elecciones nunca lleguen a cambiar nada relevante en el país de que se trate.
¿Qué clase de democracia hay si las decisiones económicas clave se toman en despachos de empresas, nacionales o multinacionales, o fondos que nadie ha votado? ¿Qué democracia es esa donde el pueblo puede votar cada cuatro años, pero no tiene capacidad real de decidir sobre su trabajo, su vivienda o su salud?
4. También citan el caso del término “socialismo”. ¿Cuál ha sido el destino del contenido de ese concepto?
—Ha sido vaciado por completo. Hoy se llama “socialismo” a políticas o a partidos que no tocan ni un centímetro la estructura de propiedad. Se etiqueta así a gobiernos que, en la práctica, aplican programas neoliberales con rostro amable.
Al despojar a ese término de su contenido histórico —que es la transformación radical de las relaciones económicas— lo han convertido en un mero adorno. En algo inofensivo. En una suerte de perfume ideológico que no inquieta ni molesta al capital.
5. Dinos, ¿hasta qué punto los sectores críticos han asumido también ese lenguaje dominante?
—Hasta límites realmente inverosímiles. Y este es uno de los principales peligros de los efectos que la manipulación de los conceptos en manos de las élites políticas y económicas, puede ocasionar: que sus mismos contradictores se conviertan también en sus principales propagandistas.
En no pocas ocasiones, los propios movimientos populares, sin apercibirse de ello, repiten palabras que ya están cargadas de significados funcionales al poder. Recuérdese cuando las elites lograron convertir el ambiguo término «globalización» en la palabra de moda. El propósito deliberado fue neutralizar el concepto «imperialismo». Y hay que reconocer que, por un periodo, lograron extender la sensación de que el uso del término era obsoleto, viejo, demodé… Lo curioso es que fueron muchos intelectuales y políticos «de izquierdas» quienes se convirtieron en los principales difusores de ese confuso término de «globalización».
Otro tanto ha sucedido con conceptos tales como el de “emprendimiento social” o “competitividad”. Nociones que nacieron justamente para tratar de despolitizar la lucha de clases. Viene a ser algo así como querer construir una casa nueva con los planos sustraidos al enemigo. En el capítulo del libro que dedicamos a este tema, estudiamos algunos de los conceptos mas frecuentes que han sido y continúan siendo objeto de este tipo de burdas falsificaciones.
6. ¿Por qué el lenguaje tiene tanta capacidad para condicionar el pensamiento colectivo?
—Pues porque no usamos las palabras solo para comunicarnos, sino también para pensar. Las palabras son herramientas que nos permiten organizar lo que sentimos, lo que deseamos y lo que tememos.
Si esas herramientas están diseñadas para que ciertas ideas no puedan expresarse, entonces esas ideas ni siquiera llegarán a ser pensadas. Por eso mantenemos que quien controla las palabras, controla también las posibilidades de cambio.
7. ¿Cómo se consigue imponer culturalmente un nuevo significado? ¿Qué tipo de elementos coercitivos se requieren? ¿La censura, por ejemplo?
—Para nada. Esa es una de las genialidades del poder: no necesita prohibir nada. Solo necesita repetir. Repetir una y otra vez un término, con el mismo sentido, hasta que parezca natural.
El mejor ejemplo es la palabra “reforma”. En el siglo XIX, una reforma era sinónimo de conquista social. Hoy, en boca del poder, es sinónimo de todo lo contrario: de ajustes, recortes, retrocesos. Pero como se repite constantemente desde los medios, los economistas y los políticos, termina pareciendo normal.
8. ¿Qué rol juegan las instituciones educativas en esta disputa por el sentido?
—En mi opinión, un rol clave. En muchas escuelas y universidades se enseña un lenguaje técnico, supuestamente neutral, que en realidad oculta las relaciones de poder.
Se habla de “mercados laborales” y “actores económicos” como si todos tuviéramos la misma fuerza en ellos. Eso genera una evanescente ilusión de igualdad que bloquea la comprensión de las injusticias reales.
Y es que educar no es solo transmitir conocimientos, sino también una forma de clasificar el mundo. Y si esa clasificación ya viene sesgada no hace más que reproducir la ideología dominante.
9. ¿Las redes sociales han ampliado esta batalla o la han simplificado aún más?
—En nuestra opinión, ambas cosas. Por un lado, han democratizado ciertas formas de expresión permitiendo que discursos alternativos puedan circular.
Pero, por otro, han hecho del lenguaje algo más superficial y volátil. En ese contexto, las élites económicas y políticas han perfeccionado su arsenal semántico: memes, etiquetas, slogans que condensan mensajes complejos en frases ramplonamente simples. Lo que antes se decía en un editorial hoy se inocula en un “hashtag”. Y eso requiere, naturalmente, estar muy alerta.
Nuestro libro, «El Gran Reajuste«, nos invita a mirar allí donde muchas veces no miramos: no solo hacia las estructuras visibles del poder, sino también hacia los pliegues del lenguaje con los que interpretamos la realidad. Porque entender cómo se nos imponen las palabras es un primer paso para tratar de recuperar nuestra capacidad de nombrar —y transformar— el mundo.
10. En el libro «El Gran Reajuste» ustedes anuncian también que se avecinan cambios sociales, políticos y económicos de gran envergadura, provocados por la intensidad de la confrontación competitiva interimperialista y la caída alarmante de las tasas de beneficio del capital. ¿Podrías adelantarnos algo al respecto?
— Eso está a la vista de todos los que quieran verlo. Lo que señalamos y tratamos de demostrar a lo largo del libro, de forma que cualquier lector pueda comprenderlo sin mayores dificultades, es que el sistema capitalista global está entrando en una fase de crisis estructural más profunda que ninguna de las precedentes.
Las élites dominantes llevan años exprimiendo todas las fuentes posibles de ganancias: deslocalización, automatización, recortes salariales, privatizaciones, endeudamiento masivo… pero ya no hay más “margen” para extraer beneficios sin generar estallidos sociales o conflictos entre potencias. El capital se prepara, pues, ante esta eventualidad.
Cuando las tasas de ganancia caen, la lógica del capital se vuelve aún más agresiva: aumenta la guerra comercial, la presión sobre los recursos naturales, las intervenciones geopolíticas, las guerras y también, naturalmente, se preparan los resortes para la represión interna.
Hoy vemos que las disputas entre grandes bloques —Estados Unidos, China, Rusia, Europa— ya no se limitan al terreno estrictamente económico: se extienden a lo militar, lo tecnológico, lo ideológico. No es esta una situación novedosa. Sus aspectos más relevantes fueron descritos ya hace más de 100 años, en 1914, en plenas vísperas de la I Guerra Mundial por el bolchevique ruso Vladimir Lenin, a cuyos análisis de entonces se debería hoy prestar más atención si se desea hacer un diagnóstico certero sobre las circunstancias que atraviesa el planeta.
En un contexto como el actual, pues, no solo peligra la estabilidad internacional, sino también la capacidad del sistema para mantener su propia legitimidad. Peligran seriamente las conquistas sociales obtenidas a lo largo de más de un siglo de luchas. Por eso mantenemos que no solo se avecinan crisis, sino también reajustes profundos en nuestras vidas cotidianas. Y esos reajustes no van a ser neutrales: nos arrastrarán hacia formulas de organizacion más autoritarias a menos que la organización social y política desde abajo pueda dar lugar a rupturas emancipadoras.
https://canarias-semanal.org/art/38107/la-batalla-de-lenguaje